Hace casi dos años decidí asumir la tarea de convertirme en editora del libro de mi hijo. A mi (nuestra) editorial le he llamado Manelia. Una combinación del nombre de mis padres, Manuel y Delia. Las personas que dieron mucho más que su vida por mí y a las que echaré de menos cada día, cada hora y cada minuto de lo que me quede por vivir.
El libro ha estado pelín gafado y aunque debería haber visto la luz en la primavera de 2024, no ha sido posible hasta este verano de 2025. No os voy a aburrir con todas las circunstancias que han obstaculizado el proceso. Sólo con las del final, que nos hicieron temer que la empresa que se iba a encargar de la impresión no iba a cumplir su compromiso. Han sido varias las semanas de nervios y llamadas para saber dónde estaba el libro, o si existía siquiera. Tensión por el compromiso adquirido con las 262 personas que os habíais registrado en la preventa.
El pasado jueves, 3 de julio, estábamos Antón y yo tirados en el sofá dándole una segunda oportunidad a una serie (pelín infumable), cuando sonó una notificación en el grupo de wasap donde ambos estamos. Un chat creado por Indira y bautizado por ella como “Liderazgo”.
Era un audio de Alberto, uno de los miembros de Estudiantes por la Inclusión.
Todas las que habéis visto el documental «Educación inclusiva. Quererla es crearla» sabréis quién es Alberto: el chico que se emociona durante la entrevista con la ministra de Educación, Pilar Alegría, hasta el punto de tener que abandonar la reunión.
Su madre, Inma, nos dijo aquel día: Alberto nunca llora.
Imagino que era difícil contener esas lágrimas de dolor, impotencia y rabia ante la responsable en nuestro país de una Escuela que le ha castigado por estar enfermo.
Desde que le conocemos, la ilusión del Alberto ha sido siempre ser médico. No sólo para curar a otros niños y niñas en su situación, sino también para, desde esa posición, luchar contra una escuela que no permite al alumnado enfermar. O, más bien, que lo castiga por ello.
Quienes conocemos a Alberto sabemos de su infierno durante la Primaria, que se prolongó en la ESO y que llegó a su cúspide este último curso de 2º de Bachillerato. Un curso tan duro para él y su familia, pero que han sido capaces de resistir. Nuevamente.
No ha sido duro por sus citas médicas o por los días en que ha estado indispuesto. Ha sido duro por la mezquindad de muchos de los trabajadores de la educación (que no docentes) que ha tenido la desgracia de sufrir. Vamos a dejar de diluir responsabilidades y echar la culpa al “sistema”. El sistema está formado por personas concretas, con nombres y apellidos.
Quienes conocemos a su madre, Inma, sabemos que lleva 15 años siendo David contra Goliath. Y que, como David, ha vencido. A un coste físico y emocional que no puedo ni imaginar, pero ha vencido.
Ese audio de Alberto del día 3 de julio iba precedido de este mensaje: «Hola a todos. Quería compartir una gran noticia reciente con todos vosotros.»
Alberto nos informaba de que ya era oficialmente estudiante de Medicina en la Universidad de Sevilla.
Los gritos de alegría Antón llegaron hasta Sevilla y yo llevo desde ese día con la piel erizada.
Tampoco puedo describir la alegría expresada en las felicitaciones del grupo.
«Un médico que primero es paciente», escribió Alberto.
En ese preciso momento, entre gritos y pelos de punta, sonó el timbre de casa. Era la mensajería que traía las 12 cajas con los libros (perdidos) de Antón.
Lo compartimos en el grupo para sumar alegría y celebrar la coincidencia de dos grandes acontecimientos casi al mismo tiempo.
Inma recordó un texto escrito por Antón hace tres años donde imaginaba el futuro de los EXI. Aunque alteraba sus nombres reales, todos resultaban reconocibles para quienes les conocemos. Entonces, mandé la foto de la página 184 del libro de Antón recién llegado:
«Bruno es médico. Gracias a él ahora los profesores tienen en cuenta las citas médicas de los niños y niñas que están enfermos, y los días que tienen que faltar a la escuela, y les facilitan las cosas. Impulsó una campaña precisamente para pedir que los centros fueran humanos con los alumnos y alumnas que están enfermos. También durante toda su carrera diagnosticó muchos síndromes a personas de cualquier edad.»
Esa noche, al acostarse, Antón se acordó de que era el cumpleaños de mi madre. Es la primera vez, desde que no podemos celebrarlo ya con ella, que se me olvida. Pero ella sigue cuidándonos a través de la energía de todos los átomos de sus genes, esos que llevamos sus dos hijos y sus tres nietos.
Alberto ha conseguido una de sus mayores aspiraciones que era ser médico. No han podido con él por mucho que lo han intentado.
Antón ha hecho realidad su sueño de ser escritor. No han podido con él por mucho que lo han intentado.



























































