SUBNORMAL

A ti, que tienes la palabra «subnormal» como parte de tu vocabulario, pero que cada vez que te lo afean dices que no, que para nada estás pensando o te estás refiriendo a una persona con discapacidad, tengo algo que contarte: Y es que, cada vez que ese insulto sale de tu boca, puede que no estés pensando en el colectivo de personas nombradas por la discapacidad, pero sí, sí que te estás refiriendo a ellas. Porque ese es el término con que se designaba médica, e incluso jurídicamente, a las personas con discapacidad intelectual hasta hace bien poco (concretamente hasta 1986). Y es precisamente por eso (porque designaba a esas personas), por lo que esa palabra ha devenido en insulto.

Así que sí, sí te estás refiriendo a ellas. De igual forma que una sociedad profundamente homofóbica convirtió «maricón» en insulto. Puede ser que el colectivo LGTBIQ+ haya subvertido ese término y hoy en día no sea exactamente homófobo dependiendo del contexto o de quién lo utilice pero, créeme, la situación del colectivo de personas discriminadas por la discapacidad no está en ese punto, ni tú lo empleas con esa intención, así que, sí, «subnormal» es un insulto discafóbico y capacitista.

Sé que cuesta desprenderse de palabras que hemos heredado o aprendido por imitación y sobre las que no nos paramos a pensar de dónde vienen o por qué se dicen. Y lo sé por experiencia. En mi entorno familiar decir «pareces un gitano», «vas como un gitano» o «mira que eres gitano» estaba a la orden del día y por ello formaba parte de mi forma de expresarme. Hasta el curso en que mi hija tuvo como compañera de clase a un niña gitana. Fue entonces cuando en nuestra familia fuimos conscientes de nuestro gitanismo e hicimos esfuerzos para desprendernos de él. Al menos, respecto a las palabras. ¿Cómo iba a aceptar mi hija a alguien que pertenecía a una cultura a la que su familia se refería con desprecio?

O hijoputa. De la que me está costando un mundo desprenderme porque sale de mi boca disparada. Es una palabra terrible que, aunque sirve para exteriorizar nuestro enfado con alguien terrible o que ha hecho algo terrible, es manifiestamente machista (insulta a la madre, nunca al padre) y además estigmatiza (todavía más) al colectivo de trabajadoras sexuales. 

Me está costando todavía más dejar de utilizar las palabras loco, locura, demencial, chiflado, tarado, majareta, demente, chalado… en sentido peyorativo. Porque deriva de referencias al colectivo de personas con diagnóstico psiquiátrico. Un ejemplo: cuando se hace referencia a la presidenta de la Comunidad de Madrid llamándola IDA (porque esas son las siglas de su nombre y apellidos), de paso también se está insultando a las personas psiquiatrizadas. Llámala política nefasta, incompetente, faltona, prepotente y hasta mala persona si quieres, pero hacer referencia a su salud mental dice peores cosas de ti que de ella.

Así que si subnormal, retrasado, mongol, anormal, deficiente y todas sus variantes forman parte de tu vocabulario, haz por favor un esfuerzo por eliminarlas. 

Ah, tampoco se insulta aludiendo a la capacidad intelectual de nadie. Porque es algo que no se elige. Y, sobre todo, porque ser mala persona o hacer algo malo, nada tiene que ver con el cociente intelectual de una persona, sino con su calidad humana.

 

Captura de pantalla del diccionario online de la Real Academia Española con la entrada "subnormal": Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual inferior a la considerada normal. Insulto o en sentido despectivo.

 

Portada de un artículo:
Juan Antonio Sardina-Páramo (Santiago de Compostela).
LOS DERECHOS DEL SUBNORMAL.
Problemas fundamentales del estatuto jurídico del subnormal en el derecho español.

 

Orden del 13 de mayo de 1986 de desarrollo del Real Decreto 348/1986, de 10 de febrero, por el que se sustituyen los términos subnormalidad y subnormal, contenidos en las disposiciones reglamentarias vigentes.

Sobre el lenguaje creado para designar no-personas

La Constitución ha necesitado de 46 años para nombrar a las personas en situación de discapacidad con un lenguaje digno y respetuoso. Para la señalética, por lo que se ve, va a hacer falta un siglo.

Señal vertical que identifica una plaza de aparcamiento accesible. Bajo el icono internacional de accesibilidad aparece una placa donde puede leerse: “RESERVADO MINUSVÁLIDOS”.

«Hay algunas personas que para referirse a determinados colectivos no utilizan precisamente un lenguaje apropiado. Otros, que, sin más, utilizan insultos inadecuados, pero que estoy seguro de que no lo dicen pensando bien en lo que significa esa palabra, porque de todos los insultos que hay, el insulto que más veces dicen es “subnormal” y/o “retrasado”. En los casos que oigo eso, a mí me molesta y me enfada un montón. En algunos casos mi hermana se me acerca y me dice “no se lo tengas en cuenta”. Luego me arrepiento de no decirle nada, porque hay confianza, pero es un ser querido y el ambiente es muy bueno, y no lo quiero joder; y otras veces lo dice una persona con la que no tengo confianza, y entonces no le digo nada.

Los del primer caso, no quieren ofender a nadie, lo dicen para hablar de ellos, lo dicen como otra palabra cualquiera, y sin saberlo están utilizando un lenguaje inapropiado. Por ejemplo, “minusvalía” (el corrector del ordenador no me lo subraya). Me jode mucho que digan eso, porque hay que pararse a pensar solo un momento, y yo te monto la explicación en menos que canta un gallo, aunque puede que me pegue una inventada del tamaño como desde la Tierra a la Luna. La palabra “minusválido” viene del latín: “minus” que significa menos, y “válido” que significa obviamente válido. Es decir, que esa palabra quiere decir menos válido, ¿y vosotros creéis que una persona con algún tipo de discapacidad es menos válida que otra persona sin una discapacidad? Pues yo mismo lo respondo: NO.

Otro ejemplo, la palabra “problema” cuando se refieren a personas con una discapacidad. Eso también me jode mucho. Esta palabra yo creía que ya no había gente que la diría, pero se ve que sí. La única definición de “problema” es, por poner algún ejemplo, los que viven en la calle, esos sí que tiene un grandísimo problema. Con la solución de que los problemas se pueden arreglar, pero las personas con una discapacidad la tenemos para siempre, y en mi caso, con mucho orgullo. Aunque hay personas, ya pocas por fortuna, que piensan que las personas con algún tipo de discapacidad necesitamos “curarnos”, y la verdad que me río por no llorar de la auténtica pena. Así que, en resumen, se dice personas con discapacidad, o mejor dicho, con diversidad funcional.

