Dinosaurios y dioses

En uno de mis paseos matutinos por Facebook me encuentro con esta foto:

dinosaurios, religión y creacionismo

Ese alumno no sólo no responde a lo que se le pide en el examen (relacionar nombres de dinosaurios con la imagen correspondiente), sino que alecciona al profesor sobre la incorrección de considerar a los dinosaurios como criaturas reales:¡Los dinosaurios NO existen!!! ¡Lea la biblia!!!.

La persona que compartió dicha imagen en un grupo reivindicativo de la Educación Laica la acompañaba del siguiente texto:

dinosaurios, religión, creacionismo, educación laica

Por supuesto, sé que es una anécdota y que no todos los niños a quienes se introduce en la religión niegan la existencia de los dinosaurios, ni son defensores del creacionismo, pero el caso es que esta imagen me llevó a continuación a ciertos pensamientos y reflexiones mientras ejecutaba tareas más mecánicas como pasar la aspiradora o limpiar el baño (resulta increíble el entretenimiento inagotable y gratuito que nos proporcionan las neuronas).

Y todos esos pensamientos volaron hacia…

… pienso que en mi maternidad he cometido infinitos errores. Cómo de muchos de ellos he llegado a ser consciente con el paso del tiempo y las veces en que deseo con todas mis fuerzas poder retroceder en el tiempo y ser capaz de rectificarlos. Pienso en que, seguramente, haya muchos otros de los que ni ahora ni en el futuro seré consciente. Pero pienso también en los aciertos y entre estos últimos coloco, y en uno de los primeros puestos, el haberles ahorrado a mis hijos un dios y un dogma religioso. Una cuestión que en su día me planteó enormes dudas pero que, transcurrido el tiempo, he acabado estando orgullosa de haber llevado a la práctica. Estoy convencida de que los ha hecho mucho más libres de lo que yo (niña profundamente religiosa hasta los 15 años) era. De lo que era y de lo que soy, porque siempre quedan ciertas secuelas de aquello que te imprimen en la infancia, por mucho tiempo y esfuerzo que hayas invertido en desprenderte de ello. Y eso que la religión que yo viví era infinitamente menos castrante y traumática que la que otros a mi alrededor practican o han practicado.

Pienso sobre todo esto y me planteo la conveniencia o no de compartirlo por aquí. Enseguida desecho la idea. Puede herir la sensibilidad de la gente que cree. Y me lleva a más pensamientos y reflexiones: ¿por qué somos siempre los no creyentes los que debemos autocensurarnos y evitar mostrar abiertamente nuestras posturas por miedo a ofender a los que sí creen y practican una religión? ¿por qué, cuando hay tantas personas creyentes que no se paran ni por un momento a pensar si pueden ofendernos o no a quienes no creemos?

Así que decido que sí, que voy a compartir estas reflexiones. Y, precisamente, uno de los motivos que me lleva a hacerlo es haber leído hace unos días un post que me ofendió profundamente. Se trata de un texto donde se expone el nuevo proyecto de una conocida bloguera (a quien escándalos pasados por haber plagiado todo lo habido y por haber, parecen no haber hecho mella en su legión de seguidoras).

Dicho proyecto consiste en diseñar carteles acompañados de textos bíblicos. Algo evidentemente respetable y que sólo tiene que ver con su fe y con sus creencias íntimas. El problema viene de lo que expone en el texto donde relata cómo nació la idea: «Mi Historia».

Cuenta cómo, estando embarazada de mellizos, le notifican que uno de los bebés “podría nacer con malformaciones y con ‘graves’ defectos a nivel cognitivo”. Describe su lógica angustia ante esta noticia y cómo unas palabras pronunciadas por el Papa durante el ángelus, le transforman y le hacen ver que “había llegado la hora de cargar y abrazar mi cruz, de no tener miedo, de confiar plenamente en Él. (…) Y fue un sueño el que me convenció que todo iba a ir bien si no perdía la esperanza, si me entregaba completamente a Él y a Su infinita Misericordia”.

