Sabía que no iba a ser lo que yo quería. Pero de ahí a lo que me he encontrado… No sé si estoy más triste o más enfadada. Seguramente las dos cosas.
No he podido pasar del segundo capítulo. Me estaba agrediendo de una forma casi física. He permanecido callada por no condicionar a Antón, hasta que él mismo me ha pedido parar y entonces he visto que estaba tan violentado y horrorizado o más que yo.
Sabía que no iba a ser la historia transgresora del libro de Cristina Morales. Pero una cosa es eso y otra lo que han hecho. Que es darle la vuelta a la tortilla y convertir a unos personajes insumisos y reivindicativos en unas caricaturas andantes. A un sistema de servicios sociales donde no se libra ni el apuntador, en unas misioneras teresianas con un tono tan condescendiente y paternalista que apesta. Han hecho la historia de siempre pero mal. Y encima disfrazada de obra contracultural y reventadora.

Hasta ahora siempre ha dicho que no hacía falta tener una discapacidad para interpretar a un personaje nombrado por ella. Que el problema era que privaba a los intérpretes con diversidad funcional de los pocos papeles que podían interpretar. Porque una persona sorda no puede interpretar a una oyente, ni un usuario de silla de ruedas a alguien que se desplaza con las piernas.
A partir de hoy, me desdigo: los actores y actrices con una funcionalidad normativa no pueden interpretar a quienes se apartan de ella. Por la sencilla razón de que no los conocen. No han convivido con las personas señalas por la discapacidad, no se han educado con ellas y, a la hora de construir esos personajes, se limitan a ir un par de semanas a un centro ocupacional. Lo mismo que no se puede interpretar a un habitante de Marte con pasar allí unas horas. O sí vale desde el momento en que la audiencia es igual de desconocedora de esa realidad y le van a colar cualquier cosa que le presenten. Sobre todo si son personajes con discapacidad intelectual, que para la mayoría de la sociedad son igual de marcianos que los habitantes de ese planeta.
Me siento muy triste porque mi hijo (y todas las personas que sufren su opresión) necesitan ver personajes como ellos en la tele, en el cine, en el teatro. Porque hasta que no estén allí, tampoco lo estarán en la vida. No funciona al revés como tanto nos repiten, y sino mírese al colectivo LGTBQI+ y cómo ha normalizado su presencia en la sociedad desde las tramas de las series y desde programas de televisión.
Al igual que las personas racializadas o migrantes sólo ven personajes como ellas en el papel de prostitutas, delincuentes o sirvientas, también las personas en situación de discapacidad (no digamos ya si es intelectual) sólo se ven representadas en caricaturas que sirven para provocar risa, miedo o pena.

Menos mal que todavía nos queda el libro de Cristina Morales. Si todavía no lo habéis leído, deberíais hacerlo.



























































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