Molinete y la gota malaya

Prácticamente todas mis compañeras de viaje, madres de niñas y niños que no encajan en lo estándar (si tal cosa existe), coinciden en que la soledad, el aislamiento y la invisibilidad de nuestros hijos e hijas se inicia con el paso a primaria y se agudiza según van ascendiendo cursos y cumpliendo años, hasta explosionar en la adolescencia.

Nuestras experiencias parecen demostrar que los seres humanos nacemos incapaces de apreciar las diferencias. Lo que explica que en sus primeros años de vida los niños y las niñas abracen la diversidad porque, sencillamente, no la ven. Es el entorno cultural el que interviene, cual gota malaya, hasta lograr que empiecen a hacerlo.

Entonces, quizás la clave estaría realmente en no enseñarles.

No enseñar a rechazar, a excluir, a marginar.

Somos nosotras, las personas adultas, quienes deberíamos aprender de la infancia hasta acabar con esa dinámica aprendida —que casi es tan antigua como la humanidad— y que establece quién cabe y quién debe ser expulsado.

Esta es la ficha que unos niños y niñas de 2º de Primaria llevaron a casa deberes este fin de semana. Ella y sus compañeras y compañeros de clase cumplen 8 años a lo largo de 2024.

MOLINETE
Todo el mundo decía que Molinete era un niño tonto; ni más ni menos.
De esos que van por la calle mirándolo todo con la boca abierta.
De esos.
Y de los que tropiezan cada dos por tres y se caen en las tapias.
¡Ay! Ay! ¡Que me he caido!
Y de los que llegan los últimos en las carreras y encima protestan.
¡No vale! ¡No vale!
Y de los que siempre pierden; pierden el bolígrafo, el cuaderno, la bufanda y el jersey. Uno de esos era Molinete.
Como sería que, una vez hasta se ensució los pantalones en clase porque no se atrevió a pedir permiso a la señorita para ir al cuarto de baño. ¡Qué vergüenza pasó Molinete!
Y todavía fue peor cuando llegó a casa y vió la cara que puso su padre.
Porque Molinete además de tímido era un miedoso.
Le daban miedo los hombres bajitos.
Le daban miedo los cocodrilos.
Le daban miedo los sueños.
Le daban miedo las cajas cerradas.
Le daba miedo hasta su padre.
Se comprende que Molinete tuviera muy pocos amigos; porque a nadie le gusta tener un amigo tan soso. Algunos chicos se burlaban de él en los recreos y le hacían versos: Molinete fue a por coles y se trajo caracoles.

Transcribo el texto del ejercicio de lectura de la ficha:

MOLINETE

Todo el mundo decía que Molinete era un niño tonto; ni más ni menos.

De esos que van por la calle mirándolo todo con la boca abierta.

De esos.

Y de los que tropiezan cada dos por tres y se caen en las tapias.

¡Ay! Ay! ¡Que me he caido!

Y de los que llegan los últimos en las carreras y encima protestan.

¡No vale! ¡No vale!

Y de los que siempre pierden; pierden el bolígrafo, el cuaderno, la bufanda y el jersey. Uno de esos era Molinete.

Como sería que una vez hasta se ensució los pantalones en clase porque no se atrevió a pedir permiso a la señorita para ir al cuarto de baño. ¡Qué vergüenza pasó Molinete!

Y todavía fue peor cuando llegó a casa y vió la cara que puso su padre.

Porque Molinete además de tímido era un miedoso.

Le daban miedo los hombres bajitos.

Le daban miedo los cocodrilos.

Le daban miedo los sueños.

Le daban miedo las cajas cerradas.

Le daba miedo hasta su padre.

Se comprende que Molinete tuviera muy pocos amigos; porque a nadie le gusta tener un amigo tan soso.

Algunos chicos se burlaban de él en los recreos y le hacían versos: «Molinete fue a por coles y se trajo caracoles».

Para quien piense que habría que saber el contexto de ese ejercicio. Bien, el contexto es que no hay más contexto. Aquí las preguntas que deben responder los niños y niñas de esa clase sobre la lectura de ese texto:

Preguntas que incluye el ejercicio a la lectura del texto de Molinete

 

Por lo visto Molinete era una lectura muy popular en las clases de Primaria en los 80. Quizás eso explique que la maestra de Lola haya asumido esta lectura como algo correcto, apropiado para realizar un ejercicio de puntuación y hasta divertido. Pero no lo es. No es nada de eso. Es incorrecto, inapropiado y no debería tener la menor gracia.

Como sería que, una vez hasta se ensució los pantalones en clase porque no se atrevió a pedir permiso a la señorita para ir al cuarto de baño. ¡Qué vergüenza pasó Molinete!

¿En qué momento la humanidad decidió que deberíamos abochornarnos por la orina, la materia fecal o la menstruación? ¿En qué momento lo escatológico se convirtió en motivo de mofa y repulsión? ¿Por qué no ocurre lo mismo con la sangre, por ejemplo? Quizás porque se alentaba a que la derramaran “los valientes” en los campos de batalla. 

Los adultos que rodean a Molinete y sus compañeros deberían explicarles que ninguna persona (ni bebé, ni joven, ni anciana) debería avergonzarse de sus desechos corporales. Y que para muchas personas, por sus características, no es algo que dependa de la voluntad o sea controlable.

Se comprende que Molinete tuviera muy pocos amigos; porque a nadie le gusta tener un amigo tan soso.

Algunos chicos se burlaban de él en los recreos y le hacían versos.

Luego nos sorprenden los insultos en los pasillos, la soledad en los patios, la infelicidad de nuestros hijos en la escuela… Esta ficha me confirma una vez más, que somos los adultos quienes nos empeñamos y empeñamos hasta conseguir que las niñas y los niños acaben viendo ciertas características de otros como algo a despreciar. 

Esta lectura no es algo inocuo. Es un elemento más de esa gota malaya que les va calando poco a poco y a la que contribuimos todos los que intervenimos en su formación: madres, padres, abuelas, tíos, la vecina del quinto, el conductor del autobús, la camarera, el monitor del comedor, la profe de teatro… Todos y todas. Todos los días.

Algunas veces, el mundo sería un lugar mucho más amable si no enseñáramos a la infancia. Si simplemente les dejáramos en paz.

Un grupo de niños de infantil participando en una carrera. Todos llevan las mismas camisetas de color naranja chillón. Uno de ellos participa en su silla de ruedas y es la profesora quien la empuja. Todos se sitúan en torno a la silla. Porque el objetivo no es llegar el primero, sino llegar todos juntos.

Estudiantes por la Inclusión premiados por Down Syndrome International Awards

El grupo de Estudiantes por la inclusión (EXI) ha sido galardonado con uno de los cinco World Down Syndrome Awards. Son unos premios que se conceden a nivel mundial por Down Syndrome International (DSi), una red mundial de personas con Síndrome de Down y sus familias.

Este año eran 200 las candidaturas que concurrían y el grupo de los EXI ha sido galardonado en la categoría de «Autorrepresentación” y en relación a la educación inclusiva.

Desde Quererla es crearla estamos especialmente emocionados por este nuevo reconocimiento a Estudiantes por la inclusión. Y es que, a pesar de ser un premio otorgado por una entidad vinculada al Síndrome de Down, le ha sido concedido a un grupo que no está conformado únicamente por personas con esta característica. Y ni siquiera por personas nombradas por la discapacidad. Si algo caracteriza a este grupo de chicos y chicas es, precisamente, su diversidad. Se trata de un grupo en el que intersectan un buen número de diferencias relacionadas con la desventaja en las escuelas: la clase social, el origen migrante, la orientación sexual, la ruralidad, la etnia, las capacidades, la situación de salud, las identidades de género…

A raíz de hacerse público el premio, escribía Antón:

Para mí es un orgullo formar parte de los EXI y que se nos reconozca, tanto que llevamos dos premios conseguidos, a ámbito internacional (que es una locura) y yendo a tantos sitios a hablar.