La autora tiene este sueño el día previo a someterse a una amniocentesis. Resumo la historia contando que ninguno de los bebés nació con aquello que se les había pronosticado a sus padres, así que esta bloguera llegó al convencimiento de que su hijo había nacido libre de esa malformación congénita gracias a su fe en dios.

De Su Historia deduzco que el hecho de que mi hijo haya nacido sin un órgano del cerebelo no se debe a ese azar que es la caprichosa combinación de nuestro material genético, sino a mi falta de fe y a mi descreimiento.

Me sentí tentada a dirigirme a ella y preguntarle si había caído en la cuenta de que, para halagar a su dios, nos había ofendido a mí y a mi hijo (y creo que, por extensión, a todas las familias diversas). Concluí que no merecía la pena meterme en ese charco y arriesgarme a recibir cachiporrazos y recriminaciones de su legión de adeptas. Y las califico así porque, cuando estalló el escándalo de los plagios hace un par de años, me quedé perpleja ante la defensa a ultranza que muchas hicieron, aún admitiendo esas defensoras la veracidad de las acusaciones (las pruebas eran incontestables). Con el agravante del beneficio económico obtenido ya que, en el caso de esta bloguera, el espacio en el que publicaba como propio el trabajo de otros, era una plataforma para comercializar sus productos (que no eran precisamente baratos).

Así que, es por todo esto que me desahogo hoy y aquí.

 

Cruz islas cies, illas cies

No sólo estoy harta de esa línea de pensamiento que asocia discapacidad-castigo divino (o retribución del karma, o cualquier otra variante mística), sino que creo, incluso, que debería constituir un delito seguir alimentando este tipo de ideas que yo creía superadas en nuestro aquí y ahora. Harta de que se siga considerando la discapacidad como un castigo divino. Por suerte, a mi hijo no le va a afectar porque no ha sido adoctrinado en ninguna fe, ni en la existencia de ningún dios. Pero pienso en todos aquellos niños a quienes sí les puede dañar. Y me acuerdo de una niña sorda de diez años que vino un día llorando a mi casa convencida de que su discapacidad (y todo lo que implicaba en su vida y las dificultades que le hacía vivir cada día) era consecuencia de algo malo que ella había hecho. Así se lo había hecho creer una de aquellas monjas que regentaban el colegio para niños sordos donde estudiaba. Esto ocurrió hace treinta años y pensaba que ningún niño con discapacidad podría tener pensamientos semejantes hoy en día. Creo que, desgraciadamente, me equivoco.

Y pienso también en cuando, hace algunos meses, decidí llevar a Antón a la Catedral de Santiago aprovechando una consulta médica que teníamos en esa ciudad. Quería que contemplara la magnitud de esa obra humana. Porque no hace falta ser religioso para admirar el arte, la arquitectura, la belleza y la grandeza. Bajamos a la cripta: no para contemplar el sarcófago de una persona que nunca estuvo realmente allí, sino por la emoción de recorrer las entrañas de la catedral. También hicimos cola para “dar el abrazo al santo”: porque contemplar la basílica desde aquella perspectiva resulta increíble. Aprovechamos el medio minuto que nos correspondía para asomar por entre los hombros de la estatua y, cuando ya iniciábamos nuestra salida, el cura (o sacristán, o lo que quiera que fuera aquella persona con hábito que controlaba a los visitantes en ese punto) hizo retroceder a Antón, volver a subirse detrás de la estatua del apóstol y le explicó cómo tenía que dar el abrazo al santo correctamente. Yo contemplé la escena con una sonrisa, porque tampoco le iba a hacer daño el rito e incluso lo disfrutaría como algo exótico. La sonrisa se me congeló en cuando oí cómo esa persona le decía a mi hijo: “Ahora reza y pídele al señor para que te cure”. Ni lo pensé. Le interrumpí en ese mismo momento y cogí a Antón para llevármelo mientras le aclaraba, con educación pero con firmeza, que mi hijo no estaba enfermo y que no tenía nada de qué curarse. Se ofendió muchísimo y creo que llegó a decirme alguna barbaridad que ni siquiera me paré a escuchar, tal fue la precipitación con la que salimos de allí. Fue una escena horrible que debí haber evitado porque afectó muchísimo a Antón.

