Ajedrez y juegos de mesa: jugando (casi) en las mismas condiciones

AjedrezEn nuestra última entrada hablábamos de la importancia del juego como motor para la integración social y de cómo los juegos de mesa habían logrado unir a dos niños con gustos y habilidades, en principio, totalmente opuestas.

Antón se está iniciando en el ajedrez de la mano de su padre. Le gusta y, a pesar de sus limitaciones motrices y cognitivas, controla las nociones y los movimientos básicos. Hace un par de semanas le propusimos a él y a su amigo Brais que probaran a jugar juntos. Fue difícil vencer las reticencias iniciales de este último. Normal. A los niños de la era digital y de los juegos con escenas espectaculares en alta definición, la visión de un tablero cuadriculado y unas piezas estrambóticas, les debe resultar muy poco apetecible.

Sorprendentemente, la experiencia resultó un éxito. Mi hijo no ganó ni una sola vez pero, aún así, estaba entusiasmado y corría a comunicarme emocionado cada nueva pieza que Brais le comía. La cuestión es que, por fin, puede empezar a participar con su amigo en juegos en igualdad de condiciones (o casi) sin que, por primera vez, ninguno de los dos se aburra. Para mí fue una escena sublime que casi me hizo llorar y que corrí a compartir vía wasap con mi amiga, la mamá de Brais.

Me he puesto como loca a buscar “aplicaciones para dos” para seguir explorando esta vía. Como resulta bastante engorroso llevar ese pedazo tablero más las fichas bajo el brazo, hemos encontrado una aplicación que nos permite jugar al ajedrez cuando salimos de casa.

Chess Academy for Kids

Enlace App Store

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Desarrollador: Next is Great

Idioma: Inglés (imprescindible para tutoriales; no relevante para juego)

Precio: 0,89 € (versión lite); 4,49 (versión completa)

Categoría: Lógica / Juegos para compartir

Descripción: La aplicación está dividida en dos módulos:

Tutorial: La versión gratuita incluye 30 tutoriales y la completa 140. Se trata de textos sencillos donde se describen las reglas del juego. Se acompañan de ejemplos que permiten visualizarlo sobre el tablero. Completada la parte teórica de cada sección o capítulo, se nos asignan ejercicios muy sencillos (relacionados con la pieza o movimientos descritos) que nos permiten asimilar y poner en práctica dicha teoría. Son ejercicios donde se nos va guiando y corrigiendo hasta completar con éxito la tarea requerida.

Modo Juego: La versión lite permite partidas entre dos jugadores. La completa añade la posibilidad de retar a la máquina en caso de que no contemos con un contrincante real y físico a mano. Tanto el tablero como las piezas cuentan con un diseño cómodo y agradable. El panel de control es muy completo y la configuración de los ajustes muy sencilla. Facilita que el niño pueda manejarse de forma autónoma a través de la actividad.

Valoración: Los tutoriales son fantásticos y permiten iniciar a los niños en el complejo mundo del ajedrez de forma sencilla, amena y progresiva. La aplicación está diseñada para que los niños mayores de 8 años puedan manejarse solos, mientras que los menores de esta edad necesitan de un adulto a su lado que los guíe y acompañe a través de las explicaciones.

Sin embargo, tiene un gran y enorme inconveniente: Todo lo descrito se aplica únicamente al mercado anglosajón, ya que esta excelente aplicación sólo está soportada en inglés. Por tanto, la sección relativa a los tutoriales, que es sin duda la más interesante, nos es completamente inútil si no somos capaces de desenvolvernos en este idioma.

Esperamos que en futuras actualizaciones se incorporen nuevos idiomas que permitan ampliar el número de usuarios de los tutoriales. La aplicación es una maravilla para iniciar a los niños en el mundo del ajedrez. Sí que podemos, al menos, utilizar la parte relativa al modo juego y emplearlo como una forma cómoda y sencilla de tener a mano un tablero de ajedrez virtual.

Enlaces:

Chess Academy for Kids Lite (0,89)

Chess Academy for Kids by Geek Kids (4,49€)

Chess Masters (1,79€): para expertos que ya han superado los retos de las dos versiones anteriores.

 

La mamá de Brais dice que hemos creado un monstruo: ahora sólo piensa en jugar al ajedrez. ¿Quién sabe?, a lo mejor tenemos entre nosotros a un futuro Kasparov…

Cuando el juego es mucho más

Jugaba con niñas porque ellas hablaban más y corrían menos”. Esta frase, extraída de un maravilloso artículo de Santiago Roncagliolo (Princesas y futbolistas) define a la perfección la naturaleza de las relaciones sociales de mi hijo.

JuegoInclusion_NiñasLo queramos o no, es una evidencia que, en general, los gustos y aficiones de los niños difieren en función del género. Y por mucho que intentemos educarles de igual forma y les ofrezcamos las mismas posibilidades, en general y salvo raras excepciones, sus mundos se separan a partir de los 6 ó 7 años y no vuelven a reencontrarse hasta algún tiempo después.

Yo misma, y antes de ser madre, renegaba de estas generalizaciones y mitos. Sin embargo, desde que nació la mayor he ido observando la naturaleza de sus relaciones sociales y las de sus amigos. Tras doce años de análisis y reflexión (cual entomólogo) he tenido que rendirme a la evidencia. Mi hija ignoró todo el conjunto de grúas, scalextric, barcos, maletines de herramientas y similares que con tanto afán igualitario nos empeñamos en comprarle. Tan sólo le encontró utilidad a un coche, descapotable y lo suficientemente amplio para acomodar a todo su ejército de Barbies. Sí, esa muñeca sexista y odiosa cuya entrada teníamos terminantemente prohibida en casa y que le acabaron proporcionando amigos y familiares desoyendo nuestras órdenes claras, tajantes… e inútiles.

