Molinete y la gota malaya

Prácticamente todas mis compañeras de viaje, madres de niñas y niños que no encajan en lo estándar (si tal cosa existe), coinciden en que la soledad, el aislamiento y la invisibilidad de nuestros hijos e hijas se inicia con el paso a primaria y se agudiza según van ascendiendo cursos y cumpliendo años, hasta explosionar en la adolescencia.

Nuestras experiencias parecen demostrar que los seres humanos nacemos incapaces de apreciar las diferencias. Lo que explica que en sus primeros años de vida los niños y las niñas abracen la diversidad porque, sencillamente, no la ven. Es el entorno cultural el que interviene, cual gota malaya, hasta lograr que empiecen a hacerlo.

Entonces, quizás la clave estaría realmente en no enseñarles.

No enseñar a rechazar, a excluir, a marginar.

Somos nosotras, las personas adultas, quienes deberíamos aprender de la infancia hasta acabar con esa dinámica aprendida —que casi es tan antigua como la humanidad— y que establece quién cabe y quién debe ser expulsado.

Esta es la ficha que unos niños y niñas de 2º de Primaria llevaron a casa deberes este fin de semana. Ella y sus compañeras y compañeros de clase cumplen 8 años a lo largo de 2024.

MOLINETE
Todo el mundo decía que Molinete era un niño tonto; ni más ni menos.
De esos que van por la calle mirándolo todo con la boca abierta.
De esos.
Y de los que tropiezan cada dos por tres y se caen en las tapias.
¡Ay! Ay! ¡Que me he caido!
Y de los que llegan los últimos en las carreras y encima protestan.
¡No vale! ¡No vale!
Y de los que siempre pierden; pierden el bolígrafo, el cuaderno, la bufanda y el jersey. Uno de esos era Molinete.
Como sería que, una vez hasta se ensució los pantalones en clase porque no se atrevió a pedir permiso a la señorita para ir al cuarto de baño. ¡Qué vergüenza pasó Molinete!
Y todavía fue peor cuando llegó a casa y vió la cara que puso su padre.
Porque Molinete además de tímido era un miedoso.
Le daban miedo los hombres bajitos.
Le daban miedo los cocodrilos.
Le daban miedo los sueños.
Le daban miedo las cajas cerradas.
Le daba miedo hasta su padre.
Se comprende que Molinete tuviera muy pocos amigos; porque a nadie le gusta tener un amigo tan soso. Algunos chicos se burlaban de él en los recreos y le hacían versos: Molinete fue a por coles y se trajo caracoles.

Transcribo el texto del ejercicio de lectura de la ficha:

MOLINETE

Todo el mundo decía que Molinete era un niño tonto; ni más ni menos.

De esos que van por la calle mirándolo todo con la boca abierta.

De esos.

Y de los que tropiezan cada dos por tres y se caen en las tapias.

¡Ay! Ay! ¡Que me he caido!

Y de los que llegan los últimos en las carreras y encima protestan.

¡No vale! ¡No vale!

Y de los que siempre pierden; pierden el bolígrafo, el cuaderno, la bufanda y el jersey. Uno de esos era Molinete.

Como sería que una vez hasta se ensució los pantalones en clase porque no se atrevió a pedir permiso a la señorita para ir al cuarto de baño. ¡Qué vergüenza pasó Molinete!

Y todavía fue peor cuando llegó a casa y vió la cara que puso su padre.

Porque Molinete además de tímido era un miedoso.

Le daban miedo los hombres bajitos.

Le daban miedo los cocodrilos.

Le daban miedo los sueños.

Le daban miedo las cajas cerradas.

Le daba miedo hasta su padre.

Se comprende que Molinete tuviera muy pocos amigos; porque a nadie le gusta tener un amigo tan soso.

Algunos chicos se burlaban de él en los recreos y le hacían versos: «Molinete fue a por coles y se trajo caracoles».

