Hace unas semanas Antón y yo nos sentábamos en la sala de espera de una consulta rutinaria. Después de estudiar para el control de Conocimiento del Medio del día siguiente, repasar la tabla del 3 y jugar cien partidas al ahorcado, él se sumergió en Youtube y yo en Facebook, gracias a la conexión wifi libre que pueden disfrutar los usuarios de una hospital público que no mencionaré, no sea que Telefónica o alguna de esas compañías que tanto se esmeran en hacernos la vida más fácil, interpongan una denuncia y nos corten la conexión. Por lo visto, no tienen problema en que los megacentros comerciales ofrezcan wifi gratuito a sus clientes pero sí los organismos públicos.
Abrí el enlace a una noticia tan fascinante como increíble: una chica de Liverpool había emprendido una travesía a través del Atlántico y, tras una serie de vicisitudes, había acabado recalando en la playa de una isla desierta donde vivió durante siete años. Pudo ser rescatada gracias a un chico de Minnesota que descubrió a través de una imagen de Google Earth la señal de S.O.S que la náufraga había escrito en la arena de la playa. Una historia increíble que, sin embargo, incluía algunos detalles que me la hicieron creer verosímil. O quizás fui víctima del más mortal de los aburrimientos.
El caso es que caí en eso que tanto critico a muchos de mis contactos: me creí un hoax y aunque no lo compartí con mis contactos, hice algo muy parecido que fue comentárselo a Antón en voz alta. Y al igual que yo, encontró la historia fascinante y se la creyó por completo. Con la diferencia de los treinta y cinco años que nos separan…
De vuelta a casa, siguió haciéndome preguntas en el coche y analizamos juntos lo increíble que resultaba todo: el hecho de que una chica de ciudad pudiera sobrevivir en una isla desierta, sola y sin medios, que ninguno de los grandes canales de noticias hubiera incluido esta información, más teniendo en cuenta que el gigante de internet andaba de por medio y que no habría dejado pasar la ocasión para publicitar su herramienta… Había demasiados flecos que comentábamos y analizábamos en voz alta. Le dije que en cuanto llegáramos a casa comprobaríamos la autenticidad de la noticia y así lo hicimos.
No hubo más que poner el nombre de la desdichada inglesa en el buscador de Google para comprobar que se trataba de un hoax. Antón pasó del asombro al estupor: ¿por qué alguien se inventaba una noticia y la difundía en internet? No pude darle respuesta a esto pero la anécdota le sirvió para conocer de primera mano que estas cosas pasan: que en internet (como en la vida) hay mentiras. Y aunque cometí el error de no comprobar la veracidad de la noticia antes de comentarla con él, el incidente nos sirvió para aprender muchas cosas: que los errores son la mejor forma de aprendizaje, que los padres no lo saben todo y a ellos también pueden engañarles, los pasos a dar en la red para verificar una noticia. Si le hubiera dicho sin más: Antón, ten cuidado y no te fíes de todo lo que encuentres en internet, no hubiera aprendido nada.
Existen padres y docentes contrarios a la tecnología precisamente a causa de todas las características negativas de la red: sobreabundancia de información, mentiras, falsedades y medias verdades, acoso…. Esta afirmación no puede servir como excusa para expulsar la tecnología e internet del aula. Internet resulta fundamental en la sociedad que hemos o estamos creando, así que también resulta imprescindible enseñarles a nuestros niños a manejarse en la red. Y esto resulta muy difícil cuando la mayoría de los propios adultos no sabemos hacerlo. Todos recibimos decenas de hoax vía wasap, correo-e o redes sociales y lo peor es que contribuimos a darles difusión por no tomarnos la molestia de comprobar su veracidad, algo que apenas lleva medio minuto.
A veces no se trata de no saber, sino de no ser conscientes, de creernos todo lo que nos llega porque nos lo ha enviado alguien de confianza. Vale, bien, ese contacto no te suele mentir o engañar pero la fuente de su fuente (puede haber cientos de personas por medio) sí puede hacerlo. Así que tenemos que hacer conscientes a los niños de que no todo lo que aparece en internet es verídico o fiable, ni tampoco cualquier noticia o enlace que nos envía un amigo. Exactamente de la misma forma que tampoco todo lo que aparece en las ediciones en papel de los periódicos ni en los libros es cierto. Se han escrito miles de libros que sólo contienen patrañas, noticias inventadas o no documentadas ni contrastadas. Internet es sólo otro formato más, sólo que más accesible y con una cantidad mucho mayor de información. Información que hay que enseñarles a gestionar.
No debemos utilizar la idea de las falsedades que circulan por la red para expulsar internet de la vida de los niños. Todo es aprendizaje, incluso las mentiras y las falsedades. Tal y como ocurrió en el caso que comentaba al inicio de esta entrada sobre la pobre Gemma Sheridan. Me arrepentí de no haberlo contrastado antes de contárselo a Antón pero resultó la forma más eficaz de trasladarle esta realidad a mi hijo. Me sirvió para enseñarle de forma práctica a razonar, cuestionar, profundizar e investigar. Y esa debería ser la tarea de la escuela en relación a la tecnología.
Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que es un mundo nuevo para todos, también para nosotros y si no aprendemos a manejarnos en él, difícilmente podremos guiar a nuestros hijos/alumnos. Este es un camino de ensayo-error a recorrer juntos. Estamos obligados a descubrir un nuevo mundo junto a nuestros niños y al mismo tiempo que ellos. Y, sobre todo, debemos perder el miedo a decir: “No lo sé, pero vamos a averiguarlo juntos”. Yo lo hago constantemente con mis hijos y puedo asegurar que es maravilloso y muy enriquecedor.
Google Earth
Desarrollador: Google Inc.
Idioma: español y otros
Precio: gratuita
Categoría: Conocimiento / Geografía
La experiencia aquí relatada también nos sirvió para descubrir Google Earth. Le había hablado con anterioridad sobre esta herramienta pero nunca le prestó atención. La falsa noticia le ayudó a descubrir que existía y sus hipotéticas utilidades. Me pidió que le bajara la aplicación y le fascinó.
Buscamos la zona donde donde vivimos y comprobamos que aparecía con una nitidez asombrosa, seguimos descubriendo otros rincones de nuestro pueblo y Antón pasó media tarde enredado con esta herramienta: “¡Mamá, mira mi cole!” “Mamaaaa, también viene la casa de los abuelos!!!” Buscó el prado donde tienen la cabaña del árbol, el barrio de los primos de Bilbao, su playa preferida…
Curiosamente, esa misma tarde teníamos que repasar el tema de Conocimiento del Medio dedicado a lo que significa vivir en comunidad, a los diferentes tipos de localidades, el municipio y sus servicios. ¿Acaso no resulta mil veces más interesante, instructivo y pedagógico examinar las diferencias en las características de una aldea, un pueblo y una ciudad volando sobre ellas de forma virtual a través de Google Earth que mirando las aburridas (y poco esclarecedoras) fotos del libro de texto?