A pesar de nuestros esfuerzos por educarles en la igualdad y huir de los tópicos sexistas, parece existir algo incorporado de fábrica que les lleva a diferenciarse, al menos, en cuanto a ciertas preferencias.

Durante la etapa de Educación Infantil, esas diferencias son pequeñas y sutiles: las chicas adoran el rosa, la purpurina y las barbies (o su sucedáneo actual representado por las Monster High); mientras que los niños se decantan por el azul y les fascina el universo de los superhéroes y dinosaurios. Coincidiendo con el inicio de la Educación Primaria, sus mundos comienzan a divergir. Seguramente el tema fútbol tenga mucho que ver en el origen de esta bifurcación. Así que, a los niños que no les gusta el fútbol, o a quienes no pueden practicarlo como es el caso de mi hijo, no les queda más remedio que buscar a otros “frikis” afines a ellos, más interesados en cazar grillos, coleccionar arañas o jugar a piratas que en pegar patadas al balón a todas horas.

Pintanto y tomando teOtra opción, bastante más excepcional, es la de acoplarse a las niñas. Este es el caso de Antón ya que, debido a las circunstancias derivadas de su discapacidad, también carece de la habilidad necesaria para atrapar bichos o abordar un barco imaginario. Cuando leí esa frase en el artículo de Roncagliolo, entendí que esa definición tan concisa y perfecta (“hablaban más y corrían menos”) resumía en cinco palabras el fundamento del mundo social de Antón: dadas sus dificultades en cuanto a la comunicación expresiva, se le da muy bien escuchar y el movimiento no es precisamente su fuerte.

Así que, los mejores amigos de Antón son chicas. Ha tenido la enorme suerte, además, de encontrarse a niñas increíbles en su camino. Y no sé si se deba a la influencia de estas amistades femeninas o porque ya venía así configurado de fábrica, lo cierto es que es el único niño-chico de la clase cuyo color preferido es el rosa, es más fan de Peppa Pig o Dora Exploradora que de Spiderman y odia el fútbol. Y eso, a pesar de los esfuerzos de toda la familia por lograr que, al menos, disfrutara de este deporte como espectador, dada su innegable relevancia en la vida social.

Lo han intentado su hermana, su tío y sus primos (hinchas a muerte del Athlétic de Bilbao), su abuelo (fanático del Real Madrid), su padre (indefinido oficialmente pero barcelonista de corazón) y hasta yo misma (a pesar de mi animadversión hacia a este deporte, de puro cansina que me resulta su omnipresencia). No ha habido manera… Lo odia. Logramos que se contagiara un poco del entusiasmo de los bilbainistas de la familia hacia el final de la temporada pasada, ante los que se presuponían triunfos históricos que estaban a punto de llegar tras tantos años de sequía. Pero, lo más lejos que llegó fue a llevar la bufanda del Athlétic al cole un par de días. El desánimo absoluto de hermana, tío y primos ante el descalabro monumental de los leones, sólo sirvió para reafirmarle en su convencimiento de que semejante desgaste en energía e ilusión no merecía en absoluto la pena.

De todos modos, y a pesar de lo expuesto, Antón suspira por tener también amigos chicos y poder participar de sus mismas actividades. Algo que, hasta hace poco, parecía imposible.

Su amigo Brais y él nacieron casi a la vez y la amistad que nos une a las familias ha hecho que crecieran juntos. Fueron compañeros de juegos en su primera infancia pero, a medida que crecieron, las diferencias en cuanto a sus habilidades motrices les fueron distanciando. A pesar de compartir género, edad, curso y cole, no pueden ser más distintos en cuanto a gustos, aficiones y habilidades. Alguna tarde les ha unido el visionado de una película o jugar con el iPad. Sin embargo, se limitan a alternarse el dispositivo, lo que no ayuda a compartir ni crear vínculos. Sus habilidades en cuanto a la motricidad fina son tan distintas, que no les interesan los mismos juegos. A Antón le resulta imposible ejecutar los que le entusiasman a Brais y a éste le aburren infinito los que se adaptan a las habilidades de Antón.

El caso es que, tanto yo como la madre de su amigo (y especialmente ella), llevamos años intentando hacer confluir sus mundos. No hemos dejado de darle vueltas a la cabeza y probar juegos y actividades que pudieran compartir y que les divirtiesen a ambos. Ya digo que, tanto sus habilidades como sus gustos, no pueden ser más diferentes. A Brais le encanta moverse (subir, bajar, correr, trepar) y las videoconsolas sofisticadas tipo Play o Wii cuyos juegos son imposibles de ejecutar para Antón.

Parchis-1Parecía misión imposible, hasta que a la maravillosa y tenaz mamá de Brais se le ocurrió probar con el mundo de los juegos de mesa. Aunque inicialmente ambos fueron reacios, la operación acabó resultando un éxito. Y ese ha sido el punto de inflexión que les está volviendo a reunir. Primero fue el parchís, después el Cadoo, el Quien es Quien, dominó, memory… Nuestro último descubrimiento ha sido el ajedrez.

QuienEsQuien (2)Aunque las habilidades motrices y cognitivas de su amigo quizá siempre estén por encima de las suyas, lo importante es que jueguen y participen de la misma actividad. Han aprendido a asociar ciertos juegos a determinados amigos. Brais sigue jugando al fútbol con Jaime, “a luchas” con Mateo y a la Play con Santi. Y a Antón le sigue encantado jugar “a tiendas”, a “mamás y papás” o a disfrazarse con Yasmin, Manuela o Patri. Finalmente, han aprendido a adaptarse el uno al otro y a encontrar un lugar donde disfrutar juntos. Tenemos la esperanza de que eso les ayude a establecer puentes entre ellos, a afianzar lazos y consolidar una amistad que ojalá les lleve a encontrarse también en otros puntos y momentos de la vida.

