CRÓNICA DE NUEVA YORK (por Antón Fontao)

NUEVA YORK DÍA 1

Esa mañana puse la alarma a las 7:00 de la mañana, no me costó despertarme, incluso lo hice emocionado, me levanté de la cama y me vestí. A continuación llamé a mis padres por si aún no se habían despertado, pero sí que ya lo estaban. Después de vestirme hice mi pequeña bolsa, la que iba a llevar conmigo en el avión. Las maletas ya estaban puestas en la entrada de la noche anterior. Mi padre nos iba a llevar al aeropuerto a mi madre y a mí.

Fuimos en coche hasta Coruña escuchando las noticias a través del Hoy por hoy con Ángels Barceló, que a mí me encanta.

Cuando llegamos nos despedimos de mi padre y enseguida entramos a facturar las maletas.

A todo esto, en Coruña hacía un día con mucha niebla, y fue esa la causa por la que avisaron por megafonía que el avión que venía de Madrid y que nos tenía que llevar no podía aterrizar, que iba hacia el aeropuerto de Santiago y que nos iban a llevar hasta allí en bus. Aunque tengo que decir que mientras todo el mundo estaba agobiado y que no daba crédito, yo estaba todo contento y me daba la risa porque era la primera aventura que estábamos viviendo.

Fuimos a recoger las maletas a la cinta, y luego nos dirigimos a fuera a esperar al bus.

Después de menos de una hora llegamos al aeropuerto de Santiago, volvimos a facturar las maletas y a pasar el control otra vez.

Nos subimos al avión y un poco antes de que se pusiera en marcha, una pareja de señores mayores brasileños que se les notaba bastante perdidos a los pobres, estaban preocupados porque habían perdido el vuelo que tenían, por lo visto, de Madrid a Sào Paulo, y una azafata que me pareció muy riquiña fue a tranquilizarles y a decirles que no se preocuparan que les ubicarían en el siguiente vuelo.

Una vez que aterrizamos en Madrid me estaba esperando la asistente, y es que mi madre pidió asistencia porque en aquel aeropuerto las distancias son kilométricas e íbamos un poco justos de tiempo.

En teoría tendríamos que ir en metro desde una terminal a otra, pero los que habíamos pedido asistencia fuimos en minibus.

En el nuestro íbamos mi madre, cuatro personas más y yo. A mi lado estaba una señora que, al parecer, tenía alzhéimer y se le notaba perdida y estuvo durante todo el trayecto quejándose. Me dio mucha pena. Y hubo una curva en una parte del camino en la que se caía hacia mí y apoyó su mano contra mi pierna. Me dio mucha ternura.

Nos tuvieron un rato esperando y a continuación nos llevaron a la puerta de embarque. En un punto, los aviones de Iberia estaban colocados como antiguamente el ejército cuando iba a luchar contra otros con los caballos… pues igual.

Nos sentamos, cada uno aprovechó para ir al baño o coger agua. En mi caso, estaba en busca de un enchufe donde poder cargar el móvil, porque fui gilipollas y por la noche no lo cargué (todas las noches lo cargo y esa no lo hice).

Luego mi madre y yo entablamos una conversación sobre los programas de la cadena SER (que yo los escucho prácticamente todos). Un rato después vino el resto que venían desde Málaga (incluidas Indira y Noe, que habían ido la noche anterior), y nos dimos todos entre todos un abrazo. Nos hicimos una foto de, casi todos (porque los que faltaban venían al día siguiente), y enseguida tuvimos que ir a embarcar.

Cuando ya entramos al avión, no os podéis ni imaginar el calor que hacía. Mi madre y yo nos sentamos, y nuestra sorpresa fue que Indira y Noe tenían los asientos delante de nosotros. Una vez que el avión ya se puso en marcha por la pista, parecía que bajaba la temperatura poco a poco, porque os juro que el calor que hacía hasta ese momento era para desmayarse.

Uno de mis momentos favoritos cuando voy en avión es cuando se pone en marcha, va durante un tiempo a una distancia moderada, después acelera mogollón, y por último despega; a mí ese momento me encanta y me parece muy emocionante. Luego encendí la pantalla y me puse a mirar todas las pelis que había, y había varias que quería ver.

Repartieron los cascos, y lo voy a resumir en que después de muchos intentos de ponérmelos, al final desistí, y es que no sé por qué pero no se me aguantaban en las orejas, se me caían cada dos por tres.

Entre tanto, en un momento vi a Indira que estaba haciendo punto, me pareció raro que le dejaran pasar esas agujas por el control, así que se lo pregunté y me dijo que lo había mirado en internet y sí que se podía.

Como me harté de que se me cayeran una y otra vez los cascos, saqué el iPad y me puse a terminar de ver La Mesías, que es una serie que tenía descargada, iba por casi el final del capítulo cuatro y la acabé. La verdad es que me pareció muy rara pero me encantó, todos eran unos actores y actrices muy buenos, pero no puedo dejar pasar por alto el papel de Lola Dueñas (que yo no la conocía, aunque mi madre me habló de lo buena actriz que es, y así es) que es brutal y lo hace genial.

Llegó la hora de la comida, y paré de ver La Mesías para comer. Nos daban a elegir entre pasta o pollo, mi madre y yo pedimos pasta, que era a la boloñesa y estaba buena, y de postre había una mousse de mango que también estaba muy buena. Y de beber, pedí un vaso de zumo de piña. Lo que me pareció un poco incómodo fue comer en ese espacio tan reducido, siempre le estaba dando codazos al de al lado (bueno, para comer y durante el resto del viaje si hacía algún movimiento) y le pedía perdón en inglés, porque el tipo hablaba inglés.

Cuando acabé de comer, terminé de ver la serie, y a continuación cogí mis cascos para escuchar música.

Un rato más tarde, Noe, Indira, mi madre y yo estuvimos hablando, y después Indira y yo dimos una vuelta por el avión. Saludamos a Luz; Malena nada porque se había tomado una biodramina para no marearse y estaba dormida, pero Nacho no, y lo saludamos.

Sin saber que ya se había terminado el avión, seguimos y de repente vemos que nos habíamos metido en la cocina, y ese fue el motivo de nuestro descojone durante los siguientes minutos.

Luego siguió la risa porque, mientras yo estaba de pie estirando las piernas y hablando con Noe y mi madre, Indira fue al baño y por lo visto ella estaba llamando a su madre, le oyó un hombre, el pobre le preguntó cómo se llamaba y tuvo que ir por todo el avión en busca de una tal Noemí.

El resto del viaje siguió sin nada que destacar, salvo que para la merienda nos dieron un helado, que a mí no me gustan y se lo di a mi madre; y para cenar un bocata que, me pareció ser, de atún, que estaba algo malo, con un kitkat.

Al estar a nada de aterrizar, estábamos muy alegres, y una vez en tierra me estaba esperando una asistente, y gracias a pedir asistencia nos ahorramos una cola de hora y media para pasar el control de entrada, que es el tiempo aproximado que estuvieron los demás. Mi madre y yo también lo pasamos, evidentemente, pero lo hicimos en la cola especial que era mucho menos. Ya pasado todo el control y cogidas las maletas, mi madre y yo esperamos al resto durante un largo tiempo.

Cuando ya vinieron; Luz, Noe, Indira, mi madre y yo nos fuimos en taxi hasta nuestro hotel que era el mismo, y cuando llegamos dio la casualidad de que otro grupo de españoles también estaba haciendo el check-in. Como detalle en recepción nos dieron una cookie a cada uno, y entonces llegó una de las primeras frases icónicas del viaje. En este caso la dijo Luz, que el ascensor se paró en una planta que la nuestra era más para arriba, y de repente se abrieron las puertas, un señor empezó a decir algo en inglés, y va Luz y le dice con todo su acento malagueño y en español: «Vamos pa’rriba», totalmente convencida de que la iba a entender. No podíamos parar de descojonarnos, a mí me iba mal.

Mi madre y yo estábamos en una planta distinta que ellas tres, y cuando llegamos a la habitación, lo primero que hice, aparte de ver el baño y la habitación, fue probar la cookie que estaba asquerosa. Me fijé que el baño tenía ducha, y es que lo estaba deseando porque en la bañera me cuesta mucho meterme. También estaba la tele encendida con un letrero en pantalla que ponía «Welcome, Carmen» y aunque la habitación era muy pequeña y algo incómoda porque mi madre es muy cutre para los hoteles, teníamos vistas a algunos rascacielos de la ciudad. Eso me pareció otro detalle bonito.

Era el momento de irse a dormir, después de unas larguísimas horas viajando, y es que el horario para ir coincidió muy bien, porque llegamos a las 20:00, y entre que tuvimos que esperar a que pasaran el control e ir hasta el hotel, se hizo más tarde, así que, como digo, coincidió muy bien.

Nos fuimos a la cama, porque mañana iba a ser otro día.