Yo el día que me dieron esta noticia me puse a gritar de emoción (y me contuve bastante, dado el lugar en el que estaba) y no me lo podía creer. De hecho, a veces pienso que es un sueño. Ya de por sí este premio es increíble, y es que sólo de imaginar que a lo mejor vamos a recogerlo a la ONU… Ains.

La ONU, una organización que le dio la razón a nuestro amigo Rubén y sentenció que España viola el derecho a una educación inclusiva.

Me enorgullece que nos den este premio al lado de mis queridos EXI. Además, de nuestros padrinos de este grupo Nacho Calderón y Luz Mojtar.

Me acuerdo de la primera reunión que tuvimos, todos íbamos muy o un poco obligados, sin saber muy bien qué hacíamos allí, encendiendo y apagando la cámara y dudando si hablar o no. Llegando así al final de la reunión, que, por lo menos yo, no me quería desconectar.

Los EXI me vinieron en el momento de mi vida que más necesitaba ese gran apoyo que me dieron (que nos dimos) y llenaron todo ese vacío que sentía, vacío que era enorme.

Saber que no era yo solo quién estaba sufriendo en la escuela me unió más a ellos por ese sufrimiento que teníamos en común.

Me encanta ir a los sitios que nos llaman junto a este grupo de personas, que no deja lugar a dudas, tenemos una gran amistad.

Estar en esta lucha me llena, y como dice mi madre, estoy en mi salsa.

Me siento muy afortunado teniendo en mi vida a toda esta gente, que somos una tropa y nos convertimos como en una gran familia, más la que sigo conociendo que también está en esta lucha.

En definitiva, que no sé si podremos ir a la ONU, pero ya ganar este premio y con toda la trayectoria que tenemos recorriendo lugares, y haciéndolo de la mano de mis amados EXI, es un PLACER INMENSO.

GRACIAS

GRACIAS

Y MIL GRACIAS ❤️ ❤️ ❤️

«Ya es el segundo premio internacional que este grupo de estudiantes recibe, y creo que nos invita a pensar qué hacemos en las escuelas.

Porque muchos de estos estudiantes han sido maltratados en ellas, hasta el punto de ser objeto de discriminación, vivir la soledad por años, experimentar el fracaso escolar o ser obligados a la segregación.

¿Cómo puede ser que no valgan en sus escuelas, mientras son premiados mundialmente? ¿Quién se equivoca?»

(Nacho Calderón)

Yo me hago la mismas preguntas que Nacho. Y, al igual que él, tampoco logro encontrar las respuestas.

La ceremonia de entrega de los galardones tendrá lugar el próximo el próximo 21 de marzo (Día Mundial del Síndrome de Down) en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.

Lamentablemente, este premio no tiene asignada una dotación económica, así que ahora mismo resulta bastante complejo que los EXI puedan ir a recogerlo.

Pero, ¿sería o no sería grandioso verles en esa institución junto a Rubén Calleja? En la sede del organismo que ratificó que se había vulnerado el derecho a la educación (inclusiva) de este alumno español.

A Rubén y a su familia nadie podrá restituirles los años robados. Ni reponer todo el daño que este proceso les ha causado. Sin embargo, habría algo muy hermoso y sanador en esa fotografía.

Ojalá podamos hacerla realidad.

Convertir en carcelario lo que debería ser educativo

Hace unos días me contaba una amiga que su hijo está desesperado por dejar la escuela, cansado y dañado porque esa institución ni le entiende, ni le respeta y le hace sentir un fracasado.

Desesperado por encajar siquiera académicamente, un día le preguntó a su compañero de pupitre cómo hacía para saber tanto y sacar todo dieces. El compañero le respondió que en realidad no sabía tanto, que lo aprendía para el examen pero que después se le olvidaba.

—Lo que yo quiero es estudiar cosas que me interesen y que permanezcan — le dijo el niño a su madre.

Que “permanezcan”.

¿Cómo puede ser que un chico de 12 años resuma con tal claridad el sentido que debería tener el sistema educativo y que los adultos responsables de ello sean tan incapaces de verlo ni entenderlo?

Señal que advierte a los conductores de la presencia de un colegio donde se ha tachado la palabra COLEGIO y se ha escrito encima CÁRCEL

📸 La foto se la he robado a Nacho Calderón. La sacó en una calle de su barrio, pero seguramente refleja el sentir que hay en la mayoría de esas instituciones que llamamos escuelas y que hasta en lo físico reproducen la arquitectura de una cárcel.

Los niños del ascensor

La anécdota que narro en este vídeo demuestra que la tendencia natural del ser humano —en contra de lo que se cree— es aceptar la diferencia e incluso ni siquiera verla.

La exclusión se enseña. Y la primera forma de enseñarla es haciendo que la diversidad, la diferencia, no esté presente en la escuela. 

A partir de esa presencia, es necesario trabajar para mantener esa carencia natural de prejuicios hacia la diferencia y el diferente. Para crear una Escuela que sepa acoger a todas las personas.

Esa escuela hoy por hoy no existe. Pero si crees que es posible crearla, si quieres crearla, nos vemos en Callao el 23 de octubre a las 12:00 h.

Cartel con la convocatoria de una concentración en la Plaza de Callao, Madrid, el domingo 23 de octubre de 2022 a las 12:00 horas bajo el lema: "Quererla es crearla: Una escuela para una sociedad inclusiva".

Información y manifiesto de la concentración, así como instrucciones para adherirse y apoyarla en el siguiente enlace: “Quererla es crearla: Una escuela para una sociedad inclusiva”.

#QuererlaEsCrearla

❤️💛💜 💚 

Foto de tres niños pequeños saliendo de un ascensor. Los tres llevan batas de cuadritos verdes y uno de ellos utiliza un andador.

Cuando el matonismo está presente en la sala de profesores es imposible que no aparezca también el patio

Mi amiga y compañera de vida y activismo María José Corell está sufriendo una situación que quienes la queremos conocíamos desde hace tiempo y que ahora ha tenido la valentía de poner por escrito.

Le agradezco su autorización para compartirlo en Cappaces, porque siento que es una forma de que sus palabras no se pierdan. De que sirvan de espejo a quienes están sufriendo lo mismo que ella, de faro para quienes también quisieran disentir y de ejemplo de que hay profesionales en la escuela a quienes sí les importan nuestros niños y niñas. Todos. Hasta el punto de comprometer su salud física y emocional.

Ojalá sirva para que quienes tienen el deber y la obligación de expulsar a los matones que están al frente de muchas escuelas, lo hagan de una vez.

El maltrato existe en la escuela. Entre el alumnado, pero también entre los adultos. De nada sirven las frases y los pósters de las campañas contra el bullying, si el modelo de relación entre las personas que componen un claustro es de matonismo y el acoso también se da en la sala de profesores.

Tampoco se le puede pedir valentía al alumnado para defender al compañero acosado, cuando los adultos de ese centro también miran para otro lado o son incluso partícipes del mobbing contra una compañera.

Los niños y niñas no aprenden de lo que se les dice. Aprenden de lo que ven.

Abrazo enorme a todos los profesionales que estáis sufriendo dentro de los muros de un lugar que debería ser de aprendizaje y de cuidado.

Fotografía en blanco y negro que muestra el rostro de una mujer que aparece distorsionado en la parte derecha de la imagen.

MIRADAS Y MIRADAS (por María José G. Corell)

A los y las profesionales de la educación no nos gusta escuchar determinadas cosas. Nos sentimos cuestionados. Y si encima es una familia la que nos cuestiona pensamos que ¿qué sabrán?, que no son profesionales, incluso que ¿cómo se atreven?

Aunque, a decir verdad, el cuestionamiento de otros profesionales, las voces disonantes, tampoco son bienvenidas.

