2024 caracteres para recordar 2024

Este año nos ha traído de todo. Felicidad (o algo parecido) y tristeza. Paz y angustia. Amor y mezquindad. Cuidados y abandonos. Amistad y soledad. Vida y muerte.

En marzo volvimos a cruzar el océano. Esta vez para ver como nuestros hijos e hijas recogían un premio en Naciones Unidas por su activismo en favor de la Educación Inclusiva que, no nos cansaremos de repetir, es la única vía para alcanzar una sociedad respetuosa y acogedora con toda la variabilidad humana.

A principios de junio me senté en un escaño del Parlamento de Galicia para escuchar a Antón y su discurso reivindicativo. A finales de ese mismo mes, intentamos dar un golpe de estado (infructuoso) en un lugar que se sustenta con recursos públicos dirigidos a dignificar las vidas de personas como mi hijo (o eso creía), pero que ha acabado financiando un chiringuito de incompetentes capacitistas. Seguiremos intentándolo. El golpe de estado, digo.

El verano nos sorprendió con Luz y familia, y nos trajo a Paula y familia, a Concha y familia, a Alejandro y familia y a mi familia propia. No nos movimos de A casa do Bien, pero fue más maravilloso que haber dado la vuelta al mundo.

En septiembre quise hacer el CompostELA 2024 pero mi pie izquierdo me lo impidió. Creo que se confabuló con Antón para tener sinmigo una experiencia mucho mejor y más liberadora de la que hubiera tenido conmigo sobrevolándole.

Octubre me reencontró con compañeras y compañeros activistas en Barcelona, en unas jornadas que fueron todavía más espectaculares que todas las anteriores. Y eso que el listón estaba muy muy, pero que muy alto.

El 10 de noviembre nos trajo el regalo de Lidia y Chus en forma de una preciosa ballena. Tengo la esperanza de que iluminará no sólo la vida de Antón, sino muchas otras. To be continued

Diciembre nos regaló otra visita-sorpresa, esta vez la de Judith, que inundó nuestra casa de risas y alegría.

Este año he publicado treinta y tres posts en el blog que suman 18.755 palabras sin contar las 353 de éste.

2024 caracteres para recordar 2024.

Imagen de nuestro perro Koti. Un perro sin raza definida pero tan precioso por fuera como por dentro. Tiene el pelo de color canela y en la foto luce un gran lazo verde en el cuello.

Aquí Koti todo ghuapo para despedir el año.

30 años teimudos*

La asociación Teima Down Ferrol celebraba el pasado fin de semana los 30 años de su creación y para celebrarlos organizaron unas jornadas que llevaban por título: El camino de los Derechos Humanos: presente, pasado y futuro. Nada más y nada menos.

Podrían haber organizado un congreso donde invitaran a presentar sus charlas mil veces repetidas a profesionales y expertos de renombre o a algún conferencista motivacional de esos que pueblan ahora las redes y que tanto público concitan (lo que parece justificar las cifras de su caché). Pero no, Teima volvió a demostrar que no es una asociación al uso. Afortunadamente.

Cartel de las jornadas con su lema y destacadas las palabras INCLUSIÓN, DEREITOS, CAMIÑO

 

El encuentro se desarrolló a lo largo de la tarde del viernes y de todo el sábado. Es decir, que tanto las profesionales de la asociación como las familias asociadas, estuvieron dispuestas a ceder su tiempo de ocio y de descanso para este encuentro.

Yo, que no era ni trabajadora ni socia de Teima, me sentí un poco intrusa pero, al mismo tiempo y así lo expresé allí, también una especia de “observadora internacional”. Y lo que vi fue una organización que realmente funciona como una asociación. Explico esto.

En los veinte años que llevo en el mundo de la discapacidad, he podido constatar cómo los organismos públicos acaban derivando toda gestión y toda responsabilidad a las asociaciones, en el convencimiento de que son las más capaces y comprometidas dado que prácticamente todas ellas han sido creadas por familias de personas con discapacidad y por ellas son gestionadas. Pero, tristemente, la realidad me ha demostrado que muchas veces acaban siendo perpetuadoras del capacitismo, de la infantilización, y las primeras en poner palos a la autonomía y la independencia de las personas que justifican su existencia: aquellas en situación de discapacidad. Que, ojo, es exactamente lo mismo que hacen muchas, muchísimas familias respecto a sus hijos con diversidad funcional. Como este tema es largo y complejo (además de espinoso) y no es el objeto de este post, aquí lo dejo.

Pero el caso es que he observado que, por un lado, las asociaciones se convierten en proveedoras de servicios (que casi siempre quiere decir terapias) y, por otro, los asociados las perciben como empresas a las que pagan a final de mes o de año, pero en las que sienten que tienen la misma capacidad de decisión que en el Gadis de la esquina o la librería del barrio. Ninguna.

¿Por qué ocurre esto? Pues los responsables de las asociaciones (gestores y trabajadores) suelen expresar que las familias no se implican y éstas sienten que no se cuenta con ellas. Las dos cosas suelen ser verdad y las dos partes son responsables de que suceda.

Es una realidad parecida a la que he vivido en la escuela, donde los claustros se quejan de la poca implicación de los padres y de las madres y de que ni siquiera acuden a las reuniones. Y yo, como madre, he asistido a reuniones absurdas que se convocan porque así lo exige la administración. Recuerdo en concreto una que se convocó para las familias cuyos hijos e hijas pasaban aquel año de Infantil a Primaria, donde la orientadora nos leyó un power-point eterno que nos instruía a madres que llevábamos seis años criando a nuestros hijos e hijas, sobre el tipo de dieta más adecuada, el número de horas que debían dormir o la importancia de leerles cuentos por las noches, entre otras muchas obviedades que sentimos insultantes. Una madre a mi lado susurró: «Ni que nos hubieran caído los niños ayer». Lo que ocurrió es que en las reuniones posteriores, donde se seguían repitiendo perogrulladas, cada vez eran menos las madres que asistían. (Hablo en femenino, porque madres eran las que componían siempre el grueso de las reuniones). Y las que lo hacíamos, estoy segura que era casi en un cien por cien para que no se dijera que no nos importaban nuestros hijos y que no nos implicábamos en su educación. Al menos esa era mi motivación, hasta que también me harté.

Frente a esto, recuerdo los tres años de Educación Infantil, donde casi podría asegurar que nunca nadie, ninguna familia de la clase, faltó ni a las reuniones ni a las actividades que organizaba Daniela o en cualquier otra ocasión en que solicitara la participación de los padres y de las madres. (Allí sí que había tantos padres como madres). ¿Por qué? Porque nos sentíamos parte del proyecto y se nos tenía en cuenta. Y, sobre todo, porque éramos conscientes de que sin nuestra participación era imposible que la clase de Daniela funcionara como funcionaba. Así de sencillo.

Y esto que estoy describiendo es exactamente lo que creo que ocurre en el mundo asociativo: por una parte no cuentan con los asociados y, por otra, estos acaban sintiendo a la asociación como una empresa y actúan como se espera que actúe un cliente.

Fotografía donde aparezco con otros tres asistentes a la jornada. Detrás se ve el cartel de las jornadas donde puede leerse “O camiño dos Dereitos Humanos: presente, pasado e futuro”.

Así que, podríamos decir que Teima es la Daniela de las asociaciones y, por eso mismo, los usuarios y sus familias son realmente asociados. Eso explica que estuvieran dispuestos a dedicar un fin de semana a reunirse y debatir sobre su pasado, su presente y su futuro.

No hubo un panel de expertos que desde un estrado les enseñara el equivalente a qué dar de comer a un niño o cuántas horas debe dormir una niña, sino que las mesas que se organizaron contaron con representantes de las gerentes, las trabajadoras y las familias.

El programa también incluía la celebración de asambleas donde la voz de todas y todos era igual de valiosa. Lo expuesto y compartido en esos debates colectivos, era lo que decidía los temas que después se debatían en pequeños grupos. Finalmente, y de nuevo en asamblea, se compartían los análisis y las propuestas salidas de esos talleres grupales.

Hace falta ser muy valiente para organizar un formato así de jornadas donde te expones a escuchar voces críticas con tu gestión y con tu trabajo. Pero también es la única forma de conseguir que todos los socios y socias de Teima pudieran ser conscientes de que también ellos y ellas eran responsables de corregir o cambiar todo lo que no estaba funcionando tal y como desearían. Que no se puede esperar sentado a que las soluciones caigan de arriba, sino que hay que estar en primera línea de acción. Que se sintieran integrantes de una asociación y no clientes de una empresa.

En la mayoría de asociaciones impera la verticalidad. Así, la falta de comunicación (de una de las partes) y de implicación (por parte de la otra), lleva a confrontar en lugar de converger. Por un lado, gestores y trabajadores convencidos de que saben qué es lo mejor para usuarios y familias. Por otro, familias que pueden no ser conscientes de la complejidad y de las dificultades que implican sus demandas. Es decir, se está reproduciendo exactamente lo mismo que he observado en la escuela: Por un lado claustros que echan pestes de las familias y, por otro, familias que echan pestes de los docentes. Y en medio, los niños y las niñas, víctimas de estas dinámicas tan perversas.

Por eso me admira la horizontalidad que, desde la distancia, he venido observando en Teima y que he podido comprobar en primera persona durante estas jornadas. Ojalá sirva de modelo al mundo asociativo relacionado con la discapacidad.

Lo que este encuentro ha demostrado es que una asociación se debe construir desde lo participativo. Que lo analítico no está reñido con lo emocional. Y, sobre todo, que no hay que temer a la participación de la gente, porque es desde la participación desde donde las personas se responsabilizan.

En realidad, lo que me llevó a escribir este texto inicialmente era contar lo que viví en el taller donde participé. Viendo que me está quedando larguísimo, y aunque las que os pasáis por aquí sabéis que me voy exceder de los 280 caracteres de X y hasta de los 2.200 de Instagram, como ya me voy acercando a los ocho mil, creo que lo voy a dejar para otro día, antes de que salgáis huyendo 😊 

*TEIMA:

1. Idea fija y constante o costumbre rara en la que se persiste.

2. Actitud contraria a algo o alguien.

*TEIMUDO/A:

Que persiste en sus ideas o actitudes.

