El pulso entre las dos escuelas

He escrito este post a partir de la entrevista a Ignacio Calderón que aparece al final del texto. No se trata de una transcripción, ni de las palabras literales de Nacho, sino de mi reelaboración de las ideas que expresa en esta conversación con Patricia Biront y Juan Bértola durante un café compartido en Buenos Aires. 

Podríamos poner el texto entreasteriscado, que es un nuevo concepto que creo haber inventado. Pero seguramente tampoco sea así y ya ha habido antes a quien se le haya ocurrido trasvasar el lenguaje hablado de otra persona a una narración escrita propia para que, en ese proceso, al autor del texto (en este caso autora) se le impregne bien el discurso y le sirva de gasolina para impulsar el buen hacer en las escuelas.

Gracias a Patricia por haberme insistido tanto tanto tanto en que escuchara la entrevista. Y gracias a Nacho por enseñarme e inspirarme siempre tanto y cuidarnos todavía más ❤️ ❤️

Retrato de Nacho Calderón realizado por Paula Verde Francisco. Aparece de cintura para arriba, vestido de negro y con el fondo blanco de una pared encalada.

Autora de la imagen: Paula Verde Francisco

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***Hay una controversia que está en el ADN de la escuela. Y es que las escuelas tienen encomendadas funciones sociales divergentes y contradictorias. Al mismo tiempo que se le pide a un docente que califique —y con ello clasifique— a los niños y a las niñas, también se le pide que logre que sean cooperativos, que sean buenas personas, que amen el conocimiento, que sean personas libres… 

Hay una tensión entre estas dos ideas.

Por una parte, se pretende lograr el control de la ciudadanía desde su infancia, conseguir hacerle pensar de una misma manera, controlar su conducta, su forma de pensar, sentir y actúar. Esa es la función encomendada a la escuela: una gran maquinaria en la que todos los días te sientas delante de alguien que te dicta las normas, que te dice lo que tienes que hacer… Y si no haces lo que se te dice, vas a tener un castigo. El castigo puede venir en forma de notas o en forma de reprimenda.

Y, por otra, está la función que tiene que ver con sublevarte, con liberarte, con aprender a cuestionar lo que pasa y transformar lo que ocurre allí. Y esas dos funciones están, lamentablemente, ligadas en la escuela. 

Sin embargo, cada docente puede poner mayor peso en una o en otra. Dependerá de su condición humana, de su formación, de la institución en la que esté, etc. Pero siempre hay una opción final y son los docentes quienes toman esa decisión. Quienes deciden si se inclinan por una función o por la otra. Son ellas y ellos quienes valoran si poner el peso en la función controladora y reproductora de la sociedad (porque controlar significa mantener lo que ya hay, el status quo, que nada cambie) o, por el contrario, optar por la libertad y la justicia social.

En un momento de la conversación, Patricia Biront apunta que a esta última opción se le suele acusar de “adoctrinar a los niños”. 

Nacho esboza una sonrisa y lanza esta pregunta: ¿Y si es la reproducción social no?

¿Cuándo es que se adoctrina a los niños? 

¿Cuando estás enseñando a los niños y a las niñas a pensar por sí mismos a partir de toda la cultura que hemos ido construyendo? Es decir, a partir de la filosofía, de la ciencia, de la literatura… de todo el conocimiento acumulado por los seres humanos a lo largo de la historia.

Sin embargo, eso no es algo acabado. Ninguno de esos creadores, de esas creadoras de la cultura universal diría “esto es algo acabado”. Si le preguntáramos a Einstein, nunca nos diría que el conocimiento que él ha creado está acabado. Tampoco Picasso o Hannah Arendt dirían “esto ya está terminado”. Pero en las escuelas, lamentablemente, tratamos el conocimiento como si fuera algo acabado. Y no debería ser así. Deberían ser espacios donde los niños y las niñas se pongan a jugar a científicos, a filósofos, a escritores… Espacios donde la infancia pueda ir reconstruyendo el conocimiento que hemos ido generando los que somos más viejos.

Por otra parte, en ese proceso en el que se intenta resolver la tensión entre el control y la libertad, entre la reproducción social y la justicia social, es también donde se libra la batalla de la inclusión, que es la batalla por el derecho a la educación. No hay otra.***

 

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