Para quien piense que habría que saber el contexto de ese ejercicio. Bien, el contexto es que no hay más contexto. Aquí las preguntas que deben responder los niños y niñas de esa clase sobre la lectura de ese texto:

Preguntas que incluye el ejercicio a la lectura del texto de Molinete

 

Por lo visto Molinete era una lectura muy popular en las clases de Primaria en los 80. Quizás eso explique que la maestra de Lola haya asumido esta lectura como algo correcto, apropiado para realizar un ejercicio de puntuación y hasta divertido. Pero no lo es. No es nada de eso. Es incorrecto, inapropiado y no debería tener la menor gracia.

Como sería que, una vez hasta se ensució los pantalones en clase porque no se atrevió a pedir permiso a la señorita para ir al cuarto de baño. ¡Qué vergüenza pasó Molinete!

¿En qué momento la humanidad decidió que deberíamos abochornarnos por la orina, la materia fecal o la menstruación? ¿En qué momento lo escatológico se convirtió en motivo de mofa y repulsión? ¿Por qué no ocurre lo mismo con la sangre, por ejemplo? Quizás porque se alentaba a que la derramaran “los valientes” en los campos de batalla. 

Los adultos que rodean a Molinete y sus compañeros deberían explicarles que ninguna persona (ni bebé, ni joven, ni anciana) debería avergonzarse de sus desechos corporales. Y que para muchas personas, por sus características, no es algo que dependa de la voluntad o sea controlable.

Se comprende que Molinete tuviera muy pocos amigos; porque a nadie le gusta tener un amigo tan soso.

Algunos chicos se burlaban de él en los recreos y le hacían versos.

Luego nos sorprenden los insultos en los pasillos, la soledad en los patios, la infelicidad de nuestros hijos en la escuela… Esta ficha me confirma una vez más, que somos los adultos quienes nos empeñamos y empeñamos hasta conseguir que las niñas y los niños acaben viendo ciertas características de otros como algo a despreciar. 

Esta lectura no es algo inocuo. Es un elemento más de esa gota malaya que les va calando poco a poco y a la que contribuimos todos los que intervenimos en su formación: madres, padres, abuelas, tíos, la vecina del quinto, el conductor del autobús, la camarera, el monitor del comedor, la profe de teatro… Todos y todas. Todos los días.

Algunas veces, el mundo sería un lugar mucho más amable si no enseñáramos a la infancia. Si simplemente les dejáramos en paz.

Un grupo de niños de infantil participando en una carrera. Todos llevan las mismas camisetas de color naranja chillón. Uno de ellos participa en su silla de ruedas y es la profesora quien la empuja. Todos se sitúan en torno a la silla. Porque el objetivo no es llegar el primero, sino llegar todos juntos.

Los muros caerán

Hace unos días Antón y yo fuimos invitados a participar en las “IV Jornadas de infancia y adolescencia. Aproximaciones para transformar y crecer desde la Terapia Ocupacional”, organizadas por la Facultade de Ciencias da Saúde de la Universidade da Coruña.

Fue una oportunidad bonita y emocionante que disfrutamos mucho. Nos sentimos escuchados por los alumnos del grado de Terapia Ocupacional y tenemos esperanza de que nuestras voces sirvieran para que ejerzan su profesión de forma humana: escuchando a las familias y ayudando a transformar el entorno en lugar de intentar cambiar a los niños y las niñas.

Nos sentimos también muy afortunados por las amigas que vinieron a arroparnos. Entre ellas estaba Daniela, la profesora de Infantil de Antón. La persona que nos regaló los años más bonitos de nuestra vida.

Dispusimos de una hora que, aunque alargamos un poco, resultó insuficiente para trasladar las experiencias de diecisiete años. Así que apenas pudimos dedicarle tres minutos a la etapa de Educación Infantil. Un minuto por curso. Aunque hubiéramos dispuesto de cinco horas, habrían resultado insuficientes para describir todo lo que vivimos durante aquellos tres años. Completamente imposible. Así que he querido compartir hoy este vídeo para recordar aquella etapa tan bonita. Tampoco consigue trasladar todos los procesos y vivencias que tuvimos la suerte de experimentar, pero creo que sirve para hacerse una idea de aquel tiempo.