Es fácil escuchar lo bien que lo hacemos, que nos den ánimos, nos traten con paños calientes, que nos den «recetas», aunque nunca las vayamos a aplicar o incluso estén lejos de nuestras realidades del día a día, o, directamente, no tengan aplicación posible.

Pero a quien «levanta la voz», a quien opina distinto, se le «mira mal», esa persona es «malvista», incluso apartada, excluida, cuando no maltratada por el grupo. 

Ser disidente nunca fue fácil.

En muchas ocasiones hay un problema de distancia entre la visión del o la disidente o disidentes y el grupo mayoritario.

Quienes están en el grupo mayoritario se sienten arropados porque tienen la «razón» que da la fuerza de pertenecer al grupo. 

La presión que pueden ejercer ante quien disiente es a veces muy imperceptible para los miembros del grupo.

Algunas personas, sobre todo si tienen «poder», ejercen esta presión y excluyen a sabiendas, con una agresividad más o menos encubierta (he conocido algún pasivo-agresivo que otro, y agresión directa también). 

En general, la inmensa mayoría del grupo, lo hace por seguir perteneciendo, por estar al calor del grupo y tener su favor.

Puede que no se sea consciente de ello. Pero esta inconsciencia, o incluso falta de «maldad», no puede ser excusa, ni exime de su responsabilidad, (el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones), no exime del daño que hacen con su conducta, con sus palabras o su silencio, con sus acciones u omisiones, al posicionarse del lado de quienes están oprimiendo y excluyendo. 

Estas situaciones se dan en las relaciones entre los grupos de trabajo. En los claustros docentes. En lo que deberían ser EQUIPOS de trabajo. 

Se critica a compañeras y compañeros sin que estén presentes, se realizan burlas más o menos explícitas sin estar la persona presente, incluso delante de la persona, criticamos el trabajo de otras personas sin conocer sus circunstancias… 

Cuando lo hacemos, pertenecemos al grupo y estamos en el lado del opresor. Creemos que así escapamos de vernos fuera del grupo y de estar en ese «otro lado”.

Con este tipo de relaciones estamos enseñando y siendo modelo para nuestro alumnado de cómo se establecen las relaciones, de la fuerza del grupo, de que es preferible ser gregarios, y de que opinar libremente puede pasarnos factura.

Luego nos rasgamos las vestiduras ante el acoso escolar.

He sido receptora de este tipo de miradas. De las que te dejan fuera del grupo. De las que te dejan claro que no perteneces, y también de las que la mirada que recibes del grupo es «devaluadora»: rebajan tu valor a la mínima expresión.

Me han mirado así ya de adulta y como profesional de la educación. No sé si alguien que no haya pasado por ahí puede hacerse una idea de las consecuencias que conlleva para una persona.

Pero lo que me pregunto, y no puedo imaginarme, es qué será recibir este tipo de miradas durante la infancia en un centro educativo. ¿Qué será que nadie espere nada de ti en un momento tan vulnerable como es la infancia y durante toda o casi toda tu escolaridad? Y no me refiero a las miradas del grupo de iguales, me refiero a las miradas que reciben del equipo docente.

Sabemos que hay una gran parte de nuestro alumnado que pasa por esto, que nos sufre, y lo peor, que puede llegar a creerlo, porque no sólo se le dice a él o a ella, se lo decimos a todo el grupo, a su familia…

Cuánta impotencia para este alumnado y sus familias. Insoportable.

Autora del texto y de la imagen: María José Gómez Corell

Blog de la autora: Hablamos de orientación

 

La soledad es una forma silenciosa de bullying

Este curso mi hijo abandonó el sistema educativo de forma presencial. Y no porque académicamente fuera un esfuerzo brutal para él -que lo era y aún así lo realizaba-, sino porque enfermó de soledad.

Durante los cuatro años que cursó Educación Secundaria estuvo completamente solo.

La soledad es una forma silenciosa de bullying.

Todos los que estáis leyendo este texto habéis pasado por el sistema educativo. Así que me gustaría que retrocedierais a esos años e imaginarais pasarlos en la más absoluta y completa soledad. Que nadie hable contigo en clase, ni en los pasillos, que pases los recreos completamente solo, durante cualquier celebración que implique que ese día no haya clase. Siempre. Así durante cuatro cursos, uno detrás de otro.

Cuatro años durante los cuales no paré de darle vueltas a la cabeza para intentar encontrar alguna solución, alguna salida, alguna brecha por donde poder colarme para acabar con esta situación. Pero todo lo que se me ocurría o era imposible de poner en práctica o fracasaba.

El curso pasado, en mi desesperación, mandé un correo dirigido a toda la comunidad educativa del centro, a todas las patas de ese banco que es la escuela: tutoría, departamento de orientación, equipo directivo y Anpa (de la que además yo formaba parte, pero lo hice así porque quise escribir como madre de un alumno y no como vocal de la asociación).

Apenas se hizo nada. Al menos de lo que yo tuviera conocimiento o que a mí se me comunicara. Y no porque fueran malas personas, que no lo eran en absoluto, sino seguramente porque no sabían qué hacer y cada uno de ellos esperaba que fuera el otro quien asumiera aquel ruego (que era casi una súplica) y le diera solución. Intuyo que se miraron unos a otros, pensando cada uno de ellos que la responsabilidad era del de al lado.

Y puede también que el problema sea que este tipo de situaciones, el de la soledad en la escuela, no se perciban con la gravedad que tienen. Estoy casi segura de que si hubiese denunciado una agresión a mi hijo, se habrían activado todas las alarmas y se habrían puesto en marcha todos los mecanismos para acabar con esa situación.

Así que me parece indispensable y urgente dar visibilidad a la soledad en la escuela y hacer ver al mundo lo grave que es, las consecuencias que tiene (y no sólo para esa etapa de la adolescencia, sino para el resto de la vida) y la necesidad de actuar, de hacer algo para que nadie se sienta solo en esos espacios.

Debemos conseguir que deje de ser considerado como un asunto individual y casi que privado. Porque lo mismo ocurría con el maltrato. Recuerdo cómo en mi infancia el maltrato era considerado como un asunto particular, privado, doméstico. De ahí también el peligro de ese adjetivo (“intrafamiliar”) que algunos están empeñados en asignarle últimamente. Cuidado.

Todos en mi barrio sabíamos perfectamente quiénes eran los hombres que pegaban a sus mujeres. Ellas nos daban pena, pero ellos no nos producían rechazo, ni eran socialmente aislados. Creo que mi generación logró hacer ese cambio y hemos conseguido educar a la infancia y a la adolescencia de ahora para que vean el maltrato como lo que es: un delito y un delito intolerable con el que sólo se puede acabar entre todos.

Así que, por favor, démosle a la soledad en la escuela la preocupación que merece para, a partir de ahí, buscarle solución y desterrarla de esos entornos que deben ser de aprendizaje, pero también de acompañamiento. Resulta difícil aprender si uno se siente infeliz. Y eso, infelicidad, una infelicidad absoluta e insoportable, es lo que provoca la soledad no deseada en la escuela.

jarrón de cristal transparente con un ramo de flores silvestres marchitándose.

 

Hemos llegado

Antón ha conseguido titular en la ESO.

Contra viento y marea.

Contra el sistema.

Resistiendo. Como ha hecho cada día de su vida desde que nació.

Ahora vamos a por el siguiente puente. Sería de desear que no se lo pusieran tan difícil como para llegar hasta aquí.

Gracias a todos los que nos habéis acompañado. En la cercanía y en la distancia. Especialmente a quienes habéis recogido mis cabreos y consolado mis lágrimas.

Os diría que ha merecido la pena el esfuerzo y el sufrimiento pero no, no lo ha merecido. Si hubiera sabido lo que le esperaba, seguramente habría diseñado otro camino para él. No sé cuál, pero lo que sé seguro es que hubiera sido fuera del sistema.