Ese día cometí un error porque desde entonces, cada vez que cruzamos la Plaza del Obradoiro y le propongo a Antón entrar en la catedral, no quiere ni oír hablar del tema. Y el caso es que soy yo quien se siente responsable de la especie de fobia que le tiene a esa maravilla hecha piedra. Ha pasado un tiempo y ahora pienso que tendría que haberme callado y haberle explicado más tarde a Antón que no hiciera ni caso a lo que acababan de decirle. Como he tenido que hacer tantas veces. Todos esos momentos en que debe escuchar de boca de alguien ideas equivocadas, desconsideradas e injustas respecto a su discapacidad. Todas esas veces en que he tenido que callarme y disimular mi enfado, no por no violentar al interlocutor, sino por ahorrarle situaciones desagradables o incómodas a mi hijo.

Nunca jamás voy a consentir que nadie le haga creer a Antón que las limitaciones en su funcionalidad tengan que ver con lo que él haga o haya dejado de hacer. No pienso tolerar que le hagan llorar a él, como en su día sucedió con mi prima pequeña por culpa de una religiosa que, para halagar a su dios, cometió una crueldad inmisericorde sobre una niña de diez años.

 

mosteiro caaveiro

Sé que, a raíz de este post, voy a recibir comentarios de creyentes diciendo que la religión no es esto. Bien, yo he sentido la necesidad de escribir sobre ello aquí y ahora. Y sí, puede que para muchas personas la religión tenga otras connotaciones que nada tienen que ver con lo que aquí denuncio pero, en cualquier caso, la religión también es esto.

Termino con unas palabras del escritor Elio Quiroga extraídas de una entrevista que escuché hace unos días a propósito de la publicación de su obra Los que sueñan:

«Hay que distinguir entre hombre religioso (todos lo somos y todos tenemos derecho a serlo) y las religiones institucionales, o de libro, que en este momento empiezan a ser un problema para la humanidad como especie. Creo que nos han ayudado durante mucho tiempo pero tenemos que empezar a comportarnos como adultos y decidir que, a lo mejor, ya no es tan necesario que controlen nuestras vidas.»

Amén.

Vayamos a por más

Los niños (y adultos) con discapacidad han permanecido años, sino siglos, ocultos, relegados, escondidos…

El objetivo de la lucha de muchas familias cuyos hijos son ahora mismo adultos, ha sido sacarlos a la luz, devolverles su dignidad y, a medida que esos padres van envejeciendo, su preocupación se centra en que sus cuidados básicos (vivienda, comida, higiene y salud) estén cubiertos cuando ellos falten.

Las familias que acabamos de llegar al mundo de la diversidad agradecemos enormemente la lucha de estas familias del pasado, sin ellos no estaríamos aquí y quizás nuestros niños continuaran escondidos.

Ahora bien, debemos dar más pasos al frente y avanzar en esta larguísima guerra (la del mundo “ordinario” en su discriminación hacia la discapacidad). Por ello, el objetivo de muchas de las familias que acabamos de recoger ese testigo quiere ser el de la inclusión plena, garantizar los derechos civiles básicos que a cualquier ciudadano le corresponden y lograr una “normalización” de las vidas que nuestros hijos desarrollarán como adultos.

Derechos y respeto para las personas con diversidad funcional, discapacidad

Hace un par de meses coincidí con Montse y Felipe (responsable de NWNPhoto) y tuvimos una conversación muy interesante, emotiva y, al menos para mí, tremendamente iluminadora. El proyecto de Felipe Alonso tiene como objetivo que adultos con discapacidad intelectual puedan encontrar un hueco en el mundo laboral a través de la fotografía. Hace ya tres años que dediqué uno de los post del blog a esta iniciativa: NOS, WHY NOT?, Enfocando la vida

Entre los diversos temas que salieron en nuestra conversación, me hicieron partícipe de la emocionante experiencia que habían vivido un par de años atrás, cuando viajaron con parte del grupo de fotógrafos a Noruega para participar en el Morodals Festivalen. Es éste un encuentro musical que facilita la participación de personas con discapacidad intelectual y que trata de ser un lugar de reunión e inclusión para personas con y sin diversidad funcional que, procedentes de más de 15 países, realizan diversas actividades culturales al tiempo que se desarrollan los conciertos.