 

AZKENDAKARI

Vaya por delante que me he inventado la palabra. O eso creo. Si en euskera «lehen» significa «primero» y «lehendakari», «el primero entre los primeros» (y por eso mismo tiene el sentido de presidente), pues he pensado en añadirle ese sufijo a «azken», que se traduce como «último». Así, «azkendakari» bien podría hacer referencia a «el último entre los últimos». No existe un término en castellano para designar este concepto y como lo que no se nombra no existe, pues yo he decidido nombrarlo. 

Podría haber recurrido al gallego que me es más familiar y a su «derradeiro», que significa último, pero último de verdad. Es decir: derradeiro sería lo que va después de último. Sin embargo, es una palabra con connotaciones positivas y tiernas para mí e incluso festivas. En los conciertos y durante los bises, si el grupo nos gusta mucho, mucho, recurrimos al truco del almendruco que es pedir «a derradeira» después de que los músicos hayan jurado y perjurado que esa ya era «a última».

Derradeiro no me servía para nombrar una realidad que no es ni positiva, ni tierna, ni festiva. Así que he creado una palabra desde el euskera para describir una realidad que existe, pero para la que no tenemos nombre: el último entre los últimos en las aulas.

Hace unos años, mi hijo llegó un día especialmente triste del instituto. Y digo especialmente, porque triste llegaba todos los días durante aquellos cuatro cursos. Resulta que un profesor había mandado hacer grupos y él había sido elegido de último. Yo ignoraba que esta práctica perversa, la de elegir grupos, seguía presente en las aulas, pero la cuestión es que su tristeza no procedía del lugar que ocupó en la jerarquía social de la clase aquel día, porque me dijo (y eso sí que me entristeció a mí) que ya estaba acostumbrado a ser elegido el último-último. Ese día estaba hecho polvo, porque una de las que elegía era quien había sido su amiga del alma. Y digo había sido porque, después de ser uña y carne durante toda la primaria, por alguna razón, fue poner el pie en el instituto y alejarse automáticamente de él. Digo por alguna razón de forma retórica, porque la razón era que situarte al lado de alguien nombrado por la discapacidad como Antón, parece ser incompatible con ocupar un lugar social mínimamente decente en el ecosistema de secundaria.

El caso es que el día que J. fue una de las eligientes, Antón tuvo la esperanza de que todo lo que habían vivido juntos durante tantos años le garantizaría ser al menos el penúltimo. Los designados por el profesor para formar grupos fueron escogiendo entre sus compañeros y compañeras y, sin ninguna sorpresa, los dos últimos volvieron a ser F. y Antón. Como J. escogía primero, Antón estaba seguro de que diría su nombre. Pero no, dijo el del penúltimo oficial de la clase y Antón ocupó su lugar también aquel día: el último entre los últimos. Y sufrió por dentro durante toda esa clase, el recreo, las tres clases restantes, el comedor y el autobús. Cualquiera puede imaginar de qué forma explosionó al llegar a casa y cómo me partió a mí el corazón. Una vez más.

Yo justo tenía a aquel profesor como uno de los más razonables entre los de ese curso y mi decepción y desesperanza fueron por ello todavía mayores. Esa misma tarde decidí escribirle un correo. Quería que supiera el daño que causaban determinadas prácticas, por muy instauradas y normalizadas que estuvieran en las aulas.

En su mensaje de respuesta y después de lamentar que «Antón se sintiera tan afectado por esa situación de aula», el profesor alegaba que el modelo de organización de grupo que les había propuesto seguía «un formato heterogéneo y de autogestión» que consideraba que era «el más adecuado para ese objetivo y para potenciar destrezas de responsabilidad en el manejo de ese tipo de grupos». Aseguraba, además, que «la capacidad para organizarse entre iguales tiene una intención pedagógica».

Tuve además una reunión presencial con él donde volvieron a salir los consabidos argumentos de que en el mundo laboral futuro también tendrían que colaborar con compañeros que podrían ser afines a ellos o no y bla bla bla…

Pues bien, aunque en ese hipotético futuro les toque trabajar con personas con las que no encajen y puede que ni aguanten, chico… ¡haz tú los puñeteros grupos! Porque, no sé vosotros, pero yo nunca he trabajado en ningún lugar (ni conozco a quien lo haya hecho) donde se ponga en fila a toda la plantilla de la empresa y dos personas vayan escogiendo entre sus compañeros y compañeras para formar los grupos de trabajo.

Y en el caso de que así fuera y esas prácticas realmente existieran en el mundo laboral, ¿lo suyo no sería que desde la escuela se fueran moldeando prácticas laborales futuras más humanas y menos dañinas? ¿Es que va a ser siempre el mundo empresarial quien imponga los códigos de conducta a la escuela? ¿No debería ser al revés? Porque la escuela tiene la capacidad real de generar actitudes y modelos que más tarde tengan continuidad en el mundo adulto y laboral. Pero, con la manida excusa de la productividad futura, lo que está haciendo es crear normas de comportamiento atroces. Como la maldita elección de grupos que refuerza, todavía más, los roles asignados a cada alumno y alumna y de los que es casi imposible escapar. Ni dentro de la escuela, ni fuera de ella. Ni en el presente, ni en el futuro.

Hace unos meses mi hijo realizaba unos estudios postobligatorios y también allí volvió a ser el azkendakari. Volvió a ocupar el lugar que el sistema educativo le ha asignado casi desde que puso un pie en él. Da igual que cambien espacios, compañeros o profesores, él siempre será el último entre los últimos.

Da igual que ahora le reclamen para dar charlas en jornadas educativas, que le publiquen escritos en medios de comunicación de tirada nacional, que haya participado en el congreso de investigación educativa más importante del mundo o que acuda a Naciones Unidas a recoger un premio por su activismo en relación a la educación inclusiva. En un aula del sistema educativo español (y casi que en cualquier otro lugar del mundo) él es y será por siempre jamás el último entre los últimos.

Cuando me contó lo de aquella última vez, yo le dije: Antón, tienes que escribir a ese profesor para que entienda el daño que hacen esas prácticas y para que al menos un día seas tú quien elija grupo. Su respuesta me tiene todavía avergonzada. Me dijo que esa no era la solución, porque un día había tenido que elegir él y lo había pasado todavía peor. Porque hiciera lo que hiciera, siempre iba a quedar alguien de último y esa vez sería responsabilidad suya.

Hay quienes después de ser víctimas se acaban convirtiendo en verdugos. Hay quienes después de haber sufrido como alumnos determinadas prácticas del sistema educativo, cuando pasan a ocupar el rol de profesor parecen vengarse de alguna forma ejerciendo sobre otros lo que les hizo daño a ellos. Y así es como se reproduce y alimenta en las aulas este círculo infernal hasta el infinito y más allá.

También hay valientes, muchos y muchas, que cuestionan lo aprendido y sufrido para generar nuevas prácticas que construyan una escuela que eduque, acompañe y sane.

Estoy segura de que no serán pocos quienes digan que qué piel más fina la mía o que qué floja la chavalería de ahora. Los mismos comentarios que he escuchado mil veces en boca de tertulianos en los medios o de más de una persona durante reuniones familiares respecto al bullying, por ejemplo: «Nosotros también nos dábamos en el patio, pero bien, y aquí estamos, que nadie se ha muerto por eso». 

Pero es que resulta que quienes hablan son siempre los mismos: los que daban la colleja o los que eran elegidos entre los primeros. Que les pregunten a aquellos de quienes se han mofado por «la pluma», a quien recorría con miedo los pasillos esperando a ver por dónde caía la próxima colleja o a quien era elegido siempre de último. Qué fácil es relativizar todo desde el privilegio. Que les pregunten a quienes fueron los últimos entre los últimos la factura que pasa y lo que duelen todavía esas cicatrices años o décadas después.

Fotografía de un jarrón de cristal con tres rosas rojas marchitas. Está en la repisa interior de una ventana y fuera se ve un paisaje otoñal de árboles sin hojas.

Cuando eres parte del problema

Escucho una conversación entre Julia Louis-Dreyfus y Debbie Allen. En cierto momento, gira entorno a la segregación racial y en como sigue presente en su país aunque sea más sutil que cuando estaba regulada legalmente durante la infancia de Debbie. Dice entonces Julia: «Mira alrededor en tu comunidad. Pregúntate quién está en esa comunidad. Si todo el mundo se parece a ti, tú eres parte del problema».

En nuestro país y en nuestra sociedad también hay formas de segregación sutiles que aplican a la etnia, el género o la clase social. Lo que ya no es sutil es lo que ocurre con las personas nombradas por la discapacidad y, en particular, lo que ocurre en las escuelas.

Hay niños y niñas que entran por otra puerta, que pasan toda su etapa escolar en una clase distinta, que no salen al recreo o lo hacen en otro patio, que no comen en el comedor, que no van a las excursiones, que no cuentan en las fiestas de fin de curso ni en cualquier otra actividad lúdica del centro. Si esto no es segregación, que venga dios y lo vea.

Si estas fotos del pasado nos escandalizan y horrorizan, ¿por qué no ocurre lo mismo con esa clase del colegio de nuestros hijos donde se aparta a ciertos niños y niñas? Y, sobre todo, ¿por qué nos creemos mejores que esas madres que gritaban a la puerta de las escuelas cuando niños y niñas negras empezaron a compartir pupitre con sus hijos?

¿Qué van a decir de nosotros en el futuro, cuando echen la vista atrás y miren las fotos de nuestro presente? Las imágenes de esa segregación para la que no tenemos ni nombre. Y, de nuevo, lo que no se nombra no existe. Pero existe, vaya si existe.

Lo que realmente ocurre es que hay cosas a las que no damos nombre porque no nos importan.

Si nuestros niños y niñas no tienen compañeros con discapacidad, si entre nuestros colegas de trabajo no hay nadie con discapacidad, si nunca hemos tenido un amigo con discapacidad, si no nos escandaliza que las personas con discapacidad entren por otras puertas o estén confinadas en espacios específicos, entonces somos parte del problema.

