Durante los cursos que mi hijo estuvo en el instituto, casi siempre asomaba por el chat de wasap de la familia a la hora del recreo. No sé si al resto se les rompía el corazón tanto como a mí por la soledad que evidenciaba, pero el caso es que, sin necesidad de ponernos de acuerdo, siempre había alguien al otro lado para él a esa hora: su padre, su tía, su hermana, su tío…
El último año que pasó allí, el centro prohibió el uso de móviles. También en el recreo. No se tomó ninguna otra medida, ni se ofrecieron alternativas para el momento patio. Única y exclusivamente la prohibición.
Aquel curso Antón estuvo más solo que nunca. Ya no tenía siquiera a quienes le acompañábamos en la distancia. Ni se podía refugiar en sus vídeos de youtube o sus canciones de Spotify.
Con esto no quiero decir que no deba regularse el uso de móviles en los centros educativos. Lo que intento expresar es que la solución no es prohibir y dejar que el peso de esa socialización recaiga sólo en el alumnado. Por no hablar de que quizás lo que tendríamos que hacer los adultos sería enseñarles a cómo usar esos dispositivos. Como siempre, atajamos por el camino más rápido que nunca suele ser el más eficaz.