También sé que igualmente hubiera seguido peleando y trabajando por conseguir una Escuela que sepa acoger a todos los niños y niñas.

Me dice un amigo que la vida se entiende mirando hacia atrás, pero hay que vivirla mirando hacia delante. Y con eso me quedo.

Compartía nuestro alivio con una persona maravillosa que nos ha ayudado y guiado en este camino y que me ha sostenido emocionalmente muchas veces, y me escribe lo siguiente: «No sabes cuánto me alegro por vosotros y cuánto me apena que el sistema educativo no haya sido capaz de ofreceros la atención de calidad que merecéis. Antón puede tener claro que en este régimen de distancia lo único que cuenta es el examen, para bien y para mal, nadie le ha facilitado nada pero los prejuicios no han jugado en su contra. Lo que hay ahí no está adaptado ni «ablandado» y debe mostraros que siempre pudo sacar la ESO adelante. ¡Siempre fue capaz!»

Y sí, han sido los prejuicios asociados a su discapacidad los que han llevado al sistema a sentenciar que no podía. Que no podía ni académica ni socialmente. Y no nos olvidemos que “el sistema” somos todos, también las familias y el alumnnado.

Gracias a todos de corazón por estar ahí y ayudarnos en este proceso de resistencia tan doloroso y agotador.

GRACIAS ❤️

https://www.eldiario.es/sociedad/anton-fontao-adolescente-sindrome-joubert-senti-secundaria-acabe-dejando-instituto_129_8563153.html

Quererla es Crearla

Hoy se cumple un año del lanzamiento de la campaña Quererla es crearla.

Seguimos empeñados en crear algo que no existe, pero que sabemos sería posible si lo queremos: una Escuela que acoga a todas las niñas y los niños, a todos los chicos y las chicas.

La campaña sigue viva y sigue avanzando. Es por ello que hoy compartimos un anuncio muy especial: La cineasta y creadora audiovisual Cecilia Barriga anuncia su colaboración con Quererla es crearla a través de la creación de un documental sobre el movimiento por la educación inclusiva. Un trabajo que desarrollamos desde hace meses, y en el que tenemos grandes expectativas.

Muchas de las familias que formamos parte de Quererla es crearla hemos compartido tiempo con Cecilia Barriga a lo largo de este año. Cecilia está rodando un documental sobre la inclusión y, muy en especial, sobre cómo se desarrolla en la escuelas.

La recibimos en nuestras casas y en nuestras vidas con una mezcla de incertidumbre, inseguridad y recelo al principio. Pero Cecilia consiguió que nos olvidáramos de su cámara y de sus micrófonos y hemos acabado por sentirla como alguien muy cercano que ya forma parte de nuestras vidas.

Esperamos con mucha emoción e ilusión el resultado de esa enorme cantidad de horas de grabación que ha ido atesorando.

Yo soy parte de Quererla es crearla. ¿Y tú?

#QuererlaEsCrearla

#YoTambienSoyQuererlaEsCrearla

Estudiantes por la inclusión (por Antón Fontao)

De verdad, no puedo ser más feliz con mi vida. No tiene ni punto de comparación con lo malo. No sé si va a ser bueno lo que me espera, cosa que no deseo más en el mundo. Quiero ser muy feliz. Ahora también lo soy. Quiero que mi discapacidad no influya en mi futuro. O sea, a la hora de hacer castings, de coger un bebé (sea mío o de otrx) en brazos por ejemplo, etc. Yo primero tengo que conseguir lo que quiero tener.

No puedo estar más feliz con la gente que conozco. Tan maravillosas personas. Supongo que la gente que no vale la pena se irá alejando de mí, y cuando sea mayor al contrario.

Yo, por decirlo de alguna manera, no viví como se debería vivir (como viven todxs o prácticamente todxs) la adolescencia. Y quiero por lo menos vivir de mayor como quiero o algo parecido. Ya digo que no viví la adolescencia como debería vivirla porque de pequeño, me gustaba mucho, pero en el parque yo estaba todo el rato con los mayores, y ahora supongo que me acostumbré. Un día que quedé con una amiga mía un momento fuimos junto a sus amigxs y yo tengo que reconocer que sentí un poco de envidia. Yo tengo amigxs (me refiero a tres amigxs), pero no es lo mismo que tener un grupo de amigxs. Lo tenía, pero por circustancias de la vida ese grupo se rompió, y nada más deseo en el mundo (además de lo de ser actor) que ese grupo se volviera a unir. Es que ellxs tienen un grupo o varios y, por decirlo de alguna manera, se lo pueden permitir, pero yo no.

Por eso, cuando fui a Madrid y conocí a todxs lxs “Estudiantes por la inclusión” me llenó tanto de felicidad porque me sentía genial. La verdad es que por los días que fue y por unos compañeros que faltaban me supo a poco. Esos días los viví con adrenalina, intensidad y felicidad. Allí me sentí puro fuego con todo mi grupo de “Estudiantes por la inclusión”.

El día que quedamos con la ministra de educación estuvimos un rato fuera, delante del ministerio, y lo digo por todxs, pero más por mí, estábamos con una inmensa responsabilidad encima. Yo, a punto estuve de los nervios que tenía, de que me reaminaran con los desfibriladores, y lo digo casi literal.

Allí dentro le contamos todas nuestras experiencias a la ministra , y, Malena lloró, Indira lloró, Zulaica lloró, Alberto lloró, y yo casi lloro también. La madre de Alberto le comentó a mi madre que él nunca llora, y me alegra porque quiero que sepáis lo emotivo que fue lo que vivimos allí dentro. Yo tampoco lloro de emoción, y cuando me emociono es por dentro, así que si yo casi lloro también os podéis hacer una idea de lo que fue aquello.

Nosotrxs luchamos por una escuela inclusiva, pero no solo para los que tenemos discapacidad, sino, porque, aunque no lo crean, todxs los demás que no tienen discapacidad, gitanos, etc, también están mal en la escuela. Aunque también lo hacemos por nosotrxs.

Ojalá presentara yo la guía a mi ex instituto que falta les hace, que la ministra la haga pública y que se la enseñemos a todos los institutos de este país.

Autor: Antón F. S.

Nos vamos

Llevamos casi dos semanas de no-curso. Nos hemos ido. Hemos abandonado el sistema. Y no soy capaz de describir la liberación que sentimos.
 
Es mi primer septiembre en paz y libre de la angustia que he sentido en esta época del año durante demasiado tiempo.
 
Cuando comento estos días con algunas personas esto, que casi se podría llamar felicidad, que estoy sintiendo ante esta nueva vida, me miran pensando que he debido iniciar una especie de vacaciones perpetuas. Y es porque ni se imaginan lo que ha sido mi vida, nuestra vida, durante los últimos años. Especialmente los cuatro últimos de instituto.
 
No se imaginan que cuando tu hijo baja del bus escolar, lo primero que le preguntes sea qué deberes tiene para ese día. El agobio y la angustia cuando te informa que le han añadido un nuevo examen para esa semana en la que ya tenía seis, que en dos horas debe mandar un trabajo del que se había olvidado… No saben que durante los últimos años no hemos tenido fines de semana, ni puentes, ni nada que se pudiera llamar vida… Que las pocas salidas que hemos hecho, ha sido a base de pensarlas mucho y siempre con el remordimiento de que no deberíamos estar allí, sino anclados al escritorio de Antón. No imaginan lo que ha sido no poder desconectar jamás. Porque la mayoría de sus hijos e hijas no han tenido que hacer el esfuerzo tan colosal que el sistema exigía a Antón, ni esos padres y madres han tenido que vivir pegados a ellos cada tarde de cada semana de cada mes de cada año.
 