Me describían lo emocionante de aquel viaje, sobre todo porque pudieron vivir de primera mano la experiencia de vida de muchos de los noruegos con discapacidad intelectual que conocieron y observar cómo las viviendas compartidas y la inserción laboral les permitían desarrollar una vida plena, autónoma y, sobre todo, digna. La demostración palpable de que cuando las cosas se saben hacer bien, y sobre todo desde el RESPETO, cualquier persona, independientemente de su funcionalidad, es perfectamente capaz de desarrollar una vida plena y autónoma.

Sin embargo, lo que más me impactó de esta conversación (y es lo que, precisamente, ha dado lugar a este post), es lo que me contaba Montse sobre el comentario que realizó V., uno de los fotógrafos del grupo: “Me han robado 52 años”.

Lo entendí inmediatamente, tal y como lo entendió Montse aquel día: V. sentía que le habían robado su vida porque no había tenido nunca la oportunidad de elegir. Siempre habían sido otros quienes habían decidido por él. Nunca había tenido la oportunidad de crecer como persona, como ser humano, porque la etiqueta que le habían asignado al nacer, lo había inhabilitado de por vida.

Me pareció algo terrible: llegar al final de tu vida y sentir algo así debe ser devastador.

Imagino que el sentimiento de V. lo han podido llegar a sentir muchas personas al alcanzar cierta etapa de su vida, independientemente de las características de su funcionalidad. El problema es cuando esa sensación de que tu vida ha sido una vida perdida proviene, no de lo acertado o errado de tus propias decisiones, sino del hecho de que otras personas hayan decidido que tú no mereces las mismas oportunidades que el resto, entre ellas el derecho a decidir la vida que quieres llevar o el camino que van a recorrer tus pasos.

Debe ser terrible llegar a ser consciente de las oportunidades que te han robado. Y es por ello que las etiquetas médicas no deberían servir más que en un ámbito: las salas de consulta. Es absolutamente imprescindible que se queden allí una vez que sus portadores crucen la puerta al mundo.

En el mismo sentido que la experiencia de V., hace algunas semanas César Giménez, adulto con diversidad funcional y uno de los autores del blog “Derechos Humanos YA”, compartía esta reflexión:

«El otro día, paseando por el paseo marítimo con mi madre nos cruzamos con una conocida a la que hacía años que no veíamos. Ella me preguntó que a qué me dedicaba. No le respondí en el momento, pero pensándolo después creo que a lo que me dedico es a intentar llegar a la línea de salida desde la que ella empezó. Y yo eso sólo lo puedo hacer con el apoyo de una asistencia personal digna y plena.»

 

Paco Guzmán: "No sufro discapacidad, sufro discriminación"

Paco Guzmán: «No sufro discapacidad, sufro discriminación»

 

Por tanto, tal y como comentaba al principio de este escrito, la lucha debe continuar y debemos avanzar juntos. Pero, desgraciadamente, las familias de la diversidad parecemos encontrarnos ahora mismo inmersos en un debate (que a veces resulta en lucha fraticida) que sólo beneficia a los contrarios al respeto a los derechos de las personas con diversidad funcional y a una administración satisfecha de ver cómo nos matamos entre nosotros. Administración que sólo suele favorecer a aquellos grupos y asociaciones que menos problemas (públicos) le den, menos quebraderos de cabeza y que acepte soluciones más fáciles y a las que pueda sacar rentabilidad y visibilidad política: inaugurar una piscina en un centro de reclusión de adultos con discapacidad (llamemos a las cosas por su nombre), entrega de trofeos en “carreras solidarias” que, sintiéndolo mucho, no entiendo en qué sentido puede favorecer la inclusión de mi hijo, por muy buena voluntad que pongan los clubes deportivos y organismos que las organizan (a mí, personalmente, “me entra el escorbuto“ (como dice mi querida Ana cada vez que me llegan este tipo de iniciativas).