Como tampoco me gusta cuando se insulta con frases la mayoría de veces como “te faltan dos neuronas”, “tiene la mente cerrada”, “eres un subnormal/anormal”…; porque me jode que se insulte muchas de las veces refiriéndose a la intelectualidad.»

(ANTÓN FONTAO)

Seguimos en modo tisquismiquismo 😩

Sobre la potestad de interrogar/inquirir/husmear desde la mirada paternalista y capacitista

Comparto este extracto de una reciente entrevista a Inés Rodríguez (@unusua_al) porque me ha dado la clave del porqué a las personas nombradas por la discapacidad se les hacen ciertas preguntas que jamás nos atreveríamos a hacer a alguien con una funcionalidad acorde a la media estadística.

He perdido la cuenta de las veces que alguien me ha preguntado qué le pasaba a mi hijo. Muchas, muchísimas veces, esas preguntas han procedido incluso de absolutos extraños. Cuando era pequeño, tan empecinada estaba yo con «normalizar» la situación y tan guay me creía hablando de ello con cualquiera, que daba todas las explicaciones habidas y por haber. Más adelante, tuve la infinita suerte de leer «Disability is natural» de Kathie Snow. Seguramente ya aburra de las veces que hago referencia a la importancia de esta lectura en mi vida, pero es que para mí fue como ver la luz y me causó el mismo impacto que pueda provocar en otros la biblia. Bien, pues entre las muchas «iluminaciones» de esta lectura, hubo una que fue como un bofetón (o más bien una hostia con la mano abierta): lo terrible de hablar de detalles del historial clínico de nuestros hijos y además delante de ellos. Por dos cuestiones: primero, porque es algo que pertenece a su intimidad y es una situación que jamás toleraríamos respecto a nuestros hijos sin discapacidad o a cualquier otra persona de nuestra familia. Y segundo, porque ese niño crece escuchando como continuamente se hace referencia a su salud, o más bien a su funcionalidad tratada como un problema de salud, de forma que implica que algo está «mal» en él y es necesario «curarle».

Recuerdo perfectamente cuando fue la primera vez que no respondí a esa pregunta. O, para ser más exactos, la detuve brevemente. Había acompañado a Anton a una actividad extraescolar y estábamos junto a la puerta esperando a que saliera el grupo anterior. Una de las madres que también esperaba con su hija y estaba junto a mí, alguien a quien no conocía más que de verla en esta situación un día a la semana, me preguntó mirando a Antón: «¿Qué es lo que le pasa?». Delante de mi hijo y, además, también delante de la suya. Yo le dije por lo bajito y con cierta incomodidad: “Después te lo digo”.

Y eso hice, esperar a que su hija y el mío entraran a la actividad y no pudieran escucharnos. Ni ellos, ni el resto de niñas y niños y madres que esperaban junto a nosotras. Le dije entonces el nombre de la etiqueta de Antón y le hice un breve resumen de sus características. Y ella, como quizás había percibido cierto malestar al realizarme la pregunta, va y me dice que es que ella se había educado en otro país y que allí estas cosas se hablaban con naturalidad. Y ahí sí que me enfadé. Pero sólo por dentro, claro. Porque yo sí respeto los convencionalismos que nos impiden ir diciendo lo primero que nos pasa por la cabeza y también porque no tenía nada apropiado con que contestar semejante idiotez. Era la coartada que además me culpabilizaba por haber manifestado mi incomodidad en su mínima expresión, haber dejado su pregunta botando y no rematarla hasta que nadie más pudiera escuchar algo que debería pertenecer a nuestra intimidad.

No son preguntas que se deban hacer a quien no conoces más que de vista, ni explicaciones que haya obligación de dar a un absoluto desconocido.

En el caso de Anton, percibo que esa pregunta se debe a la curiosidad por saber en qué cajón meterle. A veces entramos en sitios donde las miradas se centran en él al unísono y que más que mirar, le examinan. Hay veces en que casi puedo escucharles pensar: Down no, que no tiene los rasgos, parálisis cerebral tampoco parece… Es decir, que es una cuestión de curiosidad y la curiosidad sobre la vida e intimidad de los demás nos la guardamos. Yo no voy preguntándole a nadie cuánto dinero tiene en el banco, ni cuántas relaciones sexuales ha mantenido en el último mes. Es algo que sólo puedes hacer si sales por la tele en horario de máxima audiencia y, a veces, ni así.

Expresaba Antón en uno de sus posts: 

«No me acuerdo del día exacto en que supe que tenía una discapacidad, aunque en realidad desde pequeño, en cierto modo, ya me di cuenta por las miraditas. Y es que hay dos cosas que no llevo nada bien, que son las miradas y, ahora, los tratos infantilizadores. Las miradas son algo que tuve que sufrir desde bien pequeño. Las típicas escenas en las que niños me señalaban sin ningún tipo de pudor y después decían, aunque yo les oyera, que tenía un párpado caído o que veían algo raro en mí. Para mí no era, ni es, nada agradable, pero entiendo que son niños pequeños y aún no saben las “normas” de la sociedad en la que vivimos y todavía les queda mucho por aprender.»

Así es, la infancia aprende por imitación o a base de preguntas. Pero llega un momento, en que descifran los códigos culturales del entorno que les ha tocado —y que son distintos en Murcia que en el Kalahari— y así llegan a ser conscientes de que las preguntas, o ciertas preguntas, no se hacen. Bien, pues esto parece valer para todas las personas, excepto para aquellas en situación de discapacidad. Esa circunstancia parece que les convierta en personajes públicos y, por tanto, se ve que con la obligación de satisfacer nuestra curiosidad.

El problema no es una pregunta ni una mirada. El problema son varias al día, todos los días de tu vida, desde que naces hasta que mueres. Haced la suma para entender lo que puede molestar y hasta doler.

Quizás aquel día, junto a aquella puerta, debería haber dicho:

¿Le ha venido ya la regla a tu hija? ¿Ese sofoco que te está entrando es por la menopausia?

Por supuesto, nunca lo voy a hacer. Porque respeto los códigos sociales que otros se saltan con nosotros.