Hemos vivido esclavos de algo que cada vez tenía menos sentido. Que no aportaba absolutamente nada más que la angustia de sentir siempre que no llegábamos por más horas que le dedicásemos. Que aquello era cualquier cosa menos adquisición de conocimientos… Pero nos tienen tan ocupados en hacer que la rueda siga girando, que no somos ni conscientes de que en realidad estamos metidos en una jaula que nunca avanza.
 
Y un día del curso pasado Antón no pudo más.
 
Y el caso es que no pudo más, no por culpa de los deberes, los trabajos, las lecturas obligatorias, los exámenes o la carga lectiva. No pudo más por tanta soledad. Porque llevaba cuatro años completamente solo. Uno detrás de otro. En cada recreo, en cada clase, en cada pasillo. Solo. Invisible. Siempre.
 
Era tal el estado de desánimo y tristeza en que se encontraba (de lo que cualquier profesional catalogaría cercano a la depresión) que su padre y yo nos planteamos que había que hacer algo. Ese algo fue, en un principio, una ausencia a clase de varias semanas, con la excusa del coronavirus y de un contancto estrecho que en realidad nunca existió. Y durante esos días, aquel chico empezó a ser otro. Hasta que llegó el momento de volver a clase. Y el dolor con el que regresó fue todavía más intenso que aquel con el que se había ido. Porque nadie parecía haber sido siquiera consciente de su ausencia.
 
Y también un día quedé para tomar unas cañas con mi amiga Marta y llorar todo esto con ella. Me escuchó en silencio y cuando acabé me cuestionó el sentido de lo que estaba haciendo Antón y yo con él. Entonces me habló de su hermana, también maltratada por la escuela, que había abandonado el sistema con 16 años y había sido autónoma y completamente independiente desde entonces. Y, sobre todo, más feliz. O menos desgraciada.
 
En aquel momento me pareció un despropósito la salida que me proponía Marta. Pensé que ésa no era una solución para Antón, porque en nada se parecían tampoco sus circunstancias a las de su hermana. Pero no dejé de darle vueltas a la opción, que acabó materializándose tras varias reuniones con la orientadora y el tutor de Antón.
 
Y decidimos que nos íbamos. Antón ya había hecho todos los esfuerzos que estaba en su mano hacer y durante cuatro años nada había cambiado.
 
Antón seguirá estudiando a distancia por las mañanas, pero al menos dispondrá de las tardes y los fines de semana para vivir, con todo ese tiempo que hasta ahora le robaba la escuela. De todos modos, yo me pregunto cómo es posible que con treinta horas semanales de clases presenciales, puedan hacer falta otras tantas de trabajo en casa para poder aprobar. Si hace ya décadas que los adultos conquistaron la semana laboral de cuarenta horas, ¿para cuándo los niños y las niñas?
 
Nuestra familia ha decidido abandonar el sistema de forma presencial (y ojalá temporal), porque el dolor era ya insostenible. Me decía estos días una compañera de trinchera: «Vuestra “solución” aparte de injusta, no es exportable a otras familias. El desarrollo social y ciudadano de Antón está a salvo por su contexto cultural y familiar» Y lo sé. Sé que somos unos privilegiados hasta por haber podido permitirnos abandonar el sistema sin que eso signifique “abandonar” a Antón. Así que seguiremos luchando para que ninguno de los niños y niñas que están por nacer acudan cada día con el corazón encogido a un espacio que se supone debería acogerles, cuidarles y enseñarles pero que les maltrata, invisibiliza y niega oportunidades por su diferencia. Este curso vamos a tomarnos un descanso en ese proceso de resistencia que se hace tan duro, pero seguiremos detrás de las barricadas hasta el fin de nuestras vidas.
 
Pero no nos engañemos, el sistema no sólo lo conforman los profesionales, sino también las familias. Familias que muchas veces (demasiadas) educan, educamos, a nuestros hijos e hijas para que desprecien, ignoren y aparten a quienes no pueden ayudarles a subir a la cima. Sea lo que sea la cima. La responsabilidad no es sólo de la administración o de los profesionales de la escuela, sino que es colectiva. Y colectiva debe ser la solución.
 
Nuestra familia estaba agotada por tanta carga académica sin sentido, pero lo que en realidad nos ha expulsado de la escuela ha sido la soledad, por lo que la responsabilidad va mucho más allá de la escuela como institución. De hecho, me consta que ha habido algún profesional en el instituto (pocos, desgraciadamente) que ha hecho esfuerzos en ese sentido y no sólo no ha funcionado, sino que ha sido contraproducente y ha generado más rechazo por parte de esos compañeros y compañeras a quienes ha tratado de sensibilizar sobre la situación de Antón.
 
Nos vamos, pero con la esperanza de que en un par de años los compañeros y compañeras que Antón se encuentre en las aulas (y no él) hayan madurado lo suficiente para entender la suerte y el privilegio que es poder tenerle como amigo.puesta de sol sobre el mar con el cielo de color rojizo. A la derecha se recorta la silueta de un chico que está de espaldas y a la izquierda la de una isla

[📸 Descripción de la imagen: puesta de sol sobre el mar con el cielo de color rojizo. A la derecha se recorta la silueta de un chico que está de espaldas y a la izquierda la de una isla]

Estudiantes por la inclusión

Hoy he recibido mensajes de un par de personas que me han escrito emocionadas al descubrir esta mañana en su bandeja de correo una nota de prensa del Ministerio de Educación donde aparecía Antón.

La ministra Pilar Alegría recibió ayer a un grupo de estudiantes de diferentes partes del estado. Son chicas y chicos que durante el curso pasado estuvieron manteniendo encuentros semales por zoom para pensar y debatir sobre la escuela. Esas conversaciones han dado origen a una guía de la que hicieron entrega a la ministra sobre cómo hacer inclusiva la escuela.

Durante el encuentro de más de una hora, también pudieron trasladarle a Pilar Alegría sus experiencias personales dentro de la escuela. La mayoría cargadas de mucho dolor pero también de esperanza porque, a pesar del sufrimiento que llevan a cuestas, siguen creyendo en la escuela y confiando en que la transformación es posible. La guía recoge posibles caminos para hacerlo que han nacido de ellos y ellas.

Quiero dar las gracias a la ministra por escucharles y al personal del ministerio, especialmente a Mar y Arturo, por haber sido tan maravillosos con nuestro grupo, tan raro y diverso como la vida.

Nuestra familia ha decidido abandonar el sistema de forma presencial (y ojalá temporal), porque el dolor era ya insostenible. Seguiremos luchando para que ninguno de los niños y niñas que están por nacer acudan cada día con el corazón encogido a un espacio que se supone debería acogerles, cuidarles y enseñarles pero que les maltrata, invisibiliza y niega oportunidades por su diferencia. Este curso vamos a tomarnos un descanso en ese proceso de resistencia que se hace tan duro, pero seguiremos detrás de las barricadas hasta el fin de nuestras vidas.

Pero no nos engañemos, el sistema no sólo lo conforman los profesionales, sino también las familias. Familias que muchas veces (demasiadas) educan, educamos, a nuestros hijos e hijas para que desprecien, ignoren y aparten a quienes no pueden ayudarles a subir a la cima. Sea lo que sea la cima. La responsabilidad no es sólo de un ministerio, sino colectiva. Como colectiva debe ser la solución.

Entre las actividades que se han organizado este fin de semana se ha incluido un encuentro con Sara Solomando y Javier Gómez, guionistas de “La casa de papel”, una serie que es para ellos un referente. Seguramente porque la banda de El Profesor está compuesta por personas tan abandonadas y expulsadas del sistema como ellos mismos. A ese encuentro han entrado unos emocionados Raúl, Zulaica, Indira, Malena, Alberto, Darío y Antón. Y de él han salido unos igualmente emocionados Sara y Javier, porque han sabido reconocer en esos chicos y chicas a la verdadera resistencia.