Un tiempo donde pensamos que era posible que los muros cedieran (como dice la canción de Style Council que acompaña al vídeo). Los muros de la exclusión, del rechazo, de la invisibilidad. Los muros que se tambalearon con Daniela.

Me duele esa oportunidad perdida. Porque si lo que ella plantó hubiera tenido continuidad en los años siguientes, habrían acabado derrumbándose.

No pierdo la esperanza porque Daniela sigue sembrando. Y eso es lo que realmente cambiará el mundo: plantar a nuestro alrededor y conseguir crear una nueva generación lo suficientemente firme y sólida para que se convierta en especie invasora que penetre y derrumbe todos los muros.

Osos rojos

«La maestra recorría el aula mostrando a cada uno de mis compañeros mi cuaderno y repetía: “Los osos rojos no existen”.

Aquella imagen quedó grabada en mi retina, como escribir cien veces “No debo dibujar osos rojos”.

Desde ese día me convertía en “la distinta”, la niña que dibujaba osos rojos.

Ese día moría la niña. La que imaginaba historias fantásticas de camino a la escuela, la que podía ver el cielo verde, el mar amarillo y los osos rojos.

Ese día me convertía en “la distinta”, y así me sentía.

Ese día moría mi capacidad para imaginar osos rojos, azules, verdes, de tantos colores…

La escuela no estaba preparada para mí, pero me hicieron creer que yo no estaba preparada para la escuela.»

(Silvana Corso)

💜 PARA TODAS ESAS NIÑAS QUE DIBUJAN OSOS ROJOS, ÁRBOLES ROSAS Y ESTRELLAS VIOLETAS 💜

Y especialmente para Campanilla. Para que siga regalándonos obras preciosas y explorando los museos desde el suelo (a pesar de los guardias de sala, a los que su tía tiene que sacar las uñas) 

La escuela de todos

Hace un año, los padres de Ares escribían sobre la invisibilidad de su hija y de su familia, tras tomar la decisión de marcharse de la escuela común (esa que mal-llamamos “escuela ordinaria”).

Cuando una familia se ve obligada a renunciar a la escuela común y derivar a su hijo a un centro de educación especial, lo vive como un fracaso. Pero no nos engañemos, el fracaso no es de esa familia sino de una sociedad que no sabe darle a los niños con diversidad funcional el lugar que les corresponde, el lugar al que tienen derecho.

Una sociedad a la que le resulta mucho más fácil y cómodo segregar que incluir. Pero cuidado, que eso que practicamos como colectivo, se nos puede acabar volviendo en contra con el tiempo como individuos. Porque siempre va a haber alguien más listo, más fuerte, más guapo, más popular, más creativo, más alto, más carismático, más poderoso, más rico… que nuestro hijo. Y entonces, cuando al nuestro le nieguen su lugar, seremos también responsables por las veces que hemos colaborado (aunque sea por inacción y por silencio) en la discriminación de otros.

la escuela ordinaria expulsa a los alumnos con discapacidad

©Paula Verde Francisco («Mi mirada te hace grande»)

Me gustaría hacer entender de una vez por todas, que esto no es un debate sobre qué escuela es mejor, si la ordinaria o la especial, sino que debería haber una única escuela donde convivieran TODOS los niños; que separar al alumnado en base a su funcionalidad es lo mismo que hacerlo en función de su género, origen, religión, orientación sexual o etnia. Es exactamente la misma aberración.

Esto va de que si tantos niños con diversidad funcional no están bien en la escuela de todos, es porque esa escuela no funciona. Y si esa escuela no funciona para los niños con discapacidad, no funciona para nadie.