Al principio del camino, los padres de niños que nacen con alguna discapacidad, nos preocupamos y obsesionamos con interrogantes acerca de si alcanzaran o no determinadas funcionalidades básicas (hablar, andar, controlar de esfínteres, autonomía en la vida diaria), así como objetivos intelectuales también esenciales (leer, escribir, calcular…). Sin embargo, cuando el tiempo pasa y crecen, somos conscientes de lo enormemente importante que resulta para su felicidad la integración social. Así que, sus manifiestas dificultades para establecer relaciones sociales con niños de su misma edad, acaba generándonos enorme angustia y ansiedad. Especialmente en el caso de niños a quienes precede algún hermano mayor, que constituye su referente y cuyas relaciones sociales aspiran a imitar.

La normalización de la vida social implica para la familia una cuota de sufrimiento importante que atraviesa diferentes etapas con distintos motivos de abatimiento. En una primera etapa son inevitables las comparaciones: mortificadoras tardes de parque donde sólo eres capaz de ver lo que otros niños de su edad ya hacen y que tu hijo quizás nunca consiga. Al resto de niños, a aquellos que no nacen con diversidad funcional, no se les somete a la humillación de ser permanentemente comparados. Y no importa que esas reflexiones no se hagan en voz alta ni delante del niño. Son los mayores expertos en comunicación no verbal y absorben esos sentimientos que pueden acabar pasando factura a su autoestima. Debemos sentir orgullo de nuestros niños y valorar como se merecen los esfuerzos que deben realizar todos y cada uno de los días de su vida. Aceptar su forma de ser y funcionar, y disfrutar del ser único y especial que es.

Superada esta etapa, llega otra más dolorosa si cabe: el momento en que buscan ser aceptados como iguales entre los de su edad. Es también enorme el sufrimiento que generan estas dificultades por encajar con los suyos. Eres consciente de cada rechazo físico, de cada mirada de recelo, de cada frase de desdén, de sus esfuerzos ingenuos por alcanzar a quien le rehúye… Estas situaciones provocan un enorme dolor que es necesario apartar para que no ensombrezcan los instantes felices, que probablemente sean mayoría aunque parezcan pesar menos.

Resulta muy loable recoger tapones para ayudar a niños con discapacidad a recaudar fondos para objetivos concretos, participar en maratones y campañas solidarias o compartir en el muro de Facebook la celebración del correspondiente “Día de”. Sin embargo, lo realmente importante es no olvidarse de incluirles y hacerles partícipes de nuestro entorno social: invitarlos a las fiestas de cumpleaños de nuestros hijos, a comer o pasar alguna noche a casa como cualquier otro amiguito o a educar y animar a sus compañeros para que intenten participar en actividades y juegos que se adapten a ellos. Sé que es difícil, pero no imposible. Sobre todo, si se tiene la suerte de tener amigas tan maravillosas como la mamá de Brais.

Dadas las dificultades de trasladar fuera de casa los juegos de mesa (y a pesar de ese agujero negro que parece existir en el fondo del bolso de las madres), resultaría genial poder incorporar a nuestra tableta aplicaciones de este tipo para que nuestros hijos puedan socializarse y compartir juegos con otros niños durante quedadas y reuniones de amigos. Así evitaremos también ese triste espectáculo que resulta de contemplar como un grupo de adultos charla, divertido y animado, mientras en la mesa de al lado sus hijos se vuelcan en sus respectivas consolas, tableta o móvil, ignorándose los unos a los otros.

A eso dedicaremos en Cappaces las próximas entradas. Hemos añadido una subcategoría nueva dentro del apartado Ocio denominada Juegos para compartir. Aquí iremos incluyendo otras aplicaciones que reúnan este tipo de características y permitan la interacción entre dos o más niños.

Cappaces en Hoy por Hoy (Cadena SER)

audio de la entrevista en Hoy por Hoy (Cadena SER)

audio de la entrevista

Quiero agradecer a Carles Peña la oportunidad de difundir y dar voz a nuestro proyecto en la sección  «SER Capaces» de la que es responsable y que, cada viernes, centra su atención en el mundo de la diversidad funcional dentro del programa «Hoy por Hoy» (Cadena SER)

Millones de gracias también y un abrazo inmenso a Cristina Navarro que fue quien contactó con ellos inicialmente y les habló de cappaces.com

AUDIO de la entrevista

El poder de las palabras

 

uso respetuoso del lenguaje, discapacidad, diversidad funcional

©Paula Verde Francisco

 

Las palabras moldean el pensamiento

Cuando iniciamos los trámites para lograr el certificado de discapacidad de mi hijo, recuerdo ver a mi marido cabecear contrariado sobre los formularios y cuestionar el empleo del término “minusvalía”. El departamento encargado de aquella gestión llevaba por nombre “Sección de Calificación y Valoración de Minusvalideces”. Era 2005 y ese mismo encabezado se repitió en diferentes trámites y renovaciones posteriores. Hubo que esperar al año 2011 para recibir el primer documento donde la palabra “Minusvalideces” apareciera sustiuída por “Discapacidades”.

– ¿Qué más da? –dije yo indiferente aquel día–  ¿Qué más da una palabra que otra?. Lo que es, es y de nada sirven los eufemismos.

El diagnóstico de Antón había caído sobre mí como una auténtica tragedia y mi percepción sobre la discapacidad estaba muy lejos de lo que hoy ha llegado a ser. Estaba atravesando una de esas fases en las que los expertos dividen el proceso de duelo: la del dolor. Pero no estaba dolida, estaba cabreada, muy muy cabreada. Poco podía imaginar yo entonces lo mucho que iba a cambiar con el tiempo mi perspectiva, mi forma de pensar y de sentir también en este aspecto: el del lenguaje.

Las palabras son enormemente poderosas. No sólo designan objetos o conceptos, sino que también dan forma al pensamiento y este, a su vez, condiciona nuestras actitudes. Así que, para cambiar actitudes inadecuadas, perjudiciales, equivocadas e injustas, es necesario empezar por cambiar la forma en que hablamos y la terminología que empleamos.