Capacitismo concentrado en minuto y medio en la cola del súper

Capacitismo concentrado en minuto y medio en la cola del súper:

El otro día vi a Antón en la parada del bus y le dije… porque siempre hablo con él, que me tiene mucho cariño… ¿A quién estás esperando? ¿a papi? Y me dijo que no, que estaba esperando el bus para ir a Coruña. ¿Pero vas tú solito? Y ya me dijo que sí, que va solito y que iba a ver a una amiguita… Muy bien, muy bien… Ves, así se hace independiente… Si a Martincito [he cambiado el nombre real de este hombre de cuarenta años largos] le hubieran enseñado desde pequeño, no estaría como está ahora… y bla blá, bla blá, bla blá…

Y así, amigos, es como demuestro al mundo mi paciencia infinita en forma de sonrisa congelada 😩

Se admiten consejos para la próxima embestida más allá de explosionar 🙏🏽

pd: La foto es pa compensar tanta mierda.

Perfil de árboles recortados contra el cielo rojo de un atardecer

A vueltas con las palabras

Las palabras importan. Y mucho. Porque condicionan nuestras actitudes.

En un país donde se normalizaba el uso de «mariquita» o «desviado» jamás hubieran sido posibles los cambios en la legislación que ha vivido el colectivo LGTBIQ+

La realidad empieza a cambiarse por la forma en que la nombramos.

Afirmar que no importa cómo nos refiramos a las personas discriminadas por la discapacidad, es no entender esto.

En un país donde se legitimaba el uso de mariquita, desviado, marimacho, bollera… las agresiones homófobas ni se condenaban ni eran noticia, de pura normalidad aceptada.

Este ya no es aquel país.

Y algún día dejará de ser también este. El que normaliza, asume y ejecuta una cultura profundamente capacitista que decide que hay personas subhumanas y, por tanto, sin derechos.

A vueltas con las palabras. Otra vez. Y las que hagan falta.

Comparto de nuevo este post que en unos días cumplirá 11 años pero que sigue tan vigente como si lo hubiese redactado ayer. Tristemente.

EL PODER DE LAS PALABRAS (enlace aquí)

Nacer mal

Pues primera noticia de la mañana que abro y ya empiezo la semana fibrilando…

Captura de pantalla del texto de la noticia donde una investigadora habla de una enfermedad poco frecuente y para describir la evolución de la misma dice: "Nacen bien pero... "

Imagino que lo contrario a NACER BIEN debe ser NACER MAL.

¿Cómo puede construirse una persona que escucha / lee / percibe sobre sí misma y durante toda su vida que ha nacido mal?

Señores y señoras profesionales de la medicina y de la investigación y de todas esas consultas que pueblan: por favor, aprendan a HABLAR BIEN.

Estoy segura de que pueden conseguirlo. Han aprendido ustedes miles de palabras que las familias no somos capaces de entender cuando nos las sueltan en sus despachos.

Desgraciadamente, a veces sólo emplean el lenguaje llano para soltar cosas como NACER MAL. Eso sí que lo entendemos.

Y el problema es que nos lo creemos. Al menos por un tiempo.

Menos mal que están nuestros hijos y nuestras hijas para enseñarnos que ningún ser humano nace mal.

Las palabras hacen daño. Y destrozan. Y condenan. De por vida.

La mirada de las familias se construye a partir de la de quienes ponen una etiqueta médica a nuestros hijos. Y el puñetero modelo médico-rehabilitador todavía se mezcla entre esos profesionales con el de prescindencia. Y si no, que se lo pregunten a todas esas madres a las que algún médico ha llamado irresponsables por negarse a abortar.

Una joven subnormal vive atada a un limonero

En 1985 andaba yo por 3º de BUP. Aquel año estaba en la única clase —de las nueve que había en ese curso— que agrupaba en “letras puras” a los parias huidos de las matemáticas. Los dieciséis de aquella clase ni siquiera nos sentábamos por parejas, sino que formamos dos hileras: ocho delante y ocho detrás. Puede no parecer un número tan bajo, pero es que veníamos de cursos donde el último de la lista llevaba el número cuarenta y pico. Éramos además los que elaborábamos la revista del insti, “El vuelo de la corneja”, y algún día aquella clase se parecía más a la redacción de un periódico que a un aula de secundaria. Nos dirigía el de Lengua, que también parecía más tu jefe que tu profesor. Tanto, que a final de curso me ofreció un trato y me hizo prometer que obligaría a mi hermano (dos cursos más abajo) a estudiar su asignatura durante el verano, a cambio de no dejarle para septiembre. Lo acepté por la estabilidad emocional de mi madre pero, por supuesto, no me hizo ni caso. Mi hermano, no el de Lengua.

Aquel año no pudimos sacar la gabarra, como el anterior o el otro más. De hecho, no hemos vuelto a sacarla y seguimos esperando a que ocurra un milagro en la Catedral. Pero pesar de no iniciar el verano celebrando el triunfo del Atleti como acostumbrábamos, fue aquel un verano arrebatado. Casi todos en la cuadrilla libramos de ir a septiembre y “un día es un día” se convirtió en nuestro mantra.

Fui a un concierto de Kortatu que me confirmó que lo mío eran más Wham o Bananarama que el ska vasco. Nos despendolamos tanto la noche que acampamos para asegurarnos sitio para la txozna de “paellas”, que al día siguiente el arroz ni siquiera salió del paquete. Fue también el verano que Paty casi se despeña desde la cornisa por la que nos colamos en “Casa Franco”, un palacete ruinoso y abandonado donde se decía que había veraneado el caudillo. Le organizamos una fiesta de despedida a Ignacio G. que se iba a vivir su aventura americana en COU. Iñaki se pasó medio verano castigado porque la hicimos en su casa y no tuvimos energía para limpiarla como era debido antes de que volvieran sus padres. 

Grupo de adolescentes tumbados de espaldas viendo el atardecer en la play

Escuchábamos cintas de Les Luthiers en la playa y nos quedábamos allí hasta ver cómo se escondía el sol por detrás del mar. Volvíamos a casa para ducharnos y cuando nos reencontrábamos en el fotomatón de la estación para ir a las fiestas, o lo que se terciara esa noche, lucíamos todos un rojo fosforito. Esto llevó a Ignacio U. a desarrollar la teoría de que lo que en realidad ponía moreno era la ducha. Tuve que volver tres veces andando desde Plencia. Las mismas que la Ertzaintza me pilló de paquete y sin casco en la vespino de Ana.

En el momento en que yo vivía todo esto —y más de lo que ya ni me acuerdo— una chica de mi misma edad y hasta de mi mismo nombre, pasaba sus días atada a un árbol.

“UNA JOVEN SUBNORMAL DE 15 AÑOS VIVE ATADA A UN LIMONERO EN LAS AFUERAS DE CASTELLÓN” (Enlace a la noticia publicada en El País en 1985 pinchando en la imagen)


 

Pampa García Molina @pampanilla me hizo llegar ayer el podcast elaborado a partir de esta noticia que tanto me ha impactado.

