«Tengo tal emoción en el cuerpo, que te lo tengo que contar.
Eres la primera persona a la que se lo cuento.
Acabo de encontrarme, después de ocho años, porque pasó en 4º de Primaria… sí, ocho años… a una profesora que, bueno, acabó con él… Y me llegó a decir: ¿qué va a pasar con Brais? Nunca va a sacar la ESO… No te puedes hacer una idea… Bueno, sí te la puedes hacer… Lo obligó a repetir. Tuvo que cambiar de cole y no te puedes imaginar el sufrimiento que le causó… Fue malísima con él. Pasó de ser un niño superquerido a que todo el mundo lo odiase. Un infierno.
Y me la acabo de encontrar justo ahora mismo. Y le dije tu frase.
Le dije: te equivocaste.
Y me dice: ¿cómo?
Y yo: te equivocaste, sacó la ESO y ahora está haciendo bachillerato.
Y dice: ay, cuánto me alegro.
Y dije: pues más me alegro yo de que tú te hayas equivocado.
Estoy tan feliz ahora mismo… te lo juro… que es que se me va a salir el corazón del pecho.»
Este es el audio que una compañera de trincheras me mandó hace unos días y que, con su permiso, hoy transcribo y comparto por aquí. Para que tengáis siempre presente que todas esas falsas hechiceras y visionarias se equivocan. Porque no basan sus augurios en las evidencias, sino en los prejuicios y la falta de empatía y corazón.
Pero, ay, cuánto daño consiguen hacer.
Así que, si la vida te las vuelve a poner delante, hazles saber que se equivocaron. No por venganza, sino por justicia. Y porque merecemos ese momento.



























