La discapacidad como parte de la naturaleza

Existe un conjunto de palabras que se han venido utilizando para hacer referencia a las personas con discapacidad que deberíamos desterrar para siempre de nuestro vocabulario. Son palabras que obedecen a otras épocas y formas de pensamiento. Y son, además, calificativos y expresiones ligadas a una concepción peyorativa, negativa y estigmatizada de la discapacidad. Una concepción que entendía la discapacidad como un castigo o que la interpretaba como una anomalía excepcional de la naturaleza.

Nadie con un mínimo de sentido común y sensibilidad podría sostener a día de hoy la teoría del castigo divino. Respecto a la que percibe la discapacidad como algo excepcional, tampoco se ajusta a la realidad. Se estima que el 10% de la población mundial tiene algún tipo de discapacidad. Con estas cifras no se puede considerar esta circunstancia como algo excepcional en la naturaleza, sino como parte inherente a ella. Las personas con discapacidad son, pues, la minoría más amplia que existe cuantitativamente y, sin duda, también la más heterogénea: se da en todos los continentes, en todas las culturas y grupos étnicos, en ambos géneros y a cualquier edad, en todas las comunidades religiosas, partidos políticos y grupos ideológicos, en cualquier clase social o colectivo profesional… La discapacidad no es una excepcionalidad, es parte de la naturaleza, del mundo y de la sociedad.

Las personas con discapacidad son negras, blancas o asiáticas; altas, bajas, gordas o flacas; rubias, morenas o pelirrojas. Cristianos, musulmanes, judíos, budistas, hindúes y ateos. Heterosexuales u homosexuales. Padres, madres, hijos, sobrinos, tíos, abuelos, suegros, yernos, primos… Pueden ser maestros, peluqueros, abogados, reponedores, arquitectos, transportistas, médicos, ordenanzas, ministros, agricultores, camareros, banqueros o científicos. La discapacidad es inherente al ser humano y puede, además, llegar a afectar de forma transitoria a todas las personas en algún momento de sus vidas.

Cambiar las palabras para transformar las actitudes

Las personas con discapacidad merecen ser tratadas con el mismo respeto que las no nombradas por esta circunstancia. Y ese respeto debe empezar por la forma en que nos referimos a ellas. Desechemos de nuestro vocabulario ciertas palabras que obedecen a formas de pensar injustas, irrespetuosas y crueles: minusválido (¿quién, cómo y en función de qué criterio se decide si un ser humano vale menos que otro?), retrasado, impedido, deficiente, disminuído, inválido, tullido, incapacitado, paralítico, mongólico, discapacitado… La lista de vocablos desafortunados es interminable. La mayoría de ellos, además, ha derivado en insulto o tienen una fuerte carga negativa.

Debemos cambiar también las expresiones que describen esta circunstancia. Una persona no “es discapacitada” sino que “tiene una discapacidad”. Del mismo modo que quien tiene gafas no es un gafoso o a quien padece cáncer no lo definimos como canceroso, ni a los portadores del VIH como sidosos. Si estos términos nos parecen intolerables, ¿por qué no aplicamos las mismas reglas al mundo de la diversidad funcional?.

Las personas no SON sus condiciones, sino que las TIENEN:

Una persona no “es un Down” sino que “tiene Síndrome de Down”.

No es autista, tiene autismo.

No es retrasado mental, tiene una discapacidad cognitiva.

No es paralítico, tiene parálisis cerebral.

No es enano, tiene acondroplasia.

No es tretapléjico, tiene una tetraplegia.

No se padece o sufre una discapacidad, se tiene una discapacidad. O, mejor todavía, se es nombrado por la discapacidad.

No se está atado o confinado a una silla de ruedas. Una silla de ruedas se utiliza para desplazarse.

La inclusión de las personas con discapacidad debe convertirse en una realidad. La necesidad de normalizar sus vidas es urgente, entendida ésta como la existencia plena y activa dentro de la sociedad. Debemos considerar, ver y entender la discapacidad como parte inherente de la condición humana. Y nada de esto será posible, si no empezamos por cambiar las palabras y expresiones con que hacemos referencia a sus circunstancias y su forma de funcionar.

Definir a las personas por lo que son y no por sus diagnósticos

PoderPalabrasYa hemos visto cómo las palabras pueden crear o destruir porque, muchas veces, elaboran el pensamiento y le dan forma. Los términos llevan asociados ideas, valores y prejuicios que se transmiten en el tiempo. Si queremos cambiar esos conceptos y valores, debemos empezar por cambiar las palabras. La utilización de cierta terminología anticuada y poco apropiada, puede perpetuar estereotipos negativos y reforzar barreras de comportamiento muy importantes. Y son estas barreras las que suponen el principal obstáculo en la vida de las personas con diversidad funcional.

Determinados diagnósticos médicos parecen apoderarse por completo de los individuos a quienes se asignan. La mayor parte de las personas no son definidas por sus diagnósticos. Antes que nada son personas, que pueden estar o no afectadas por determinadas condiciones médicas: dermatitis, reumatismo, diabetes… No anteponemos ninguna de estas clasificaciones médicas a la persona. Son Alberto, Marta, Irene o Martín y no “el asmático”, “la miope” o “el celíaco”.

Sin embargo, esto no es así para las personas con discapacidad: anteponemos su diagnóstico (autismo, parálisis cerebral, síndrome de Down) a su persona. Pocas veces conseguimos percibir otras muchas características que también forman parte de su personalidad: talento musical, pasión por los automóviles, afición a la montaña, consumado repostero, lector voraz, contador de chistes, facultad de oratoria, tímido, extrovertido, antipático, carismático, tierno, huraño, fabulador, honesto, susceptible, alegre, chismoso, idealista, ingenuo, pragmático, pesimista… y todos esos cientos de rasgos que son los que ayudan a conformar lo que una persona es. Todo, absolutamente todo, queda fagocitado, empañado y ocultado bajo un diagnóstico. La utilización de este tipo de terminología debería quedar reducida al mundo de la medicina, único ámbito donde la etiqueta médica de una persona puede tener algún sentido. No deberíamos permitir que en el ámbito social esos términos definan lo que una persona es.