Llevo todo el día preguntándome si podría haber sido yo la chica atada a ese árbol, de haber sido otros mis genes.

Porque eso era seguramente casi lo único que separaba nuestros presentes de entonces y nuestros destinos de ahora: la genética. Y la complicidad de la cultura capacitista, claro está

En un momento del podcast se escuchan los testimonios de algunos de los vecinos de entonces: 

«La tenían que tener atadita.”

“Estaba muy bien cuidada.”

«Pero vamos, eran gente normal, eh.”

Me dice Pampa que le gusta la parte en que Belén Remacha se pregunta si dentro de veinte años el discurso actual será válido.

Las dos sabemos que no. Que seguimos normalizando el maltrato, la exclusión y la falta de derechos en base a la etiqueta “discapacidad” que le ponemos a algunas personas. Y que seguramente hagan falta más de veinte años, muchos más, para que quienes vienen detrás cambien su percepción, su mirada, sus palabras y su actitud. Para que las personas en situación de discapacidad dejen de estar oprimidas por aquellos que nos consideramos “normales”.

Podéis escuchar este episodio del podcast “Hoy en El País” en el siguiente enlace: «De “una niña subnormal” a la dignidad: un viaje de 40 años por las palabras»

Kalle Könkkölä y el Comando Tullido

Durante nuestra etapa y media del Camino de Santiago el pasado septiembre, pude compartir algunas conversaciones con Dabiz Riaño. Todas ellas, no diré inspiradoras por lo mucho que me chirría la palabra «inspiración», pero sí de alguna forma «espoleadoras». De vez en cuando, surgen intercambios de palabras o de imágenes que nos sirven de espoleta para idear acciones que reivindiquen eso que nos mueve a diario: los derechos humanos de todas las personas.

En un momento del camino (inspirados quizás por los bosques de robles que nos acogían, o más bien por todas las barreras que a los bípedos nos hubieran pasado desapercibidas de no ir acompañados por miembros del Comando Tullido), Dabiz me habló de Kalle Könkkölä. Y en concreto de una acción que llevó a cabo en el parlamento finlandés del que formaba parte. Pero no en el ámbito legislativo, como cabría esperar, sino en sus cuartos de baño.

Primer plano de Kalle Könkkölä

Kalle Könkkölä

Kalle Könkkölä fue un activista del movimiento socio-ecológico en los 70. Fue uno de los fundadores de la Threshold Association, que reivindicaba los derechos de las personas nombradas por la discapacidad, y de Helsinki Movement, organización pionera en el movimiento ecologista.

En 1983 se convirtió en el primer diputado verde de Finlandia y también en el primer miembro de su parlamento con diversidad funcional. Inicialmente el parlamento finlandés le denegó la asistencia personal que necesitaba para llevar a cabo su trabajo político y llegó a pedirle que se trasladara a una residencia. Könkkölä denunció esta reacción paternalista y discriminatoria y ganó su demanda, ayudando a sentar un importante precedente en su país.

Buscando información sobre este activista del que Dabiz ya me había hablado en otras ocasiones, me sorprendió leer sobre lo revolucionario y anticipado de su pensamiento polìtico. Aunó las reivindicaciones del movimiento de vida independiente y las del activismo ecológico. Un ejemplo: Könkkölä defendía un planeamiento urbanístico desde la perspectiva de la accesibilidad universal y en contra de la hegemonía de los coches (que ya entonces eran prioritarios y se situaban por delante de las necesidades habitacionales o de la calidad de vida). Cuarenta años después, sus ideas siguen siendo innovadoras y revolucionarias. Desgraciadamente.

Fotografía de Kalle Könkkölä en el parlamento finlandés en 1983

Kalle Könkkölä en el parlamento finlandés en 1983

Pero a lo que íbamos: a los baños del Parlamento de Finlandia. Dabiz me contó que cuando Kalle fue elegido diputado, los baños no eran accesibles y lo primero que hizo fue solicitar su reforma. Entonces le dijeron que, vale, que los diseñara como él quisiera —se verían venir una nueva demanda—. Y así lo hizo. Y entre otras indicaciones, pidió que midieran como máximo 1,70 de alto, medida que se ajustaba perfectamente a sus necesidades. ¿Qué pasó? Pues lo que cabría esperar, que golpeó al resto de sus compañeros diputados donde más les dolía: en la cabeza. De forma física (dada la estatura del finlandés medio) y moral. ¡Me pareció una genialidad!

Dabiz y su Comando Tullido también han llevado a cabo genialidades por el estilo. Uno de sus propósitos es recogerlas en un proyecto audiovisual que ojalá podamos ver pronto. Mientras, os recomiendo mucho mucho muchísimo su documental 7 lagos, 7 vidas. Podéis verlo en Vimeo, Movistar y Filmin. Hacedme caso porque es una maravilla.

 

ALGUNAS ACCIONES DEL COMANDO TULLIDO

Don Quijote y Sancho se topan con el escalón de la Catedral de Alcalá: enlace

Truco o trato: enlace

Viva la rampa: enlace

Los Reyes Magos: enlace

El árbol de Paco: enlace

 

Excluidos, silenciados y ridiculizados

ESTIGMATIZADOS

Asumir que las personas nombradas por la discapacidad o ancianas no saben qué quieren o desean y que deben tomarse las decisiones por ellas sin preguntarles o explorar todas la vías para consultarles, es estigmatizarlas.

INFANTILIZADOS

Dirigirse a un adulto con discapacidad o a una persona anciana con diminutivos, hablarles en el tono que utilizamos para los bebés, no consultarles sobre qué ropa quieren ponerse, qué actividad quieren realizar o por dónde desean moverse (sobre qué preferirían comer, ya ni hablamos), es infantilizarles.

SILENCIADOS

No atender la demanda de un usuario que insiste cada día en que quiere incorporarse a las 15:00 y no a las 18.00 como le imponen, es silenciarle. Y además, es carcelario.

MALTRATADOS

Reducir los horarios de visita a las 11:00 am y las 18:00 pm, situar en el centro las necesidades organizativas de una institución en lugar del bienestar y los derechos de los residentes, es maltrato. Y además, es carcelario.

RIDICULIZADOS

Organizar la visita de los Reyes Magos en una residencia o plantarles dibujos de Peppa Pig para colorear, es ridiculizarles hasta tal extremo, que no cabe en mi cabeza que nadie entre los responsables políticos o gestores de esos lugares sea capaz de verlo. Me pone los pelos de punta y me hace preguntarme en manos de quién tenemos a las personas más vulnerables de nuestra sociedad. ¿Cuántas situaciones no públicas estarán viviendo al otro lado de esas puertas cerradas a cal y canto?