No dispongo de palabras para darles las gracias a Ignacio Calderón, Luz Mojtar y Teresa Rascón, que son quienes han acompañado a nuestros hijos e hijas en esta experiencia. Nacho, Luz y Tere no sólo son los profesionales más maravillosos e implicados que puedan existir, sino los mejores seres humanos que hemos encontrado en nuestro camino y que formarán parte de nuestra familia para siempre.

GRACIAS ❤️

#QuererlaEsCrearla

Parecía imposible poder contar, ni de forma aproximada, el vértigo y la emoción de ese momento, los nervios de los chicos y las chicas, el peso de la responsabilidad que sentían, la camaradería y la unión que han construido entre ellos, apoyándose y cuidándose los unos de los otros… pero Nacho Calderón lo ha conseguido en este maravilloso post que describe lo excepcional del encuentro: “Conversar sin reservas”.

Escribía también Nacho estos días:

La escuela no puede ser la que pone a la infancia a competir, obsesionada por lo que pedirá el mercado. No puede ser la que pasa por encima de sus tiempos, intereses y demandas. La verdadera escuela, la de la vida, es la que nos ayuda a apoyarnos humanamente.

[En la fotografía, Indira y Malena se agarran de la mano mientras están sentadas en momentos de nerviosismo y emoción].

Escribiendo por el otro lado

Hace algunos años Antón asistía a una actividad deportiva específica para niñas y niños con diversidad funcional. Yo mataba el tiempo de espera en la cafetería y, al cabo de algunas semanas, cinco de aquellas madres acabamos por conformar un grupo estable que se reunía entorno a tazas de café e infusiones varias. Éramos más diversas que la propia diversidad de nuestros hijos. Pero, increíblemente, encajamos. Como encajan las piezas de los puzzles siendo tan completamente singulares como desiguales entre sí.

Ni qué decir tiene, que nuestras hijas e hijos monopolizaban los temas de conversación. Tanto, que un día la madre de A. advirtió: “Hoy no se habla de los niños”. Y nos quedamos en silencio. Completamente desnortadas.

Así que fue la única vez que lo intentamos. En nuestro monotema común, había un apartado que acaparaba un tanto por ciento enorme: La Escuela. Y allí fui consciente de que, a pesar de mi desesperación casi diaria porque la escuela no se adaptaba a mi hijo en la forma en que él lo necesitaba, comparados con aquellas otras familias, casi que nos podíamos considerar unos privilegiados.

Una tarde la madre de G. sacó del bolso la libreta de su hija. Las instrucciones del colegio habían sido muy precisas: debía tener una pauta de 5 milímetros. Ella pensaba, con una lógica aplastante, que G. debía escribir en el espacio donde la separación entre las líneas era mayor. 

Adaptaciones alumnado discapacidad

Pero no, y explicaba asombrada que la profesora le había llamado la atención sobre el asunto y que G. tenía que escribir en el lugar donde el espacio entre líneas era más estrecho.

Adaptaciones alumnado con discapacidad

Aquella madre estaba asombrada y yo me quedé ojiplática. Porque G. era una niña con unas dificultades enormes respecto a la motricidad fina y obligarla a escribir a mano ya era una aberración suficiente, como para además añadir el esfuerzo de que aquellos trazos no superasen los 5 mm.

Y me encontré una vez más con alumnos a los que el sistema no respeta sus características, ni las limitaciones en su funcionalidad. Me encontré de nuevo con un sistema que concede mayor importancia a la grafomotricidad y a la perfección de la caligrafía que al propio aprendizaje lecto-escritor. Un sistema que frustra de tal manera a determinado alumnado, que les quita las ganas de aprender.

Un sistema que pretende que todas las niñas y niños aprendan a escribir en los mismos tiempos y que, además, lo hagan con letras del mismo tamaño y que sigan el mismo trazo, copiando todos el mismo texto. 

Un sistema que pone el foco en la rapidez en lugar de la comprensión lectora, y en la caligrafía en vez de la redacción o la capacidad de crear historias.

Y no hablo sólo del alumnado etiquetado por la discapacidad, sino de todo el alumnado. Así nos lo ha demostrado nuestra propia experiencia. Mi hija era una lectora voraz en Primaria (en Secundaria el sistema hizo todo lo posible por quitarle las ganas de leer por placer y lo consiguió durante toda esa etapa). El caso es que, como casi todas las niñas y niños lectores, esa pasión suele conducir también a la vocación escritora. Y ya en 1º de Primaria escribía unas historias que nos dejaban pasmados a su padre y a mí. Recuerdo el día en que acudíamos a la primera tutoría de 2º de Primaria con una nueva profesora. Iba convencida de que compartiría nuestro asombro y admiración. Pero no, llegamos allí y resulta que nos describió a una niña desastrosa por su caligrafía fuera-de-la-norma y los tachones en sus libretas. Me quedé pasmada. Entendí que hablábamos idiomas distintos y ya nunca más volví a pedir una tutoría con esa persona, porque no me iba a aportar nada y lo que ella valoraba de mi hija era diametralmente opuesto a lo que valoraba y cuidaba yo.

Como digo, esta perversión del sistema es una aberración pedagógica para todos (misma letra, mismo trazo, mismo tamaño, mismo texto, mismos tiempos), pero resulta incalificable cuando se le exige a un alumno con dificultades motrices. Olvidan que esa forma de funcionar suya no responde a su voluntad, sino que es consecuencia de la forma caprichosa en que los genes heredados se han combinado en su cuerpo. 

De la misma forma que yo, por más que me esfuerce y entrene, nunca podré correr los 100 metros lisos en los 9,58 segundos que los hace Usain Bolt, ni por más práctica o empeño que le ponga podré pintar como Miguel Ángel.

Aquel día en la cafetería de la piscina intenté transmitirle a la madre de G. que aquello no era bueno para su hija. Que lo importante es que aprendiera a leer y a escribir y no las herramientas que utilizara para lograrlo y que, además, si no eran las adecuadas le iba a crear tal frustración y rechazo que convertiría ese aprendizaje en una tortura y le quitaría las ganas de aprender.

Le hablé de nuestra experiencia y de cómo el uso del iPad había sido clave para que Antón consiguiese escribir. Y le hablé de la frustración tan enorme que sufrió cuando empezó a trabajar operaciones aritméticas, porque era algo que no podía ejecutar en un archivo de texto sino sobre papel o la pizarra que utilizábamos en casa. Y que aquellos trazos irreconocibles le provocaban tales enfados que resolver una suma nos llevaba media tarde y se convertía en una tortura para los dos. Que estaba tan pendiente de ejecutar bien ese 5, que lo borraba y volvía a escribir tantas veces y al final ya no se acordaba de cuánto se llevaba ni si se llevaba algo y el fin de aquellos ejercicios (aprender a sumar) perdía todo el sentido. Le conté lo que significó encontrar la app de Rubio que resolvió aquel horror y le permitió aprender a sumar, restar, multiplicar y dividir centrándose sólo en el aprendizaje y práctica del cálculo.

Su respuesta fue: “Pero también le viene bien para mejorar la motricidad, ¿no?”. Porque eso es en lo que le insistían machaconamente los docentes de su hija, los “pedagogos”, los “profesionales”, los “expertos”. Y evidentemente, su palabra por fuerza tenía que tener más peso sobre ella que la de una simple madre. ¿A quién iba a escuchar? ¿A quién iba a hacer caso?

Y ese es el problema de nuestros hijos: los profesionales que olvidan que lograr el objetivo (leer, sumar) es más importante que la forma de llegar a él. Y que los experimentos, con gaseosa. Hay millones de formas de trabajar la motricidad fina sin tener que poner en riesgo el que un niño logre aprender a escribir. Ser analfabeto es un hecho tan limitante es nuestra sociedad que no se puede andar jugando con eso. 