Cuando vemos el diagnóstico como la característica más importante de una persona, la estamos despreciando como ser humano. No podemos permitir que el diagnóstico de una persona acabe definiéndola.

Diversidad funcional

Hemos concluído que las personas no son su discapacidad sino que la tienen. Sin embargo, la expresión “tener una discapacidad” tampoco me convence plenamente. Aunque la palabra “discapacidad” resulte, desde luego, más apropiada que los calificativos y expresiones que se han venido usando hasta ahora, sigo percibiendo en ella una cierta carga negativa.

Hemos reflexionado también acerca de lo que significa realmente tener una discapacidad: supone tener unas características biofísicas diferentes a las de la mayoría cuantitativa de la población y que llevan a funcionar de forma distinta. Es por ello que la expresión “diversidad funcional” se ajusta mejor a la realidad y, a diferencia de los adjetivos y expresiones empleados hasta ahora, no lleva implícita ninguna connotación negativa.

Existe un movimiento de personas adultas con discapacidad del que he aprendido muchísimo: Foro de Vida Independiente (FVI). Este colectivo defiende el modelo de vida que yo quiero para mi hijo cuando alcance la etapa adulta. Es aquí donde se gestó la expresión diversidad funcional  y desde donde se está luchando por lograr su implantación. Representa, sin ninguna duda, una expresión mucho más respetuosa, justa y adecuada a la realidad. Entendiendo que en esto, precisamente, consiste tener una discapacidad: en funcionar de un modo diferente. Bien sea desplazarse en una silla de ruedas (en lugar de andar con las piernas), comunicarse con lengua de signos o pictogramas (y no con lenguaje oral), escribir empleando un teclado en vez de un bolígrafo o sustituir el tacto por la vista (braille) para leer un texto.

Entiendo que es un término que puede resultar largo y complejo, pero creo que deberíamos hacer el esfuerzo porque cuajara y se popularizara. Hemos sido capaces de incorporar a nuestro vocabulario términos, nombres y hasta expresiones imposibles, sin ningún problema: Ratzinger, Schwarzenegger, Guggenheim, Azerbaiján, Al-Qaeda, pen-drive… Últimamente ni siquiera nos molestamos en traducir los títulos de series de televisión. La lista de ejemplos resulta interminable y respecto al ‘mundo niños’, parece imposible que puedan manejar con tanta soltura las denominaciones de todos los Pokemon y sus evoluciones o la compleja lista de dinosaurios y, sin embargo, lo hacen.

Hagamos, pues, el esfuerzo colectivo de cambiar también las palabras y expresiones que utilizamos para hacer referencia a un colectivo tan importante como marginado. Nunca podrán alcanzar una inclusión real, si no empezamos por referirnos a ellos de forma digna, correcta y justa.

uso respetuoso del lenguaje, discapacidad, diversidad funcional

©Paula Verde Francisco

 

Frases y expresiones que construyen barreras mentales

“De cerca, nadie es normal”

Todos y cada uno de nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido “diferentes” al resto. Estoy segura de que es un sentimiento común a todos los seres humanos. Pero, de forma paradójica, consideramos “normales” a la mayoría de personas que nos rodean. Sin embargo, cuando tenemos la oportunidad de conocerles algo más a fondo, llegamos a darnos cuenta de que no son todo lo normales que parecían a primera vista. La frase de Caetano Veloso que encabeza este párrafo, no puede definir mejor y de forma más concisa esta sensación.

La “normalidad” parece envolverlo todo y a todos. Pero, ¿que significa “ser normal”? ¿Se ajusta todo a una única norma? ¿Respondemos todos a una forma normal de ser, estar o vivir? No. ¿Por qué, entonces, existe esa idea colectiva de normalidad? La respuesta constituye para mí un misterio. A no ser que confundamos normal con convencional. Puede que la mayoría de nosotros llevemos vidas más o menos convencionales, pero lo cierto es que ninguno somos en realidad normales y casi nadie, en su fuero interno, se sentiría completamente identificado con este adjetivo.

Problema, ¿qué problema?

Perder a un ser querido, ser diagnosticado de cáncer, quedarse sin empleo, divorciarse, caer en la drogodependencia o la ludopatía, distanciarse de un amigo, sufrir un accidente de tráfico…. Todas estas circunstancias y cientos de situaciones más constituyen “tener un problema”. Tener características biológicas diferentes y funcionar de forma distinta a como lo hace la mayoría cuantitativa de la población, no debería calificarse como problema.

Se ha venido utilizando esta expresión como una alternativa a todos esos otros términos tan contundentes y cargados de negatividad como disminuido, inválido o discapacitado. Parece representar (de forma completamente errónea) una forma más delicada de designar a las personas con diversidad funcional. Muchas veces somos las propias familias quienes empleamos esta expresión, porque la forma en que se nos ha educado respecto a la discapacidad, nos ha convencido de que tener un niño con estas características significa realmente tener un problema y vivimos su llegada al mundo como una tragedia.

No podemos permitir que nuestros hijos escuchen continuamente a su alrededor referirse a ellos como “el niño del problema”. Acabará convirtiéndose en una profecía autocumplida porque, si se les designa así, acabaremos convenciéndoles de que realmente tienen un problema. Y ese, y no otro, será su auténtico problema.

Ser especial

A veces pasamos al extremo contrario y sustituimos “tener un problema” por “ser especial”. El problema reside en que cuando empleamos la palabra “especial” nuestra actitud y expresión no verbal sigue queriendo decir realmente “problema”. Así que pervertimos un término en principio positivo, para acabar convirtiéndolo en algo también negativo.