En fin… incluyamos aquí todas aquellas iniciativas que permitan a un político/gestor sacarse una foto y que le lleve a llenarse de medallas de cara a la opinión pública. Opinión pública que poco o nada sabe de la realidad de las familias diversas, más allá de que prácticamente tenemos solucionada la cuestión material/económica. Tan machaconamente se empeña la administración en repetir este mensaje, que ha acabado convenciendo a aquellos a quienes no les toca de cerca la diversidad funcional. El lema de la administración en relación a la diversidad funcional es en realidad:no hacer, sino hacer que se hace.

Malamente se podría extraer visibilidad política de un piso tutelado para adultos con discapacidad intelectual. Personas que hayan podido recibir una formación y unos recursos que les permitan llevar una vida independiente y autónoma, una vida digna. De igual forma que invertir en asistentes personales para que tantas personas con discapacidad motriz puedan salir al mundo y dejar de vivir recluidas, es una acción difícil de plasmar y rentabilizar a través de una nota de prensa oficial.

Así que, resulta más barato y más provechoso (en réditos políticos que no sociales o humanos) infantilizar a las personas con diversidad funcional y convertirlos en niños perpetuos. A cualquiera de nuestros niños sin discapacidad también los convertiríamos en niños eternos y sin aspiraciones en la vida si, desde el momento en el que nacen, reciben la misma educación y vivencias que han tenido la mayor parte de los adultos con diversidad funcional que ahora mismo están institucionalizados.

Yo no quiero eso para mi hijo. Ni para el hijo de nadie.

derechos y respeto para las personas con diversidad funcional, discapacidad

©Morodalsfestivalen

Quiero que pueda tener oportunidades y que las aproveche o las desperdicie como cualquier otro de sus compañeros sin discapacidad, sin etiqueta. Quiero Noruega, quiero Vermont… quiero OPORTUNIDADES.

Quiero que tenga opciones, que se respeten sus derechos y que tenga la oportunidad de formarse hasta donde necesite y en lo que necesite. NO quiero que, llegado a los 16 años, su única opción de vida sea asistir a un taller de jardinería o electricidad porque ni le gusta, ni le interesa, ni sus características motrices lo convierten en una opción para él. Si a mi hijo le gusta la música, el teatro, el mundo del arte, si le entusiasma la cocina… ¿por qué demonios sólo puede tener la opción de plantar rosales o ensamblar circuitos eléctricos? Es por ello que agradezco iniciativas como la de NWNPhoto o IgualArte, ya que me dan esperanzas de que el futuro laboral de mi hijo pueda tener más puertas abiertas que los compañeros con diversidad que le han precedido. Desgraciadamente, siguen siendo pocas e insuficientes.

Y no vamos a avanzar, ni mucho menos conseguir algo, si seguimos en esta lucha absurda entre familias. Así, los únicos que pierden son nuestros hijos.

Entiendo que los padres de adultos con discapacidad estén centrados en asegurar unos servicios asistenciales básicos para sus hijos. Pero no entiendo que muchas de las organizaciones que defienden este tipo de centros celebren sentencias judiciales contrarias a la inclusión.