Algún día, muchos de nosotros también acabaremos en ese lado.

Fuente del vídeo: @erkudentxo

CON-VIVENCIA

Estoy en el banco. Cuando empecé a venir a esta sucursal había cuatro ventanillas. La última vez, como hace un mes, habían cerrado una. Hoy lo han reducido a dos. Una, en realidad. Porque en la ventanilla de la derecha hay un cartel que la hace exclusiva para “empresas”.

En la única ventanilla que queda de cara a los mortales están atendiendo a un señor que se desplaza en silla de ruedas. Es una silla motorizada. Las características de una silla reflejan la funcionalidad y autonomía de su usuario. Así que busco entre las personas de alrededor quién podría ser el apoyo/asistente/acompañante del señor. No sé por qué (quizás porque sea la que se encuentra más próxima a él) intuyo que es una señora sentada junto a su carrito de la compra. Pero no, suena el número del siguiente cliente y veo cómo la señora se acerca a la ventanilla.

La puerta del banco no es de apertura automática, ni cuenta con ningún mecanismo que permita accionarla de forma autónoma desde una silla de ruedas. Pienso que el empleado que lo está atendiendo se ofrecerá a abrírsela o le pedirá que lo haga a alguno de los compañeros distribuidos en diversas mesas en la zona exterior de las ventanillas (cuento como cinco o seis por la sucursal). Pero no ocurre ninguna de las dos cosas.

Tampoco ninguno entre el resto de clientes que está aguardando su turno parece detectar la situación. Así que me dirijo a la puerta para abrírsela. El señor me pide que por favor le acerque un paraguas que ha dejado tirado en una esquina y si soy capaz de cerrárselo, porque él antes no ha podido. Le cierro el paraguas, le abro la puerta y le veo salir. Me pregunto cuántas más acciones relativamente sencillas como ésta se va a encontrar hasta que acabe su día. Cuántos “favores” tendrá que pedir a extraños. Cuántas limitaciones que podrían estar solventadas, como que una entidad (que a final de año expondrá en su cuenta de beneficios los millones que han ganado sus inversores) no sea capaz de instalar en sus oficinas mecanismos que faciliten la vida de un porcentaje de sus clientes. Son clientes que no cuentan. Que no existen. Que dan igual.

Este no es un texto para expresar qué mala gente son los empleados y los clientes del banco y lo buena persona que soy yo. No soy ni mejor ni peor que ellos. La única diferencia es mi realidad de los últimos diecinueve años. Ha sido mi convivencia con el colectivo de personas en situación de discapacidad la que me ha hecho ser capaz de detectar ciertas situaciones, analizar los apoyos que requieren y solventarlos si está en mi mano.

Simplemente eso. La con-vivencia.

Una con-vivencia que en mi caso no llegó hasta convertirme en madre. Una con-vivencia que debería iniciarse al principio del camino. Desde la escuela.

Hoy es 3 de diciembre. Y mañana 4.

#NadaQueCelebrar 

Imagen donde se ve de espaldas a un chico y una chica sentados en un columpio.

Lo que pocas veces pasa en la Escuela pero debería ocurrir siempre

Imagino que muchas sabréis de la iniciativa de Belén Jurado para denunciar las malas prácticas en la escuela (cuando no directamente el maltrato) sobre el alumnado nombrado por la discapacidad, a través del hashtag #YNoPasaNada. 

Pues bien, Belén es tan generosa que también compartió el mensaje de una profesora escribiéndole que “ahora debes hacer una que sea todo lo contrario”, alegando que eran muchas las “maestras inclusivas que nos esforzamos”. 

María José Corell (orientadora) dio forma en los comentarios del post a lo que muchísimas pensamos al leer aquel mensaje (por no hablar ya de esa denominación que utiliza de “maestra inclusiva”, como si pudiera ser legítima la opción de “maestra excluyente” o de “no esforzarse”): 

«Nunca entenderé a docentes que hacen esto. 

Es decir, sentirse ofendidas porque ellas sí que…

¡Con la que está cayendo!»

Así es, el problema es que hay quien no cumple con su función o que, más grave todavía, colabora en el maltrato institucional y sistémico sobre cierto alumnado. Niños y niñas que, recordemos, van a la escuela porque es OBLIGATORIO, no porque sus familias seamos una panda de sádicas. 

Sobre lo de que además es su derecho —el derecho a educarse y a aprender— ya todo el mundo se olvida, porque dan por hecho que cierto alumnado no es capaz de aprender. Y yo no conozco a absolutamente ningún ser humano que no pueda aprender. No aprendemos lo mismo ni al mismo ritmo, pero todas la personas podemos avanzar en nuestros aprendizajes. Sólo que la escuela intenta relegar primero y expulsar después, a quienes no puedan alcanzar ciertos aprendizajes en determinado espacio de tiempo. 

“La escuela al servicio de la productividad”, como dice Ignacio Calderón.

Una institución que entiende que quien no puede seguir determinados ritmos en la etapa educativa, no será productivo después en los espacios de trabajo y, por tanto, los descarta. Los desecha como futuros trabajadores “productivos” para el sistema. Lo que poco o nada tiene que ver con el saber y el aprendizaje, con la Educación.

Viñeta en blanco y negro donde aparecen cuatro edificios con el cartel de Infantil, Escuela, Instituto y Facultad en cuyas fachadas se ve un agujero por donde se expulsa a algunos estudiantes. Sobre el dibujo aparece en grande y en mayúsculas: "SISTEMA EDUCATIVO"

Al igual que María José, tampoco entiendo a las docentes que reclaman que se hable de las experiencias positivas en la escuela porque deberían serlo todas (!!!). Sin embargo, quiero compartir un correo que la casualidad ha querido que haya encontrado justamente hoy (buscando otro mensaje, cómo no). Es un mensaje de agradecimiento que mi hijo escribió al único profesor de matemáticas (y uno de los pocos poquísimos en el resto de materias durante su paso por Secundaria) que creyó en su capacidad de aprendizaje.

Antón no debería haber agradecido algo así, dado que es la razón del trabajo de un docente. Pero como también sabemos que lo habitual en la escuela es no dar un duro por el alumnado nombrado y discriminado por la discapacidad, aquí va un ejemplo de lo que sí es posible en la Escuela pero pocas veces ocurre.