La primera vez que fui consciente de ello fue el día en que mi hija, que por entonces tenía seis años, vino a mí preocupada para que le dijera “la verdad”. Y esa verdad consistía en saber si ella también tenía algún tipo de discapacidad como su hermano y se lo estábamos ocultando porque “a mi Antón me parece normal pero es especial” y porque “Antón es especial pero él no lo sabe”.

Poder palabras especialPara esa niña de seis años, la palabra especial tenía el mismo significado que para los adultos el término problema. La palabra que todos usábamos para referirnos a Antón y que creíamos completamente inocente, había adquirido una carga tremendamente negativa.

Esa conversación también me hizo reflexionar sobre cómo nuestra actitud y nuestras expresiones habían acabado convenciendo a esa misma niña de que su hermano, a quien ella veía perfectamente normal porque no lo había conocido de otra forma, tenía en realidad un grave problema. Ese sentimiento suyo también decía mucho de cómo le habíamos transmitido las circunstancias de su hermano.

Ella, que había crecido y convivido con él, nunca había visto nada de especial, extraordinario, atípico o negativo en la forma de ser y funcionar de su hermano. Aprendí muchísimo de su actitud. En realidad, lo aprendí TODO. Eran innumerables los campos en los que no le dábamos a Antón ni siquiera la oportunidad de fracasar. Su hermana, sin embargo, lo inició de la forma más natural del mundo.

Resultaba sorprendente observarles y comprobar las estrategias que salieron de ella para que su hermano pudiera participar en determinadas actividades. Cuando Antón aún no andaba ni se comunicaba de forma verbal y sus dificultades motrices eran enormes, le encontré una tarde sentado junto a ella aprendiendo a crear su propia firma. Era un amasijo de garabatos ilegible… como lo son la mayoría de las firmas.

La primera vez que se encaramó a la cima de un tobogán, lo hizo ayudado por su hermana y aprovechando un despiste mío. Después de lanzar un grito de terror y la correspondiente bronca, les pedí que me explicaran cómo habían logrado tal hazaña y todavía hoy sigo perpleja al recordarlo. Fue su hermana quien le enseñó a bajar las escaleras sentado o la mejor técnica para descolgarse de la cama. Durante el tiempo en que Antón sólo podía desplazarse sentado, su hermana puso de moda en el parque las carreras en esta modalidad. Y aquí sí que Antón era imbatible. Y tantas y tantas cosas… Nunca vio ninguna limitación en su hermano y, de forma natural y espontánea, supo percibir que tan sólo necesitaba de otras herramientas o estrategias para hacer lo mismo que el resto de niños. Yo, en cambio, necesité de varios años y toneladas de documentación, bibliografía y pesquisas en internet, para llegar a una nueva forma de pensar, de sentir y de actuar.

Si no somos capaces de utilizar la palabra especial en su sentido real y positivo, sustituyámosla por expresiones más acertadas. ¿Qué pueden tener de especial elementos como el transporte, un aparcamiento, un cuarto de baño o la habitación de un hotel?. Sería más apropiado hablar de transporte adaptado o aparcamientos, baños y habitaciones accesibles.

Los alumnos con autismo o TDAH y los que tienen parálisis cerebral o discapacidad visual no tienen las mismas necesidades, así que tampoco deberíamos englobarlas en un todo. En lugar de “necesidades educativas especiales”, deberíamos hablar de adaptaciones materiales, físicas, curriculares o metodológicas.

“Estos niños”

Cuando escucho frases del estilo: “estos niños son muy cariñosos”, “estos niños esto“ y “estos niños aquello”, tengo que hacer verdaderos esfuerzos por reprimir las ganas de replicar: “¿estos niños quiénes? ¿los que utilizan silla de ruedas? ¿los que tienen síndrome de Asperger? ¿los que tienen los ojos azules? ¿los que devoran espaguetis? ¿los que odian las pelis de miedo? ¿estos niños cuáles? ¿qué niños???!!!

Por supuesto, sé que se están refiriendo a mi hijo y sus colegas, o sea, a todo el conjunto de niños con diversidad funcional, como si este colectivo fuese un todo homogéneo. Ni siquiera los niños agrupados en una misma clasificación médica son un todo homogéneo, ni siquiera los niños que comparten diagnóstico y viven en el mismo país, y ni siquiera los niños definidos con un mismo síndrome y que han sido educados dentro de la misma familia. No, no son todos iguales.

Además del gen que ha definido sus diferencias biofísicas, existen otros cientos de miles de genes más, responsables de todas las características que definen sus rasgos, personalidad, gustos, talentos y aficiones.

Los chinos no son todos iguales. Los musulmanes no son todos iguales. Los vegetarianos no son todos iguales. Los fans de los Beatles no son todos iguales. Los jardineros no son todos iguales. Los asmáticos no son todos iguales. No todos los niños con diversidad funcional son iguales. Tan sólo es igual la mirada y la simpleza de aquellas personas que así lo perciben y la discriminación, los prejuicios y la incomprensión de que son objeto.

Estar “enfermo”

No son pocas las veces en que Antón ha regresado enfadado del colegio lamentando: “estoy harto de que digan que estoy enfermo”. Efectivamente, la discapacidad no es equivalente a enfermedad. La enfermedad es una circunstancia transitoria y cuando un niño enferma puede tener síntomas molestos (fiebre, tos, vómitos, dolor de cabeza, sarpullido, mareos) que le hacen acudir al médico, tomar un medicamento o permanecer en casa/hospitalizado hasta recuperarse. La enfermedad está relacionada con la salud, mientras que la discapacidad tiene que ver con el modo en que una persona funciona. Un niño con discapacidad tiene una forma diferente de funcionar, pero no está enfermo.