Del mismo modo que tampoco entiendo a las familias diversas que critican a aquellas otras que han optado por centros especiales o residencias para sus hijos. Nadie tiene la razón ni la verdad en sus manos. Cada familia tiene sus propias circunstancias y nadie puede ser quien de cuestionar las decisiones que tomen otros padres. Quienes hemos apostado por la escuela ordinaria para nuestros hijos, no estamos ni más ni menos llenos de razón que quienes han optado por centros específicos. Son nuestras circunstancias y las de nuestros niños las que moldean la decisión final. Y lo haremos en función de infinitas variables que no se podrán extrapolar a otras familias. Es más, quizás quienes hoy estamos en el régimen ordinario, puede que mañana consideremos que lo mejor para nuestros hijos sea acudir a una escuela especial. Pero es imprescindible tener la opción de poder elegir y decidir libremente, sin imposiciones. Y, sobre todo, disponer de recursos públicos que favorezcan políticas integradoras. Por desgracia, lo que si es completamente demostrable es que, a día de hoy, la administración sólo ha invertido esos pocos recursos públicos que destina a la diversidad en políticas segregadoras. Y eso es lo que no puede ser de ninguna manera. Ni eso, ni que unos y otros nos estemos matando por las pocas migajas que se destinan a nuestros hijos. Tenemos que luchar todos juntos.

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

Considero que, hoy por hoy, es positivo que la lucha tenga estos dos frentes de acción. Lo que no lo es ya tanto, es la confrontación entre ambos grupos, algo que, por desgracia, sucede con cierta frecuencia. La política austericida de los últimos tiempos parece habernos situado a las familias en una disyuntiva: recursos y subvenciones para centros de educación especial y residencias de adultos o inversión en políticas inclusivas.

Si los recursos públicos se destinan únicamente a acciones excluyentes, nuestra lucha se volverá a estancar. Y no hay derecho a que cada vez que la administración quiere expulsar a un niño de la escuela ordinaria para trasladarlo a un centro de educación especial, eche encima de esos padres a familias y organizaciones que defienden los centros específicos. Las circunstancias de cada familia son únicas y personales, moldeadas por infinidad de factores y variables. No puede haber una única solución para todo un colectivo que es tan diverso como lo es la mayoría que tiene una funcionalidad “ordinaria”.

Las acciones de la administración han llevado en los últimos tiempos a un enfrentamiento cada vez más frecuente especialmente entre familias de adultos y familias de niños de menor edad. Porque nuestros ineptos e insolidarios gestores políticos nos han situado en esta trampa. Y nosotros somos tan torpes como para haber caído en ella. De esa confrontación solo sale un ganador: la administración y sus recortes. Pero muchas víctimas: nuestros hijos.

Yo quiero que en el futuro mi hijo pueda desarrollar el mismo tipo de vida que su hermana: con la mayor autonomía e independencia posibles, con una vida social plena y una inserción laboral que facilite todo lo anterior. Sin embargo, y como sé que esta lucha es larga, también quiero tener la seguridad de que el día que yo falte no va a morir en casa olvidado, por falta de atención y cuidados de la sociedad (Para quien considere esto último una exageración improbable que lea por favor esta noticia ocurrida hace apenas un par de semanas: Una discapacitada aparece muerta en su piso de Vigo semanas después de que su padre, que la cuidaba, ingresase en un hospital).

Así que la lucha de muchos padres por esos centros y residencias donde nuestros hijos puedan tener los cuidados básicos, también es la mía. Pero esto no puede significar, de ninguna manera, que renuncie a que mi hijo tenga la vida que le corresponde por derecho.

Creo que ha llegado la hora de dejar al margen esas diferencias que no lo son y luchar todos juntos y en la misma dirección. Por nuestros hijos.

Evidentemente, las necesidades básicas se llaman así por algo. Pero ¿qué hay de las espirituales o como queramos llamarlas? Porque, retomando la historia de ese adulto que sentía que le habían robado su vida, me contaba Felipe que en uno de los proyectos que llevaron a cabo donde sus alumnos fotógrafos debían elegir un texto para acompañar a su imagen, V. escogió uno de Confucio. Y razonaba su elección de la siguiente manera:

«Hice un trabajo audiovisual donde explicaba mi experiencia con la fotografía. Unimos mis fotografías con poesía, nunca había leído poesía, y una frase me gustó «¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir» (Confucio). Me hizo pensar que mis flores son la fotografía.»

Nuestros hijos necesitan arroz. Pero también flores…

"Mi mirada te hace grande" Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

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