Composición con fotos de distintos momentos de este día.

NUEVA YORK DÍA 2

Aquel día me desperté con la llamada de mi madre, que estaba dando un paseo, para que me metiera rápido en la ducha que el resto ya estaba en pie, así que me levanté de la cama y me metí. Estuve durante unos minutos indeciso, porque la alcachofa estaba arriba (no había de mano, y es que yo prefiero la alcachofa de arriba), y al abrir el grifo sabía que iba a tardar en calentar, que mientras saldría fría y me iba a saltar por el cuerpo. Pero por suerte vino mi madre, que fue la salvadora, y me duché.

Bajé al hall, estuve unos minutos esperando a las chicas, y de pronto vi a otro grupo de españoles. A todo esto, en el ascensor también encontré a una pareja, también de aquí.

Cuando ya vinieron, fuimos en busca de un sitio en el que desayunar. Nos decantamos por entrar en uno, y era un autoservicio, donde había una bollería muy variada. Yo cogí una caracola y un croissant de chocolate, y de beber un café caramel latte. Después subí las escaleras hasta la siguiente planta, que era donde estaban las mesas, y me senté en la única que quedaba libre. La mesa estaba bastante sucia. A continuación vino Indira, y luego Noe, Luz y mi madre.

En teoría la caracola y el croissant los iba a compartir con mi madre, pero resulta que a ella le gustó tanto la caracola que se la acabó comiendo entera. Probé el croissant, aunque chocolate tenía poco, pero estaba bueno. Le di un sorbo al café, y el caramel latte no me emocionó, porque sabía demasiado dulce (que para que lo dijera yo, como sería…), y sin echarle ningún sobre de azúcar. También me dio mucha pena, y me di cuenta otra vez, del problemón que tiene Estados Unidos con el plástico (entre uno de muchos), y que no había ningún plato ni ninguna taza de porcelana; todo era con servilletas y el café está en un brik.

Me hizo gracia, porque Indira cortó su bollo de jamón y queso en mil trozos, pareció como si lo hubiera diseccionado.

Una vez acabamos de desayunar, salimos a dar un paseo, y ese día lo recuerdo como uno de los dos que más frío pasé. Según íbamos caminando más, había un frío helado que me congelaba la cara y tenía que estar sacando la mano, cada rato una, porque estaba del ganchete con Luz.

Estuvimos un poco en Central Park y nos sacamos unas cuantas fotos. Vimos a varias ardillas, y la verdad es que eran y se movían de forma simpática.

Al estar sacando las fotos, llegó la segunda frase icónica de este viaje, en este caso me la dijo mi madre y poco a poco se la copiarían personas como Luz o Nacho, la de “Antón, quítate el choto”; y es que hacía un frío, que como digo, helaba y mi madre quería que me sacara la capucha para las fotos. Y estuvimos un rato parados hablando, y a mí la charla me estaba pareciendo interesante, pero me estaba quedando congelado. Pero entonces fuimos al Museo de Historia Natural, y ya nos metimos en un sitio en el que, todo al contrario que en la calle, estaba la calefacción puesta a tope, es decir, que pasamos al otro extremo radicalmente, aunque yo prefería ese calor.

Nos registraron los bolsos (en mi bolsita sólo llevaba el móvil, un paquete de pañuelos y el cacao para los labios), y pasamos para comprar primero los tickets. La chica nos rebajó el precio, y compramos entradas, aparte, de para ver el museo, para entrar en dos salas donde había exposiciones temporalmente.

Una de las dos salas abiertas temporalmente era una en la que había distintas especies de mariposas. Yo no iba muy convencido, pero al entrar y oír a la señora responsable en esa sala (que al ver que nosotros éramos españoles, se puso a hablar un poco) de que no se podían tocar las mariposas, claro, mi primera reacción si se me posara una sería hacer un espasmo, y una vez que pasó una cerca, casi le di. Así que para evitar darles, me fui de aquella sala y las esperé fuera sentado. Aparte, en la sala hacía mucho calor.

La segunda sala a que la entramos fue al planetarium, que me encantó. Era como una pantalla semicircunferencia en el techo donde se veía cómo se habían formado los planetas y los satélites que tienen. El vídeo estaba hecho con mucho realismo (inteligencia artificial) y era verdaderamente alucinante, aunque a veces daba tanta impresión o vértigo (como le queráis llamar), que tenía que incorporarme y volver a acostarme. Los asientos estaban un poco recostados con un respaldo amortigüado para apoyar la cabeza.

Una vez durante el vídeo, mi madre estaba mandándole un mensaje a una persona del grupo para que nos tuvieran localizados, y la mujer encargada de esa sala le llamó la atención.

Cuando el audiovisual acabó nos quedamos un rato charlando en los sofás recostados, tanto que tuvo que venir otra vez la señora a llamarnos la atención, porque éramos los únicos que quedábamos allí. Qué imagen se llevaría de nosotros si tuvo que llamar dos veces la atención al mismo grupo…

Salimos de esa sala, y como los demás ya estaban en el restaurante del museo, nos fuimos hacia allí. La verdad es que nos costó demasiado encontrarlo, tuvimos que preguntarle a dos personas, y es que estaba muy mal señalizado.

Cuando ya por fin llegamos, el resto ya estaban sentados, algunos habían ido a por la comida, mientras que otros estaban guardando la mesa.

Llegó la hora de comer, y comí una pizza, que estaba aceptable, y unas albóndigas con arroz, que no estaban muy buenas. Eso sí, el zumo multifrutas que bebí estaba muy rico.

Mientras tanto, estuve hablando con Malena de unas pruebas que tiene que hacer para clase, y de OT, un tema del que hablaríamos mucho durante los próximos días. También hablamos Indira, ella y yo de otros temas.

Al acabar de comer; Luz, Noe, Indira, mi madre y yo nos volvimos a separar del resto, pero antes vino el momento, que lo he llamado “momento ascensor”, donde todos nos reímos a carcajadas. Resulta que, de perdidos al río, nos metimos todos en el ascensor, que era grandecillo pero aún así éramos “too much” y como algunos se vinieron arriba y se pusieron a saltar, lo hicimos todos. Con gritos, además… Eso fue un desmadre. Como para que el ascensor se fuera abajo… Aquel momento de todos saltando me recordó a la escena esa de “Campeones”, donde se ponían a hacer lo mismo y en un ascensor, también. Había una cámara de vigilancia, y de repente oí a Darío decir con toda la razón del mundo: “El que esté viendo la cámara deberá estar flipando”.

Luego, al salir mi madre dijo que no se nos puede sacar de casa, y me enteré de que, por lo visto, había entrado una señora y en la siguiente planta se marchó. Yo creo que era por no aguantarnos más.

Cuando ya dio como finalizado el show graciosísimo, nosotros cinco nos fuimos a otra sala, que también estaba abierta temporalmente, y que iba sobre elefantes. La exposición mostraba todo tipo de cosas que entraban dentro del tema. Llegó un punto en el que me cansé (pero más o menos me estaba gustando) y me fui. Yo quería ver lo que había en el sitio por el que entramos, que eran varios cristales y en cada uno había una recreación de diferentes animales. Y mi madre me quiso acompañar.

Después vimos una sala en la que la temática era sobre dinosaurios, y para decir la verdad, a mí nunca me ha fascinado ese mundo. Había un esqueleto del dinosaurio más grande que existió, y ocupaba una sala entera y atravesaba otra. Después había otros escaparates donde se recreaban peces acuáticos, como delfines, focas…

Para finalizar, acabamos reencontrándonos con el resto, nos sentamos en unos sofás porque ya estábamos un poco cansados, y unos minutos después dijeron por megafonía que iban a cerrar el museo (no sé en cuántos idiomas pudieron avisar: en inglés, español, italiano, francés, chino…)

Así que nos fuimos, y ya que Malena e Indira tenían que ir a su hotel para ensayar el discurso que iban a dar en la ONU, decidimos ir todos allí también. Al llegar, dentro había una sala donde había sofás, una mesa de ping-pong y un futbolín. También había una estantería de juegos de mesa, que me encantan, pero pasé de ellos porque estaban en inglés.

Mientras los cuatro ensayaban, algunos estuvimos hablando en aquella sala, y otros jugando al ping-pong o al futbolín. Tenía mucha sed y mi madre me fue a coger del hall de la entrada un vaso de agua, que sabía a hierbabuena.

Resulta que podíamos estar presentes en el ensayo del discurso, y fuimos a una especie de mini anfiteatro (donde Susana tuvo la gran idea de hacer unos skeches y a mí me pareció muy bien, pero al final no los hicimos) y salieron Indira y Malena. Le tocaba empezar a Indira, y me dio pena porque la pobre estaba tan nerviosa que no daba articulado palabra. Entonces, su madre se puso delante de ella para que no se pusiera nerviosa, pero tampoco consiguió decir nada. En resumen, que se bloqueó tanto, que ese día no puedo prepararlo.