#SegregaciónFuncional

#SegregaciónCapacitista

#Excusas

En la tienda online de camisetas La Tostadora, se ha abierto un rincón con ilustraciones de Ricardo Clemente, protagonizadAs por algunas de las excusas que se utilizan habitualmente en las escuelas para justificar la exclusión del alumnado nombrado por la discapacidad.

EXCUSA #1

EXCUSA #2

EXCUSA #3

EXCUSA #4

Además de para los eventos de Quererla es crearla o jornadas, talleres, conferencias o actos sobre el derecho a que todos los niños y las niñas y todos los chicos y las chicas se eduquen juntos, creo que son perfectas para lucirlas cuando, por ejemplo, tengas tutoría o una entrevista con inspección educativa. Para ir vestida de razón y de razones ✊🏽

Ni Quererla es crearla, ni el ilustrador, Ricardo Clemente, obtienen ningún beneficio de la venta de estas camisetas. Su objetivo es la visibilidad de las reivindicaciones de este movimiento. 

El pasado workshop Cataliza celebrado en Barcelona fue un auténtico festival de camisetas 😊 

 

Todos esos “es que”…

«Es que se aísla.» 

«Es que no tiene los mismos intereses que el resto.»

«Es que se autoexcluye.»

«Es que es muy infantil.»

«Es que le gusta estar solo.»

«Es que es más inmadura que el resto

«Es que no se entera.»

«Es que no escucha.»

«Es que vive en otro planeta.»

«Es que lo vives tú peor que él.»

Todas las personas que hemos asistido al Workshop Cataliza, hemos visto cómo han saltado por los aires todos esos argumentos que nos han dado en las escuelas para justificar la soledad y el aislamiento de nuestros hijos e hijas.

Lo más triste es que, a veces, hasta nos han llegado a convencer. Y nos lo hemos creído. Y nos hemos convertido en cómplices del maltrato que convierte a las víctimas de la exclusión en responsables de vivirla. Entonces, lo que vives en otros espacios te revela lo que esas frases eran en realidad: excusas para tranquilizar la conciencia de quien, pudiendo hacer, no hace nada; excusas para que no pidas lo imposible.

No, la soledad y el aislamiento no son inevitables. Lo que parece inevitable es lo poco que importan los derechos y la salud emocional de nuestros hijos e hijas en las escuelas.

¿Qué otras #excusas habéis tenido que soportar?

Os animo a que las compartáis en los comentarios 👇🏽

Seguimos locas pero ya no estamos solas

El pasado fin de semana tuvo lugar el «Workshop Cataliza» de Quererla es crearla. 

Hasta Barcelona fuimos madres, padres, docentes, alumnado, investigadores, orientadoras, equipos directivos… y todas las personas empeñadas en Crear la escuela que Queremos.

En la primera mesa redonda de las jornadas, analizamos de dónde veníamos para saber a dónde vamos.

Esta fue mi aportación.

TRANSCRIPCIÓN

Voy a hacer caso al Comandante Che Calderón, que nos ha dicho que pensemos de donde venimos y hacia donde vamos. 

Y ¿de dónde venimos? Pues venimos de la soledad. Pero hoy veo esto…. y digo, pues bueno, ya la soledad a veces es menos soledad.

Venimos del «pelotón de fusilamiento» como yo le llamo.

Que, por ejemplo, el profesor de gimnasia suspenda a tu hijo, que ha entrado arrastrándose en el centro, y no es una forma de hablar, es literal: arrastrándose, culeando; Que ha visto cómo se levantaba del suelo para usar un andador; y que le ha visto andar, subir y bajar escaleras… y entonces, va y le suspende

Y pides una cita con él, y te encuentras con el «pelotón de fusilamiento»: el profesor de gimnasia, la tutora, el orientador, el jefe de estudios, la PT, la AL, la JK y los GEOs.

Y veo que aquí hay un montón de gente que son colegas de profesión de los del «pelotón de fusilamiento»… y se me pone la carne de gallina.

Porque siempre lo digo: a mí, es que me duele mi hijo.Y ¿qué te duele más en esta vida que un hijo? Pero, ¿a vosotros?… Ostras… que os duelan vuestros alumnos… De verdad, es que…

Y también venimos de que nos llamen locas. De que nos digan que no tenemos razón. ¿Cómo vas a querer lo mismo para tu hijo que para tu hija?

Y no sólo que para tu hija, sino también lo mismo que tú misma has tenido.

Así que venimos de que nos llamen locas y, efectivamente, estamos locas.

Afortunadamente… Porque las locas son las que han cambiado el mundo.

La prioridad principal ahora es meter esto en la agenda política.

Vemos que en los partidos políticos ahora hay tanta polarización.

Polarización significa dos polos opuestos, ¿no? Sin embargo, en esto piensan todos igual, sienten todos igual y actúan todos igual: desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, pasando por los equidistantes.

Están todos impregnados de capacitismo.

Es verdad que no hemos avanzado lo que nos gustaría en otras cosas como el feminismo, en los derechos lgtbi…  pero sabemos lo que está bien y lo que está mal.

Aunque haya gente que sabe lo que está bien y hace lo que está mal y dice que…. vamos, vamos a pasar de la actualidad [risas]

Pero saben lo que está bien y lo que está mal.

Pero que en esto piensan y miran mal y piensan que está bien.

Y he llegado a la conclusión… porque, bueno, yo he sido muy activista sin saberlo.

Porque yo me he criado en Euskadi en los años 80, entonces es que ya no hablábamos de derechos humanos, hablábamos de vidas humanas. Y para mí, que no soy creyente, es la única que tenemos y para mí es muy importante una vida.

Y pues, desde los 15 o 16 años me he implicado en temas políticos.

Y veo que están siempre las mismas personas en los mismos actos. Y dices: «Jo, qué pena que no haya más gente».

Pero es que resulta que esas personas no están en los actos que tienen que ver con los derechos humanos de mi hijo.

Porque piensan que es una cuestión biológica.

No piensan que el machismo sea biológico, que tenga que ver con que tengas un útero, una vagina o una identidad de género femenina.

No, saben que es una construcción cultural, pero la discapacidad no.

Piensan que es una cuestión familiar, personal.

«Qué mala suerte has tenido 

«¿Qué culpa tenemos el resto, ¿no?» 

«¿Qué vamos a hacer nosotros si es una cuestión de… 

Y eso es terrible. Pero, ¿cómo lo traspasamos? ¿Cómo lo vencemos? ¿Cómo…

Nadie piensa que la pobreza sea una cuestión de mala suerte.

Bueno, hay gente que sí piensa que la pobreza es algo que te ganas, pero quien piensa que no, esas mismas personas, piensan que esta situación, esta vulneración de derechos, la opresión que significa el capacitismo… que es una cuestión de mala suerte.

Y de verdad creo que es importante llegar ahí y no sé cómo lo vamos a hacer, pero tenemos que hacerlo.

Lo mismo que hicieron las mujeres que decidieron que no, que no se conformaban con lo que les dejaban.

Lo mismo que las personas con una orientación sexual diferente a la mayoría o una identidad de género distinta a la que se les asignó.

Que no era una cuestión de lo que dijera la sociedad.

A veces Antón se desespera. No me extraña, porque me desespero yo que no lo vivo.

Hace poco hemos llegado a la conclusión de que hay que resignarse, que es muy triste.

Y yo le decía: Mira Antón, es que es imposible que en lo que te queda de vida esto vaya a cambiar. 

Entonces, no sé cómo tienes que hacer, qué coraza te vas a buscar, para que la forma en que te miran y te infravaloran no te afecte. Pero tienes que buscártela. Porque le digo, es como si en nuestro mismo país en 1942 una mujer trans o un hombre gay intentaran convencer a su comunidad de que no son infraseres, de que no son unos degenerados…

¡No les van a convencer! 

Por muchas razones que les den… Esas personas no van a vivir el cambio.

Pero gracias a lo que han hecho, a lo que hicieron esas personas, los chicos y chicas de hoy en día están viviendo una vida digna.

O por lo menos, la teoría nos dice lo que está bien visto social y políticamente. Aunque sí, sabemos que sigue habiendo violencia homófoba, machista…

Pero ahora estamos en otro punto. Lo triste es que en el tema del capacitismo no estamos ni empezando.

Y bueno, ya me callo, porque ya he dicho que la concisión no es lo mío y otra vez me he vuelto a dispersar.

¡Se equivocó!

Calle San Andrés, 36.

13:27 horas.

Una mujer pasea junto a quien debe ser su marido. Pasa junto a otra apoyada en una pared a quien le da un vuelco el corazón al verla.

Con ese corazón saliéndosele del pecho, no se lo piensa dos veces y sigue sus pasos. No sabe si, desfasada por las treinta horas que lleva sin dormir, o pletórica por los dos días de testimonios de madres, padres y profesionales que luchan por los derechos de los niños y niñas en exclusión, el caso es que ni se lo piensa y decide abordarla.

— Se equivocó!

La primera mujer se detiene, se gira e intenta ubicarla. 

— Que se equivocó. 

Sigue confusa sin acabar de saber si se está dirigiendo a ella.

— Me dijo que mi hijo se iba a morir antes de los 5 años y que nunca llegaría a los 10 y se equivocó. Tiene 19 años y está ahí dentro. Está ensayando una obra de teatro porque es actor.

Ahora empieza a entender. Lanza un «ah» despectivo y vuelve a girarse para retomar su camino.

— Se ha equivocado con muchísima gente — tiene que elevar la voz porque ahora ya le da la espalda y se va alejando — No ha sido sólo mi hijo… Usted no sabe el daño que ha hecho!

Continúa andando y se ríe con chulería. Pero está claramente incómoda. Es muy valiente en su consulta, donde tiene el poder sobre la vida y la muerte de quienes quieres por encima de ti misma, pero no tanto en la calle donde todos somos iguales. La calle, donde tan cobardes son los miserables.

La madre ha tardado 18 años y cinco meses en decírselo. Se lo va a seguir diciendo cada vez que se la encuentre en la ciudad. Un lugar donde su jubilación debería ser de todo menos plácida. Aunque la incomodidad que pueda vivir lo que quiera que le quede de vida, jamás va a compensar la violencia que ella ha ejercido y el dolor que ha provocado.

