Nuestro objetivo. Nuestra lucha

Como indico en la presentación de este blog, el objetivo inicial de Cappaces fue reseñar aquellas apps que a mi hijo le habían resultado más útiles, educativas o divertidas. También explico cómo, con el paso del tiempo, se me fue escapando de las manos para convertirse en un lugar donde compartir mis experiencias y reflexiones sobre la Diversidad.

El caso es que, a día de hoy, mi objetivo con Cappaces es una labor que casi podría calificarse como de evangelizadora: convencer al mundo de esta verdad irrefutable, expresada aquí con las palabras de Araceli Arellano:

«Las personas con discapacidad no son menos personas, ni menos humanas, ni menos merecedoras de una vida digna.

No están enfermas.

No tienen un problema.

Tienen derechos.

Merecen respeto.»

Y lo que resulta realmente vergonzoso, es tener que salir al mundo a gritar este tipo de mensajes en pleno siglo XXI.

Aprender a luchar sin ira ni odio 

Un mundo que entiende que, dado que nuestros hijos tienen una discapacidad, viene en el lote todo ese añadido de dificultades. Parece que se diera por hecho que, una vez aceptado el diagnóstico de nuestros hijos, parte de esta aceptación consiste en asumir la falta de derechos, el rechazo y la exclusión. Pues no, tampoco funciona así: el hecho de que sepamos que nuestros hijos van a tener que enfrentarse a infinitas dificultades, no significa que duela menos. Ni deja de doler con el tiempo. Es más, a medida que crecen, cada vez se vuelve más y más doloroso. Y, desde luego, no implica aceptar que deben renunciar a sus derechos.

Hay días en que ese dolor es tan grande que nos paraliza y detiene esta lucha. Así que uno de nuestros objetivos es aprender a convivir con el dolor (qué difícil) y conseguir que esas punzadas sean cada vez menos intensas, para así poder seguir adelante. Y seguir hacia adelante, además, sin la rabia y la ira que ese dolor nos inocula.

Porque también hay días en que ese sentimiento tan poderoso (el dolor que sentimos por el maltrato continuo que reciben nuestros hijos) de lo que da ganas es de salir al mundo con la escopeta cargada. Y aquí es cuando tenemos que pararnos a pensar en lo peligrosas que son las armas y en que muchas, tantas veces, se vuelven contra quien las sujeta o sobre quienes intentamos proteger y defender.

Nuestras armas son la razón que tenemos, el peso de nuestros argumentos y nuestra batalla es salir al mundo a contrarrestar esos otros mensajes pero hacerlo siempre con respeto. Con ese respeto que a nosotros y a nuestros niños nos niegan, porque tenemos razón, tenemos LA razón. Sé que es una táctica difícil de llevar a la práctica pero creo, de corazón, que es la única vía: que nos vean convencidas, serenas y firmes, porque tenemos razón y no hace falta gritar, insultar, ni perder las formas para combatir la sinrazón de quienes nos argumentan en contra. Por muchas ganas que tengamos de hacerlo y por muchas razones que nos den para proceder así.

La Legislación

Y nuestra lucha está también en ese otro frente que es la legislación. Yo creo mucho en las normas y en las leyes. Creo que a veces, muchas veces, son el único camino.  A pesar de que escaseen tanto los gestores políticos valientes que se atrevan a redactar leyes vitales para una minoría, aunque vayan en contra de los intereses o de la ideología de la mayoría.

La legislación que obligó a los niños blancos a compartir pupitre con Ruby Bridges en los años 60, es un ejemplo.

Al igual que la legislación a favor del matrimonio igualitario que tantos autobuses de personas intolerantes movilizó. La ley sobre el matrimonio igualitario no obligaba a nadie a aceptar la homosexualidad como algo natural y legítimo, trata de derechos, de que las personas tienen los mismos derechos independientemente de su orientación sexual.

Y creo que ese es también nuestro camino: conseguir leyes que aseguren a nuestros hijos sus derechos y vigilar y luchar por su aplicación y cumplimiento.

Así que, aquellos que, por muchos argumentos que se les den, no consigan aceptar que la discapacidad de nuestros hijos no puede ser excusa para privarles de derechos, pues tendrán que aceptarlo por la vía legal. Mi hijo tiene derecho a sentarse en un pupitre junto al tuyo porque lo dice la ley. Y punto.

Nuestros argumentos y unas leyes justas que se cumplan, son las herramientas que asegurarán a nuestros niños el lugar al que tienen derecho en el mundo.

Antón tiene su lugar en el mundo.

… al igual que Ruí.. y Andrés… y Olivia… y Héctor…. y Lucía… y Mateo… y Ares… y Juan… y Silvia…

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Nuestros niños van a tener su lugar en el mundo. Vaya si lo van a tener.

 

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