Que este debate no trata de dónde están mejor los niños con diversidad funcional, si en un centro ordinario (el de todos) o en uno especial, porque la casuística nos dice de todo. En los trece años que llevo en este mundo diverso y marginado, os aseguro que he conocido de todo: niños profundamente infelices en la escuela ordinaria (porque no dejaban de ser un mero objeto en ese centro) cuyas vidas han cambiado a mejor al cambiarse al específico. Pero también he conocido el caso contrario: alumnos a quienes se ha derivado de la ordinaria a la especial y que han caído en una profunda tristeza y depresión.

Y de la misma forma que muchas familias que me contactan me cuentan sobre la vulneración de los derechos de sus hijos y de la falta de atención a sus necesidades en la escuela ordinaria, también me han contado vivencias terribles en centros de educación especial.

Del mismo modo que, respecto a la modalidad combinada, he conocido casos de niños cuyas familias describen como los días en que les toca la ordinaria entran felices por la puerta y aquellos en que deben ir al específico son un mar de lágrimas y que, aún así y a pesar de todo lo que lo luchan, la administración no les aprueba la jornada a tiempo completo en la ordinaria. Como también he conocido la situación contraria: niños de combinada que entran llorando por la puerta del ordinario y les cambia la cara al ser recibidos en el especial. Sólo que, en estos casos, sus familias no han tenido absolutamente ningún problema para que la administración les aprobara la jornada completa en el especial. Porque lo cierto es que los centros de educación especial tienen una puerta de entrada, pero no de salida.

escuela ordinaria y escuela de educación especial

©Paula Verde Francisco («Mi mirada te hace grande»)

Respecto al “gran argumento” que tantas veces esgrime la administración ante las familias: el de la felicidad de los niños, por supuesto que lo que a todas las madres y padres nos preocupa por encima de todas las cosas es la felicidad de nuestros hijos. Pero no nos engañemos pensando que en una (en la especial) van a estar felices y en la otra (la ordinaria) van a ser desdichados porque, lamentablemente, la realidad no funciona con una fórmula exacta. La realidad la decidimos las personas y nuestra forma de ser y actuar. Y tanto el funcionamiento de los centros ordinarios como el de los específicos, dependerá del material humano que los componga.

Y en relación a este tema, el de la felicidad de esos alumnos, nunca he escuchado a nadie plantear que se desescolarice a un niño porque no va contento al colegio. Lo que demuestra una vez más que la Educación parece ser obligatoria y un derecho sólo para los alumnos sin discapacidad. Cada vez que se me plantea el argumento de la “felicidad” no puedo sentirme más ofendida, me entran ganas de preguntar a mi interlocutor si el resto de compañeros de mi hijo (o sus propios hijos) acuden al colegio a ser felices o a educarse. Estamos tan ocupados y preocupados por la inclusión (que debería presuponerse y no rogarse), que muchas veces nos olvidamos del derecho a la educación de nuestros hijos.

escuela ordinaria y escuela de educación especial

©Paula Verde Francisco («Mi mirada te hace grande»)

Comprobando la variedad de experiencias que viven las familias respecto a ambas modalidades (ordinaria vs especial), lo único cierto es que no se puede generalizar en este tema. En lo que sí podemos generalizar es en la idea de que es el DERECHO de los niños, de TODOS los niños, a educarse juntos. Es el derecho de mi hijo con discapacidad el de estar con otros que no la tienen. Es el derecho de los niños “ordinarios” (si tal cosa existe) el de tener como compañeros a niños con una funcionalidad distinta a la suya.

Es el derecho del adulto que será mi hijo a deambular por cualquier ámbito sin que le miren como si E.T. acabara de entrar por la puerta. Es el derecho de los niños “molientes y corrientes” a no asustarse cuando vean a un niño con las características de mi hijo. Es el derecho de todos los niños a incluir y ser incluidos. Es el derecho de todos a no crecer en el temor, el miedo y el recelo a quien es distinto a nosotros.