Antón en medio de la calle, con unos folios en la mano y los dedos en señal de victoria.

📸 Descripción de la imagen: Antón (con su libreto) en el lugar de los hechos.

— Antón, ponte ahí y pon cara triunfal.

— ¿Por qué?

— Luego te lo cuento.

— Pero no puedo hacerlo si no sé por qué

— Pues esmérate tío, que para algo eres actor.

~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ 

Para entender algo mejor los precedentes de este teatro de la vida, que supera todas las ficciones ⟹ ESE DÍA 

 

CompostELA 2024 (por Antón Fontao)

El pasado martes, 10 de septiembre, llegamos un grupo bastante abundante de personas con camisetas amarillas a la Praza do Obradoiro, las cuales llevábamos haciendo el Camino de Santiago desde el jueves anterior.

Hasta ahora no he podido escribir sobre el tema porque fue de esas experiencias que fueron tan increíbles que te deja una resaca emocional potente que dura durante días, y más si lo que viene después es lo contrario a cómo te habían tratado hasta ese momento.

Para la gente que no sabe qué es esto, os pongo en contexto. El CompostELA, así llamaron al grupo, está compuesto principalmente por personas con ELA, como también hay familias o personas con diversidad funcional. Todas las personas somos de una parte distinta de España. El propio CompostELA está hecho, aparte de para que disfrutemos y nos relacionemos, para reivindicar una mejor accesibilidad del Camino de Santiago y, en general, para luchar por una ley ELA, por más derechos para estas personas y para los que tenemos cualquier discapacidad.

Compartir esos días con toda esa gente haciendo el Camino me pareció alucinante, y eso que yo el año pasado ya hice dos etapas con el CompostELA, y me gustó tanto que este año me animé a hacerlo entero; pero Celia tenía razón cuando decía que este año era especial porque había personas de todas las edades.

También tengo que confesar que la primera tarde-noche que fui a O Cebreiro con mi madre vi a tanta gente que me cagué, me asusté mucho y hasta me sobraban personas; y es que yo soy un chaval bastante tímido (eso sí, hasta que cojo confianza) y la verdad es que veía a tanta gente que me quería dar algo. Pero como ya conocía a bastantes personas del año pasado, eso lo facilitó. Las personas nuevas que conocí este año también me trataron excelentemente bien. Sigo sin entender por qué hay personas que te conocen de sólo unos días y te tratan como te mereces, y hay otras en cambio que estás con ellas el tiempo más que suficiente como para que te conozcan y no les da la gana de verte.

Es que con cada una de las personas del CompostELA con las que hablé me trataron y me cayeron tan bien… y además disfruté mucho conversando.

Ir andando con personas mientras hablas con ellas es un placer, y encima permite conocerlas más. Además, ir escuchando música y a veces hasta bailar me encantó, y estar con Laura (la que pone la música en su altavoz) me parece muy agradable.

Andando ibas hablando cada vez con unas cuantas personas, pero es que comiendo también, aunque no podía faltar que nos sentáramos para cenar Mar, Antonio, Alberto junior (porque había dos Albertos) y yo. Hicimos muy buenas migas en las cenas. Bueno, en realidad todo el mundo con el que compartí un rato de charla me parecieron encantadores, y también lo son las personas que ya conocía.

Y ahora me gustaría contar algo que tristemente es poco frecuente y es que yo estoy actualmente en un entorno donde esto no se cumple, aunque me siento afortunado porque en otros grupos sí lo tengo.

En el grupo CompostELA todo el mundo cuando te ve por la mañana, en el albergue o mientras estamos esperando en el punto de salida, siempre te saluda con una sonrisa en la boca y te dedica unas palabras cariñosas. También me pasó una noche que yo tenía mal la boca por los brackets y vinieron a ayudarme a ponerme una crema y demás, y para eso entraron a mi habitación Concha, Irene, Jaime y Kasper. Yo no creo que me mereciera que vinieran cuatro personas, pero que se preocuparan por mí me hizo sentir muy bien. Como también me escribió Antonio aquella misma noche por WhatsApp y otras personas al día siguiente para preguntarme qué tal tenía la boca.

Pues bien, este grupo se preocupa todo el mundo por todo el mundo, y eso es fantástico. Eso me parece un aspecto muy necesario a destacar, porque es importante preocuparse por uno mismo, pero sin duda hay que preocuparse también por la otra persona, y este es uno de los grupos en los que estoy que se hace este tipo de cosas. No los entornos en los que cada uno va a lo suyo, y aunque hablen se nota que no se preocupan por la otra persona. Yo siento que en estos grupos se utilizan los unos a los otros para hablar y después si te he visto no me acuerdo.

No he puesto los nombres de todas las personas que vinieron este año al CompostELA porque sería el cuento de nunca acabar, y aparte seguramente me deje algún nombre, pero para todas las personas tendría algo cariñoso que decir.

Por último, me gustaría dar las gracias a Mamen, Eva, Mati y Laura (si me olvido alguna persona que también estuvo en la organización, perdón) porque organizar todo esto con lo numerosos que éramos este año, tiene mucho mérito. Os habéis pegado un currazo increíble.

En resumen, que esos días haciendo el camino con el grupo CompostELA fueron maravillosos.

¡Viva CompostELA!

El año que viene más… y no creo que mejor, por lo menos igual.

Composición con fotos de distintos momentos del CompostELA 2024 Composición con fotos de distintos momentos del CompostELA 2024

Composición con fotos de distintos momentos del CompostELA 2024

Composición con fotos de distintos momentos del CompostELA 2024

Patrimonio de la ¿Humanidad?

Para que un lugar sea Patrimonio de la Humanidad, lo primero sería que permitiera su acceso a TODA la humanidad.

Que, además, ese lugar sea «comprensible, utilizable y practicable por todas las personas en condiciones de seguridad y comodidad y de la forma más autónoma y natural posible» (tal y como especifica la definición de Accesibilidad Universal de la propia Naciones Unidas), ya ni hablemos.

O bien la UNESCO modifica los requisitos para que un lugar obtenga esta distinción, o que por favor le cambie el nombre.

Estas son mis propuestas:

– Patrimonio de la Humanidad no excluida

– Patrimonio de la Humanidad menos x personas

– Patrimonio de la inHumanidad

También podrían los responsables de la UNESCO hablar con sus colegas de la Comisión de Derechos de las Personas con Discapacidad (también de la ONU) para que les expliquen la CDPD.

***Me adelanto a quien pueda señalar que existe otra entrada accesible al Obradoiro y alternativa al Arco de Xelmírez. Bien, no es todo lo accesible que dicen que es, pero eso ya se encargará de explicarlo Dabiz Riaño que este año accedió por ese lateral.

Por otra parte, si por esa otra entrada sí puede acceder todo el mundo a la Praza do Obradoiro, por qué no se desvía por ahí el Camino, tal y como se ha reivindicado tantas veces ante todas las autoridades civiles y eclesiásticas que hayan querido escuchar.

Hay personas que ya están hartas de tener que entrar siempre por la puerta trasera.

Cambios

Llevo un tiempo reflexionando sobre mi exposición pública. No sólo en las redes, sino también en el blog. Es complejo saber qué hacer, porque quiero creer que parte de lo que he expuesto en los últiimos años de nuestro espacio personal ha servido para algo. Quiero pensar que ha podido ayudar a que quien no veía a mi hijo, lo viera y que quien lo miraba mal, lo mirara mejor. 

Siempre he sentido que el mensaje político debía ir acompañado de una parte personal. Que lo uno no tiene efecto sin lo otro. Que si no ves las repercusiones que lo que ese sistema de creencias que es el capacitismo genera sobre las vidas de las personas, es imposible provocar un cambio sobre los discursos y las miradas. Pero, al mismo tiempo, esa exposición personal me ha generado un coste emocional enorme muchas veces Así que ha llegado el momento de cambiar la forma en que lo hago.

Cada quien interactúa en las redes como quiere, pero a mí hay formas de relacionarse conmigo que me incomodan y hasta violentan. Por ejemplo, hay personas que no interactúan jamás conmigo, así que concluyo que no les interesa mi contenido y ni lo ven ni lo leen de la misma forma que hago yo con otras personas. No hay tiempo material ni energía para abarcar a todo el mundo y seguramente la educación nos impida eliminar a esas personas de nuestra lista de contactos. Pero resulta que muchas veces coincido de forma física con personas que me hacen comentarios que hacen referencia a momentos personales que he compartido y me confirma que son muchas las personas que sí están atentas a lo que expongo, pero que no me lo hacen llegar de ninguna manera. Y no me gusta. No me gusta esto que casi siento como fisgoneo y que me hace creer que esas personas realmente no entienden por qué hago lo que hago. Como digo, sé que el tiempo no nos alcanza, pero no es tanto el que se necesita para hacer click y mostrar una reacción o escribir dos palabras.

Por otra parte, cada uno comparte lo que quiere y hay quien no comparte nada y en su derecho está. Pero lo que no está bien es juzgar, reprochar y hasta mofarse en privado del grado de exposición de los demás y luego no perderse detalle de esas vidas. Hacer ver que no se está por aquí, cuando se está más que nadie.

Así que, como decía, voy a cambiar la forma en que comparto el contenido más personal. Muchas de esas cosas, en especial las referidas a Antón, las publicaré sólo en el blog y sólo se podrá acceder a esos posts de forma privada. Empiezo por la crónica que hizo Antón de su aventura en Paraguay. Si alguien está interesado en leerla que me lo haga saber y le mando las instrucciones para poder acceder. Me gustaría también que quienes leáis a ese texto que a él le ha llevado tantas horas redactar, podáis dedicar un par de minutos a escribir qué os ha generado y yo pueda hacérselo llegar a él.

Abrazos ❤️ 

Lamine y Nico

No me gusta el fútbol. Pero le guardo un gran respeto desde que mi hermano se sentaba en aquellos últimos días de mi padre, agonizante por el dolor y desorientado por la morfina, y le ponía al día de los últimos fichajes y la clasificación de esa liga que él ya no podía ver, ni jamás vería. Ojalá nunca en mi vida vuelva a ser testigo de una escena tan bestialmente conmovedora. Durante esos minutos, mi padre volvía a centrar su mirada y por un momento volvía a ser él y dejaba de ser la persona moribunda. Desde entonces, siento un gran respeto por el fútbol aunque siga sin gustarme.