En aquella época Antón practicaba la motricidad fina pero de otras formas: poniendo y sacándose los zapatos, manejando los cubiertos, en talleres de cocina o pintura, jugando con su pequeño zoo de animales… Y respetando sus tiempos. Precisamente, jugar con animales, algo que era habitual para mi hija con 3 ó 4 años, Antón no empezó a hacerlo hasta los 9 ó 10, porque hasta entonces su mente y su cuerpo no estaban preparados y, en lugar de divertirle, le generaba una enorme frustración. ¿Se le podía pedir entonces en un aula, lo mismo que a sus compañeros?

Actividades para trabajar la motricidad fina

Evidentemente que me encantaría que Antón pudiera escribir a mano pero, sinceramente, hay cientos de acciones relacionadas con la habilidad de sus manos más importantes y más urgentes que desearía que fuese capaz de ejecutar solo antes que los trazos a lápiz. Como, por ejemplo, actividades relacionadas con su cuidado e higiene personal para las que no tiene más alternativa que las manos de otra persona. En la escritura podemos sustituir un bolígrafo por un teclado pero, ¿cómo hacemos con situaciones como ir al baño, ducharse, vestirse, lavarse los dientes, manejar un cuchillo o ponerse un abrigo? Nunca antes había imaginado la habilidad y concentración que requiere ponerse un calcetín ni tantas otras acciones que la mayoría hacemos sin siquiera pensar en lo que estamos haciendo.

Lo dicho, los experimentos con gaseosa. Se puede funcionar en nuestra sociedad utilizando una silla de ruedas, pero es muy difícil hacerlo siendo analfabeto. Que se lo pregunten a esas ancianas que no tuvieron la oportunidad de pisar la escuela, que alguna vez se nos acercan en el supermercado en busca de ayuda. Cada vez que me ha ocurrido, me ha partido el alma.

Los avances tecnológicos están para usarse. De hecho, un bolígrafo no deja de ser una ayuda técnica que permitió al alumnado prescindir de la pizarra escolar y el pizarrín. ¿Por qué, entonces, obligar a una niña con dificultades motrices a utilizar un lápiz y rizar el rizo pidiéndole que lo haga en un espacio de 5 milímetros? Equivale a obligar a cualquiera de sus compañeros a escribir con el pie. Con esfuerzo, tenacidad y práctica podrían conseguirlo pero, ¿qué sentido tiene?

Yo odio dibujar, seguramente porque no se me puede dar peor. Si diera clases de dibujo y me obligaran a manejar el pincel con la boca, es decir, que en vez de facilitarme las cosas para disfrutar de esa actividad, añadieran más dificultades, el resultado sería que odiaría todavía más la pintura. ¿Cuál debería ser el objetivo de esas clases? ¿disfrutar del arte y crear? ¿o fortalecer la musculatura de la boca?

Para eso… mejor masticar chicle.

¿Os imagináis que alguien os dijera que en vez de utilizar una lavadora, fuerais a lavar la ropa al río o un lavadero público? Y que intentaran convenceros diciendo: sí, hombre, te va a llevar más tiempo y más esfuerzo, pero te vendrá genial para fortalecer los brazos, estar al aire libre y socializar. Pues bien, eso es lo que se está haciendo en muchas aulas respecto a la lectoescritura y los alumnos con dificultades motrices. Para estar al aire libre, mejor me doy paseos por el monte, para fortalecer los músculos, mejor me apunto a clases de zumba y para socializar, mejor me voy de cañas. ¿Acaso no es mejor utilizar el tiempo que hemos ganado con las lavadoras en ejercitar los brazos de forma más divertida y socializar en un bar? El objetivo es tener la ropa limpia. En la escuela el objetivo no debería ser otro que el dominio de la lectoescritura.

No estoy diciendo que haya que renunciar a trabajar y ejercitar la motricidad fina, pero mejor hacerlo en otros frentes, de otra forma y con otros estímulos. Pero no con la escritura, es demasiado seria e importante.

A mí siempre me ha gustado escribir, siempre lo había hecho a mano y el primer ordenador llegó a mi vida después de la universidad. Pensé que nunca podría acostumbrarme a ello y ahora no concibo volver a escribir a mano por lo mucho que un procesador de textos facilita el proceso de escritura (correcciones, añadidos, eliminaciones). ¿Alguien piensa que en las redacciones de los periódicos se redactan las noticias en folios y con pluma? ¿Por qué a la escuela le cuesta tanto adaptarse al mundo exterior? ¿Qué problema hay en utilizar un teclado? Se actúa justo al revés: en el proceso de aprendizaje lectoescritor se obliga a niñas y niños muy pequeños y aún en proceso de madurez a escribir a mano y, una vez tienen dominada la caligrafía, se les deja utilizar un ordenador. ¿Es esto lógico?

Xacobe tiene una parálisis cerebral que también lleva asociada dificultades en su visión. Cuando estaba en Primaria, su familia intentó que una profesora le ampliara la letra en ejercicios y exámenes. Aquella «trabajadora de la enseñanza» se negó a ampliársela más allá de 10 puntos, ni a utilizar otra tipografía que no fuera Arial. Alegaba que así se iba a encontrar los textos a lo largo de su vida y que tenía que acostumbrarse. Creo que esta experiencia se comenta sola. Y que también queda patente que a la inflexibilidad, rigidez e inhumanidad de aquella profesora, se sumaba también su tremenda ignorancia si tenemos en cuenta la cantidad de dispositivos con los que leemos actualmente todo tipo de textos y que nos permiten personalizar tamaño, tipografía, brillo…

Si a alguien a quien nada de lo expuesto hasta aquí le ha convencido, le dejo imágenes de trabajos del Antón de la época de esa conversación en la piscina. El primero es el Antón a quien obligaban a escribir a mano. El segundo, el Antón que escribía utilizando un teclado.

Este es el Antón que escribía a mano:

 

 

Y este el Antón que utilizaba el teclado:

¿Os parece el mismo niño? ¿Creéis que lo que transmitía a sus compañeros era lo mismo? Y, lo más importante, ¿qué Antón se gustaría más a si mismo?

El primero es un niño de 5º de Primaria con una caligrafía propia de un alumno de Infantil. El segundo, refleja al Antón creativo e ingenioso que es y que sería imposible que asomara escribiendo a mano. Sus trabajos manuscritos sólo sirven para incidir en su torpeza motriz, para avergonzarle ante sus compañeros, para dañar su autoestima y para mostrar únicamente sus incapacidades, esas que todos tenemos pero que, evidentemente, intentamos ocultar. ¿Por qué nuestros hijos e hijas no merecen que se les respete su forma de ser y funcionar?

Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado (Juan Ramón Jiménez)

 

 

 

Cómo afecta a la Escuela la falta de cultura inclusiva en la sociedad

Irene Tuset, desde su triple mirada como madre, profesora y formadora de docentes, nos ofrece este análisis tan lúcido sobre la educación del alumnado con diversidad funcional en las escuelas:

«Voy a aportar mi visión como madre de un niño con Síndrome de Down, como profesora de matemáticas de secundaria de un centro público de Madrid y como profesora de Didáctica de las Matemáticas a futuros maestros.

Por un lado, es completamente cierto que tenemos un sesgo social profundamente enraizado que tiende a renunciar a enseñar al individuo cuando no creemos que pueda llegar a la media estándar, porque lo consideramos un trabajo baldío. En el fondo, lo vemos como un proyecto fallido. No nos damos cuenta de que enseñar a ese niño para que llegue al 3, es muchísimo mejor que no enseñarle nada. Todo ese aprendizaje es un tesoro tan valioso como cualquier otro. Sin embargo, lo hacemos, renunciamos.