Intercambio de mensajes a través de correo electrónico: De: Antón Asunto: Adiós y gracias A: “F. (profe Mate)” Hola, F. En este correo te que quiero dar las gracias. Sé que te vas, por eso te estoy escribiendo. Gracias por confiar en mí. Ningún profesor de mate, menos R. y tú, me supisteis hacer entender mate. Los otros profes ni lo intentaron o lo intentaron muy poco. Los otros profes pensaban que como estaba más verde que una manzana no lo iba a entender en la vida y entonces para qué se iban a esforzar en enseñármelo. Pero en cambio vosotros no parasteis hasta conseguirme entenderlo hasta el final, costara más o menos. Sé que en algunos exámenes no estuve muy a la altura, pero siempre intentaba estarlo. En mi opinión fuiste un buen profesor. Sé que R. y tú os vais. Cuando me lo dijeron me llevé un disgusto muy grande. Os voy a echar de menos. Yo algunos fines de semanas vengo a Taboada, a la aldea en la que vive mi abuela [abre así la posibilidad de verse, al estar cerca del lugar de residencia de este profesor]. Bueno, lo dicho, que gracias a los dos por confiar en mí. Un abrazo enorme y espero volver a encontrarte. ————————— Hola Antón. Primero darte las gracias por este correo, la verdad es que es muy gratificante recibir este tipo de mensajes. Es cierto, este curso no voy a estar en el centro pero es muy probable que para el curso siguiente vuelva, ya que mi destino definitivo está ahí, por lo que seguro que nos veremos. Por último, decirte que te costará más o menos, pero eres capaz de hacer lo que quieras, solo tienes que fijarlo como objetivo e ir a por él, como hiciste durante este curso. Así que mucho ánimo. Antes de terminar, decirte que tienes mi correo electrónico y cualquier cosa en la que te pueda ayudar aquí me tienes, no dudes en mandarme un correo. Recordarte que cuando sea posible y esté terminado, me gustaría poder leer ese pedazo de libro que estás escribiendo que tenía una pintaza... ¡QUÉ GANAS! Un abrazo muy fuerte Antón. F.

📸 Transcripción del texto que aparece en la imagen.

[Los nombres están editados para que no resulten reconocibles. F. es el profesor de matemáticas y R. la PT que trabajaba mano a mano con él para encontrar la manera en que Antón pudiera aprender a pesar de sus limitaciones en la motricidad fina, que eran su principal obstáculo.]

De: Antón

Asunto: Adiós y gracias

A: “F. (profe Mate)”

Hola, F. En este correo te que quiero dar las gracias. Sé que te vas, por eso te estoy escribiendo. Gracias por confiar en mí. Ningún profesor de mate, menos R. y tú, me supisteis hacer entender mate. Los otros profes ni lo intentaron o lo intentaron muy poco. Los otros profes pensaban que como estaba más verde que una manzana no lo iba a entender en la vida y entonces para qué se iban a esforzar en enseñármelo. Pero en cambio vosotros no parasteis hasta conseguirme entenderlo hasta el final, costara más o menos. Sé que en algunos exámenes no estuve muy a la altura, pero siempre intentaba estarlo. En mi opinión fuiste un buen profesor.

Sé que R. y tú os vais. Cuando me lo dijeron me llevé un disgusto muy grande. Os voy a echar de menos. Yo algunos fines de semanas vengo a Taboada, a la aldea en la que vive mi abuela [abre así la posibilidad de verse, al estar cerca del lugar de residencia de este profesor]. Bueno, lo dicho, que gracias a los dos por confiar en mí. Un abrazo enorme y espero volver a encontrarte.

—————————

Hola Antón.

Primero darte las gracias por este correo, la verdad es que es muy gratificante recibir este tipo de mensajes. Es cierto, este curso no voy a estar en el centro pero es muy probable que para el curso siguiente vuelva, ya que mi destino definitivo está ahí, por lo que seguro que nos veremos.

Por último, decirte que te costará más o menos, pero eres capaz de hacer lo que quieras, solo tienes que fijarlo como objetivo e ir a por él, como hiciste durante este curso. Así que mucho ánimo.

Antes de terminar, decirte que tienes mi correo electrónico y cualquier cosa en la que te pueda ayudar aquí me tienes, no dudes en mandarme un correo.

Recordarte que cuando sea posible y esté terminado, me gustaría poder leer ese pedazo de libro que estás escribiendo que tenía una pintaza… ¡QUÉ GANAS!

Un abrazo muy fuerte Antón.

F.

***********

No sé si F. regresó al centro al curso siguiente. Cómo ya sabéis, quien tuvo que marcharse fue Antón.

Por un Camino de Santiago ACCESIBLE

Un grupo de personas usuarias de silla de ruedas está estos días recorriendo el Camino de Santiago con el objetivo de reivindicar la accesibilidad de una ruta que desde hace cientos de años ha venido conectando a la humanidad, pero que sigue sin ser transitable para una parte de ella.

El propio destino del Camino, Santiago de Compostela, es una de las ciudades más maravillosas que existen en el mundo, pero una auténtica pesadilla para quien no pueda desplazarse con las piernas. A muchos nos emocionó el reciente discurso de investidura de su nueva alcaldesa, Goretti Sanmartín, al manifestar que una de las prioridades de su gobierno sería la accesibilidad de la ciudad. 

Pareciera que para el colectivo de personas nombradas por la discapacidad las únicas reinvindicaciones aceptables deben ser cuestiones relacionadas con la salud y, como mucho, con la educación. Sin embargo, poder estar en un concierto de Tanxugueiras o realizar el Camino de Santiago sin jugarse la vida, también son reivindicaciones importantes. Porque suponen poder estar en la sociedad que es la única forma de pertenecer realmente a ella.

Escribo este post para animar a todas las personas que puedan, a acudir mañana a la Praza do Obradoiro para recibir a este grupo y reivindicar así un Camino de Santiago en el que quepa toda la Humanidad. Toda.

🗓 Jueves, 7 de septiembre

📍 Praza do Obradoiro

⏰ 12:30 aprox.

Gracias infinitas a Dabiz Riaño por hacerlo posible, por tejer redes humanas humanas increíbles por donde quiera que va y por no conformarse con el rincón minúsculo, oscuro e insignificante donde se empeñan en relegarle.

Gracias también a las fuerzas de seguridad, por ser fuerza y seguridad de verdad para este grupo. 

Y, sobre todo, gracias a la vida por ponerme en este camino que casi siempre es tan difícil, pero que tiene momentos y personas tan tan tan maravillosos ❤️ 

¿Y tú, en qué escalón de la ignorancia estás?

Cada vez que nos encontramos con ciertas situaciones de falta de respeto hacia nuestros hijos e hijas y a sus derechos, lo situamos en relación a la mirada capacitista. 

