La utopía sorda de Martha’s Vineyard

Durante 250 años, la sordera estuvo presente en Martha’s Vineyard. El primer habitante sordo, un pescador llamado Jonathan Lambert, se instaló allí en 1694. Era portador de un gen recesivo asociado a la sordera y, como consecuencia de los frecuentes matrimonios endogámicos que se daban en esa comunidad isleña aislada, ese rasgo se propagó a través de generaciones de descendientes de Lambert. Algunos pueblos, como Chilmark y Tisbury, tenían un número excepcionalmente alto de población sorda. Hacia mediados del siglo XIX, uno de cada veinticinco residentes en Chilmark era sordo, y en una de sus vecindades la proporción era de uno de cada cuatro. Como señalaba la antropóloga Nora Ellen Groce en su libro Everyone Here Spoke Sign Language (Todos aquí hablaban lengua de signos), el resultado fue una fusión sencilla, y casi natural, de las culturas sorda y oyente.

Imagen de Martha's Vineyard en 1897

Martha’s Vineyard en 1897

Con una población tan grande de ciudadanos sordos, toda la comunidad aprendió a utilizar lengua de signos —incluso cuando ningún miembro de la familia era sordo— y signar no se utilizaba únicamente para comunicarse con los habitantes sordos. Los pescadores oyentes lo utilizarían para comunicarse desde un barco a otro cuando se encontraban alejados. La gente incluso signaba para hablar en misa. Si personas oyentes se encontraban hablando entre sí y se les unía una persona sorda, todos cambiaban automáticamente a lengua de signos.

El último isleño sordo murió en 1952, pero cuando el neurólogo y escritor Oliver Sacks visitó Martha’s Vineyard treinta y cinco años más tarde, descubrió que algunas personas oyentes mayores todavía se comunicaban en lengua de signos para contar historias o para conversar con sus vecinos. Una de las personas más ancianas que Sacks conoció, una mujer de más de noventa años, «se sumía a veces en una especie de ensoñación tranquila» moviendo constantemente las manos como si estuviera tejiendo. «Pero su hija, que también era signante, me dijo que no estaba tejiendo sino pensando para sí misma, pensando en signos», escribe Sacks. «Y me contaron además que, incluso cuando dormía, la anciana esbozaba signos sobre la colcha: soñaba en lengua de signos».

Imagen antigua de niños y niñas sordas aprendiendo a signar. Aparecen acompañados de una profesora.

Las barreras lingüísticas no existían en Martha’s Vineyard y, en consecuencia, tampoco las sociales. Las personas sordas participaban activamente en los asuntos de la comunidad: desde la política municipal hasta los actos de la parroquia. Las vidas de los isleños sordos y oyentes eran muy similares. El 80% de las personas sordas de Martha’s Vineyard se casaban, en una proporción similar a la de los isleños oyentes. En el siglo XIX, solo el 45% de las personas sordas estadounidenses se casaban. Tanto los isleños sordos como los oyentes tenían un promedio de seis hijos, mientras que a nivel nacional en la década de 1880, las parejas formadas por una persona sorda y otra oyente tenían un promedio de sólo 2,6 hijos. En esta isla, separada del Massachusetts continental por un pequeño tramo del Océano Atlántico, los isleños sordos y oyentes ocupaban los mismos trabajos y, por tanto, disfrutaban de niveles de ingresos similares; jugaban a las cartas y bebían juntos. Las personas sordas desempeñaban cargos de responsabilidad en la ciudad: desde formar parte del consejo escolar hasta inspeccionar las carreteras o servir en la milicia. 

Existía una diferencia y es que los isleños sordos solían tener un mayor nivel educativo. El estado de Massachusetts financiaba diez años de su educación y la mayoría iba al American Asylum for the Deaf and Dumb (Asilo Americano para Sordomudos) en Hartford, mientras que sus hermanos y hermanas oyentes se quedaban en la isla y con frecuencia dejaban la escuela antes de tiempo para ayudar en el campo o en la pesca. Algunas de las «personas oyentes menos instruidas solían llevar prensa o documentos legales a sus vecinos sordos para que se los explicasen», escribe Groce. A mediados del siglo XIX, empezó a darse una mayor movilidad que llevó a que disminuyera la endogamia, y desapareció la alteración genética que había originado la comunidad sorda.

Martha’s Vineyard fue una utopía sorda decimonónica, donde la sordera era normalidad, y no enfermedad. Tampoco era discapacitante, en gran medida porque los residentes oyentes de la isla eran bilingües.

Texto extraído del libro No Pity: People with Disabilities Forging a New Civil Rights Movement, de Joseph P. Shapiro (págs. 86 y 87) 

Traducción: Carmen Saavedra