Y podría describir aquí mis ataques de pánico cuando, siendo adolescente, alguna persona con discapacidad intelectual se dirigía a mí en un lugar público. No sabía cómo reaccionar, cómo comportarme, porque no me habían enseñado a incluir ni me habían enseñado que la inclusión implica no tener que tratar a nadie de forma distinta. Porque eso no se enseña, se vive. Y se vive conviviendo desde pequeños “con todos y como todos”.

Lo que a mí me ocurrió creo que no les ocurrirá a los niños del colegio donde han ido mis hijos, que tiene millones de carencias y de aspectos que se podrían hacer infinitamente mejor de cómo se hacen, pero lo básico y lo fundamental del objetivo de la educación lo cumplen: ser un espacio de convivencia de todos y para todos.

No digo que todos esos niños vayan a integrar en sus vidas a sus compañeros con discapacidad, jugar con ellos, invitarles a sus cumpleaños, ser sus amigos del alma… pero estoy segura de que no van a paralizarse cada vez que se crucen con una persona con discapacidad, ni se van a quedar mirándola pasmados con una mezcla de miedo, extrañeza y recelo como tantas veces le ha ocurrido a mi hijo cuando ha coincidido en ciertos ámbitos con niños en cuyos centros no hay ni un solo alumno con diversidad funcional. En estos años he aprendido a reconocer, a los cinco minutos de ver interactuar a un niño con mi hijo, si en su colegio hay o no niños con discapacidad. Y nunca fallo.

Insisto en una idea: que a día de hoy sigan perviviendo los centros de educación especial es un fracaso de todos como sociedad. Y como continuamente se encarga de recordar Ignacio Calderón Almendros en sus escritos: son ilegales en nuestro país desde 2008. Aunque sólo en el País Vasco se haya cumplido la normativa y se hayan cerrado.

Desde aquí quiero mandar un abrazo enorme a Esther, Miguel Ángel, Norah y sobre todo a Ares y a sus grandes ojos que no deben entender nada, como tampoco lo entienden los míos, por tener que marcharse del lugar en el que desearían haberse quedado.

Su padre lo explica en pocas palabras:

«Creemos en la inclusión, pero la inclusión no cree en nosotros»

La escuela ordinaria expulsa a los alumnos con discapacidad

Imagen de Esther Marquina y Miguel Ángel Román («En el margen»)

Miradas hacia la diversidad

 

It still works

 

La mirada ajena

Unos meses atrás Araceli Arellano Torres (administradora de ese maravilloso blog que es Si no me conoces, ¿por qué me sonríes?) compartía en su página de Facebook esta imagen de una valla publicitaria. Formaba parte de una campaña por la concienciación de la discapacidad llevada a cabo en el Reino Unido: en esa imagen se representa un tenedor al que le falta una de sus púas, junto al lema “Aún así, funciona” (It still works)

Araceli acompañaba la imagen además con un texto suyo maravilloso que representa toda un declaración de principios:

Una persona con discapacidad no es menos persona.

Una persona con discapacidad no tiene menos derechos.

No tiene menos dignidad.

No merece menos.

No vive «menos vida».

No tiene menos objetivos.

Una persona con discapacidad no es un ciudadano de segunda.

Una persona con discapacidad no es alguien de «otra especie»

Igual que un tenedor de 3 puntas no es tan diferente de uno de 4…

Entre las muchas reflexiones a las que dio lugar esta imagen, me llamó la atención el comentario que escribió Irene Tuset (mamá de Andrés y creadora del blog 321down. Matemáticas para todos, cuyo objetivo es llevar a la práctica esa idea de que «Si un niño no aprende de la manera en que le enseñamos, quizás deberíamos enseñarle de la manera en la que aprende»).

Irene Tuset

Vale, bien, este comentario hace referencia a alguien ajeno al mundo de la diversidad, es un ejemplo de la mirada de los otros, de la mirada ajena, pero, ¿qué ocurre dentro de nuestro círculo familiar y social?