A la ignorancia respecto a esta realidad, precisamente por la falta de convivencia.

Entonces intentamos ser tolerantes y recordar todos los “escalones de la ignorancia” que nosotras mismas hemos ido subiendo desde que nuestros hijos e hijas forman parte de nuestras familias.

Cada vez que compartimos alguna situación, normalmente en relación a personal de la escuela, siempre asoma esta pregunta:

— ¿En qué escalón de la ignorancia está?

Y a partir de ahí, empezamos a elaborar posibles soluciones. Porque si esa persona está en el 2, resulta imposible plantearle estrategias que requieran haber llegado al 8.

Y ahí estamos muchas familias: casi llegando a lo alto de la escalera, mientras el resto del mundo ni siquiera ha empezado a subirla.

Foto donde se ve a tres mujeres y un adolescente, de espaldas todas ellas, ascendiendo por unas escaleras.

 

📸 Autora de la fotaza y 💡 de la Teoría del escalón de la ignorancia: la maravillosa Paula Verde Francisco (Mi mirada te hace grande)

Lengua materna

Ayer fue el día de la lengua materna.

Y yo me paré a pensar si podría llamar “materna” a mi lengua, porque no es la lengua de mi madre. Ni siquiera la de mi padre. Ni la de mis abuelos o bisabuelos o tatarabuelos, ni la de ninguno de mis antepasados desde que el mundo es mundo. O desde que el latín se transformó en gallego. Desde la época en que era el idioma de la música. Para que os hagáis una idea, el equivalente a lo que hoy sería el inglés. Porque era la lengua en que se componía la lírica medieval en casi todos los reinos peninsulares, incluido el de Castilla.

¿Qué pasó para que esa misma lengua acabara asociándose a gente pobre, analfabeta y embrutecida en la siguiente etapa histórica? Un momento que fue de oro para una lengua y de oscuridad para otra. “El Siglo de Oro” vs “Os Séculos Escuros”. Un tiempo donde las obras de Góngora, Quevedo o Lope se poblaron de personajes gallegos que representaban los arquetipos más negativos de la sociedad y el refranero popular estaba repleto de (des)consideraciones hacia los gallegos y hacia lo gallego:

“Antes moro que gallego” (o su otra versión: “Antes puto que gallego”)

“A castellano tenedor, gallego pedidor”

“No fíes en perro que cojea ni en amor de gallega”

“Los gallegos vinieron al mundo para el descanso de los animales”

Pues pasó que cambió el idioma de quienes tenían el poder. Así de simple. Y ocurrió que se instaló algo que se llama “autoodio”,  que es la forma más efectiva de acabar con una cultura: convencer a sus depositarios de que es peor, que es menos, que es malo, que es inútil… 

Una lengua no debería valorarse en función de eso que llamamos “utilidad” y que, en realidad, quiere decir “productividad”. ¿Qué más útil que comunicarte con tu familia, con tus vecinos, con quienes pueblan toda tu vida? ¿No es esa la razón de ser del lenguaje hablado?

Mi lengua materna no es la de mi madre, porque ella nunca me hablaba en su idioma. ¿Cómo vas a transmitir a tus hijos una lengua responsable de que de niña te pusieran de rodillas sobre piedras en la escuela? Castigando como rebeldía lo que era desconocimiento de una lengua, que no podías saber porque a tu alrededor sólo esa maestra la hablaba. Una lengua que hacía que cuando visitabas a tu familia de la ciudad tu prima se avergonzara de ti y se negara a llevarte de paseo. Que también era la lengua de todas las chicas que, como tú, servían en aquella ciudad a más de mil kilómetros de tu casa. Las que no sólo erais menos, sino que seguramente no erais nada.

Y muchos de los depositarios de esa lengua se lo acabaron creyendo. Acabaron creyendo que eran menos, que eran peor, que no eran nada. El poder del autoodio.

Exactamente igual que ocurre con las personas nombradas por la discapacidad: también les convencemos de que son menos, de que son peor, de que no son nada.

Todas las opresiones se acaban pareciendo. Porque, en realidad, la opresión es siempre la misma.

Desde el nacimiento de mi hija y durante sus primeros años de vida, hice el esfuerzo de hablarle gallego. Y digo esfuerzo, porque hablar en un idioma que no es el tuyo en el entorno laboral o con gente más o menos extraña, es complejo; pero utilizar en tu intimidad familiar una lengua que no es la tuya, en la que no piensas, es un esfuerzo bestial. Lo hice porque entendía que la lengua que estaba en peligro, de las dos que se hablaban en nuestro entorno, no era precisamente la mía. Y porque sentía que podía ayudar a recuperar lo que hubiera sido el curso natural de la historia lingüística de mi familia. Mi hija es ahora gallegohablante. Como su abuela. Y como todas las madres que nos han precedido en la familia.

No lo hice igual con mi hijo. Porque cuando nació me convencieron de que si era difícil que pudiera llegar a hablar (y ni siquiera entender) una lengua, dos era algo completamente impensable. Casi casi casi me convierto en brazo armado del sistema capacitista para inocularle la cuota de autoodio que le correspondía en base a su funcionalidad. Sólo espero haber rectificado a tiempo.

 

Empecemos a llamar a las cosas por su nombre: EUGENESIA

Hace unas semanas poníamos el grito en el cielo ante el anuncio del vicepresidente de Castilla y León de un protocolo antiaborto en esa comunidad que obligaría a los sanitarios a ofrecer a las mujeres que quisieran abortar escuchar el latido del feto y una ecografía en 4D.

Unas semanas antes, a algunas se nos había encogido el corazón (y el estómago) ante esta noticia:

Imagen de una noticia con el siguiente titular: "Reino Unido confirma la legalidad de abortar fetos con Síndrome de Down hasta el momento del parto"

En Reino Unido es posible abortar hasta la semana 24 de embarazo. Sin embargo, si el feto tiene Síndrome de Down está permitido abortar hasta el momento mismo del parto. Sí, has leído bien, hasta unas horas —o minutos— antes de su nacimiento.

Heidi Crowter (una mujer inglesa que tiene las características de quienes pueden ser exterminados) presentó un recurso para que se modificara este punto de la legislación sobre el aborto. Tanto el Tribunal Supremo como la Corte de Apelaciones han denegado su petición. La resolución de esta última se conoció hace un par de meses. Y, como digo, aunque muchas fueron las voces que se levantaron contra el retroceso en los derechos de las mujeres castellanoleonesas, ninguna lamentó el atentado contra los derechos de las personas británicas con Síndrome de Down. Concretamente el derecho a la vida.