Luego fuimos a cenar al McDonald’s, y la verdad es que no me gustaba nada entrar allí, y por suerte para mí, a Susana tampoco, así que mi madre, ella, César y yo fuimos a un italiano. Mi madre y yo pedimos pizza y estaba muy buena, y de beber tomé algo parecido a la Trina que no me gustaba mucho por el gas.

En esa cena criticamos la sociedad que era ese país.

Por último nos despedimos del resto y las cuatro del mismo hotel que yo y un servidor nos fuimos.

Indira, Luz y Noe se bajaron del ascensor en su planta, y mi madre y yo en la nuestra.

Mañana iba a ser otro día, y encima con el resto que aterrizaba esa misma noche en la ciudad de Nueva York.

Composición con fotos de distintos momentos de este día.

NUEVA YORK DÍA 3

Aquel jueves me desperté un poco más tarde de las 6:30, porque mi madre estaba roncando, aunque no muy fuerte. Como no podía dormir, busqué los cascos y me puse a escuchar música. Más tarde, cuando mi madre también se despertó, se duchó mientras que yo escuchaba las noticias mediante el Hoy por hoy con Ángels Barceló.

Detrás de mi madre fui yo a ducharme. Me arreglé para ese día, salí de la habitación y otra mañana más esperé a las chicas en el hall de la entrada, mientras que durante ese rato, estaban sentados cerca de mí otro grupo de españoles.

Cuando Noe, Indira, Luz y mi madre bajaron, nos marchamos a desayunar, y fuimos al mismo sitio que la mañana anterior. Yo me pedí lo mismo, y, por suerte, mi madre se pidió una caracola y me dejó comerme la mía tranquilo. Y de beber, cambié, y es que me tomé un café con leche normal.

Indira y yo subimos a donde estaban las mesas, quedaba una, y como no había suficientes sillas, Indira fue a por más.

Mientras comíamos, hablamos de cosas como que es muy triste que haya gente de mi edad, o por ahí, que no vaya a los velatorios cuando se les muere algún familiar. Eso es muy preocupante.

Otra mañana más, Indira diseccionó el mismo bollo que se había pedido el día anterior.

Cuando ya terminamos de desayunar, salimos al exterior, y, aunque parecía que había salido el sol, seguía haciendo frío.

Fuimos a Central Park, donde estaba el resto, también Paula, Martín, Tere y los demás, y les saludamos a todos.

Estuvimos un rato hablando en varios grupos (y aprovecho para decir que esa es una de las cosas buenas que tiene este colectivo, que hablas con unos o con otros, pero nunca, nunca te quedarás solo), hasta que Nacho inició las grabaciones, que para eso estábamos allí. Los primeros en entrevistar fuimos otro compañero y yo. Nos hizo unas cuantas preguntas, de cómo nos sentíamos en aquel momento, entre otras. Yo le dije que ni de broma me había imaginado cuando se creó este grupo llegar hasta Nueva York y recibir un premio dado por la Federación Mundial del Síndrome de Down en la ONU. Bueno, ni eso, ni ir a Madrid a reunirnos con la ministra de educación.

La verdad es que pienso en el yo de cuando empezó a encontrarse con los EXI por Zoom, o cuando lo estaba pasando fatal en el instituto, y no sólo es impresionante por todo lo que estamos logrando, sino que también me ayudó a crecer como persona y a empezar a quitarme algunas de mis inseguridades, que ahora me siguen quedando algunas, no os creáis.

Las entrevistas eran caminando mientras que teníamos que hablar entre nosotros. Y luego fueron los demás EXI entrevistados.

Hasta que llegamos a una plaza donde un señor estaba cantando con un altavoz al lado donde ponía el instrumental, en ese momento estaba cantando “Vivo por ella”, mezclando el español con el italiano, y Malena, mi madre y yo nos pusimos a bailar. También lo hicimos con el “Sway” de Michael Bublé, que a mí me encanta la canción, como también con el “New York, New York” de Frank Sinatra, y el “Nunca es suficiente” que me sonaba porque Lina de Sol la cantó en la gala 0 de OT, que era de Vigo y la cual no pasó, aunque se merecía pasar y es que cantaba muy bien.

Más tarde acabamos todos, mayores incluidos, sentados en la hierba y les tocó hablar a personas como Susana, Noe, Paula, mi madre o Nacho. Todas ellas hablaron muy bien, pero en especial cuando estaba hablando mi madre, que Luz y yo nos miramos y le susurré que era un “orgullo de hijo”.

Composición con fotos de distintos momentos de este día.

Al terminar, nos levantamos y fuimos a comer a un mexicano. Yo no iba muy convencido porque en esos restaurantes toda la comida lleva picante. Yo comí, como diría Chicote, un arroz con cosas, que, por lo visto, no picaba, y al final sí que me picó, pero más o menos lo comí todo. Para terminar, bebí un refresco de sandía para que me dejara de picar la lengua.

A continuación, fuimos todos hacia un edificio donde tenían lugar las charlas del congreso al que habíamos ido (las del día siguiente ya serían en la ONU). Cuando llegamos, ya estaban algunos en la sala donde hablaban unas cuantas personas, en la que por cierto, hacía mucho calor. Los demás aún no habían llegado porque venían andando.

Escuchamos a las personas, entre tanto había algún rato en el que yo hablaba con alguien, y cuando terminó el acto, resulta que estaba allí un miembro de “La casa de Carlota”, de Barcelona, y que hacen camisetas; más Adriana y Martha, de Puerto Rico, y que al principio decían que conocían a Indira y a otra persona de los EXI, pero al final resultó ser que, efectivamente, conocían a Indira, pero ese otro era yo. Hablamos un poco con ellas, y me cayeron bien.

Al salir, no me acuerdo por qué motivo, pero acabamos Luz, Noe, Indira, mi madre y yo yendo a cenar al mismo sitio que el día anterior habíamos ido Susana, César, mi madre y Fidel; pero antes os voy a contar una cosa súper graciosa, y es que nosotros cinco antes de ir al italiano, nos sacamos unas fotos delante de una torre que estaba iluminada muy bonita, Luz nos iba a sacar una a los cuatro, y, primero fue la avalancha de gente que encima la empujaban, y estuvieron un rato pasando personas hasta que por fin pudo sacar la foto, aunque resulta que mientras tanto un espontáneo que pasaba en ese momento salió en la foto (la podéis ver, es una de las de abajo) y después le chocó la mano a Luz. No sabíamos que había salido, hasta que la propia Luz nos enseñó la foto, y nos empezamos a descojonar vivos.

Estábamos tan cansados, que cenamos la pizza rápido, y cuando mi madre, Noe, Luz y yo ya la acabamos de comer, Indira cuando estaba por el último bocado tardó en acabarlo porque siempre quiere retrasar lo posible que nos vayamos al hotel, y yo con lo agotado que estaba, me quería ir enseguida a la habitación a descansar. Y es que mañana era el día que íbamos a pisar la ONU.

Composición con fotos de distintos momentos de este día.

NUEVA YORK DÍA 4

Aquel viernes me levanté, me duché, me arreglé, salí de la habitación y esperé a las chicas sentado en el hall de la entrada. Volvimos a ir al mismo sitio a desayunar, en este caso sólo salimos Noe, Luz, Indira y yo del hotel, porque mi madre ya estaba allí que siempre se despertaba antes y salía a pasear sola. La historia se repite: todos pedimos lo mismo, e Indira, otra vez más, disecciona su bollo.

Más tarde, al salir a la calle, hacía otra vez ese frío helado que te congelaba todo. Decidimos el plan de ir a ver tiendas por La Quinta Avenida, y era un plan que me molaba porque así no estábamos mucho en la calle.

Primero entramos a un sitio que ni me interesaba, sólo era para calentarme un poco; después entramos a Zara, que a mí me alucinó bastante ver esta tienda en Nueva York; después nos metimos en un North Face, que entré un poco como lo hice en la otra tienda, no me interesaba y era también para entrar en calor.

Y, por último, fuimos a la tienda de Lego, que me gustó. Cerca de la entrada había un taxi hecho de estas piezas. Nos quisimos sacar unas cuantas fotos, y después quise salir yo solo, y en ese momento descubrí lo mal que educan a algunos niños, porque mientras mi madre me estaba sacando una foto, un niño se metió por medio.

Hago un inciso para decir que, no sé si sólo será en Nueva York, pero allí la mayoría de la gente va por la calle como si estuviesen por la calle nada más que ellos: se tropiezan contigo y siguen hasta que logran pasar, te dan codazos y siguen caminando sin pedirte perdón, estamos haciéndonos una foto y pasan por delante de la cámara…

La verdad es que esto no tiene que ver con la ciudad donde vivas, tiene que ver con si eres una buena persona o no.

