A ti, que tienes la palabra «subnormal» como parte de tu vocabulario, pero que cada vez que te lo afean dices que no, que para nada estás pensando o te estás refiriendo a una persona con discapacidad, tengo algo que contarte: Y es que, cada vez que ese insulto sale de tu boca, puede que no estés pensando en el colectivo de personas nombradas por la discapacidad, pero sí, sí que te estás refiriendo a ellas. Porque ese es el término con que se designaba médica, e incluso jurídicamente, a las personas con discapacidad intelectual hasta hace bien poco (concretamente hasta 1986). Y es precisamente por eso (porque designaba a esas personas), por lo que esa palabra ha devenido en insulto.
Así que sí, sí te estás refiriendo a ellas. De igual forma que una sociedad profundamente homofóbica convirtió «maricón» en insulto. Puede ser que el colectivo LGTBIQ+ haya subvertido ese término y hoy en día no sea exactamente homófobo dependiendo del contexto o de quién lo utilice pero, créeme, la situación del colectivo de personas discriminadas por la discapacidad no está en ese punto, ni tú lo empleas con esa intención, así que, sí, «subnormal» es un insulto discafóbico y capacitista.
Sé que cuesta desprenderse de palabras que hemos heredado o aprendido por imitación y sobre las que no nos paramos a pensar de dónde vienen o por qué se dicen. Y lo sé por experiencia. En mi entorno familiar decir «pareces un gitano», «vas como un gitano» o «mira que eres gitano» estaba a la orden del día y por ello formaba parte de mi forma de expresarme. Hasta el curso en que mi hija tuvo como compañera de clase a un niña gitana. Fue entonces cuando en nuestra familia fuimos conscientes de nuestro gitanismo e hicimos esfuerzos para desprendernos de él. Al menos, respecto a las palabras. ¿Cómo iba a aceptar mi hija a alguien que pertenecía a una cultura a la que su familia se refería con desprecio?
O hijoputa. De la que me está costando un mundo desprenderme porque sale de mi boca disparada. Es una palabra terrible que, aunque sirve para exteriorizar nuestro enfado con alguien terrible o que ha hecho algo terrible, es manifiestamente machista (insulta a la madre, nunca al padre) y además estigmatiza (todavía más) al colectivo de trabajadoras sexuales.
Me está costando todavía más dejar de utilizar las palabras loco, locura, demencial, chiflado, tarado, majareta, demente, chalado… en sentido peyorativo. Porque deriva de referencias al colectivo de personas con diagnóstico psiquiátrico. Un ejemplo: cuando se hace referencia a la presidenta de la Comunidad de Madrid llamándola IDA (porque esas son las siglas de su nombre y apellidos), de paso también se está insultando a las personas psiquiatrizadas. Llámala política nefasta, incompetente, faltona, prepotente y hasta mala persona si quieres, pero hacer referencia a su salud mental dice peores cosas de ti que de ella.
Así que si subnormal, retrasado, mongol, anormal, deficiente y todas sus variantes forman parte de tu vocabulario, haz por favor un esfuerzo por eliminarlas.
Ah, tampoco se insulta aludiendo a la capacidad intelectual de nadie. Porque es algo que no se elige. Y, sobre todo, porque ser mala persona o hacer algo malo, nada tiene que ver con el cociente intelectual de una persona, sino con su calidad humana.