Imagen de Lamine Yamal y Nico Williams celebrando un gol con la selección española de fútbol.

Durante estos últimos días, el fútbol ha vuelto a salirse de lo deportivo. Y me ha vuelto a conmover la imagen de estos dos chavalitos. Dos niños todavía, en un mundo de buitres. Se les ha utilizado como contrapeso ante todo el patrioterismo que siempre suscitan los triunfos de la selección española. Un triunfo que hubiera sido imposible, dicen, sin estos dos chicos negros e hijos de migrantes. De esos migrantes que cruzan el Sáhara descalzos y saltan la valla de Melilla.

Y me recordó a aquel día, cuando mi hijo era un bebé de seis meses, y dos especialistas no se ponían de acuerdo en si necesitaba la máquina de oxígeno o no. Estábamos en la consulta del que sí era partidario de hacerlo y empezó a darnos explicaciones extrañas que nada tenían que ver con lo médico y que me desconcertaron. En un momento dado, pronunció el nombre de Stephen Hawking y ahí ya sí entendí qué trataba de decirnos y qué marcaba la diferencia de criterio entre él y su compañera.

Hoy, casi veinte años después, miro a estos dos chicos y pienso que qué mierda de sociedad, que hasta los más progres hacen una lectura tan peligrosa de sus triunfos. Esa que nos empuja a creer que, para que les hagamos un sitio entre nosotros, deben realizar algo extraordinario. Lo mismo que mi hijo, cuyo derecho a la vida se mide en proezas científicas o artísticas que el 99,9% de los llamados normales jamás haremos.

CRÓNICA DE PARAGUAY (por Antón Fontao)

PARAGUAY DÍA 1

Hoy comienza un viaje increíble y único, que yo es cómo lo viví, y espero que así os lleguen todas las vivencias que transcurrieron durante estos siete días, bueno, nueve si contamos el viaje tanto de ida como de vuelta, que los voy a contar también. No prometo que vaya a publicar diariamente, y es que para ser sincero no me fío de mí mismo para hacerlo. Ni siquiera os voy a poner expectativas, porque suelen decepcionar.

¡Vamos, que esto empieza!

El pasado miércoles 3 de julio bastante temprano por la tarde, mi madre y yo estábamos entrando por la puerta del aeropuerto de Coruña. Yo estaba bastante (por no decir muy) nervioso por tener que viajar solo hasta Madrid, que ya sé que era una chorrada y que tengo más experiencias que Julio Iglesias y todos los de la farándula juntos.

Al entrar al aeropuerto se me vino a la cabeza la última vez que entré allí, que fue para ir a Nueva York. A continuación, fuimos a facturar mi maleta, y nos atendió una chica muy simpática y agradable que me hacía cierta gracia porque tenía un habla bruto y no pegaba con su cara ni con su uniforme. Después me tocó despedirme de mi madre, y fue muy bonito porque, obviamente, nos abrazamos, pero hubo quién lo pasó bastante peor: alguna gente que se separaba abrazándose y llorando al mismo tiempo.

Luego llegó el control de seguridad, donde me suelo poner nervioso, y la verdad es que un poco lo estaba, a pesar de que el control en el aeropuerto de Coruña es tranquilo. Estaba esperando para embarcar, y la mujer que iba a pedir la documentación para entrar en el avión me tenía un cierto parecido físicamente a una ex profesora mía, que es mejor ni hablar de ella. Me senté en el avión, y me tocó la ventanilla.

A las 6 y media, aproximadamente, llegamos al aeropuerto de Barajas. Allí me esperaba esperar cuatro horas y pico a por el otro avión que nos llevaría hasta Asunción. Pedí la asistencia para el aeropuerto de Madrid, y aunque tuviera mucho tiempo para llegar hasta la otra terminal, ¿quién sabría si me hubiese llegado el tiempo o no? Bueno, que mejor no arriesgar y pedir la asistencia y además más cómodo.

Una cosa que no me termina de gustar del todo es que todas las personas que pedimos asistencia, nos quedamos de últimos para salir del avión, que con lo largo que es algún día no verán a algunos y se los olvidarán. De hecho yo llegué a imaginarme que no me verían y fuera de vuelta otra vez para Coruña. Bueno, tiempo tenía para volver e ir otra vez a Barajas.

Una señora amable me vino a buscar al avión para pasar el finger y a partir de ahí empezaba un tramo en el “trenecito”, como lo llamaban los de la asistencia. Paramos en un lugar de ese aeropuerto kilométrico donde estuvimos un rato esperando a otro asistente que nos iba a llevar a la otra terminal. Mientras tanto, uno de los dos señores que vinieron conmigo en el mismo avión de Coruña, fue al baño, y la mujer le contó a la asistente que él tenía cáncer de pulmón y que habían ido a ir a ver a su hijo, y ya regresaban a Montevideo. Una historia que, cómo no, me dio pena. Yo al escuchar aquella dramática historia entendí que viajaron para que se despidieran padre e hijo. Ya que estábamos allí esperando, yo también aproveché para ir al baño.

Cuando ya vino el asistente que nos iba a llevar en furgoneta, salimos, y nos dejó en otra zona que también estaba poco transitada. Allí estuvimos esperando otro rato, y entre tanto un chico, también asistente, amable nos pidió nuestras respectivas tarjetas de embarque. Más tarde vinieron a por la pareja uruguaya, unos minutos más tarde llegó una mujer argentina que volvía a Buenos Aires. Y después ya vinieron a por mí.

Me llevaron hasta un mostrador de asistencia donde los propios asistentes estaban descansando, y no quiero ser malpensado pero algunos descansaron y luego cuando ya terminaron el turno se “piraron”. Que cada lector/a saque sus propias conclusiones, pero, ¿quizá acabaron de trabajar antes de la hora y se fueron cuando les tocaba salir para no levantar sospechas? No sé… Uy, esta ya es una pregunta de esas que hacen los periodistas a los que les encanta el morbo.

Pues allí me tocaba esperar durante las próximas horas, entre tanto asistente, que unos iban a buscar a personas que precisaban de su ayuda, y otros solamente se limitaban a descansar y darle al palique.

Tengo que decir que hice el bobo absurdamente, y es que yo al principio estaba rígido, y la verdad que ni que me fueran a decir algo por moverme. No sé, ni yo mismo lo entiendo. En todo el tiempo que estuve allí comí cosas que llevaba en la mochila, anduve, miré el móvil y fui al baño y a comprar dos botellas de Aquarius de limón para el vuelo.

La mayoría de los que trabajan en asistencia son latinoamericanos o marroquíes, y con el tiempo que estuve allí me dio para pensar que muchos de los que trabajan cuidando a gente (en aeropuertos, en casas…) son de esas zonas. Los que se desviven trabajando más horas que yo qué sé, con lo poco que les pagan, unos euros se los tienen que gastar en fisios por los problemas físicos que acumulan por tener que trasladar personas. Esa gente que viene a cuidar por una indecente vida y un indecente trato, a esa gente hay personas que no quieren que vengan porque dicen que roban y les llaman “inmigrantes ilegales”. Pues entonces no sé qué éramos los españoles cuando escapábamos de la guerra y la miseria que se estaba viviendo aquí… ¡Hipócritas!

Como ya se estaba acercando la hora del vuelo, con dos señoras más fui otra vez en el “trenecito”, hasta que el chico que era muy majo nos dejó en la puerta de embarque, y otro hombre de la asistencia se fue soltando un notición: el vuelo se había retrasado dos horas. Pero a mí más que que el vuelo se demorara más de la hora prevista, lo que no me gustó mucho era que no nos dieran ninguna explicación. Aprovecho para contar una cosa que nos pasó a mi madre y a mí cuando íbamos a pillar un vuelo hacia Chicago: volábamos con Iberia, nada más sentarnos en el avión nos avisaron de que el propio avión tenía una rueda averiada y el vuelo se iba a retrasar. Pues resultó que a la hora y pico ya estábamos en otro avión. “Spoileo” un poco para decir que esta vez al final no fueron dos horas, fueron 4.

Acto seguido, les mandé un whatsapp a mi familia y a otro a Malena y a Nacho para contarles la noticia. Los Calderón aún seguían en la cola para el control de pasaportes.

Un rato después, los malagueños llegaron, me dio una tremenda alegría verles y les di un gigante abrazo. Como había tiempo hasta embarcar y teníamos que preparar lo que íbamos a decir el primer día en el congreso IÓN, nos sentamos a cenar en un sitio. Yo me comí un croissant de jamón y queso. Era tan poco que también saqué de la mochila el trozo que me quedaba del bocadillo de tortilla con tomate.

Fue un placer charlar sobre lo que íbamos a hablar nosotros mismos al llegar a Asunción, y el primer charloteo que tendría con Malena y con Nacho.

Al cabo de dos horas volvimos otra vez a la puerta de embarque, y una señora que estaba allí que anteriormente nos había preguntado si le podíamos llevar una CocaCola, se la dimos. Nacho, Malena y yo nos sentamos en el suelo a esperar el rato que faltaba para embarcar. No me convencía sentarme en algo duro, pero “ajo y agua”, porque no había asientos libres.

Por fin ya estaban los de la asistencia llamando a quiénes la habíamos solicitado, y con la suerte que tuve de que me llamaran uno de los primeros para poner rumbo al avión en una furgoneta. Podía venir un acompañante, así que vino Malena, y Nacho se quedó en la puerta esperando con los demás pasajeros a que fuera un bus para llevarles al avión.

El trayecto no fue ni de cinco minutos, y una vez allí había un avión, pero no había nadie más. Los de la asistencia hasta pensaron que se habían equivocado de avión, pero no, resultó que la tripulación todavía no había llegado. Aparte de ser una falta de respeto tenernos esperando, que algunos pasajeros llegasen antes que los de la tripulación da mala imagen.

Allí estuvimos como hora y media (sin exagerar) sentados en esa furgoneta: algunas personas durmiendo, algunas hablando, otras riéndose por no llorar… Una mujer quería airearse y estirar las piernas pero el asistente no le dejó, porque según él si algún pasajero andaba por pista se les caía el pelo. En resumen, que estuvimos bastante aburridos.

