Hace algunos meses, mi amiga Indira me dijo: “Carmen, tienes que ver ‘20.000 especies de abejas’. Hazme caso.”
Pero me despisté, se me olvidó o lo que fuera, y resulta que no le hice caso a Indira.
Desde que hace ya un par de semanas se hicieran públicas las candidaturas a los Goya, tengo a mi hijo dándome la tabarra:
“Mamá, tenemos que ver 20.000 especies de abejas.”
“¿Cuándo vamos a ver 20.000 especies de abejas?”
“De este fin de semana no pasa que vemos 20.000 especies de abejas.”
Hoy, por fin, la hemos visto.
Qué preciosa historia.
Me ha parecido que trata, especialmente, sobre las fronteras.
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Cuando Antón empezó a estudiar cuestiones de geografía política en los primeros cursos de Primaria, me costó un mundo hacerle entender lo que eran las fronteras. Mirábamos juntos el mapa del territorio español y trazaba una línea con mi dedo desde Galicia hasta Euskadi, para que identificara los distintos ayuntamientos, provincias y comunidades que atravesábamos cuando hacíamos ese trayecto por Navidad. Pero él insistía en saber en qué parte precisa del camino estaban esas líneas (casi siempre negras) que separaban Asturias de Cantabria, Santander de Vizcaya o Getxo de Berango.
¿Cómo iba a entender algo que en realidad no existe?. Que hemos creado nosotros. Hemos creado todo tipo de fronteras y fronteras para todo.
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A ciertas personas incluso les asignamos prefijos para especificar en qué dirección las cruzan, para señalar que las transitan, o para indicar que las descienden.
In(migrante) / Trans(género) / Sub(normal)
Cada vez tengo más claro que la realidad de una persona es la que es y que somos los demás los que debemos transformarnos para verla. Somos el resto quienes en realidad debemos cruzar esas fronteras. La frontera de los prejuicios, la de la norma, la de lo convencional, la del qué-dirán…
Gracias, Indi. Gracias, Antón. Por empujarme hacia esta historia.
Y gracias, sobre todo, por resistiros a ser lo que otros habían decidido que debíais ser. Gracias por obligarnos al resto a transformarnos para poder ver lo que realmente sois.
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No, la peli no cuenta la historia de ninguna persona nombrada por la discapacidad, aunque lo parezca por este post. O en realidad, sí. Porque va de ser quien uno es. Aunque el resto del mundo se empeñe en no dejarte.
No hagáis como yo y vedla en cuanto podáis. Hoy. Ahora. Ya.

A Antón sigue costándole ver las fronteras. Afortunadamente. Y yo tengo la suerte de verlas cada vez más difuminadas gracias a él.
En la foto, junto a otra persona que siempre ha tenido dificultades para identificarlas.


























