Cuando vemos que nunca va a aprender a hacer ecuaciones o un comentario de texto, nos parece que para qué le vamos a enseñar nada. No nos ocurre lo mismo en otros ámbitos como la medicina. No escuchamos decir a un médico: “No voy a curarle porque es muy difícil, no me han dado la suficiente formación y tengo muchos otros pacientes a los que sí puedo curar. Mejor que se lo lleven a otro sitio, donde no le curarán pero me quitarán el problema de encima”. No. Tampoco le escuchamos decir: “Yo, del bisturí láser nada! Es que yo y la tecnología… Soy analógico. Mejor opero con un cuchillo jamonero”. Porque lo cierto es que existen recursos tecnológicos maravillosos que pueden resolver muchísimos problemas de eliminación de barreras al aprendizaje y nadie se interesa en aprenderlas. Nunca es nuestra prioridad. Haría falta una profunda reflexión sobre los motivos causantes de esta inercia reconocida por muy pocos.

Además, los docentes somos fruto de la sociedad en la que vivimos, poco o nada inclusiva, por lo que no nos sentimos motivados a esforzarnos por los alumnos con mayores necesidades. Solemos dejar los grupos con alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo a los profesores más novatos, a los que han llegado los últimos (que suelen ser, además, los que tiene menos recursos didácticos). Nos parece una tarea ardua y casi siempre frustrante porque no sabemos cómo hacerlo y no vemos resultados a corto plazo. Los equipos directivos no supervisan ni presionan con los resultados (cosa que sí ocurre con el resto del alumnado). La inspección no viene a visitarte si suspenden todos o sacan sobresaliente todos (poco les importa). Nadie evalúa el trabajo de los docentes y PTs con los alumnos con necesidades (si no aprenden es porque han tocado techo, porque ya no llegan a más, nunca porque los docentes no están realizando adecuadamente su trabajo, que digo yo que habrá de todo). 

La formación del profesorado es terriblemente deficiente, porque la formación de los profesores de facultad en este campo es también terriblemente deficiente. Tal cual lo digo. Porque para aprender hay que remangarse y ponerse manos a la obra, no sólo leer artículos. Hay que observar, probar, equivocarse, volver a probar, intercambiar ideas y experiencias, volver a probar… y finalmente aprender. Entonces ya estás listo para enseñar a otros docentes. 

Efectivamente, somos las familias las que finalmente nos remangamos, probamos, aprendemos y acabamos siendo los que enseñamos a los profesores de nuestros hijos. Si hay suerte se dejarán enseñar, pero no siempre ocurre. A las profesoras de Andrés les he enseñado yo cómo adaptar materiales, cómo trabajar con él, cómo comunicarse… Incluso les he mandado modelos de examen para que vieran cómo evaluar sus conocimientos de acuerdo a sus características cognitivas. Estoy encantada con las que han tenido la lucidez y humildad de darse cuenta de que esa información ha sido un verdadero tesoro que les ha servido a ellas para mejorar en su trabajo y a Andrés para aprender mucho más de lo que nunca hubiesen imaginado. Porque esa es otra cuestión: si no se aprende de la manera estándar… entonces eso no es aprender. Tenemos mucho que mejorar, pero estamos tan lejos de verlo que parece que hablásemos lenguajes diferentes. 

Dicho todo esto, la situación de los profesores, de la educación, la falta de recursos, el que tengamos que convivir con las consecuencias de la terrible brecha socioeconómica, los problemas de conducta, las carencias tecnológicas, la masificación… hace que el trabajo dentro del aula sea muy duro. Muchísimo. Por lo que necesitamos que se nos mime, se nos respete, se baje la ratio, se nos escuche cuando expresamos nuestras necesidades, se mejoren las infraestructuras de los centros para dignificarnos a nosotros y nuestro alumnado, que se nos deje tomar decisiones, que nos den formación de calidad, que se valore y reconozca nuestro esfuerzo y buen hacer, que los apoyos dentro del aula sean de personal cualificado, que no sólo se premie la excelencia sino que también se cobre más por enseñar a niños con necesidades educativas (los profesores de bilingüismo y excelencia cobran más), que nos den recursos tecnológicos de calidad y nos enseñen las posibilidades que tienen… ¡¡Tantas cosas!! Que, efectivamente, la solución no es decapitar a los profesores (sin dejar de recordarles cuál es su función), sino comprender que es una muestra más de la falta de cultura inclusiva circundante, y apostar por un cambio estructural, potenciar un giro en la sensibilidad social ante la educación inclusiva, de concienciación, de arriba a abajo, desde las consejerías de educación, para que de manera natural se produzca el cambio de mirada y se transformen las escuelas.»

Cuando el matón es el docente

Ayer, en un encuentro online, nos preguntaban sobre cómo era el proceso de empoderamiento de las familias. Y yo me di cuenta en ese momento al responder, o más bien reflexionar en voz alta, de que las familias, al menos la mía, sólo nos empoderamos en la intimidad. Porque las pocas veces en que me he enfrentado abiertamente al adulto a quien confiaba a mi hijo en la escuela, las consecuencias ha tenido que sufrirlas él.

Esas experiencias me enseñaron a callar y aguantar. Era eso, o irnos de allí. Como siempre, la víctima de bullying es quien debe irse, sobre todo cuando el matón es un adulto con poder en el centro y el silencio, cuando no directamente el apoyo, del resto del claustro. Ya sabemos esa regla no escrita en casi todas partes del “Hoy por ti, mañana por mí”.

Poco se habla del bulliying cuando lo ejerce el docente. Algo gravísimo que ocurre a diario en prácticamente todas las escuelas. Conozco tantos episodios de otras familias, de otras niñas y niños, que me parece infame. Las familias callan por miedo a las consecuencias, los compañeros por un corporativismo mal entendido y la inspección no se entera o hace que no se entera.

Así que lo único que me ha quedado a mí en particular, es la denuncia pública en el blog aunque sea a toro pasado. Seguramente sea una actitud cobarde, pero mucho menos de la de aquel a quien confías a tu hijo para educarle, respetarle y cuidarle y hace todo lo contrario.

Desgraciadamente, mi hijo sigue teniendo al frente del aula a personas que protagonizarán algunos de mis posts en el futuro. Os espero allí. Y a partir de ahora os pondré nombre y apellido. Porque es lo mínimo que merecéis.

¿Es un acto cobarde? Sí, porque el miedo a que le dañen todavía más me ha vuelto así. Y ellos lo saben. Y de eso se aprovechan. En todo caso, es un acto bastante menos cobarde del de aquel y aquella que aprovechan su poder, su autoridad y un respeto no merecido, para maltratar al elemento más frágil del ecosistema escolar.

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Indefensión aprendida

Adaptaciones curriculares: cuando lo que se agota es la voluntad de enseñar

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“Héctor” ©Paula Verde Francisco

Osos rojos

«La maestra recorría el aula mostrando a cada uno de mis compañeros mi cuaderno y repetía: “Los osos rojos no existen”.

Aquella imagen quedó grabada en mi retina, como escribir cien veces “No debo dibujar osos rojos”.

Desde ese día me convertía en “la distinta”, la niña que dibujaba osos rojos.

Ese día moría la niña. La que imaginaba historias fantásticas de camino a la escuela, la que podía ver el cielo verde, el mar amarillo y los osos rojos.

Ese día me convertía en “la distinta”, y así me sentía.

Ese día moría mi capacidad para imaginar osos rojos, azules, verdes, de tantos colores…

La escuela no estaba preparada para mí, pero me hicieron creer que yo no estaba preparada para la escuela.»

(Silvana Corso)

💜 PARA TODAS ESAS NIÑAS QUE DIBUJAN OSOS ROJOS, ÁRBOLES ROSAS Y ESTRELLAS VIOLETAS 💜

Y especialmente para Campanilla. Para que siga regalándonos obras preciosas y explorando los museos desde el suelo (a pesar de los guardias de sala, a los que su tía tiene que sacar las uñas)