Acababa mi post anterior con estas palabras:
No es verdad que nosotras no aceptemos la realidad de nuestros niños. Lo que sí es cierto es que cada vez que nos rebelamos contra la falta de respeto a sus derechos, tenemos que escuchar esta frase, LA FRASE: “es que no aceptas a tu hijo”. Se nos repite tanto, tantas veces y con tanta insistencia, que a veces llegamos a dudarlo, muchas, incluso, llegan a convencerse. Pero la realidad es otra: “son los otros quienes no aceptan a nuestros hijos”. No aceptan que tengan derecho a una educación inclusiva, a una vida social normalizada, a una incorporación al mercado laboral y a una vida digna. Así que, no os dejéis convencer, y cada vez que alguien os suelte LA frase, pensad que no sois vosotros, sino esa persona, quien no acepta que vuestro hijo sea un ser completamente humano y que como tal tiene derechos.
Tanto se nos repiten este tipo de frases que llegamos a sentirnos culpables de ser poco comprensivos con los demás o incluso de no aceptar un cambio en su mirada, en su pensamiento, en su ideología respecto a la discapacidad.
Cada vez que he llorado en privado por actitudes, conductas o palabras de otros niños hacia mi hijo, que no son corregidas ni reprimidas por sus padres, he tenido que escuchar de gente muy cercana a mí: “En su lugar, tú seguramente harías lo mismo”.
Este argumento me ha cerrado la boca muchas veces, durante muchos años. Pero ya no. Ahora contesto: “Bien, si yo hubiera hecho lo mismo, habría merecido que alguien condenara y afeara mi conducta”.
Porque es tanto como decir que, si fuera alemana y hubiera vivido en la Alemania nazi, habría sido legítimo mirar para otro lado respecto a lo que se estaba haciendo con mis vecinos judíos.
Y que si hubiera vivido en el Nueva Orleáns de 1960, habría tenido derecho a gritar encolerizada a la puerta de un colegio, insultando a una niña negra de 6 años por querer compartir pupitre con mis niños blancos.
Así que no, este argumento, tampoco nos puede valer para pararnos ni callarnos a las familias diversas. Ya no.
Abanderados de otras luchas
El día del Trabajo se conmemora el 1 de mayo, y se eligió esa fecha como homenaje a los “Mártires de Chicago”: sindicalistas ejecutados en 1886 Estados Unidos por haber participado en unas jornadas de lucha que reivindicaban la jornada laboral de 8 horas.
Ni George Engel, ni Adolf Fischer, ni Albert Parsons, ni August Spies, ni Louis Lingg hubieran participado en la lucha sindical de haber nacido ricos.
¿Se le hubiera dicho a Gandhi?: “claro, pretendes la independencia de La India porque no eres británico”. Evidentemente, Gandhi luchó por la independencia de La India porque era indio y sentía a su pueblo sometido al imperio británico.
Simon Wiesenthal dedicó su vida a perseguir a criminales de guerra nazis, a los responsables de las atrocidades de los campos de exterminio, porque era judío y porque, además, había estado internado en Mauthausen.
Si Rosa Parks fuera blanca, ¿habría significado algo que se hubiese sentado en aquel lugar reservado a blancos? Rosa Parks se sentó en aquel autobús porque era negra.
Si Martin Luther King hubiera nacido blanco, ¿habría tenido algún impacto su “I had a dream”? Martin Luther King lideró la lucha por los derechos civiles porque era negro y le asesinaron por la misma razón.
Malala Yousafzai no lideraría la lucha por el derecho universal de las niñas a la educación si fuera un chico. Ni le habrían disparado cogiendo un autobús para ir a la escuela, si hubiera nacido hombre.
Pedro Zerolo luchó por una legislación que permitiera el matrimonio igualitario porque era gay. Y, si hubiese nacido heterosexual, otro habría encabezado esa lucha.
¿Por qué entonces en el tema de la discapacidad/diversidad funcional sí debemos esperar a que sean los nos tocados por esta circunstancia los que abanderen esa lucha? ¡¿Tiene esto algún sentido?!
No podemos aceptar tener que esperar a que sean otros los que luchen por la igualdad de derechos de nuestros hijos. NO. Así que, nunca, nunca, nunca, aceptéis ese argumento. Que nunca os cierren la boca con este tipo de frases, como tantas veces me ha pasado a mí. Ni tardéis tanto como yo en daros cuenta de que, también aquí, os engañan con argumentos que parecen absolutamente convincentes. Y parecen convincentes y firmes por una única razón: por la cantidad de veces que se repiten y por la cantidad de tiempo que se viene haciendo.
Antón, Héctor, Mateo, Lucía, Manuel, Miguel, Olivia, Andrés, Silvia, Paloma, Sabela, Álvaro, Ares, Noah, Ezequiel, Ana, Gabriela, Ruí, Jorge, Salma, Inês, Shaan, Quim, Gina, Lorena, Marcos, Paula, Abril, Juan Martín, Benja, Víctor, Raúl, Rubén, Rafa, Sergio, María, Pau, Roger, Pepa, Noa… y todos, todos nuestros niños tienen derecho a su lugar en el mundo.