 

La mirada cercana

Porque, desgraciadamente, no son sólo los ajenos a nuestro círculo quienes tienen la misma percepción que esa señora y comparten esa misma mirada.

El curso pasado viví una situación muy, muy dolorosa con Antón. Lo compartí con una de las personas más importantes de mi vida pero me dolía tanto que era incapaz de hablarlo sin echarme a llorar así que, después de varios intentos, le dije: te lo cuento por wasap y colgué.

Hay veces en que la comunicación por escrito resulta mucho más fácil para mí y puede que quizás sea por eso por lo que utilizo tanto wasap o facebook como vía para compartir y desahogar ciertas cuestiones: las palabras por escrito no salen a borbotones y casi que vomitadas como ocurre tantas veces con las habladas. El tiempo que requiere teclear, nos permite también ganar tiempo para reflexionar con algo más de calma, sobre todo para alguien como yo a quien las palabras le bullen en la cabeza. Otra de las ventajas es que se puede teclear y llorar a la vez… Las lágrimas, por muchas que sean, no interrumpen la conversación, ni violentan al interlocutor.

Expongo todo esto porque quiero analizar algunas de las respuestas que recibí de esa persona que me quiere sin ningún género de dudas pero que, además, adora a Antón y daría la vida por él.

El no va a saber enfrentarse a un problema si tú le dices que no hay problema

Porque es diferente, mientras no aceptes esto no le vas a poder ayudar

Yo sí pienso que tiene un problema o unas carencias y eso no es debatirlo, es así y así hay que aceptarlo

Sabes a lo que me refiero y hasta que no aceptes la realidad tal y como es, no vas a poder ayudarle

 

la mirada cercana

 

Significado real de estas palabras

Traducción: “Tienes que convencerte (y convencerle a él) de que su discapacidad no le da derecho a lo mismo que al resto de niños: compañía, amistad, diversión, cariño, respeto…”.

Esto me llevó a la siguiente reflexión: si una de las personas que más quiere a Antón en este mundo (porque eso no lo dudo ni por un segundo) considera que mi hijo tiene un problema; Si, además, esa persona es alguien con quien tengo la suficiente confianza como para haber intentado educar (= reformular su concepción de la discapacidad), por las buenas (con argumentos y conversaciones cansinas de repetitivas) y hasta con palabras más duras y contundentes y, sin embargo y por lo que se ve, no ha valido de nada… ¿qué no pensará y sentirá el resto del mundo?

Y estoy convencida de que mis argumentos no han valido, no porque fueran débiles o poco convincentes (creo que llevo demasiados años elaborándolos para que haber dejado algún flanco débil), sino porque el mensaje que esa persona ha recibido durante sus más de 40 años de vida, de forma tan machacona e insistente, ha calado en ella de tal manera que lo hace impermeable a mis palabras, a mis argumentos e incluso al amor infinito que sé que siente por Antón.

Esto me hace pensar que, probablemente, la mayoría del resto de personas que, después de escuchar mis argumentos me dan la razón o simplemente no replican, piensen exactamente de la misma forma, sólo que quizás no tengan la confianza suficiente para llevarme la contraria y decirme que estoy equivocada y que no quiero reconocer / aceptar / asumir (aquí caben muchos verbos) el problema de mi hijo.

Esta batalla por hacer ver al mundo la humanidad de nuestros niños, no va a ser fácil. Está tan en pañales como lo estaba la lucha por las libertades civiles de las personas negras en Estados Unidos en el siglo XIX, como lo estaba la lucha contra la homofobia en la década de los 40, o como pueda estarlo en la actualidad la lucha por la igualdad de género en la mayor parte de países del mundo: muy, muy, muy en pañales, en el principio de los tiempos, aunque sintamos que llevamos mucho camino recorrido y que estamos llegando al final. Siento decir que yo pienso que no es así. También estoy convencida de que esa victoria la ganarán otras madres y padres del futuro pero nosotros seguimos en pleno campo de batalla.

