
Este calendario es real. Los adultos de mi infancia normalizaron estos productos. A muchos de los de ahora nos sangran los ojos viéndolo.
Quizás hayamos superado estas formas, sin embargo, el fondo de estas iniciativas sigue siendo el mismo: pensar que determinadas personas son objetos de caridad y no sujetos de derechos.
Sigo encontrándomelos cada año por estas fechas y, de entre las imágenes de todos esos niños-ángel o niños perpetuos (a pesar de sus treinta, cuarenta o cincuenta años), escucho lo mismo que lanzaban las de 1976: pena, caridad, lástima…
Cada vez que afeo a alguien que utilice la palabra subnormal como insulto (sólo me atrevo a hacerlo con quien tengo confianza y siento aprecio) siempre, siempre, siempre me responden lo mismo: que no lo hacen pensando en personas con discapacidad. Y seguro que es cierto. Pero ese insulto, venir viene de ahí. Porque esa era no hace tantos años la denominación oficial y hasta médica del colectivo. Y, precisamente porque hacía referencia a esas personas, es por lo que se acabó convirtiendo en insulto. Lo mismo que retrasado o mongol*.
Así que, cada vez que sueltas un subnormal, estás contribuyendo a la estigmatización y deshumanización de un grupo de personas que, le pese a quien le pese, son tan humanas y normales como tú.
~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~
*Hace algunas semanas, una política le llamó mongola a otra en la Asamblea de Madrid. La que recibió el insulto días después llamó hijodep**a al presidente del gobierno y se lió. A la que dijo lo de mongola la han convertido en ministra de Sanidad. El capacitismo y la discafobia de la izquierda es tan atroz como el de la derecha.



























































Las palabras son un lío siempre.
Las palabras reflejan lo que pensamos. Lo que pensamos condiciona nuestra actitud. Si pensamos y sentimos que alguien es subhumano, lo trataremos como tal. Las palabras casi siempre lo son todo.
Cuantas más palabras uno tiene, más matices puede expresar al comunicarse. Lo malo es que las palabras sirven para todo. Principalmente para engañar y vender mentiras como si fueran algo verdadero.
Se atribuye eso a José Saramago. No se si servirá de algo.