No es que sea mejor o peor estar enfermo que tener una discapacidad. Hay enfermedades graves y enfermedades leves; pueden ser crónicas o transitorias; enfermedades para las que existe tratamiento y enfermedades incurables. Por su parte, existen discapacidades que afectan a una o varias funcionalidades de la persona; discapacidades para las que se han desarrollado y generalizado herramientas que permiten a esas personas desenvolverse sin dificultad y que facilitan su inclusión social y otras con las que, en cambio, resulta muy difícil funcionar en el entorno físico y mental que la sociedad ha construido.

Enfermedad y Discapacidad son dos condiciones distintas. Y a nadie le gusta que le califiquen como algo que no es. Tener una discapacidad significa tener una forma diferente de ser y/o funcionar. No equivale a “estar enfermo”. Y Antón está harto de oír a los niños decir que “está enfermo” para explicar su forma de ser y funcionar. Seguramente, esta actitud se deba a la influencia de padres bienintencionados que no han encontrado otra forma mejor de dar respuesta a los interrogantes de sus hijos acerca de las circunstancias de Antón: ¿por qué habla así? ¿por qué anda así? ¿por qué no puede jugar al fútbol? ¿por qué no sabe escribir con el lápiz? ¿por qué se utiliza pañal?… y tantos y tantos porqués.

Y lo más probable es que, además, esos adultos sientan y entiendan realmente su discapacidad como una enfermedad. Porque la forma en que se ha abordado hasta ahora la discapacidad, basada en la exclusión, la marginación o la pena, les ha impedido convivir y conocer a personas de estas características. Y porque el modelo médico está tan generalizado, que ha impregnado toda la sociedad y ha impuesto la definición de las personas con discapacidad como enfermos. Antes de la Era Antón, yo también pensaba así.

Carmen Saavedra

SIGNIFICADO DE DISCAPACIDAD

Bibliografía

– Kathie Snow: Disability is Natural. BraveHeart Press, 2001

– Javier Romañach y Manuel Lobato: Diversidad funcional, nuevo término para la lucha por la dignidad en la diversidad del ser humano.

–  Agustina Palacios y Javier Romañach: El modelo de la diversidad . Diversitas ediciones, 2006

Cookie Doodle. Aplicación para elaborar divertidas galletas

apps para niños

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Desarrollador: Shoe the Goose

Idioma: Inglés (no relevante)

Precio: 0,89 €

Categoría: Comidas

Cuando los amigos de mi hijo se pusieron en pie y empezaron a andar, correr, trepar, perseguirse y patear balones, él todavía permaneció unos años más en el suelo. Descubrí una forma infalible de sentar a esos niños para que volvieran a jugar con él, recurriendo a las benditas comiditas. Tan imprescindible como la merienda, las toallitas o el pañal, era salir de casa con nuestro set completo de cacharritos de juguete, a los que se fueron añadiendo envases de yogur, medidores de papilla, cucharillas de helado y todo cuanto fuera susceptible de servir de recipiente.

Las comiditas resultaron un estupendo medio de socialización. Niños de todos los colores y pelajes se sentaban con él para elaborar recetas a base de los ingredientes más insólitos: hierbas, piedras, arena, flores, palos, conchas… y hasta alguna colilla.

No sé si fue esto lo que fomentó su pasión por la cocina, o ya había nacido con un cocinero dentro, pero lo cierto es que a mi enano le encantan este tipo de aplicaciones. Del mismo modo que le sigue gustando, a día de hoy, jugar a las comiditas o se queda pegado al televisor cuando asoma por la pantalla algún cocinero. Sus ídolos no son Messi ni Ronaldo, sino Arguiñano, Sergio o José Andrés (aunque a bastante distancia de su abuela, líder indiscutible del colectivo).

Descripción: Si hoy es una de esas tardes de lluvia, en que tu hijos pueden acabar sacando cazuelas y sartenes para hacer mezclas imposibles, a base de macarrones o garbanzos aderezados con colacao y aceite, quizás sea un buen momento para probar esta aplicación. Os ahorrará varias horas de limpieza.

Cookie Doodle permite hacer galletas virtuales. Ofrece dos opciones: seleccionar entre diferentes masas ya elaboradas (instant) o realizar nuestra propia mezcla, a partir de las recetas propuestas (recipes). La segunda opción permite cascar y batir huevos, tamizar harina, cortar mantequilla, espolvorear cacao o exprimir naranjas, entre otras muchas actividades culinarias.

Una vez preparada y amasada la mezcla, disponemos de moldes y herramientas para darle forma. Y, tras su cocción en el horno virtual, tendremos la galleta lista para adornarla con todo tipo de glaseados (frosting), decoraciones de manga repostera (piping), espolvoreados (sprinkles) o golosinas (candies). Tenemos incluso la posibilidad de personalizarla con algún texto o añadir fotos de nuestra galería (tools).

Finalizada por fin la galleta, podemos comerla o bien guardarla en un tarro. Esta última opción nos conduce a una nueva actividad, donde podemos disponer la mesa con mantelería y vajilla de nuestro gusto, antes de servir y devorar nuestra creación.

Valoración: Esta es una de las apps más jugadas en nuestro iPad. Engancha a niños de todo tipo y edad, os sorprenderá lo que gusta incluso a los más mayores. Además de servir de mero pasatiempo, resulta también una herramienta interesante para trabajar otras materias de forma lúdica.

Elaboración de los alimentos. Permite iniciar al niño en ciertas nociones básicas de cocina y ayudarle a entender el proceso de elaboración de un plato: desde la receta en papel hasta llegar a la mesa, pasando por la manipulación y transformación de los ingredientes que lo componen.

Lecto-escritura: Una de las categorías de moldes que permiten dar forma a la galleta incluye letras y números. Es una excelente excusa para trabajar con los niños que se están iniciando en el reconocimiento de estos elementos. A aquellos otros que ya saben componer ciertas palabras, puede motivarles la opción que permite incluir algún texto en su pasta (tools). Es un recurso para trabajar y ejercitar la lecto-escritura de forma amena y con un objetivo práctico.