Por fortuna la tripulación llegó, y tras ella vinieron un par de buses que traían a los pasajeros y otra furgoneta con el resto de personas que habían pedido la asistencia. Fue bastante gracioso porque cuando nos dijeron que ya podíamos bajarnos, fuimos todos al avión deprisa.

Una vez en el avión, sólo quedaba pedir que nos pusieran a Malena, Nacho y a mí juntos; y es que ellos dos lo tenían juntos, pero yo estaba separado.

Ya estaba. Esperamos a que la gente se sentara, y lentamente el avión empezó a circular por la pista hasta despegar.

Cuando ya pasaron unas horas desde que despegamos y parecía no llegar nunca la comida, saqué unas galletitas que tenía en la mochila y las comí. Después vi la mitad de la película de “Un amor” de Isabel Coixet, que desde hace mucho tiempo la quería ver. La peli me gustó, aunque me pareció muy inquietante y hubo cosas en la trama que me parecieron un poco incoherentes.

Después pausé la película porque por fin vino la comida, y eso que aún tardaron en servirnos porque primero se la dieron a los más pequeños. Había para elegir entre pasta o pollo y, como siempre, yo elegí pasta. La pasta eran unos raviolis que más o menos estaban ricos, y un bizcocho de postre que también lo estaba. Y de beber, un vaso de zumo de piña y manzana.

Tras habernos recogido las bandejas quise dormir, y como hacerlo en el avión me cuesta lo suyo, tenía varias descargas de ASMR, y parecía que no pero al final me fui quedando dormido. No sé si dormí mucho o poco, pero el caso es que lo hice. Luego decidí ver el resto de la peli de “Un amor” que me faltaba. También escuché música.

Faltaban dos horas y pico cuando pasaron otra vez para ofrecernos café o té, y yo elegí café, ya que íbamos a llegar a Asunción temprano por la mañana, y ese día era cuando empezaba el congreso. El café venía sólo y junto a él un sobre con la leche en polvo y otro con el azúcar. Me confundió un poco que al echar la leche en polvo el café siguió siendo negro, pero lo curioso es que sabía decentemente bien.

Al llegar, como siempre, primero pasamos el control de pasaportes para entrar al país, y después fuimos a recoger las maletas, que la mía se demoró en pasar por la cinta, pero cuando al fin llegó salimos enseguida del aeropuerto. Fuera nos estaba esperando Sonia, una mujer que me pareció muy maja. Pensando que en la calle haría frío, nos pusimos las chaquetas, y las tuvimos que quitar porque hacía calor. Más que calor, bochorno. Sonia nos llevó al hotel, y por suerte Malena y yo teníamos más tiempo para relajarnos que Nacho, porque a él le venían a recoger antes para ir al congreso.

En ese tiempo saqué alguna prenda de la maleta, por ejemplo, lo que me iba a poner ese día, y después me di una ducha que me sentó muy bien y me relajó, pero eso sí, tuve cuidado y me agarré a una barra que había para no matarme.

Ya se estaba acercando la hora en que nos vendrían a recoger, así que Malena y yo, ni que nos pusiéramos de acuerdo, salimos a la vez de nuestras habitaciones, y los dos bajamos al hall. La que nos vino a buscar era Lauri, una chica que me pareció muy maja, simpática y muy cercana. Después pasamos por otro hotel a buscar también a Zachary y a Leda, dos personas que trabajaban en la universidad de Londres. Con hablar no demasiado con ella que tenía un español muy bueno, y sólo decirle “hola” con la mano a él, me parecieron ambos majos.

Ahora sí, íbamos al lugar donde era el congreso, y al llegar me acojonaron bastante unos hombres que había a cada lado de las distintas puertas con uniforme de militar y con una metralleta que tenían en las manos. Toda esa seguridad era porque iba a la inauguración del congreso IÓN la primera dama de Paraguay (que es la mujer del presidente, y aquí en España la propia mujer del presidente no tiene ningún cargo).

Al entrar, el sitio era precioso y el auditorio era muy grande. Como fuera hacía un poco de bochorno, en el propio auditorio tenían el aire acondicionado tan alto, que hasta hacía frío.

Antes que nada pusieron el himno IÓN, el cual se nos iba a pegar a fuego durante los siguientes días. Nos acomodamos en las butacas a escuchar a Gaby, Nacho y a varias personas más. Luego salimos Malena y yo a dar nuestra primera charla, que iba de quiénes éramos los “Estudiantes por la inclusión” y de todo lo que habíamos hecho hasta estar allí en ese mismo momento. 

A pesar de no haber dormido mucho, nos salió muy bien. Eso sí, en esa ponencia si no llega a ser por Nacho no hubiéramos sabido por dónde empezar, y es que estábamos poco espabilados como para ponernos a pensar. Ahora sé por qué nos llevó Nacho a Malena y a mí a Paraguay, porque los dos somos mayores de edad, y entonces explotarnos no se ve tan mal. (esto último es broma)

Al terminar había un descanso de unos minutos, y como no era normal el hambre que teníamos Malena y yo, nos dieron un tupper de arroz con carne, que allí la propia carne se come mucho con diferentes guarniciones. Al hambre que teníamos hay que añadirle lo bueno que estaba. Al mismo tiempo que estábamos nosotros dos comiendo como si lleváramos tres semanas sin comer, conocimos a Jazmín, una chica que me pareció muy maja y entrañable. Después fue cuando conocimos a Moisés, que también me pareció muy majo, y junto a Jazmín nos llevaron a conocer más el sitio, que me dejó fascinado.

Al final del pequeño tour que nos dieron, nos sentamos en otro sitio muy bonito en donde había colchonetas y un letrero que ponía “ZONA CHILL”. Allí estuvimos un buen rato hablando y conociéndonos un poco mejor. Hasta que anocheció muy temprano, nos movimos a unas sillas que había donde encontramos a Iván, un chico que me pareció muy majo y cercano. Sentados en unas sillas estuvimos Malena, Moisés, Iván y yo charlando. Mientras Nacho estaba en otra ponencia. Cuando volvió ya fue la hora de marcharse (¡Por fin! Malena y yo estábamos reventados) y nos fuimos de ese bonito lugar. Nos volvió a llevar Lauri a nosotros tres al hotel, aunque fuimos a un restaurante a cenar. Yo, para qué mentir, tenía más ganas de dormir que de otra cosa. Pedí una milanesa con puré de patatas. Malena al acabar sus tacos se quedó frita en la mesa. ¡Qué facilidad para quedarse dormida en todos lados!

Ahora sí, llegamos al hotel, entré en mi habitación, me puse el pijama, me metí en la cama, me puse un podcast de “Acontece que no es poco” con Nieves Concostrina y en unos minutos me quedé dormido.

Composición con imágenes de los distintos momentos que narra Antón en su crónica.

PARAGUAY DÍA 2

Aquella mañana me desperté sintiendo que aún no me había recuperado del todo del jet lag. Esa sensación la tuve un poco todos los días, y es que para ser sincero fue el viaje donde más me costó adaptarme al cambio horario. También es necesario decir que entre que nos levantábamos pronto y nos acostábamos demasiado tarde, no dormíamos demasiado. 

Enseguida me fui a duchar y me vestí. Nacho ya había ido hasta el sitio del congreso, y Malena y yo íbamos más tarde. Yo fui al restaurante del hotel a desayunar, y en el bufé libre, que es una de las cosas que más me gusta cuando voy a los hoteles, cogí dos croissants bastante pequeños y una tostada junto a la mantequilla y mermelada. Y de beber, un café y un vaso con batido de fresa. Cuando ya estaba sentado desayunando, llegó Malena y ella también se puso a desayunar conmigo. Después subimos a lavarnos los dientes, y mientras esperábamos a que nos vinieran a buscar, Malena y yo nos pusimos a ver un poco los vídeos de una clase de interpretación de OT 2020 con Iván Labanda y a comentarla.

Luego ya era la hora y bajamos. Un hombre dijo que nos venía a recoger, por lo que de camino a su coche Malena se asustó por si aquella persona con cara de bonachón nos iría a hacer algo (para una vez que yo no me asusto…). Por el camino, además de decirnos que era el marido de Sonia (entonces Malena se quedó más tranquila), la que nos vino a recoger el día anterior al aeropuerto, hablamos algo más.

Al llegar, el resto, entre ellos Nacho, estaban terminando la última ponencia de la mañana. Mientras tanto vimos a Moisés y fuimos con él un rato a la sala donde los voluntarios dejaban las cosas y la verdad es que ese pequeño rincón era cuco. Había unas cuantas colchonetas y nos sentamos en ellas, hablamos un rato, hasta que ya terminó la ponencia y fuimos al lugar donde era la comida. A las doce de la mañana, me pareció muy temprano para comer, aunque a los dos congresos Joubert que fui a Estados Unidos también comían y cenaban a horas que para los que íbamos de España eran muy extrañas. Allí estuvimos hablando de todo un poco, con distintas personas y todas ellas súper amables.

Después fuimos Malena, Nacho y yo a una sala a preparar la presentación que íbamos a tener a las 4 menos cuarto. Iba sobre la guía que hicimos, así que con ella en la mano empezamos a decir sobre lo que se iba a hablar en cada paso. La presentación de dicha guía nos salió bien, aunque yo no salí demasiado contento porque me trabé bastante. Además, me puse a levantar la pierna como nunca por lo nervioso que estaba, algo que hasta ese momento no había hecho. Fue por lo que más tarde Nacho y Malena se rieron de eso. Nada más acabar, la gente nos pidió tantas fotos a Malena y a mí que alucinábamos, y por último nos quedamos hablando junto a Nacho con dos personas más que eran muy majas. Una de ellas nos dio unos turrones típicos de allí, y yo comí uno y estaba bueno.