La tienda de Lego tenía de todo: desde La Estatua de la Libertad a un edificio ardiendo y los bomberos rescatando a, por ejemplo, un gato, todo ello construido con estas piezas. En verdad la tienda estaba muy guay. También vimos por fuera la de Apple, que recuerdo que como la de Londres, que me había dejado alucinado, ninguna, y es que aquella tienda de Apple era impresionante.

Luego, aún era pronto para comer, pero teníamos que ir a meterle algo al cuerpo ya, porque después teníamos que estar temprano en la cola para entrar en la ONU. Así que fuimos a una pizzería (sí, otra vez tocaba pizza), era un sitio muy pequeño, sólo había tres mesas, y unos nos sentamos en esas y otros se fueron para fuera.

Y cuando ya acabamos de comer ya era la hora de ir a hacer la cola para entrar en la Organización de las Naciones Unidas.

Composición con fotos de distintos momentos que describe Antón de este día.

Estábamos súper emocionados por entrar allí. En la fila mientras esperábamos Malena puso música y empezamos a bailar. Nuestras caras de contentos había que retransmitirlas, así que nos hicimos una foto. Después Paula nos hizo otra, y una vez más al hacerla se tiró al suelo, y nos descojonamos, esa y todas las veces que se tiró al suelo para hacer la foto. El año pasado en Chicago fuimos mi madre, Ana, Indira, Malena, Darío y yo a un parque que era impresionante porque estaba rodeado de rascacielos, entonces mi madre se marcó un “Paula” y se tiró al suelo para hacer las fotos, y aquel día también nos empezamos a reír.

Cuando ya entramos en la ONU, primero había un control como el de los aeropuertos. Soy raro, pero me hace cierta gracia ver cómo algunas personas hacen el control. Una vez pasado el trámite de quitarnos las chaquetas y depositar nuestras cosas en una caja y de pasar nosotros por ese arco (que yo siempre voy un poco acojonado), volvimos a salir al exterior y hacía mucho frío. Estuvimos unos minutos sacándonos unas fotos en dos esculturas, una en el logo del planeta Tierra de la ONU, y otra en una pistola con un nudo en el cañón; también salí yo solo en un paisaje muy bonito que estaba al fondo con unos rascacielos. Luego no soportaba más el frío, y mientras los demás seguían fuera, yo entré al edificio. Me recorrió una emoción por todo el cuerpo al ver esa edificación que era tan gigantesca con tanta gente y tantos adornos, y en ese momento pensé: “Coño, no me puedo creer que estemos aquí.”.

Imagen de todo el grupo delante de la bola del mundo que se describe en el texto

Después ya entraron el resto, y me hizo mucha gracia porque algunos teníamos ganas de ir al baño y fuimos todos juntos como si fuéramos un rebaño de ovejas. Más tarde, algunos nos dirigimos ya a la sala donde sería el acto, y la emoción que tenía se convirtió en aún más fuerte, porque vi aquello tan grande y con los asientos con los micrófonos como, mismamente, en el Congreso de los Diputados. No había pocas personas, pero tampoco muchas, es decir, las justas. Bajé las escaleras para sentarme en una fila donde ya estaban unos pocos de nuestro grupo. A los lados vi unos cristales, tras él estaban los traductores de lenguas como español, francés, portugués o chino. En cada sitio había como un pinganillo que te lo ponías en una oreja y te traducía a tu idioma. 

Cuando ya empezaron a hablar, tenía el pinganillo en mi oreja y pensé que a lo mejor no había empezado a traducir, pero al resto sí, entonces me pareció raro, comencé a tocar en los botones que había como un poseído, pero no funcionaba, así que el que uno de los compañeros me solucionó el problema y me dispuse a escuchar.

Hubo bastantes ponencias, había algunas personas que me gustaron y otras que me parecieron un poco rollo. Por ejemplo, hablaron una madre y una hija que eran de París, y contaron que a la madre le dijeron que su hija se iba a morir, entonces me recordó a lo que le dijo esa médica a mi madre. En ese momento, ella estaba sentada detrás de mí y me dijo que todas las historias se repetían, y es totalmente cierto.

La primera tanda de ponencias tardó en empezar, con lo cual el horario se iba a retrasar, también la entrega de premios. Teníamos entradas para un musical porque cuando las compramos no sabíamos que la organización iba a cambiar el acto del jueves al viernes y por eso las compramos para este día y con todo el retraso íbamos a ir al musical bastante justos de tiempo.

Composición con fotos de distintos momentos de este día.

Llegó la hora de dar los premios, y como ya estaba hablado desde hace mucho Indira y Malena salieron a recogerlo en representación de los EXI. Cuando estaban dando el discurso, yo explotaba de orgullo. Juro que tenía tal emoción en el cuerpo cuando ellas dos recogieron y alzaron el premio, que parecía que me iba a dar algo en cualquier momento. Miré un momento para el resto del grupo, y todos teníamos la misma cara de felicidad y orgullo.

Acabé riéndome porque estábamos pendientes de a ver qué hacía Indira, después de haber hecho un ensayo donde no habló porque se puso nerviosa, de haber tomado la decisión de que sólo hablara Malena, pero al final salieron las dos y estuvieron espectaculares. Pensaba matar a Indira (yo creo que todos) por tenernos en tensión para después hacerlo genial.

Distintas imágenes de Malena e Indira durante su discurso en la sede de Naciones Unidas

Lo que voy a contar ahora, no quiero que penséis mal de nosotros, pero después de que les entregaran el premio a Malena e Indira, salimos pitando de la sala porque no llegábamos al musical y había que cruzar varias avenidas. Para no acabar de tener fama de maleducados, se quedaron hasta el final de la entrega unas personas de nuestro grupo, y otras como yo que llevo cierto ritmo más lento, nos fuimos de allí echando leches.

El asunto era que íbamos tan apurados que mi madre y yo habíamos pensado en ir en taxi hasta el teatro, pero al final decidimos ir andando porque había mucho tráfico y al final íbamos a tardar más. Fue muy gracioso porque como a mí me cuesta andar corriendo, César me cogió de un brazo y Fidel del otro, y todos nos pusimos en marcha.

Hago un inciso y después contaré nuestro trayecto hasta donde era el musical, pero la verdad es que me dio pena que no diera tiempo a saborear más lo del premio ni a ver algún otro rincón de la ONU. Al salir de aquella sala, como digo, pitando, vi un pasillo de banderas y me quería sacar una foto, pero era imposible.

Retomo cuando César y Fidel me cogieron uno de cada brazo, y es que fue bastante gracioso, porque me preguntaron en distintas ocasiones si iba bien, y de verdad que iba bastante bien aunque casi me llevaban en el aire. La velocidad a la que corríamos era impresionante, y pensaba en tantos momentos de mi vida en donde mis compañeros no me esperaban, y también es verdad que si no hacen este tipo de cosas este grupo, ¿quién lo va hacer? Pero cada vez me siento más afortunado y es un orgullo pertenecer a este grupo maravilloso.

Cuando llegamos al teatro, íbamos bastante apurados, y mi madre y yo teníamos que subir las escaleras porque allí nos sentábamos nosotros. Entrando, el teatro me pareció precioso y muy elegante, era todo de color rojo, un color que, bajo mi opinión, luce mucho visualmente.

Subimos otras escaleras y ya eran nuestros sitios. Para mí sorpresa, detrás de nosotros estaban Susana, Fidel, César y Adriana; a nuestro lado había tres personas, y oyéndoles hablar, con lo grande que era el patio de butacas (que ocupaba más que el propio escenario), resulta que nos había tocado al lado de otro grupo de españoles, y en un momento el que estaba a mi lado me oyó decir: “¡Cuántos españoles!”, empezó a hablarnos el señor y nos dijo que eran de Zaragoza; y al lado de estos tres maños, estaban sentados Malena, Nacho, Ana y Darío. Es decir, que en nuestra zona estábamos concentrados muchos españoles.

También, en la otra punta del auditorio estaban Indira, Luz y Noe que nos saludamos efusivamente. Y el resto del grupo estaba más abajo, y a ellos sí que no les vimos.

El musical que estaba a punto de comenzar, por cierto, era “Moulin Rouge”.

Había visto con mi madre el fin de semana anterior la película y no me gustó, pero la obra me encantó. Aunque no lograse entender los diálogos, los números musicales me fliparon (me gustó mucho más la elección de las canciones del musical que en la película, muchas de ellas las conocía), los actores y actrices tenían auténticos vozarrones, me alucinaba cómo cambiaban los decorados, subiéndolos para arriba o moviéndolos de posición.

De verdad, todos los números musicales me parecieron una verdadera pasada.