Imagen de Heidi Crowter junto a un cuadro de texto con sus declaraciones: "Me hace sentir como que no debería estar aquí. Que debería haberme extinguido. Sé que no es verdad, pero es como me hace sentir."

Me apena y produce mucha vergüenza no haber encontrado esa noticia recogida en ningún medio teóricamente progresista. ¿Quizás por que se entienda que impedir que las personas nombradas por la discapacidad nazcan es progreso?

No es progreso, es NAZISMO.

Empecemos a llamar a las cosas por su nombre.

La resolución judicial de Reino Unido demuestra, una vez más, como no todas las vidas tienen el mismo valor. Algunas, por no tener, no tienen ni el derecho a nacer. 

Esto es EUGENESIA.

Empecemos a llamar a las cosas por su nombre.

Una compañera de trinchera que vive en Gran Bretaña escribió esto aquellos días en respuesta a la incredulidad de otra madre convencida de que la noticia era falsa:

«No sólo es cierto, es que además lo han ampliado a personas con labio leporino y club foot. Hasta el parto. Hablé con una madre, con varias, sobre el acoso que sufren durante el embarazo para abortar aún cuando especifican claramente que quieren seguir. Esta mamá en concreto me contó que sufre de PTSD, stress postraumático, por la constante presion que recibió durante todo el embarazo para abortar a su hija porque tenia Síndrome de Down, aún habiendo dicho por activa y por pasiva que no iban a interrumpir el embarazo. Llegó al punto que hasta estando ya de parto en el hospital, constantemente le recordaban que aunque estuviese ya de parto, hasta que la niña no empezase a bajar por el canal tenía todavía tiempo de abortar. En el Reino Unido, muchos sanitarios abiertamente dicen que tienes un deber moral y ético de no traer al mundo a un niño con discapacidad y si lo haces, pues parece ser que eres una persona amoral básicamente que carga al sistema y a los demás con gastos inecesarios.»

En España no es necesario tomar esta medida. Por la sencilla razón de que en nuestro país casi ningún feto con síndrome de Down consigue llegar tan lejos como el día del parto. Normalmente dejan de ser y de existir en cuanto llega el resultado de la amniocentesis. Y la presión sobre las pocas madres que no se plantean la opción del aborto es tan bestial, que pocas son capaces de resistirla.

Las que aún así lo consiguen, tienen que leer después mensajes como este cuando comparten en redes sociales la feliz noticia del nacimiento de su hija: 

«Y no pudiste evitarlo??? Yo creo que era lo mejor 😳😳 eso en parte es egoísmo pero en fin. Bienvenida al mundo con la cara de fastidio y pesar y esperar que se adelante para que por fin sea feliz. Si decides tener otro asegúrate que no nazca así, de lo contrario mejor evítalo.»

Captura de pantalla del comentario en Instagram: "Y no pudiste evitarlo??? Yo creo que era lo mejor 😳😳 eso en parte es egoísmo pero en fin. Bienvenida al mundo con la cara de fastidio y pesar y esperar que se adelante para que por fin sea feliz. Si decides tener otro asegúrate que no nazca así, de lo contrario mejor evítalo."

Las demás madres nos libramos de esa presión porque por ahora no es posible detectar ciertas condiciones genéticas en las pruebas prenatales. Pero más pronto que tarde también será posible. 

Desde que nació mi hijo he cedido material genético (suyo y de nuestra familia) para cualquier investigación sobre su síndrome que me lo pidiera. Pero hace ya algún tiempo que empecé a ser consciente de que las investigaciones sobre genética pueden acabar utilizándose en el futuro para exterminar a seres humanos con las características de mi hijo. Así que, en los últimos años he acabado diciendo NO. Y me preocupa la inconsciencia con nos prestamos a algo sobre lo que nunca nos ofrecen ni información ni garantías. Ahora digo: Ya está bien de investigar “las causas”. Dediquemos esos recursos a hacer sitio en el mundo a todas las personas. A mejorar vidas y entornos.

Han logrado convencernos de que debemos deshacernos de los seres humanos no productivos (a ojos del sistema) en el momento mismo en el que nacen. Porque mi hijo era exactamente el mismo con 24 horas que con menos 24.

Lo que está detrás de este tipo de legislación y de estas acciones, es un sistema capitalista bestial y atroz que acabará consiguiendo que no nazca ninguna persona que no sirva a sus intereses. Esto que está ocurriendo en Gran Bretaña es el triunfo del thatcherismo. Ni la propia Margaret hubiese soñado un final mejor.

Durante el pasado Mundial de fútbol nos cansamos de leer y escuchar condenas a la violación de derechos humanos en Qatar. Sin embargo, esta barbaridad que está ocurriendo en la democrática y ejemplar Europa ha pasado completamente de puntillas. Porque nos han acabado convenciendo de que a ciertos niños y niñas hay que recibirlos como una tragedia. Así que mejor ya ni recibirlos. Y, no contentos, lo vendemos como un avance en derechos.

Es curioso, porque cuando vivía en Inglaterra (allá a principios de los 90), me contaron que en la sanidad pública ya no se informaba del sexo del bebé porque en ciertas comunidades se utilizaba para abortar a las niñas. Para practicar feminicidios prenatales. Ahora, ese mismo país ha legalizado la posibilidad de exterminar a ciertos seres humanos hasta el momento mismo en que empiecen a bajar por el canal de parto.

Es tan atroz. Y yo no soy capaz de expresar el dolor que me produce el silencio de todas las personas y organizaciones que siempre están allí donde se vulneren los derechos humanos.

Cuando la sordera, la diabetes, los genes asociados al cáncer, al Alzheimer, al alcoholismo, a la ludopatía (añadid cualquier circunstancia que se os ocurra) sean detectados en las pruebas prenatales, ¿tampoco vamos a dejar nacer a esas personas?

Escribía otra compañera: «Es el fracaso de nuestro modelo social, capaz de invertir millones y aunarse para defender el derecho a matar, e incapaz de cooperar para ofrecer contextos en los que todos tengamos cabida. No sé qué tiene de «progre» esta regresión a la época cavernícola y animal, en la que la manada destruye todo elemento «incómodo» o que se aleja de su modelo estandarizado de “ser”

ESTO NO ES PROGRESISTA.

ESTO ES NAZISMO.

Empecemos a llamar a las cosas por su nombre.

«Un día alguien moverá esa línea un poco más adelante o un poco más hacia atrás y muchos caeremos por ella.» 

(Ana Robles, mamá de Luna)

 

 

#AktionT4Prenatal