Por una Escuela Extraordinaria

En los últimos meses se ha provocado un enfrentamiento entre familias con hijos con diversidad funcional que va a dejar mucho dolor y muchas víctimas, y beneficiar sólo a los intereses de esos pocos que lo han promovido.

Somos muchas las familias que sentimos que este sistema es segregador y excluyente y que luchamos por una única escuela donde quepan TODOS. Por ello, hace algunas semanas se elaboró un manifiesto que he apoyado y ayudado a difundir.

Mi apoyo a este manifiesto no implica una guerra contra la escuela especial. Esta no es una guerra contra nadie, es una “lucha por”. Al igual que el movimiento feminista no implica una guerra contra los hombres, ni el LGTBIQ+ contra los heteros, sino que son luchas por la igualdad de derechos.

Luchamos contra la segregación y por una Escuela Común. Pero esa escuela no la representa la Escuela Ordinaria que ahora mismo tenemos.

LA ESCUELA DE AHORA NO SIRVE PARA NADIE.

No sirve para mi hijo diversofuncional, pero tampoco para mi hija normofuncional (si tal cosa en realidad existe).

Luchamos por una Escuela que respete la diversidad. Una escuela que sea un lugar de APRENDIZAJE y CONVIVENCIA.

Un espacio de aprendizaje respecto a uno mismo, no respecto a un currículo que en realidad no se adapta a nadie. Donde el alumnado avance a su ritmo y en función de sus características, pero donde TODOS APRENDAN.

Y un espacio no puede ser un lugar de convivencia, si no está presente toda la DIVERSIDAD HUMANA. Todo tipo de diversidad: de género, funcionalidad, orientación sexual, étnica, socioeconómica, cultural…

Pero, como dice mi amigo y compañero Nacho Calderón, para que esa escuela única y común exista, “hay una premisa indispensable: los recursos no pueden dividirse”.

En cambio, si sumamos todos los recursos que ahora mismo se destinan a las diferentes escuelas segregadoras (en base a la funcionalidad, el origen socioeconómico y hasta el género) y los invertimos en la escuela común, esa nueva escuela tendrá los recursos humanos y materiales necesarios para atender las necesidades y respetar las características de todos. Hay quien ha hecho las cuentas y los números dan. Quizás a quienes no les den, sea a aquellas entidades y particulares que ahora mismo están sacando beneficio económico de esta segregación educativa e impulsando esta lucha fratricida.

***** De todos modos (y esto es un añadido al post inicial), no he debido utilizar el criterio de la viabilidad económica como argumento en contra de la coexistencia de ambos modelos. Ni la educación ni la sanidad deberían contemplarse nunca desde la perspectiva del coste económico. El beneficio de ambas, tanto individual como colectivo, siempre justificará la inversión que requieran.

Nunca el criterio economicista debería servir como argumento para defender ningún derecho. Los derechos son derechos y no favores. Por tanto, los gestores de lo público tendrán que organizar los recursos de tal manera que se garantice su cumplimiento.

Hace algún tiempo les comenté a un grupo de compañeros que nunca más iba a volver a utilizar el criterio económico para defender la educación inclusiva, pero he vuelto a caer en la trampa… Imagino que no puedo escapar a esta sociedad que me ha moldeado y soy víctima de esa visión que nos inculcan a fuego, donde lo productivo y lo utilitarista prima sobre lo humano.

Así que, pido perdón y rectifico, porque lo último que quiero es que se interprete que quienes luchamos por una escuela única y común, pretendemos que dejen de existir los centros de educación especial para disponer de más recursos, porque no es así. Y, efectivamente, éste no puede ser jamás un argumento válido. Si los dos modelos de escuela fuesen necesarios, habría que organizar los recursos públicos para que alcanzaran para ambas.

Creo que el argumento definitivo en contra de esta coexistencia es que el mantenimiento de los centros de educación especial alimenta el conformismo de la administración, del profesorado y de esa parte de la sociedad que sigue sintiendo legítima su ideología capacitista. Mientras siga existiendo una opción donde apartar, se seguirá apartando. Y educar a la infancia en la segregación, supone prolongar ese modelo en la vida adulta. *****

Imagen: Paula Verde Francisco («Mi mirada te hace grande»)

Ésta no es una guerra contra nadie. Si acaso, contra el capacitismo que margina, discrimina y segrega a nuestros hijos.

En las últimas semanas, se nos está acusando a quienes apostamos por la escuela única de obligar a las familias que tiene escolarizados a sus hijos en un CEE a llevarlos a la escuela que no quieren. Pero es que eso no es así.

Nadie está obligando a nadie a nada. Y en todo caso, lo que ocurre a día de hoy en este país, es que a muchas familias se les cierren las puertas de la ordinaria y se les obligue a llevar a sus hijos a la especial. Hay decenas de familias pleiteando en en los tribunales a causa de esto. Sin embargo, no conozco a nadie a quien le haya ocurrido lo contrario.

Me entristece que se distorsione nuestro mensaje. Somos perfectamente conscientes de que es imposible cerrar los centros de educación especial de un día para otro, y más difícil todavía transformar a corto plazo esa escuela ordinaria que acoge a muy pocos.

Queremos que la escuela cambie y se transforme de arriba a abajo para que quepan todos. Y cuando digo todos, no me refiero sólo al alumnado con diversidad funcional. Siempre he dicho que esta escuela no me gusta para mi hijo con discapacidad, pero tampoco para mi hija sin-etiqueta. Esta escuela de ahora no vale para nadie, sólo para un porcentaje muy pequeño de alumnos que encajan en una supuesta “norma” que en realidad no existe.

