Para que no pasen lo mismo que nosotros

Pensar e investigar la educación: desafíos sociales y líneas emergentes es un libro recientemente publicado por Octaedro y coordinado por varias personas, entre ellas nuestra compañera de Quererla es Crearla, Tere Rascón.

Antón figura como coautor, junto a Luz Mojtar, Tere Rascón y Nacho Calderón del capítulo 3, que lleva por título «”Para que no pasen lo mismo que nosotros”. Educación inclusiva, lucha colectiva y resiliencia en la vida de Antón Fontao».

«Se trata de un capítulo publicado junto al protagonista, en el que reflexionamos sobre la importancia de la lucha colectiva en la construcción de la identidad. La lucha política tiene un amplio impacto en el modo en que la propia persona se concibe y es concebida.

Gracias, Antón, por la oportunidad de aprender contigo durante los últimos años. Estudiar las exclusiones que la escuela genera requiere dejarse guiar por los análisis y experiencias de las personas que lo sufren. Y aprender junto a ti y junto al grupo de estudiantes nos está permitiendo buscar nuevos caminos. El que hemos explorado contigo está cargado de generosidad, bondad y deseo genuino de hacer una escuela en la que todo el alumnado pueda disfrutar. La educación es esto que plasmas en la frase del título y que destacaba el profesor José Manuel Esteve hace años: un compromiso con la memoria. Solo tengo palabras de agradecimiento.»

(Nacho Calderón)

Imagen de la portada del libro.

Transcribo aquí uno de los fragmentos de este capítulo:

«Circunscribir el problema de Antón que hemos dibujado en estas páginas al síndrome que porta es una bobada. El rechazo o la exclusión son realidades sociales que sufre Antón, y que tienen su justificación en la discapacidad. Sin embargo, hablamos aquí de la discapacidad como una forma desequilibrada de relación, y no hay tratamiento clínico individual que pueda solucionar eso.

De la misma forma que el problema nunca estuvo en las personas homosexuales, por ejemplo, aunque se las tratara como enfermas; el problema, evidentemente, siempre ha estado en la concepción y las prácticas de las personas heterosexuales, que ostentan la hegemonía. Tampoco el problema estuvo nunca en el cuerpo de las mujeres, sino en la opresión machista. Ni en el color de piel de determinadas personas, sino en el racismo.

Han sido estas colectividades las que, en distintos momentos de la historia, fueron capaces de reconocer sus situaciones fuera del marco epistemológico socialmente compartido, desarrollando, así, un movimiento social y político que amplía los derechos. Es lo que Antón encontraría en un grupo de estudiantes que comenzó a reunirse con la simple idea de construir una guía para hacer las escuelas más inclusivas a partir de sus experiencias.

Ese grupo trascendía los límites de una opresión concreta (por ejemplo, la discapacidad entendida como relación), porque estaba constituido por una enorme diversidad interna: de clase social, capacidades, etnia, nacionalidad, raza, estado de salud, orientación sexual, género, entorno rural/urbano, rendimiento académico, etc. Se formó un grupo humano que tuvo la oportunidad de compartir experiencias y, con ello, de reconocerse en los demás.»

Puedes leer el capítulo completo en el siguiente enlace: ”Para que no pasen lo mismo que nosotros”. Educación inclusiva, lucha colectiva y resiliencia en la vida de Antón Fontao.

Y comprar el libro aquí: Pensar e investigar la educación: desafíos sociales y líneas emergentes.

Fotografía de una de las páginas del capitulo con un párrafo resaltado con rotulador amarillo y verde.

Todos esos “es que”…

«Es que se aísla.» 

«Es que no tiene los mismos intereses que el resto.»

«Es que se autoexcluye.»

«Es que es muy infantil.»

«Es que le gusta estar solo.»

«Es que es más inmadura que el resto

«Es que no se entera.»

«Es que no escucha.»

«Es que vive en otro planeta.»

«Es que lo vives tú peor que él.»

Todas las personas que hemos asistido al Workshop Cataliza, hemos visto cómo han saltado por los aires todos esos argumentos que nos han dado en las escuelas para justificar la soledad y el aislamiento de nuestros hijos e hijas.