Sí, se ha recorrido mucho camino respecto a la visibilidad (que es de lo que nos aprovechamos los que estamos aquí y ahora), pero no nos engañemos: sólo respecto a esto. Nuestros hijos ya no viven escondidos, han salido al exterior y son visibles. Sin embargo, una cosa es la visibilidad y otra la aceptación, la integración y el respeto. Y hasta la humanidad: sí, especialmente, LA HUMANIDAD.

No es verdad que nosotras no aceptemos la realidad de nuestros niños. Lo que sí es cierto es que cada vez que nos rebelamos contra la falta de respeto a sus derechos, tenemos que escuchar esta frase, LA FRASE: es que no aceptas a tu hijo.

Se nos repite tanto, tantas veces y con tanta insistencia, que a veces llegamos a dudarlo, muchas, incluso, llegan a convencerse. Pero la realidad es otra: son los otros quienes no aceptan a nuestros hijos.

No aceptan que tengan derecho a una educación inclusiva, a una vida social normalizada, a una incorporación al mercado laboral y a una vida digna. Así que, no os dejéis convencer, y cada vez que alguien os suelte LA frase, pensad que no sois vosotros, sino esa persona, quien no acepta que vuestro hijo sea un ser completamente humano y que como tal tiene derechos.

Artículos relacionados:

Por favor, no aplaudas a tu hijo por jugar con el mío (por Ellen Stumbo)

Artículo publicado en el blog de Ellen Stumbo: “Please don’t praise your kid for playing with mine”

Sucede a menudo que, cuando un niño juega con otro con discapacidad, los padres se sienten orgullosos y tienen la necesidad de alabar esa amistad. Es entonces cuando podemos escuchar expresiones del tipo: “Cariño, eres tan maravilloso!”, “Eres la persona más buena que conozco”, “¡Qué linda eres!”, “Tienes un corazón de oro”, “Estoy tan orgulloso de ti”.

©Paula Verde Francisco ("Mi mirada te hace grande")

©Paula Verde Francisco («Mi mirada te hace grande»)

Y sí, es cierto, no todos los niños se toman la molestia de frenar su ritmo de juego para incluir en él a niños como los míos (tengo una hija con Síndrome de Down y otra con parálisis cerebral). Soy consciente de ello, así que cuando tu hijo juega con alguno de los míos me siento muy feliz. Siento una enorme gratitud hacia tu hijo o hija. Y por supuesto que quiero potenciar esa amistad, al igual que creo que también tú lo deseas.

Pero, ¿quieres que sea sincera contigo? Lo último que quisiera es hacerte sentir mal por ello, pero me gustaría que pudieras entender lo que algunos de esos cumplidos significan para mí, como madre de un niño con discapacidad. Cuando le dices a tu hijo lo estupendo que es por jugar con el mío, en ese mismo instante, tu hijo pasa de ver simplemente a un amigo, a percibir a niños como el mío como diferentes, como alguien definido por su discapacidad, como alguien que, de alguna manera, es imperfecto, y con quien sólo una persona excepcional jugaría o querría ser su amigo. Ya sé que no es eso lo que estás tratando de decirle, lo sé, pero, desgraciadamente, eso es lo que significa para él.

Animas a tus hijos a que sean amigos de cualquiera y a abrazar la diferencia, y yo te lo agradezco enormemente. Por desgracia, con ese tipo de alabanzas sobre lo excepcionales que son por jugar con mi hijo, les estás transmitiendo dos tipos de ideas:

1. Estás basando el peso de esa amistad en tu hijo y lo maravilloso que es. El amigo con discapacidad pasa a ser el objeto pasivo sobre el que se proyecta esa grandeza.

2. Estás transmitiendo una visión que separa y convierte a quienes tienen una discapacidad en “menos que” aquellos sin discapacidad: “ellos son discapacitados, ellos son diferentes, pobres de ellos, nosotros debemos ayudarles”.

