En una entrada anterior confesaba mi inclinación a guardar todo tipo de cosas aparentemente inservibles (Mucho más que 3 ruedas)
Pues bien, tengo “escondidas” cajas donde guardo de todo: el predictor que anunció la llegada de mis hijos, el periódico del día en que nacieron, el último chupete que usaron, sus dientes de leche, invitaciones de cumpleaños, los cuadernos viajeros de la guardería, dibujos que van desde torpes trazos a auténticas obras de arte, cuentos a medio empezar, cartas dirigidas a los Reyes Magos y al Ratoncito Pérez; notas de profes, monitores de actividades o del comedor; conchas, piedras y cristales de colores pulidos por el mar; flores secas…
Casi la mitad del contenido de esas cajas está compuesto por los dibujos, collages y diseños de Sirena. Su producción era tal que, con toda la pena de mi corazón, llegó un día en que decidí que había que empezar a seleccionar y…. desechar. Y la muy (…), siempre tan vivaracha como suspicaz, acabó revisando la papelera.
Un día me encontré con esta nota delante del ordenador:
querida mama.
estoy muy decepcionada.
porque no me quieres nada de lo que te regalo y todos los dibujos que te regalo los tiras a la vasura.
A.
Espero que, dentro de unos años, cuando le haga entrega de mis tesoros, pueda contribuir a aliviar ese pequeño trauma infantil. Aunque, de todos modos, creo que sigue siendo igual de perspicaz y que ya ha descubierto mi secreto porque de vez en cuando me da algo (un papel, una carta, un objeto) y me dice: “Toma, para que lo guardes en esa caja que no quieres que vea”. La historia siempre se repite: yo también sabía de niña dónde escondían mis padres todas esas cosas que no querían que nosotros viésemos o supiésemos 😉
El caso es que así es como voy componiendo un regalo a lo largo del tiempo a través de mis “cajas secretas”. Tengo intención de entregárselas para su 15 cumpleaños. No sé muy bien por qué elegí esa fecha. O tal vez sí. Porque creo que mis 15 años, aquel 2º de BUP memorable, marcó mi salida de la infancia: los secretos que se empiezan a compartir fuera de casa y el nacimiento de esa cuadrilla de amigos que me ha acompañado desde entonces. Un acompañamiento que ahora es más espiritual que físico porque una fuerza centrífuga nos ha dispersado por el mundo. Sin embargo, nuestro reencuentro anual (y también errante) se ha convertido en una fecha sagrada. Porque nos volvemos a convertir en críos de 15 años que comparten secretos y puestas de sol.
Quizás en el caso de mis hijos, esa salida de la infancia se produzca antes o después de ese aniversario, pero en mi corazón y en mi cabeza se ha convertido en un puente importante de cruzar. Con seguridad y, sobre todo, con mucho amor. Un puente que empieza a marcar una despedida. Puede que para Antón no vaya a ser así… Y me dolerá en ambos casos de la misma forma: por la hija que empieza a cruzarlo sola y por el hijo que quizás no sea capaz de rebasarlo.
Una entrada preciosa. Yo soy de las que guarda mucho, y como tú, pienso que en un futuro les gustará verlo y recordar. No sé si Mateo será tan consciente de esos recuerdos como Carolina, pero precisamente porque no lo sé, guardo los tesoros de cada uno.
Los guardamos por ellos y sobre todo por nosotras, ¿verdad, Rocío? Porque en realidad nuestros niños son muchos niños distintos que van desapareciendo con el tiempo, sustituyéndose unos a otros. Y da mucha pena que eso ocurra pero es mucho más duro todavía cuando no ocurre… Un beso inmenso, bonita