Al salir de esa sala fuimos a otra donde había comida y estaban varias personas. Allí estuvimos durante mucho rato, hablando con Jazmín, Max, Sofía, Leda y más gente. Además de darle al palique, también bailamos. Al acabar el congreso por ese día, volvieron Nacho y algunas personas más, y algunos decidimos ir a cenar. Fuimos a un italiano. Al principio éramos Fabio, Malena, Nacho y yo y no teníamos problemas para sentarnos, pero cada vez venía más gente y el camarero nos puso cierta mala cara al preguntarle si podíamos juntar las mesas, aunque resultó que al final dio su brazo a torcer y nos hizo caso. Primero pedimos las bebidas, a mí me trajeron una limonada que estaba muy amarga; de comer pedí unos raviolis rellenos de calabaza con una salsa de espinacas y champiñones que juro, estaban de muerte a pesar de todo lo que había comido esa tarde. La verdad es que fue una cena de lo más agradable, sentándonos Malena y yo cerca de Ariel y Max para hablar. Al levantarnos y antes de irnos, nos sacamos unas fotos con el paisaje tan bonito que había.

Al llegar al hotel y entrar en la habitación, me duché y caí rendido en la cama.

Composición con imágenes de los distintos momentos que narra Antón en su crónica.

PARAGUAY DÍA 3

Esa mañana nos despertamos temprano para desayunar, y es que a las 8 venía Fabio a por nosotros tres. Yo volví a coger en aquel bufé dos croissants y una tostada para comérmela con mantequilla y mermelada, y de beber un café y un vaso con batido de fresa. En la mesa de al lado, había dos españoles.

Al dar las 8 en punto, como dije, Fabio vino a recogernos porque a las 8 y media teníamos otra presentación. Dicha presentación parecía ser otra vez en la sala donde habíamos estado hablando el día anterior, pero al final resultó ser en otra. En la presentación pusimos la misma página digital que utilizamos en el congreso de Chicago, cuando pasaban por nuestra sala personas a interesarse por saber y escuchar sobre nuestro proyecto. Pero esta vez, al ser un sitio más pequeño, pude ver las caras que tenían de estar atentos e interesados por lo que les estábamos contando.

Una vez que acabamos nos hicimos una foto con esa gente tan maja, y a Malena y a mí no pararon de pedirnos fotos. No quiero parecer un creído, pero es que ¡nosotros dos éramos la sensación! Me quedé, primero muy contento por cómo nos salió (yo sentí que fue la vez que mejor me salió de esos tres días de congreso), y segundo muy agradecido y feliz por todo ese público tan agradable y acogedor.

Bastante tiempo más tarde fue cuando algunos decidieron ir a hacer una excursión por Asunción, así que allí que nos marchamos unos cuantos. Las personas que salimos fuimos Dorys, René, Ale, Moisés, Iván, Malena y yo. Antes de nada nos fuimos a comer, porque teníamos mucha hambre. De comer pedimos una sopa paraguaya (comida típica del país), milanesa con puré de patata, lasaña de carne, patatas fritas con mostaza y bacon por encima. Todos esos platos, claro, para compartir entre todos.

Después Ale se fue a hacer la maleta y a descansar (porque al día siguiente veréis qué viaje tan chulo emprenderíamos…) y nosotros nos fuimos, primero a ver el Panteón de los Héroes, una basílica con tumbas en donde estaban muchos de los muertos que murieron en no sé qué batalla. Me parece completamente absurdo luchar por “tu patria” o por algo por el estilo, y es que al fin y al cabo no dejan de arrabatarse vidas y que además se mueren niños y niñas también inocentes y que apenas tuvieron tiempo para vivir esta vida.

Por contar algo simpático, aunque un poco indignante, había unos soldados en la entrada y otros dentro, que los de dentro aún estaban medio normales, pero los de fuera estaban rígidos como si les hubieran metido un palo por el culo, y estos veían que a algunos les costaba subir a Gaby con la silla de ruedas por la escalera, y no se les ocurrió ni venir a echar una mano; aunque después al bajar algunos sí que vinieron a ayudar.

Luego fuimos a una cafetería y algunos pidieron un croissant y un café con leche, otros en cambio como no teníamos hambre pedimos un refresco. Estábamos sentados en la terraza y las vistas eran muy bonitas. Teníamos un edificio enfrente que por lo visto era la casa donde vivía el presidente (como aquí es la Moncloa), y justo nos pilló el cambio de soldados y montaron un espectáculo de esos militares y lo estuvimos viendo con bastante atención. Después dimos un paseo (que por cierto, de todos los sitios en los que he estado las aceras eran las peores en cuanto a accesibilidad, y es que estaban todas las baldosas o rotas o levantadas; de hecho yo me tropecé con la suerte de que no me caí) hasta entrar en un teatro bastante famoso que hay en Asunción, y la verdad es que era muy bonito. Estaba una banda ensayando en el escenario.

Como anochecía tan temprano y al día siguiente había que madrugar mucho, nos llevaron a Malena y a mí para el hotel, aunque de camino paramos en un lugar donde nos hicimos unas fotos más, había como un recipiente de agua y encima unas barras de metal, por lo que aquello era como un piano.

Al montarnos en el coche, como de la nada apareció un niño que debería tener entre siete u ocho años con el aspecto y la ropa descuidada que con voz muy baja nos preguntó si le dábamos dinero. En ese momento se me partió el corazón y me cagué en todo.

Al llegar al hotel, primero fui a la habitación de Malena y Nacho, y este ya había llegado y estaba acostado en la cama. Fui a su habitación porque él nos tenía que decir que a las 5 de la mañana nos venían a recoger y también que Sofía iba a traernos unas maletas pequeñas para meter en ellas la ropa justa y necesaria. Después de eso me fui a mi habitación, me duché y entonces sí me llegó mi maleta. Tocaba dormir porque al día siguiente había que madrugar tanto para irnos ni más ni menos que a las Cataratas de Iguazú.

Composición con imágenes de los distintos momentos que narra Antón en su crónica.

PARAGUAY DÍA 4

Esa mañana, o mejor dicho, esa madrugada, me desperté a las 4:20. Me vestí, terminé de meter en la mochila y en el bolsito pequeño algunas cosas y me puse a chatear con mi madre que cuando supo que venían a recogernos a las 5 de la mañana flipó igual que lo hice yo cuando me avisó Nacho.

Tuve que esperar un momento en la habitación de Malena y Nacho, hasta que bajamos y ya estaban allí. Pero antes de ponernos en marcha, paramos a tomarnos un café de la máquina del otro hotel. Yo le quería dar al botón de “café con leche”, pero como ya no debería quedar le di al “café suizo” que creía que iba a saber bien. Tuve un amigo que tenía unos tíos en Suiza y cada vez que iba siempre me traía chocolates suizos y estaban muy ricos, y la verdad que el café suizo estaba bastante bueno. Mientras tomábamos el café y había otros que aún estaban en la máquina, estuvimos hablando un rato Nacho, Ale, la madre de Ale y yo de que el propio Ale estaba acabando la carrera y cómo le estaba yendo.

Un rato más tarde pusimos rumbo a nuestro próximo destino, y fue gracioso porque como había un escalón bastante alto para subirse a la furgoneta, a mí me costó y entre una persona desde delante y otra desde atrás conseguí meterme.

Durante el primer cuarto de hora, aproximadamente, fuimos hablando. Luego, como no habíamos comido nada para desayunar, yo tenía hambre, saqué unas galletitas de la mochila y también las ofrecí. Después prácticamente todos se durmieron, así que yo me puse a escuchar música, y bastante más tarde como muchos ya se habían despertado conectamos un móvil al bluetooth de la furgo y pusimos música. 

Y así transcurrieron las horas hasta llegar, donde primero estuvimos un buen rato en el que iba a ser nuestro hotel durante la estancia allí, para ir al baño más hacer el check-in. Mientras, algunos nos sentamos en unos sofás que había porque estábamos cansados, y yo estuve actualizando mis redes y publiqué un post con las fotos de los tres anteriores días en el congreso IÓN agradeciendo lo que nos pasó.

Cuando ya habían terminado de hacer el check-in, un mini autobús nos estaba esperando para ir a las Cataratas de Iguazú. Una vez allí dentro, algunos jóvenes nos sentamos detrás del todo, nos motivamos tanto que pusimos música y lo dimos todo. Un gran momento donde yo disfruté mucho (aunque en general lo hice durante todo el resto del día) fue cuando sonó MI CANCIÓN: “COLOR ESPERANZA”. Es una canción muy conocida, sobre todo allí porque Diego Torres, el cantante, es argentino.

Llegamos y fuimos a un restaurante donde había un bufé libre que a mí me encanta. Toda la comida que tenía muy buena pinta, pero me comí una lasaña y unas patatas asadas con carne. Las patatas asadas me recordaban a las que hacía mi abuela.

Enseguida comimos porque había que ir rápido a las Cataratas, entonces nos pusimos unos chubasqueros de plástico que nos dieron por la lluvia tan abundante que estaba cayendo. Una vez estábamos listos empezamos a andar hasta las Cataratas de Iguazú, donde muchos sacamos el luchador que llevamos dentro y es que protestamos porque ese camino no era accesible, había escaleras.

Cuando llegamos aquello me pareció un paraíso, unas vistas espectaculares y dignas de admirar. A pesar de lo que diluviaba era increíble ver aquello, ver el agua caer y con qué fuerza y abundancia lo hacía. Me quedé unos momentos contemplando esas vistas tan alucinantes. Y entonces llegó un momento en el que también disfruté mucho, y es que ya en los plenos pies de las Cataratas empezamos a motivarnos y a gritar un montón. Pero antes yo no me atrevía a ir hasta allí porque me costaba respirar y Nacho me arrastró hasta allí, y la táctica estaba en ir de lado, así que me puse a caminar de esta forma, que no sé qué parecía. Se puede decir que si no fuera por el “pringao” (es por Nacho, que muchas veces me llama así y ya es hora de devolvérselo) no hubiera vivido ese momento de motivación total, pero no lo puedo decir muy alto porque enseguida se lo cree (es broma).

Después, si algunos ya estábamos cansados, lo estábamos aún más, y en el bus que nos llevaba al mini autobús íbamos agotados, Malena hasta se durmió. Pero no sé por qué cuando nos juntamos otra vez con los demás recuperamos las fuerzas para estar como en el viaje de ida. También fuimos detrás del todo en el bus los mismos, y es que a mí siempre me hizo ilusión ser de esas personas que van detrás del todo en el autobús cuando vas de excursión que van dándolo todo, y por fin lo hice.