Lo más triste es que, a veces, hasta nos han llegado a convencer. Y nos lo hemos creído. Y nos hemos convertido en cómplices del maltrato que convierte a las víctimas de la exclusión en responsables de vivirla. Entonces, lo que vives en otros espacios te revela lo que esas frases eran en realidad: excusas para tranquilizar la conciencia de quien, pudiendo hacer, no hace nada; excusas para que no pidas lo imposible.

No, la soledad y el aislamiento no son inevitables. Lo que parece inevitable es lo poco que importan los derechos y la salud emocional de nuestros hijos e hijas en las escuelas.

¿Qué otras #excusas habéis tenido que soportar?

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La soledad es una forma silenciosa de bullying

Este curso mi hijo abandonó el sistema educativo de forma presencial. Y no porque académicamente fuera un esfuerzo brutal para él -que lo era y aún así lo realizaba-, sino porque enfermó de soledad.

Durante los cuatro años que cursó Educación Secundaria estuvo completamente solo.

La soledad es una forma silenciosa de bullying.

Todos los que estáis leyendo este texto habéis pasado por el sistema educativo. Así que me gustaría que retrocedierais a esos años e imaginarais pasarlos en la más absoluta y completa soledad. Que nadie hable contigo en clase, ni en los pasillos, que pases los recreos completamente solo, durante cualquier celebración que implique que ese día no haya clase. Siempre. Así durante cuatro cursos, uno detrás de otro.

Cuatro años durante los cuales no paré de darle vueltas a la cabeza para intentar encontrar alguna solución, alguna salida, alguna brecha por donde poder colarme para acabar con esta situación. Pero todo lo que se me ocurría o era imposible de poner en práctica o fracasaba.

El curso pasado, en mi desesperación, mandé un correo dirigido a toda la comunidad educativa del centro, a todas las patas de ese banco que es la escuela: tutoría, departamento de orientación, equipo directivo y Anpa (de la que además yo formaba parte, pero lo hice así porque quise escribir como madre de un alumno y no como vocal de la asociación).

Apenas se hizo nada. Al menos de lo que yo tuviera conocimiento o que a mí se me comunicara. Y no porque fueran malas personas, que no lo eran en absoluto, sino seguramente porque no sabían qué hacer y cada uno de ellos esperaba que fuera el otro quien asumiera aquel ruego (que era casi una súplica) y le diera solución. Intuyo que se miraron unos a otros, pensando cada uno de ellos que la responsabilidad era del de al lado.

Y puede también que el problema sea que este tipo de situaciones, el de la soledad en la escuela, no se perciban con la gravedad que tienen. Estoy casi segura de que si hubiese denunciado una agresión a mi hijo, se habrían activado todas las alarmas y se habrían puesto en marcha todos los mecanismos para acabar con esa situación.

Así que me parece indispensable y urgente dar visibilidad a la soledad en la escuela y hacer ver al mundo lo grave que es, las consecuencias que tiene (y no sólo para esa etapa de la adolescencia, sino para el resto de la vida) y la necesidad de actuar, de hacer algo para que nadie se sienta solo en esos espacios.

Debemos conseguir que deje de ser considerado como un asunto individual y casi que privado. Porque lo mismo ocurría con el maltrato. Recuerdo cómo en mi infancia el maltrato era considerado como un asunto particular, privado, doméstico. De ahí también el peligro de ese adjetivo (“intrafamiliar”) que algunos están empeñados en asignarle últimamente. Cuidado.

Todos en mi barrio sabíamos perfectamente quiénes eran los hombres que pegaban a sus mujeres. Ellas nos daban pena, pero ellos no nos producían rechazo, ni eran socialmente aislados. Creo que mi generación logró hacer ese cambio y hemos conseguido educar a la infancia y a la adolescencia de ahora para que vean el maltrato como lo que es: un delito y un delito intolerable con el que sólo se puede acabar entre todos.

Así que, por favor, démosle a la soledad en la escuela la preocupación que merece para, a partir de ahí, buscarle solución y desterrarla de esos entornos que deben ser de aprendizaje, pero también de acompañamiento. Resulta difícil aprender si uno se siente infeliz. Y eso, infelicidad, una infelicidad absoluta e insoportable, es lo que provoca la soledad no deseada en la escuela.

jarrón de cristal transparente con un ramo de flores silvestres marchitándose.