Cuestión de estadística

Gráfica que marca en azul la proporción referente a mujeres y que es de un 86,1 % y en rojo la referente a los hombres que es un 13,9%
 
 

Me voy a guardar este gráfico para contestar a esa persona (generalmente hombre) que la próxima vez que escriba “madres” en lugar de “madres y padres” o “familias”, me lo eche en cara. Siempre pasa.

Esta imagen no sólo refleja el perfil de las personas que me leen, sino que retrata a la perfección la estadística de quienes están en las salas de espera de las consultas médicas, en las reuniones de clase y en las tutorías, en los congresos, jornadas y talleres, navegando por internet en busca de información y recursos, subidas a los columpios o metidas en piscinas de bolas para facilitar la interacción con otros niños y niñas, en el despacho de inspección educativa o en las redacciones de los periódicos reclamando derechos y recursos, leyendo el DOGA o equivalente para respaldar legalmente esas reclamaciones la trigésimo cuarta vez que las haga…

M A D R E S

Tengo una amiga a quien la arbitrariedad de la genética le ha hecho madre de un niño con discapacidad intelectual y de otro con altas capacidades. El primero llego antes al mundo, así que, acostumbrada como estaba a encontrarse a más de un 90% de madres en todos los espacios relacionados con la discapacidad, al empezar a formarse e informarse para el pequeño, le sorprendió comprobar que en esos otros espacios (los de las altas capacidades) la estadística se diera la vuelta y estuvieran copados por padres. La conclusión de esta observación empírica que la elabore cada una.

Perdón, cada una y cada uno… No vaya a ser.

La soledad es una forma silenciosa de bullying

Este curso mi hijo abandonó el sistema educativo de forma presencial. Y no porque académicamente fuera un esfuerzo brutal para él -que lo era y aún así lo realizaba-, sino porque enfermó de soledad.

Durante los cuatro años que cursó Educación Secundaria estuvo completamente solo.

La soledad es una forma silenciosa de bullying.

Todos los que estáis leyendo este texto habéis pasado por el sistema educativo. Así que me gustaría que retrocedierais a esos años e imaginarais pasarlos en la más absoluta y completa soledad. Que nadie hable contigo en clase, ni en los pasillos, que pases los recreos completamente solo, durante cualquier celebración que implique que ese día no haya clase. Siempre. Así durante cuatro cursos, uno detrás de otro.

Cuatro años durante los cuales no paré de darle vueltas a la cabeza para intentar encontrar alguna solución, alguna salida, alguna brecha por donde poder colarme para acabar con esta situación. Pero todo lo que se me ocurría o era imposible de poner en práctica o fracasaba.

El curso pasado, en mi desesperación, mandé un correo dirigido a toda la comunidad educativa del centro, a todas las patas de ese banco que es la escuela: tutoría, departamento de orientación, equipo directivo y Anpa (de la que además yo formaba parte, pero lo hice así porque quise escribir como madre de un alumno y no como vocal de la asociación).

Apenas se hizo nada. Al menos de lo que yo tuviera conocimiento o que a mí se me comunicara. Y no porque fueran malas personas, que no lo eran en absoluto, sino seguramente porque no sabían qué hacer y cada uno de ellos esperaba que fuera el otro quien asumiera aquel ruego (que era casi una súplica) y le diera solución. Intuyo que se miraron unos a otros, pensando cada uno de ellos que la responsabilidad era del de al lado.

Y puede también que el problema sea que este tipo de situaciones, el de la soledad en la escuela, no se perciban con la gravedad que tienen. Estoy casi segura de que si hubiese denunciado una agresión a mi hijo, se habrían activado todas las alarmas y se habrían puesto en marcha todos los mecanismos para acabar con esa situación.

Así que me parece indispensable y urgente dar visibilidad a la soledad en la escuela y hacer ver al mundo lo grave que es, las consecuencias que tiene (y no sólo para esa etapa de la adolescencia, sino para el resto de la vida) y la necesidad de actuar, de hacer algo para que nadie se sienta solo en esos espacios.

Debemos conseguir que deje de ser considerado como un asunto individual y casi que privado. Porque lo mismo ocurría con el maltrato. Recuerdo cómo en mi infancia el maltrato era considerado como un asunto particular, privado, doméstico. De ahí también el peligro de ese adjetivo (“intrafamiliar”) que algunos están empeñados en asignarle últimamente. Cuidado.

Todos en mi barrio sabíamos perfectamente quiénes eran los hombres que pegaban a sus mujeres. Ellas nos daban pena, pero ellos no nos producían rechazo, ni eran socialmente aislados. Creo que mi generación logró hacer ese cambio y hemos conseguido educar a la infancia y a la adolescencia de ahora para que vean el maltrato como lo que es: un delito y un delito intolerable con el que sólo se puede acabar entre todos.

Así que, por favor, démosle a la soledad en la escuela la preocupación que merece para, a partir de ahí, buscarle solución y desterrarla de esos entornos que deben ser de aprendizaje, pero también de acompañamiento. Resulta difícil aprender si uno se siente infeliz. Y eso, infelicidad, una infelicidad absoluta e insoportable, es lo que provoca la soledad no deseada en la escuela.

jarrón de cristal transparente con un ramo de flores silvestres marchitándose.

 

Hace algunos meses el colectivo Quererla es crearla impulsó la campaña “¿Qué hacemos con la soledad del alumnado?” para visibilizar esta dolorosa realidad.

Versión audiodescrita aquí.

El artista Leo Osa realizó de forma desinteresada este vídeo para la campaña. Un vídeo que ha sido utilizado en muchos centros educativos para promover la reflexión y la acción colectiva con el objetivo de hacer las escuelas más habitables para todos y todas.

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