Al acabar el musical, salimos y nos reunimos todos, y cuando estábamos en la calle delante de la entrada, oímos unos gritos como si estuvieran acuchillando a alguien (aunque no era de extrañar estando en ese país. No, es broma), pero resulta que estaban saliendo algunos de los actores, y ya todos se acercaron. La verdad es que a mí no me interesaba ir, pero también fui, y es que de actores estadounidenses sólo conozco a unos pocos que se pueden contar con los dedos de una mano, y a estos los conocía aún menos.

Cuando acabó el jaleo, resulta que Malena se sacó una foto con Boy George, uno de los protagonistas y cantante en un grupo que era muy famoso cuando nuestros padres eran jóvenes, y otro actor le firmó el folleto donde venía toda la información de la función.

Imagen de Antón dentro del teatro donde asistió a ver el musical Moulin Rouge

En ese momento, era de noche, y fuimos a Times Square, y de todas las veces que pasamos por allí, fue la que más impresionante me pareció, con todas las pantallas con luminosos. Precioso.

En el mismo sitio había unos haciéndoles hacer cosas a la gente, y entonces me acordé cuando a mi tío en un espectáculo de estos le saltaron por encima junto con otros más, cuando fueron él, mi tía y mi prima a Nueva York.

Pero yo estaba tan desfallecido que lo único que quería era ir a cenar.

Tras estar un rato más en Times Square, fuimos a cenar, y primero fuimos a un sitio que daban sushi (que a mí me encanta), pero estaban levantando los taburetes para cerrar. Allí estaban Paula, Martín, Susana, Fidel, César y Adriana que fueron más listos y estaban cenando.

Como muchos restaurantes ya estaban cerrados o a punto de hacerlo, tiramos de un italiano que sí que estaba abierto, donde los días anteriores también habíamos cenado.

Nacho, Malena y el resto se cogieron unas pizzas para ir a comerlas a su hotel, mientras que Luz, Noe, Indira, mi madre y yo nos sentamos a comerlas en una mesa.

Estábamos tan cansados que comimos lo más rápido que pudimos, hablamos del susto que nos dio Indira al no hablar en los ensayos y lo bien que habían hablado Malena y ella, también la quería matar porque se hizo de rogar para acabar el último bocado de su pizza y yo estaba reventado.

Luego nos fuimos al hotel, y hasta el día siguiente.

Por cierto, todos los días que pasamos en Nueva York fueron increíbles e intensos, pero ese lo fue quizá un poco más por las dos cosas que hicimos, porque fueron muy grandes.

Entrar en la mismísima ONU, que es una de las organizaciones más importantes del Mundo, y que la Federación Mundial del Síndrome de Down nos diera un premio.

E ir a ver un musical, que a mí me encantó, en Broadway, y es que a mí como está valorado públicamente me da igual, lo que me importa es que con todo lo que me gusta el mundillo del espectáculo me pareció alucinante ir a una zona como esta donde tienen tanta fama los musicales.

Mañana iba a ser, también, otro día muy bonito a pesar de la lluvia.

Escultura que se encuentra en el recinto de Naciones Unidas y que representa una pistola con un nudo en el cañón. Aparece un cartel con su título: Non-violence

NUEVA YORK DÍA 5

Esa mañana me desperté sobre las 9, unos minutos más tarde se despertó mi madre. Se nos hizo tarde, lo sé, pero no nos vino mal dormir un tiempo más. Nos duchamos, nos arreglamos y salimos solos a desayunar, porque Luz, Noe e Indira ya lo habían hecho y ya estaban yendo junto con todos los demás para el museo.

Fuimos al sitio de siempre a desayunar y pedimos lo de siempre. En un momento vinieron dos policías con sus uniformes y sus chalecos antibalas. No sabría decir si estaban en su tiempo de descanso o si no, porque estaban recibiendo llamadas desde el otro móvil que tenían. Como digo, estaban uniformadas y con esos chalecos antibalas, y es que aunque ese día lloviese, no hacía mucho frío, y me estaban dando un calor con aquel ropaje…

Mientras nos íbamos, yo me estaba poniendo la bandolera y sin querer le di a una de las dos policías, entonces llegué a pensar que con lo que son en ese país a lo mejor me pasaba algo. No, lo de pensar que me podría pasar algo, es broma, pero no lo es que en Estados Unidos la policía es súper salvaje.

Después de desayunar fuimos en metro hasta cerca de donde estaba el MOMA. Una vez entramos, nos dirigimos a los baños, al salir nos encontramos a Noe e Indira, estuvimos un rato allí quietos y luego empezamos a ver el museo.

Al principio íbamos muchos del grupo juntos, e hice lo de siempre cuando quiero ver algo a mi ritmo, ir por mi cuenta. Y ellos también se separaron en más grupos, porque de vez en cuando me cruzaba con algunos, como digo yo, de los nuestros.

Para mi gusto, el museo me pareció para ver y también para resguardarse de la lluvia, pero en general ni fú ni fá.

Quedamos para irnos a una hora en la entrada, y yo, entre que fui tarde y que mi madre me dijo que estaban en otra planta en la que en realidad no estaban, llegué tarde. Nos pusimos cada uno nuestra chaqueta, salimos a la calle, y con la lluvia anduvimos lo más deprisa que pudimos a la hamburguesería donde íbamos a comer.

Unos del grupo ya estaban allí. Había varias mesas donde nos sentamos todos nosotros, yo me senté con Indira, Malena y Alejandra, y básicamente nuestro tema de conversación se basó en hablar de OT.

Malena se pidió unas mini hamburguesas, Alejandra unas patatas dulces que estaban muy buenas (ya las había probado dulces porque mi hermana las hizo alguna vez), Indira una hamburguesa con patatas (que nos estuvimos riendo porque le echó tanto ketchup a las patatas que aquello parecía ketchup con patatas), y yo unos fish and chips que estaban bien pero no eran cosa de otro mundo. A todo esto hay que decir que las patatas de Indira venían aparte de la hamburguesa, y yo me equivoqué y pensando que eran mías le comí bastantes.

Como digo, estuvimos toda la conversación hablando de OT, le contamos a Indira quiénes eran y la opinión que teníamos sobre ellos, porque no vio el programa. Después Malena y yo hablamos con Paula sobre el Benidorm Fest de este año y de la canción que llevamos para Eurovisión el próximo 11 de mayo. Es verdad lo que decían ellas dos que la mujer no canta bien, pero a mí me gusta bastante. Yo aplaudo que este año llevemos a alguien mayor, y es que en estos últimos años fue gente muy joven, como por ejemplo, Chanel, Amaia y Alfred, Blanca Paloma, Miki Núñez… (y el resto de países también suelen llevar a personas muy jóvenes, y aprovecho para decir que aparte de nosotros, Islandia también lleva a una mujer mayor).

La canción en sí está muy bien, los bailarines bailan muy bien, la puesta en escena está bien (y aún queda por mejorar, porque, claro, la tienen que adaptar al escenario de Malmö), la cantante también seguramente va a ensayar más la canción y afinar mejor en los tonos que canta más altos… En fin, que probablemente en el Benidorm Fest había mejores propuestas para llevar, pero la canción que va este año me gusta, y es que si la canta tanta gente por algo será.

Bueno, volviendo a cuando estábamos en el restaurante, me pareció muy interesante y me gustó mucho la conversación que tuve sobre OT y después del Benidorm Fest. A continuación, nos fuimos en dirección a un centro comercial porque estaba lloviendo mucho, y os aseguro que durante esa tarde en aquel outlet pasé unas horas en las que me reí a más no poder, pero voy a comenzar por cuando entramos.

Nada más entrar, como la calefacción estaba a tope, otra vez nos quitamos las chaquetas, y pusimos una hora de quedada para marcharnos y estar todos a esa hora puntuales en la entrada. Después nos dividimos en varios grupos. El grupo en el que estaba yo (Indira, Noe, Paula, mi madre y Nacho), nos sentamos en unos sofás a tomar unos cafés, y un rato después, Indira y yo entramos a un sitio donde había diferentes máquinas para jugar. Todo estaba en inglés y no nos estaba resultando interesante, así que nos fuimos. Pero Indira avisó a su madre para que viniera, volvimos y fue más de lo mismo.

Aquí llega la parte graciosa, cuando Noe vio que había un fotomatón, nos preguntó si queríamos entrar y le dijimos que sí de cabeza. Al meternos fue cuando empezó el lío porque estuvimos intentando poner eso en funcionamiento, pero no había manera. No nos dimos por vencidos y al final nos hicimos las fotos. Entonces empezamos a poner caras graciosas en cada foto que nos sacaba la máquina esa: sacando la lengua, abrazados, apachurrados en una esquina…

Pagar y sacar las tiras fue una odisea, pero también nos reímos mucho, porque Noe ponía la tarjeta y no pasaba nada, aunque después de varias veces intentándolo y de pulsar a los botones, a ver si así había suerte,  ya estábamos concienciados de que ese fotomatón no nos iba a dar las fotos, cuando lo probamos otra vez más y salieron varias tiras. Aquellas fotos eran muy chulas. Por último salimos de allí, que la verdad es que hacía mucho calor.