Entiendo que tantas madres, padres y familias hayan optado por un CEE para sus hijos. Yo misma he contemplado esta posibilidad muchas veces para el mío y tampoco descarto que pueda ser una opción en el futuro. Lamentablemente. Así que comprendo perfectamente la angustia de estas familias ante la perspectiva de tener que volver a una escuela que ha maltratado a sus hijos. Pero es que esa escuela tampoco la queremos nosotros.

Defendemos y luchamos porque las familias del futuro no vean a sus hijos segregados. Es nuestra responsabilidad, porque hubo familias en el pasado que lucharon por dar visibilidad a sus hijos y dejar de tenerlos escondidos, tal y como les habían enseñado que había que hacer. Las familias de aquí y ahora tenemos el deber moral de seguir avanzando en esa lucha por los que vendrán.

Desgraciadamente, ese cambio no lo vamos a ver los que ahora estamos aquí enfrentándonos con tanto dolor y tanto sinsentido. Tampoco nuestros hijos. Pero yo confío en que ese cambio llegue con el tiempo, tal y como se han dado otros.

No somos demonios desalmados que queremos hacer sufrir a nuestros niños por ganar esta lucha. ¿De verdad alguien puede creer que una madre quiera convertir a su hijo en un mártir por “la causa”? NO. NUNCA. JAMÁS.

Lo que sí es cierto es que hay muchas entidades y particulares que pueden ver sus intereses económicos lesionados si llega este cambio y están intoxicando a las familias y distorsionando nuestro mensaje.

Yo no me identifico con lo que ellos pintan sobre mí y sobre todas las personas que luchamos por este cambio. Yo no quiero que ningún niño sufra. Todo lo contrario. Lo que quiero es transformar esta sociedad para que, en el futuro, las personas como nuestros hijos sean uno más y dejen de ser uno menos.

Tengo como amigas a muchas madres que tienen a sus hijos en CEEs y que entienden esta causa, la comparten y la defienden. Madres que han encontrado en la especial lo que la ordinaria les negó. Pero de lo que se trata es de construir una escuela nueva y única para todos, que atienda a todos desde su diferencia, y donde todos convivan y puedan aprender.

No me gusta esta Escuela que se pasa el día “proyectando”: que plantea la Educación Infantil como una vía de preparación para la Primaria, la Primaria para la Secundaria, la Secundaria para los estudios post-obligatorios y éstos para el mercado laboral. 

¿Cuándo viven nuestros hijos su presente?

 

por una escuela extraordinaria

No, esta escuela que tanto miedo da a tantas familias, tampoco me sirve a mí.

Y yo sé que esa nueva Escuela no es una utopía. Sé que es posible, porque mi hijo tuvo la suerte de disfrutarla durante algunos cursos y yo aprendí entonces que la escuela que yo había vivido y la que estaba viviendo su hermana eran un horror y que había que luchar por desterrarla al mismo lugar a donde han ido a parar tantas injusticias a lo largo de la historia.

La mayoría del alumnado (y también del profesorado) entra y sale infeliz cada día de su centro. Pero yo sé que existe una escuela en la que los fines de semana se viven como un contratiempo y las vacaciones como un horror.

Sé que existen maestras y maestros luchando porque en sus aulas quepan TODOS. 

Sé que existe un modelo de Escuela que no tiene nada que ver con la que tenemos. La de ahora es una escuela diseñada para un alumno “normal” que no existe y donde todos deben hacer lo mismo y al mismo tiempo, y sólo unos pocos lo logran. Pero yo sé que existen aulas donde el alumnado convive y aprende cada uno a su ritmo y según sus intereses y posibilidades. Aulas donde, además, se presta atención a las emociones, a la convivencia y al cuidado mutuo.

Sé que existen escuelas donde asistir a clase cada día es un motivo de alegría y felicidad, y no de ansiedad y desdicha.

Sé que esa Escuela es posible. Pero también sé que sólo existirá para todos cuando sea toda la sociedad la que la demande y quiera hacerla real por el bien común y olvidando intereses materiales y/o particulares. 

Una Escuela donde todas las niñas y niños convivan y aprendan unos de otros.

Una Escuela que se olvide de las carreras de obstáculos y se centre en disfrutar del camino.

Una Escuela que deje de sacrificar la felicidad de sus alumnos por un hipotético futuro y enseñe a disfrutar del presente.

Dejo aquí este maravilloso texto de Antonio Márquez, porque él lo explica más claro, más ordenado y más bonito que yo: “La estéril discusión sobre los centros específicos”.

«Tener un pensamiento convergente en este tema, y cerrar el debate diciendo que los centros de educación especial son necesarios y definitivos en la vida y felicidad de los alumnos alimenta el conformismo de la Administración y del profesorado, pero también destruyen la convicción y la lucha de los que pensamos que otra educación es posible.

Tomar esta postura, además, justifica el etiquetaje y la división de seres humanos. Defender la felicidad actual de los alumnos escolarizados en centros específicos no está en contra de luchar por un modelo futuro aún más justo para los que vendrán. Porque la inclusión real en centros ordinarios también trasciende a nuestra realidad personal.

El gran peligro de defender esta postura es no darse cuenta de que si sacamos de los centros ordinarios a los alumnos y alumnas con graves problemas, estamos enseñando a los niños y niñas que no los tienen que así es como deben ser las cosas, que así es la sociedad en la que vivirán. Que lo adecuado y oportuno es que los adultos con discapacidad no estén en una sociedad diversa, sino al margen. Y los niños de hoy serán los empresarios, juristas, maestros y trabajadores sociales del mañana, con lo que habrán aprendido a reproducir un modelo de exclusión social gracias al lema “separados son más felices“. Y nadie podrá reprochárselo nunca, porque así se lo hemos transmitido todos.»

(Antonio Márquez)