Al llegar al hotel cada uno fuimos a nuestras respectivas habitaciones, a mí me tocaba con Moisés y después de ver la que nos tocaba me fui a duchar. La propia ducha me sentó muy bien, y es que después del chaparrón que nos cayó ese rato con el agua caliente recorriendo sobre mi cuerpo fue ideal. En un momento no sé qué parecía cuando se me resbaló el jabón y estuve un rato intentando pillarlo por toda la ducha, hasta que me rendí. Total, ya me lo había puesto.

Después se duchó Moisés y cuando salió estuvimos un rato hablando sobre qué tiempo hace en España (yo le dije que en Galicia, en el norte en general, es donde hace más frío), cuánto se tarda en ir de dónde vivía yo hasta donde vivía Malena en coche (yo le dije que se tarda un montón, todo el mundo va en avión) y otras tantas curiosidades que tenía sobre España. Y yo también le pregunté a él cosas sobre Paraguay.

Después descubrimos que había una cena en el hotel, la cual me venía muy bien porque tenía hambre, pero antes Malena y yo nos fuimos un momento con René, Eli y Moisés a comprar “unas medias para René”. Yo algo de malentendidos de palabras sospechaba que había y como hacía tanto frío pues pensé que era para eso, pero cuando cada uno íbamos en busca de “medias”, Malena y yo no pensamos que “medias” allí le llaman a los calcetines; así que nos reímos.

Hasta que volvimos al hotel, y a pesar de que algunos aún no estaban porque estaban reunidos, los que fuimos llegando nos pusimos a cenar. Hasta que ya estábamos todos cenando, y la verdad que fue una velada bastante agradable.

Por último volvimos a las habitaciones; Malena, Ale y Moisés se pusieron a ver una peli. Hablé un rato con ellos, pero a la película no llegué porque juro que estaba muerto, y ya era bastante tarde.

Composición con imágenes de los distintos momentos que narra Antón en su crónica. Composición con imágenes de los distintos momentos que narra Antón en su crónica.

(Continuará… que todavía faltan tres días)

Antón y parte de las personas que le acompañaron en esta aventura aparecen abrazándose

 

RELACIONADO:

Artículo de Malena en La Nación de Paraguay:

«Empezó como un viaje de trabajo, acabó en uno de aventura» 

 

Artículo de Antón en La Nación de Paraguay:

«Espero que este sea el primero de más encuentros» 

 

Congreso ION (Paraguay)

Exactamente a la misma edad de este chico, me subía yo a un avión por primera vez. La diferencia es que yo iba a pasarlo bien y él a luchar por sus derechos.

Esta semana ha cruzado el Atlántico por segunda vez en lo que va de año. Él y su compañera Malena han sido invitados a participar en el Tercer Congreso de Educación Inclusiva de la plataforma ION. 

Se celebra en la capital de Paraguay y en varias ciudades del interior del país. El objetivo del encuentro es la promoción de prácticas educativas accesibles y comprometidas socialmente.

Estoy taaaaan orgullosa de ti, mividiña ❤️ 

Imagen de Antón sonriente y sosteniendo el asa de una maleta de ruedas delante de la puerta de entrada al aeropuerto

«Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.

Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.

Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.»

Eduardo Galeano

(«Fuegos» de El libro de los abrazos)

Aquí tres fuegos que encienden 🔥 🔥 🔥

Antón, Nacho y Malena posan sonrientes delante de la puerta de embarque para Asunción

Nacho, Malena y Antón en el Tercer Congreso de Educación Inclusiva de la plataforma ION (Paraguay)

Composición con tres imágenes donde se puede ver a Nacho, Malena y Antón participando en distintos momentos del congreso.

Iris & Indira

Ayer salí a cenar con el hombre de mi vida. En un momento de la cena, le conté una maravillosa conversación que esa misma tarde había tenido con nuestra amiga Indira. Y nos pusimos a hablar de ella. De lo increíble que es, de la fuerza que tiene y que nos da, de lo alegre que es, de cuánto nos divertimos y asombramos y aprendemos cada vez que estamos con ella. De la suerte que es tenerla en nuestra vida.

Y entonces expresé, entre el asombro, la pena y la incomprensión:«Y pensar que a las personas como Indira no se les deja nacer…».

«No hay palabras», contestó Antón.

Y no las hay.

Después en casa, ya en la cama y con mi horrible costumbre de mirar el móvil antes de dormir, me acordé de que era el día en que Ana Iris Simón publica su columna y la busqué para leerla. Y no podía creer lo que estaba leyendo. Hablaba de una niña de la clase de su hijo. Otro ser humano cuyos padres habían conseguido resistir la presión médica y social tras una prueba prenatal. Otra superviviente como Indira.

Y resulta, además, que la madre de esa niña era una de mis compañeras activistas en redes. Y le escribí en ese mismo momento, a pesar de la hora, para agradecerle lo que había conseguido: que con una carta y un café cambiara la mirada de una persona sobre su hija. Una persona, además, con un altavoz potentísimo.

Imagino que no dependió tan sólo de las palabras de Rosa, sino también de la persona que las recogió. O eso, o yo lo estoy haciendo fatal. Porque no consigo provocar ese cambio o, al menos, ese cuestionamiento.

Estoy agotada de intentar convencer (especialmente a las personas que se tienen por sensibles y con conciencia social y «de izquierdas») que estamos ejerciendo opresión sobre las personas nombradas por la discapacidad, que no respetamos sus derechos humanos y que somos una sociedad profundamente eugenésica. Y también harta de que, cada vez que expreso estas ideas en voz alta, me sitúen en la «fachosfera». Directamente entre Meloni y Milei. ¡Ya está bien, joder!

He perdido la cuenta de las veces que, cuando mi hijo era un bebé, me preguntaron si «lo suyo» no se podría haber detectado durante el embarazo. Que es lo mismo que expresar: Qué pena que no te pudieras deshacer de él antes de que naciera. No me cabe en la cabeza cómo hemos conseguido naturalizar este tipo de ideas. Cómo hemos aceptado un sistema de valores y creencias que deciden que unos niños pueden nacer y otros no.

Gracias a Rose y gracias a Ana Iris, por expresar esta idea en un espacio con esa enorme difusión. No se me ha ocurrido leer los comentarios a la columna, pero puedo imaginar lo atroces que serán.

Imagen de Indira y yo abrazadas

Mi amiga Indira y yo retratadas por nuestra Paula Verde Francisco

Enlace al artículo: La niña con el nombre de flor

Como acceder a la columna de Ana Iris requiere de suscripción, voy a cometer una pequeña ilegalidad y transcribirla por aquí. Espero que el equipo jurídico de El País sepa ser comprensivo.

En la clase de mi hijo hay una niña con nombre de flor. Tiene el pelo del color del trigo y los ojos azules y achinados. Como mi hijo, la niña con nombre de flor tiene tres años, le gusta tocar instrumentos y creo que también las fresas, porque un día me contó que las compartieron en el almuerzo.

Hasta hace unos meses nunca había hablado con sus padres, pero en marzo nos dejaron una carta en el casillero de la escuela: era el día del síndrome de Down y querían contarnos algunas cosas sobre las peculiaridades de su hija. Terminé de leerla emocionada y sintiéndome un poco ridícula por la compasión con la que los había mirado al cruzarnos por los pasillos. Para ellos, traer a su hija al mundo no había sido una faena sino un regalo, y así nos lo contaban.

Semanas después, unas cuantas madres nos quedamos a tomar café después de dejar a los críos. Y entre cortados y solos con hielo, la madre de la niña con nombre de flor nos habló de cómo recibió la noticia, de cómo se la dio a su entorno y del duelo de quien sabe que su hijo no va a ser como lo había imaginado. También nos contó sobre sus visitas al ginecólogo y sobre algo que, por lo visto, es habitual: que cuando una pareja recibe la noticia de que su bebé tiene síndrome de Down, los médicos asuman que van a abortarlo. E incluso, como les pasó a ellos, que les traten como si estuvieran haciendo algo malo por decidir no hacerlo.

Al contarnos esto, la madre de la niña con nombre de flor se excusó diciendo que ella era partidaria del derecho al aborto, como si sólo por tener una hija con un cromosoma de más su postura estuviera en entredicho. Y si cuando leí la carta que nos dejaron en el casillero empecé a pensar a su familia de otro modo, cuando escuché su testimonio reparé por primera vez en la población con síndrome de Down. En la biopolítica que se ejerce sobre ellos y sus padres. Porque, aunque no hay cifras precisas, la asociación Down España calcula que el 90% de los que son como la niña con nombre de flor no nacen.

Esa misma tarde le hablé a un amigo de ello y me replicó que el problema dela gente con síndrome de Down es que son dependientes, como si el resto no lo fuéramos. O como si depender de alguien, algo intrínsecamente humano, fuera negativo. Cuando le dije que más del 90% de niños con síndrome de Down son abortados y que vivimos en una sociedad eugenésica se llevó las manos a la cabeza. Pero lo hizo por el calificativo, no por el dato; mi amigo es un tipo de izquierdas y descreído, así que eso de llamar eugenesia a abortar niños con síndrome de Down casi por defecto le debió sonar meapilas y derechón, y la ideología funciona así, muchas veces como una guía puramente estética. Pero no creo que su caso sea una excepción: nunca he visto a ese progresismo al que se le llena la boca con los cuidados, la inclusión y la diversidad poner esta cuestión en la agenda pública. Quizá prefieren no abrir debates incómodos a, como decía Pasolini, “tener un corazón”.

No se lo confesé a su madre, pero cuando supe que la niña con nombre de flor iría a clase con mi hijo me pregunté si no estaría mejor en un colegio para niños con síndrome de Down. Desconocía entonces que cada vez había menos, que ya apenas nacían. Y, sobre todo, no sabía que su presencia en el aula de mi hijo le hacía bien a ella pero, sobre todo, nos hacía mejores al resto. Ojalá nunca nadie le quite la sonrisa. Ni a su madre, que también tiene nombre de flor, el orgullo valiente de haberla traído al mundo.

(Ana Iris Simón)