La verdad que en aquel fotomatón nos reímos mogollón.

Después, como teníamos más tiempo, siguieron las risas, y es que fuimos a una tienda donde había, entre otras cosas, perfumes. Entonces Indira y yo empezamos a probarlos, y eso que al principio no estaba seguro si se podían probar, pero luego pensé que si no nos dijeron nada después de estar un rato haciéndolo, que sí se podía. Bueno, Indira y yo nos probamos tantos que acabamos oliendo a una mezcla bastante exótica. Cuando de pronto vino mi madre, que para colmo es alérgica al perfume.

A continuación fuimos a una tienda de zapatos e Indira se probó algunos pares de ellos.

Un rato más tarde, como ya tocaba ir hacia donde habíamos quedado, fuimos y allí estaban todos enseñando cada uno lo que se habían comprado, pero yo no me quise comprar nada, más que nada porque cuando voy a un centro comercial voy porque tengo que comprar zapatos o ropa, y ya me cuesta ir, y por eso no compré nada. Yo no soy nada consumista comprando, eso sí, de ir al teatro, al cine, ver series, ir a conciertos o de viaje evidentemente que sí lo soy.

El próximo destino era ir al otro hotel donde estaba el resto, así que cogimos el metro, y cuando llegamos a nuestra estación, antes de salir de aquella boca, entramos en un sitio a comprar comida. Yo salí con sushi, con unos trozos de fruta cortada y unos zumos.

Cuando salimos, se decidió que los adultos se iban a tomar algo y Malena, Indira, Martín, Darío y yo fuimos al hotel.

Una vez allí, Indira y yo, como ambos antes habíamos comprado sushi, nos lo pusimos a comer en una mesa redonda que había en aquella sala de estar. El sushi, que me encanta, estaba aceptable para ser de súper (todo sea dicho, tengo ganas de comer un buen sushi), y dejé los dos últimos trozos porque estaban tocando un poco el wasabi, y conozco a poca gente que le guste, imaginaros a mí que no soporto el picante.

Después me tomé los trozos de fruta, no me gustaron, así que los guardé en la bolsa. Imaginaros cómo estaban con lo que me gusta a mí la fruta.

A continuación, Indira, Malena y yo jugamos a un juego que tenía la propia Malena descargado en el móvil. Cuando ya vinieron los adultos de tomar unas cervezas, mi madre, Noe, Luz, Indira y yo nos fuimos a nuestro hotel, y es que mañana tocaba ir hacer un tour por muchos de los barrios de Nueva York.

Composición con fotos de distintos momentos de este día.

NUEVA YORK DÍA 6

Aquel domingo fue un día que nos tuvimos que despertar más temprano que otras mañanas, en este caso tocaba ir de ruta, como acabé diciendo en el final del post anterior, por muchos de los barrios de la ciudad. Un señor nos estaba esperando a la salida del hotel con un coche, y entonces al salir a la calle me cagué en todo, y es que otra vez hacía ese frío que te congelaba todo.

Mi madre, Indira, Noe, Luz y yo fuimos en el turno de mañana; y Paula, Martín más la familia de Susana fueron en el de por la tarde. Montados en el coche, yo aún no estaba para chapas porque aún me estaba despertando, y la verdad es que durante los primeros minutos el tío me pareció bastante pesado.

Paramos en la primera parada, y yo si soy sincero no presté mucha atención porque lo único que quería era meterme en el coche, y es que hacía un frío que pelaba. Qué gusto me dio ese momento en el que entramos al coche, cuando se va cerrando poco a poco la puerta (era de estas que se cierran al pulsar un botón).

La siguiente parada fue a la Universidad de Columbia, y me pareció bonita, aunque yo quería meterme en el coche, una vez más, al caliente. Allí mismo, dentro y con el hombre conduciendo, nos enseñó unos vídeos de trozos de película que se habían grabado por donde estábamos pasando, aunque a mí ver eso en ese mismo momento no me apetecía nada, y eso que siempre es un gusto para mí ver cine (y además de porque estaba en inglés), pero yo estaba para hacer turismo.

Este sí que fue un momento bastante divertido, cuando el tío nos dio, en concreto a mí, un güiro para tocar y lo hice mientras de fondo sonaba “Vivir mi vida” de Marc Anthony a todo volumen. Yo no sé si sería muy legal tener la música a ese volumen conduciendo por la carretera. Y Luz después también tocó el güiro.

Más tarde le dijimos al hombre del tour que queríamos tomar un café y algo más (que aún no habíamos desayunado) sentados, y nos llevó a una tienda bastante pequeña donde me sorprendí cuando vi a tanto español, y es que estábamos prácticamente todos allí concentrados. Según el del tour, allí hacían unas empanadillas muy buenas, así que las quisimos probar, y nos pedimos eso más unos cafés. Las empanadillas, no sé si era por el hambre que tenía o no, pero estaban muy ricas, pero el café estaba para vomitar.

Mi madre, Luz y Noe se enfadaron con el chofer por llevarnos a ese lugar (que a mi parecer era un cutrichil de mala muerte) y pensaron que podría estar en nómina con el dueño del local. Hombre, yo no tendría pruebas de ello para afirmarlo, pero el ser todos turistas españoles en esa tienda era bastante sospechoso; así que no sé…

Más tarde hicimos una paradita de nada en el Bronx, donde el pavo de la guía turística trajo una radio de estas antiguas, una gorra y una cadena, y nos llevó delante de un grafiti. La idea era posar con todos esos artefactos ante el grafiti, y Luz, Noe, Indira y mi madre lo hicieron, y yo casi, lo que pasa es que nada más ponerme la cadena, ya tenía frío de por sí, y la cadena estaba congelada, y es que yo no tolero de ninguna de las maneras el frío en el cuello, así que no.

También pasamos con el coche por un barrio judío ultraortodoxo, que por lo visto hacen cosas como hablar en otro idioma, las mujeres casadas se rapan la cabeza y llevan peluca, los sábados es el día de la semana en que no pueden cargar peso y las mujeres tienen una cuerda para bajar el carrito del bebé a la calle (que esto no tiene mucho sentido, porque al igual que te molestas en poner el carrito en la cuerda, también puedes bajarlo tú)…

No os imagináis lo que me sorprendió y alucinó ese barrio. Ese día era fiesta para ellos e iban caminando por la calle con sus mejores galas. Los hombres iban con una especie de gorro hecho con piel de zorro que eran muy grandes. También me sorprendió que las mujeres, aparte de llevar peluca, con lo jóvenes que parecían y ya con tres hijos o más (es otra de las muchas culturas más que las mujeres para lo único que sirven es para dar hijos). Los más pequeños iban disfrazados.

Yo quería hacer fotos, pero luego era impensable fotografiarles como si fueran maniquíes.

Entonces fue cuando salimos del coche, íbamos a caminar toda la calle y al terminar de hacerlo nos recogía. Ese barrio era auténticamente asombroso, pero lo era más andar por la misma acera por donde iban ellos y verles de cerca. Me sentía muy extraño.

Enseguida, como dije, el tío del coche nos vino a recoger. La verdad es que me hubiese quedado más rato (quizá ese rato fue el que nos sobró, porque en teoría tendría que haber durado cuatro horas, pero no duró eso), y sin duda fue lo que más me gustó del resto de cosas que vimos, en cambio, nos fuimos bastante más pronto de lo que me hubiera gustado.

Luego, al acabar, nos dejó delante del Puente de Brooklyn y lo cruzamos entero. Mi experiencia al hacerlo fue peor de lo que quisiera que fuera. Las vistas eran preciosas, pero no disfruté tanto como el resto, porque hacía mogollón de viento y frío, y en un momento juro que lo pasé verdaderamente mal, y es que de tanto viento que hacía, yo me ahogaba y me costaba mucho respirar.

Lo pinto mal, y mal fue en ese momento, pero por lo demás, bien, si no fuese por toda la ventolera que soplaba allí. Se volvió a repetir la mítica frase de “Antón, quítate el choto”, pero en aquella ocasión era impensable para mí. Ese puente me pareció larguísimo, aunque lo digo no siendo objetivo, por el frío y por cuanto me costaba respirar.

Cuando acabamos de pasarlo, mi madre y yo decidimos ir al museo del 11S porque al día siguiente no íbamos a poder ir; y Luz, Indira y Noe se fueron a China Town.

A continuación, mi madre y yo nos pusimos a buscar un sitio para comer antes de ir al museo, y entre tanto buscar, al final entramos en un pub de estos típicos americanos. Mi madre pidió unas mini hamburguesas, y yo unos palitos rellenos de mozzarella que estaban muy buenos. Ya sé que allí es muy típico en los bares, y es que había un montón de teles por todo el local.

