Este gráfico ilustra esas situaciones en las que la inclusión sigue siendo exclusión y segregación.

A menudo me encuentro con actividades/espectáculos/lugares con la etiqueta de “inclusivos”, pero en los que en realidad sólo participan personas nombradas por la discapacidad.
Un coro formado exclusivamente por personas en situación de discapacidad, no es “inclusivo”.

Un espectáculo teatral donde el público asistente son únicamente personas con diversidad funcional, no es “inclusivo”.

Una actividad deportiva donde el monitor es la única persona no etiquetada por la discapacidad, no es “inclusiva”.

Estamos llamando “inclusivas” a actividades/espectáculos/lugares que hasta hace poco les eran negados a ciertas personas. Evidentemente, menos da una piedra, pero por favor no le llamemos a eso inclusión.
Hemos pervertido el sentido de la palabra inclusión, para seguir perpetuando situaciones de opresión sin sentirnos mal por ello.
El colectivo de personas nombradas por la discapacidad constituye aproximadamente el 10% de la población. Y esa es la proporción en la que deberían estar presentes en cualquier actividad/espectáculo/lugar para que podamos llamarlo INCLUSIÓN.
La palabra INCLUSIÓN se vacía de contenido cuando nos empeñamos en utilizarla para hablar de la participación de personas nombradas por la discapacidad en contextos segregados.
















































