Combinación de colores: Las herramientas para glasear y espolvorear la galleta (frosting/piping) incluyen una interesante opción, que permite personalizar el color. El niño puede crear su propio pantone a partir de tres básicos, en función de la intensidad que aplique a cada uno de ellos. Permite comprender y visualizar el proceso implicado en la creación del color y cómo este se forma en base a determinadas combinaciones.

Pixlr-o-matic. Descubre al pequeño artista que tienes en casa

apps para niños

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Desarrollador: Autodesk

Idioma: Inglés (no relevante)

Precio: Gratuita (versión extendida: 0,89 €)

Categoría: Fotografía-Vídeo / Creatividad /Utilidades

Advertencia: Sólo válido para dispositivos que dispongan de cámara (no compatible con iPad1)

A pesar de que existen en el mercado incontables aplicaciones que permiten incorporar filtros y efectos especiales a nuestras fotos, esta que hoy reseñamos resulta muy sencilla de manejar para los niños. Además, su versión gratuita es más que suficiente para ejecutar auténticas obras de arte.

Nunca se me hubiera ocurrido relacionar esta app con el mundo de las actividades infantiles, a no ser por la anécdota vivida una noche de verano cuando salimos a cenar con otra familia amiga. Terminada la comida y concienciados ya de la imposibilidad (por experiencia) de disfrutar de una sobremesa relajada, mi hija se agenció con el móvil de su padre y salieron todos al patio que daba acceso al restaurante. No supimos de ellos hasta que el reloj nos advirtió de que resultaba el momento más que prudente para retirarse.

Mi hija jugó a ser directora de escena y fotógrafa, mientras su hermano y sus amigos posaron como modelos/actores. Sin ellos saberlo, convirtieron el móvil en un juguete y evitaron que se convirtiera (como suele ser habitual) en un instrumento de aislamiento a través de juegos, Tuenti y similares.

Pixlr-o-matic nos permitió disfrutar de una sobremesa tranquila y sosegada, el personal del restaurante seguro que agradeció enormemente la ausencia de nuestros enanos alborotando por el local y el resultado de aquella estupenda velada fueron, además, unas fotos maravillosas.

Os dejo aquí una muestra de la obra de nuestros pequeños artistas que, de estar firmada por Damien Hirst, colgaría de las paredes del Guggenheim, la Tate o el MoMA. De momento, se tienen que conformar con adornar la puerta de nuestra nevera.

Especial Bamba: aplicaciones para crear divertidas comidas y postres

Desarrollador: Mezmedia/Bamba

Idioma: sin audio voz

Precio:

Bamba Ice-Cream: Gratuita

Bamba Burger: Gratuita

Bamba Pizza: 1,79 €

Categoría: Comidas

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Descarga a través de imagen

Bamba Burger

Descripción: Empezamos seleccionando el primero de los tres elementos del menú que vamos a preparar, compuesto por hamburguesa, patatas y refresco.

Hamburguesa: una vez escogido el tipo de pan, pasamos la mezcla de carne por la parrilla. A continuación, se añaden los ingredientes que la acompañarán. Podemos elegir entre los más convencionales (bacón, tomate, queso, ketchup) o añadirle también otros más extravagantes: rabos de pulpo, girasoles, gominolas, sardinas y ¡hasta papel higiénico!

Para acompañar, nada mejor que una ración de patatas que debemos pelar, cortar y freír. Conviene advertir a los niños que en la vida real no es aconsejable retirar las patatas del aceite hirviendo con las manos como en el juego (!!!).

En cuanto a la bebida, disponemos de surtidores que, además de los refrescos tradicionales, incluyen también elementos tan exóticos como zumo de calabaza, refresco de unicornio, sustancia de dinosaurio, batido de arco iris o granizado de araña.

Este tipo de aplicaciones se incluyen en esa categoría tan escasa que evita las temidas luchas de posesión por el iPad. Permite que varios niños puedan participar en el juego. Se puede considerar una forma evolucionada y digital del clásico “juego de tiendas”: los participantes se alternan en el rol de camarero/cocinero, mientras los demás ejercen de clientes. ¿Quién ha dicho que las nuevas tecnologías hayan acabado con el juego simbólico? Simplemente ha adoptado un envoltorio distinto.

El momento de pasar por caja para abonar la factura, supone una excelente excusa para practicar ejercicios simples de numeración, así como comprender la utilidad de las matemáticas en las cuestiones cotidianas.

Ya tenemos nuestro menú listo para devorar. No olvidéis abrir el paquete con el regalo sorpresa.

 

 

apps para niños ipad

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Bamba Pizza

Descripción: Esta es la única aplicación de pago de las tres de las desarrolladas por Bamba que hoy reseñamos. Nuestra clientela está compuesta por cuatro personajes diferentes: Timmy, Peppi, el gigante peludo Sammy y François, el chef-robot.

Después de amasar y voltear la masa de la pizza (los efectos de esta última acción son especialmente reales), añadimos la base de tomate y ya la tenemos lista para agregar los más variados ingredientes. La aplicación cuenta con casi una treintena de tops. Clásicos y convencionales como champiñones, rodajas de tomate, queso, cebolla, bacon… Y también otros más excéntricos y extravagantes: gominolas y piruletas, pétalos de girasol, guindillas, tornillos, caracoles, arañas o alas de murciélago.

Tras hornear y trocear la pizza, la tendremos lista para servir a nuestro cliente y observar las reacciones que le provoca.

 

Bamba Ice-Cream

apps para niños

Descripción: Y de postre: ¡un helado!

Elige la opción que más te guste: tarrina o barquillo y añádele bolas de todos los gustos y colores, desde los ya clásicos (fresa, vainilla, chocolate o pistacho) hasta otros más disparatados: guindilla y anchoa o helado de alienígena, robot o dinosaurio.