Más tarde, cuando ya fuimos al museo, empezamos a ver lo que había fuera de todos los nombres escritos haciendo un cuadrado, donde dentro era el lugar en el que estaban las torres gemelas. Vimos que en algunos nombres había una rosa blanca puesta, resulta que las suelen poner todos los años en los días que esas personas cumplirían años, y me pareció un detalle precioso y emotivo.

Una vez entramos, ahora sí, al museo, yo quise pedir los cascos que daban con la explicación de lo que era cada pieza. Mi madre fue a ver el museo por su cuenta y yo por la mía. La guía me hacía cierta gracia, porque tenía la voz de Robert De Niro.

Complicado nombrar todo lo que vi, y es que en ese museo había un montón de cosas, pero voy a resaltar algunas que me gustaron.

Empezando por un lugar donde en la pared había fotos del tamaño de una foto del DNI de todas las personas fallecidas en ese terrible ataque. Me daba pena, aunque, ¿cómo no? porque había gente bastante o muy joven. Había hasta algún niño…

También estaban las escaleras por las que pudieron escapar los supervivientes, y era impactante. Después había una foto de cómo eran antes las torres gemelas, y otra de cuando los aviones ya estaban tirándolas con todo ese humo negro. La verdad es que me resultó flipante.

Luego había vídeos de las torres siendo destruidas. También fue alucinante.

Un tiempo después, yo ya había visto mucho, y lo que me quedaba por ver, pero ya estaba cansado, así que me senté. Enseguida vino mi madre y estuvimos los dos hablando sentados un rato, y yo llegué a la conclusión de que esto es un círculo vicioso; atentaron contra las Torres Gemelas porque Estados Unidos había bombardeado Irak, los atentados en Madrid y en Barcelona fueron porque el gobierno de Aznar de entonces apoyó esa guerra… 

Es el “yo te bombardeo a ti porque tú me bombardeas a mí”, y así estamos sucesivamente. Con unos intereses que para una gentuza les importan más que las vidas humanas que se puedan perder. Por ejemplo, el genocidio en Gaza o la guerra de Ucrania; que parece muy difícil de explicar (y es que la pura verdad es que no se puede hacer) que haya gente que es capaz de anteponer los intereses económicos antes que una vida humana, y para que suene más fuerte digo que están matando a niños pequeños, pero eso tampoco les importa. Tienen una falta de humanidad, que no es de este mundo, y ojalá que algún día paguen por todo lo que están mandando hacer, aunque no lo creo. Y para terminar hablando de este tema, quiero decir que… ¡¡Ojalá se pudran en la tumba con su maldito dinero!!

Volviendo a cuando mi madre y yo estábamos en el museo, nada más salir de allí nos encontramos con Indira, Luz y Noe en la calle. Ese momento fue bastante gracioso.

Decidimos ir a tomar algo las cinco, entramos en un pub y hablamos mucho, mientras que al mismo tiempo Indira y yo estuvimos jugando al mismo juego que jugamos con Malena.

Cómo no, los de la mesa de al lado me fijé que eran españoles.

Más tarde íbamos a coger un Uber, pero antes quisieron ir a una tienda. Cuando Luz, mi madre y yo estábamos fuera, la propia Luz nos dijo que acababa de pasar una rata por delante de nosotros, y yo, claro, empecé a alterarme y a correr como un loco. Vino el taxi, que nos llevó hasta nuestro hotel, y como Luz se tenía que ir a un concierto, al cual iban bastantes personas del grupo, así que se fue; y Indira, Noe, mi madre y yo fuimos al hotel.

Como queríamos ir a tomar algo, como hicimos la última noche en Chicago, decidimos subir hasta el bar del hotel.

Resulta que la tarjeta que teníamos la pusimos en el número de piso en el que estaba el bar, no se marcaba, y al final preguntamos y resulta que ese ascensor no llegaba hasta allí, y tuvimos que coger otro.

Pero por lo visto no podían ir menores de 21 años, e Indira y yo no podíamos, así que subimos sólo para ver las vistas. La verdad es que eran alucinantes, se veían muchos rascacielos de la ciudad y como era de noche, las luces los estaban iluminando ¡Increíble!

Después nos teníamos que ir e Indira estuvo parada enfadada porque se quería quedar, nos reímos de la cara de enfado que tenía, y a la tía no la movía de allí nadie, hasta que entre que la convencimos para irnos y que veía que no tenía mucho éxito, nos acabamos yendo a cenar al mismo italiano donde habíamos comido las noches anteriores. 

Pero, tranquilos, porque aparte de romper la tradición de ir a desayunar al mismo sitio, al día siguiente cambiamos, y aprovechamos la última mañana muy bien.

Composición con fotos de distintos momentos que describe Antón de este día.

 

Foto en blanco y negro de Antón y Carmen delante de la Estatua de la Libertad

©Paula Verde Francisco

Campequé?

Inés Rodríguez es logopeda especializada en daño cerebral. Y además hace un fantástico trabajo en redes para romper estereotipos y derribar prejuicios.

Puedes seguirla en Instagram: @inusu_al

SUBNORMAL

A ti, que tienes la palabra «subnormal» como parte de tu vocabulario, pero que cada vez que te lo afean dices que no, que para nada estás pensando o te estás refiriendo a una persona con discapacidad, tengo algo que contarte: Y es que, cada vez que ese insulto sale de tu boca, puede que no estés pensando en el colectivo de personas nombradas por la discapacidad, pero sí, sí que te estás refiriendo a ellas. Porque ese es el término con que se designaba médica, e incluso jurídicamente, a las personas con discapacidad intelectual hasta hace bien poco (concretamente hasta 1986). Y es precisamente por eso (porque designaba a esas personas), por lo que esa palabra ha devenido en insulto.

Así que sí, sí te estás refiriendo a ellas. De igual forma que una sociedad profundamente homofóbica convirtió «maricón» en insulto. Puede ser que el colectivo LGTBIQ+ haya subvertido ese término y hoy en día no sea exactamente homófobo dependiendo del contexto o de quién lo utilice pero, créeme, la situación del colectivo de personas discriminadas por la discapacidad no está en ese punto, ni tú lo empleas con esa intención, así que, sí, «subnormal» es un insulto discafóbico y capacitista.

Sé que cuesta desprenderse de palabras que hemos heredado o aprendido por imitación y sobre las que no nos paramos a pensar de dónde vienen o por qué se dicen. Y lo sé por experiencia. En mi entorno familiar decir «pareces un gitano», «vas como un gitano» o «mira que eres gitano» estaba a la orden del día y por ello formaba parte de mi forma de expresarme. Hasta el curso en que mi hija tuvo como compañera de clase a un niña gitana. Fue entonces cuando en nuestra familia fuimos conscientes de nuestro antigitanismo e hicimos esfuerzos para desprendernos de él. Al menos, respecto a las palabras. ¿Cómo iba a aceptar mi hija a alguien que pertenecía a una cultura a la que su familia se refería con desprecio?

O hijoputa. De la que me está costando un mundo desprenderme porque sale de mi boca disparada. Es una palabra terrible que, aunque sirve para exteriorizar nuestro enfado con alguien terrible o que ha hecho algo terrible, es manifiestamente machista (insulta a la madre, nunca al padre) y además estigmatiza (todavía más) al colectivo de trabajadoras sexuales. 

Me está costando todavía más dejar de utilizar las palabras loco, locura, demencial, chiflado, tarado, majareta, demente, chalado… en sentido peyorativo. Porque deriva de referencias al colectivo de personas con diagnóstico psiquiátrico. Un ejemplo: cuando se hace referencia a la presidenta de la Comunidad de Madrid llamándola IDA (porque esas son las siglas de su nombre y apellidos), de paso también se está insultando a las personas psiquiatrizadas. Llámala política nefasta, incompetente, faltona, prepotente y hasta mala persona si quieres, pero hacer referencia a su salud mental dice peores cosas de ti que de ella.

Así que si subnormal, retrasado, mongol, anormal, deficiente y todas sus variantes forman parte de tu vocabulario, haz por favor un esfuerzo por eliminarlas. 

Ah, tampoco se insulta aludiendo a la capacidad intelectual de nadie. Porque es algo que no se elige. Y, sobre todo, porque ser mala persona o hacer algo malo, nada tiene que ver con el cociente intelectual de una persona, sino con su calidad humana.

 

Captura de pantalla del diccionario online de la Real Academia Española con la entrada "subnormal": Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual inferior a la considerada normal. Insulto o en sentido despectivo.

 

Portada de un artículo:
Juan Antonio Sardina-Páramo (Santiago de Compostela).
LOS DERECHOS DEL SUBNORMAL.
Problemas fundamentales del estatuto jurídico del subnormal en el derecho español.

 

Orden del 13 de mayo de 1986 de desarrollo del Real Decreto 348/1986, de 10 de febrero, por el que se sustituyen los términos subnormalidad y subnormal, contenidos en las disposiciones reglamentarias vigentes.

Sobre el lenguaje creado para designar no-personas

La Constitución ha necesitado de 46 años para nombrar a las personas en situación de discapacidad con un lenguaje digno y respetuoso. Para la señalética, por lo que se ve, va a hacer falta un siglo.

Señal vertical que identifica una plaza de aparcamiento accesible. Bajo el icono internacional de accesibilidad aparece una placa donde puede leerse: “RESERVADO MINUSVÁLIDOS”.

«Hay algunas personas que para referirse a determinados colectivos no utilizan precisamente un lenguaje apropiado. Otros, que, sin más, utilizan insultos inadecuados, pero que estoy seguro de que no lo dicen pensando bien en lo que significa esa palabra, porque de todos los insultos que hay, el insulto que más veces dicen es “subnormal” y/o “retrasado”. En los casos que oigo eso, a mí me molesta y me enfada un montón. En algunos casos mi hermana se me acerca y me dice “no se lo tengas en cuenta”. Luego me arrepiento de no decirle nada, porque hay confianza, pero es un ser querido y el ambiente es muy bueno, y no lo quiero joder; y otras veces lo dice una persona con la que no tengo confianza, y entonces no le digo nada.

Los del primer caso, no quieren ofender a nadie, lo dicen para hablar de ellos, lo dicen como otra palabra cualquiera, y sin saberlo están utilizando un lenguaje inapropiado. Por ejemplo, “minusvalía” (el corrector del ordenador no me lo subraya). Me jode mucho que digan eso, porque hay que pararse a pensar solo un momento, y yo te monto la explicación en menos que canta un gallo, aunque puede que me pegue una inventada del tamaño como desde la Tierra a la Luna. La palabra “minusválido” viene del latín: “minus” que significa menos, y “válido” que significa obviamente válido. Es decir, que esa palabra quiere decir menos válido, ¿y vosotros creéis que una persona con algún tipo de discapacidad es menos válida que otra persona sin una discapacidad? Pues yo mismo lo respondo: NO.

Otro ejemplo, la palabra “problema” cuando se refieren a personas con una discapacidad. Eso también me jode mucho. Esta palabra yo creía que ya no había gente que la diría, pero se ve que sí. La única definición de “problema” es, por poner algún ejemplo, los que viven en la calle, esos sí que tiene un grandísimo problema. Con la solución de que los problemas se pueden arreglar, pero las personas con una discapacidad la tenemos para siempre, y en mi caso, con mucho orgullo. Aunque hay personas, ya pocas por fortuna, que piensan que las personas con algún tipo de discapacidad necesitamos “curarnos”, y la verdad que me río por no llorar de la auténtica pena. Así que, en resumen, se dice personas con discapacidad, o mejor dicho, con diversidad funcional.

Como tampoco me gusta cuando se insulta con frases la mayoría de veces como “te faltan dos neuronas”, “tiene la mente cerrada”, “eres un subnormal/anormal”…; porque me jode que se insulte muchas de las veces refiriéndose a la intelectualidad.»

(ANTÓN FONTAO)

Seguimos en modo tisquismiquismo 😩

Sobre la potestad de interrogar/inquirir/husmear desde la mirada paternalista y capacitista

Comparto este extracto de una reciente entrevista a Inés Rodríguez (@unusua_al) porque me ha dado la clave del porqué a las personas nombradas por la discapacidad se les hacen ciertas preguntas que jamás nos atreveríamos a hacer a alguien con una funcionalidad acorde a la media estadística.

He perdido la cuenta de las veces que alguien me ha preguntado qué le pasaba a mi hijo. Muchas, muchísimas veces, esas preguntas han procedido incluso de absolutos extraños. Cuando era pequeño, tan empecinada estaba yo con «normalizar» la situación y tan guay me creía hablando de ello con cualquiera, que daba todas las explicaciones habidas y por haber. Más adelante, tuve la infinita suerte de leer «Disability is natural» de Kathie Snow. Seguramente ya aburra de las veces que hago referencia a la importancia de esta lectura en mi vida, pero es que para mí fue como ver la luz y me causó el mismo impacto que pueda provocar en otros la biblia. Bien, pues entre las muchas «iluminaciones» de esta lectura, hubo una que fue como un bofetón (o más bien una hostia con la mano abierta): lo terrible de hablar de detalles del historial clínico de nuestros hijos y además delante de ellos. Por dos cuestiones: primero, porque es algo que pertenece a su intimidad y es una situación que jamás toleraríamos respecto a nuestros hijos sin discapacidad o a cualquier otra persona de nuestra familia. Y segundo, porque ese niño crece escuchando como continuamente se hace referencia a su salud, o más bien a su funcionalidad tratada como un problema de salud, de forma que implica que algo está «mal» en él y es necesario «curarle».

Recuerdo perfectamente cuando fue la primera vez que no respondí a esa pregunta. O, para ser más exactos, la detuve brevemente. Había acompañado a Anton a una actividad extraescolar y estábamos junto a la puerta esperando a que saliera el grupo anterior. Una de las madres que también esperaba con su hija y estaba junto a mí, alguien a quien no conocía más que de verla en esta situación un día a la semana, me preguntó mirando a Antón: «¿Qué es lo que le pasa?». Delante de mi hijo y, además, también delante de la suya. Yo le dije por lo bajito y con cierta incomodidad: “Después te lo digo”.

Y eso hice, esperar a que su hija y el mío entraran a la actividad y no pudieran escucharnos. Ni ellos, ni el resto de niñas y niños y madres que esperaban junto a nosotras. Le dije entonces el nombre de la etiqueta de Antón y le hice un breve resumen de sus características. Y ella, como quizás había percibido cierto malestar al realizarme la pregunta, va y me dice que es que ella se había educado en otro país y que allí estas cosas se hablaban con naturalidad. Y ahí sí que me enfadé. Pero sólo por dentro, claro. Porque yo sí respeto los convencionalismos que nos impiden ir diciendo lo primero que nos pasa por la cabeza y también porque no tenía nada apropiado con que contestar semejante idiotez. Era la coartada que además me culpabilizaba por haber manifestado mi incomodidad en su mínima expresión, haber dejado su pregunta botando y no rematarla hasta que nadie más pudiera escuchar algo que debería pertenecer a nuestra intimidad.

No son preguntas que se deban hacer a quien no conoces más que de vista, ni explicaciones que haya obligación de dar a un absoluto desconocido.

En el caso de Anton, percibo que esa pregunta se debe a la curiosidad por saber en qué cajón meterle. A veces entramos en sitios donde las miradas se centran en él al unísono y que más que mirar, le examinan. Hay veces en que casi puedo escucharles pensar: Down no, que no tiene los rasgos, parálisis cerebral tampoco parece… Es decir, que es una cuestión de curiosidad y la curiosidad sobre la vida e intimidad de los demás nos la guardamos. Yo no voy preguntándole a nadie cuánto dinero tiene en el banco, ni cuántas relaciones sexuales ha mantenido en el último mes. Es algo que sólo puedes hacer si sales por la tele en horario de máxima audiencia y, a veces, ni así.

Expresaba Antón en uno de sus posts: 

«No me acuerdo del día exacto en que supe que tenía una discapacidad, aunque en realidad desde pequeño, en cierto modo, ya me di cuenta por las miraditas. Y es que hay dos cosas que no llevo nada bien, que son las miradas y, ahora, los tratos infantilizadores. Las miradas son algo que tuve que sufrir desde bien pequeño. Las típicas escenas en las que niños me señalaban sin ningún tipo de pudor y después decían, aunque yo les oyera, que tenía un párpado caído o que veían algo raro en mí. Para mí no era, ni es, nada agradable, pero entiendo que son niños pequeños y aún no saben las “normas” de la sociedad en la que vivimos y todavía les queda mucho por aprender.»

Así es, la infancia aprende por imitación o a base de preguntas. Pero llega un momento, en que descifran los códigos culturales del entorno que les ha tocado —y que son distintos en Murcia que en el Kalahari— y así llegan a ser conscientes de que las preguntas, o ciertas preguntas, no se hacen. Bien, pues esto parece valer para todas las personas, excepto para aquellas en situación de discapacidad. Esa circunstancia parece que les convierta en personajes públicos y, por tanto, se ve que con la obligación de satisfacer nuestra curiosidad.

El problema no es una pregunta ni una mirada. El problema son varias al día, todos los días de tu vida, desde que naces hasta que mueres. Haced la suma para entender lo que puede molestar y hasta doler.

Quizás aquel día, junto a aquella puerta, debería haber dicho:

¿Le ha venido ya la regla a tu hija? ¿Ese sofoco que te está entrando es por la menopausia?

Por supuesto, nunca lo voy a hacer. Porque respeto los códigos sociales que otros se saltan con nosotros.