De repente, me hace sentir que el hecho de que tu hijo juegue con el mío, tiene más que ver con la pena que con la amistad.

¿Le dirías esas cosas a tu hijo por jugar con un niño “ordinario”? Seguramente no.

Nuestras palabras son muy poderosas. Modelan a nuestros niños, sus actitudes, sus percepciones.

 

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

A todos nos gusta demostrarles a nuestros hijos lo orgullosos que estamos de ellos. Todos queremos animarles cuando observamos conductas positivas y reforzarlas. Pero el hecho de jugar con un niño con discapacidad no debería ser contemplado como algo heroico o excepcional. Sentíos orgullosos de que sean capaces de ver al amigo antes que a la discapacidad y ayudadles a mantener eso, por favor. Podéis hacerlo sin recurrir al halago y en su lugar hacer preguntas acerca de esa amistad, preguntas que suenen más como: “Te he visto jugando con Nicole, ¿a qué estabais jugando?”, “Eh, he visto a Carlos reírse contigo, ¿le estabas contando tus nuevos chistes de toc-toc?”, “¿Qué es lo que más te gusta de jugar con Micah?”.

¿Si está bien sacar a relucir las diferencias? Si resulta necesario, ¡por supuesto! Puede que incluso tu hija te pregunte, por ejemplo, por qué resulta difícil entender a la mía, que tiene Síndrome de Down, cuando habla. Créeme, si tus hijos se plantean preguntas, las harán seguro. Pero resulta muy diferente que un padre diga “Eres maravilloso por jugar con Nina porque tiene parálisis cerebral”, a cuando dice: “Cariño, ¿le has preguntado a Nina si quería jugar otra vez al pilla-pilla? Me ha parecido que estaba algo cansada y que le costaba seguirte”.

Enseñémosles a nuestros hijos que jugar con otros niños, incluso con aquellos que tienen alguna discapacidad, tiene que ver con la amistad. Con la amistad verdadera. Si quieres alabar a tu hijo por ser un buen amigo, hazlo entonces por las mismas razones que lo harías cuando interactúa de forma positiva con cualquier otro amigo, independientemente de sus capacidades.

Eres la persona más buena que conozco, ¡le has dado a Charlie tu última chuche!

Eres tan maravillosa, cariño, me encanta esa canción que le estabas cantando a Tina, le has hecho sonreír a ella y a mí todavía más. ¿Puedes cantármela otra vez?

“Qué lindo eres. Me encanta que seas tan bueno con todos tus amigos.

Tienes un corazón de oro. Yo me habría enfadado si mi amigo se riera de mí, pero tú te lo has tomado a broma y has seguido jugando.

Éstos son los valores que debemos fomentar en nuestros niños.

 

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

Y sigue el ejemplo de tu hijo, haz nuevos amigos, tal vez incluso alguno con una discapacidad. No, no serás por ello una persona excepcional, simplemente serás un poco más afortunado por contar con un nuevo amigo.

Autora: Ellen Stumbo (@EllenStumbo)

Imágenes: Paula Verde Francisco (@PAVEFRA)

Traducción: Carmen Saavedra (@CappacesCom)

Las locas de aquí y ahora

Veo Sufragistas.

La película se inicia con los argumentos de algunos políticos contrarios al voto femenino durante el debate parlamentario celebrado en 1912 y que decidía sobre esta cuestión:

«Las mujeres no tienen el temperamento calmado, ni el equilibrio mental necesario para emitir un juicio sobre asuntos políticos. Si permitimos que las mujeres voten, se perderá la estructura social. Las mujeres están bien representadas por sus padres, hermanos y maridos. Una vez se les concediera el voto, sería imposible detenerlas. A continuación, las mujeres exigirían el derecho de convertirse en parlamentarias, en ministras, en jueces…».

Escuchamos estas palabras y nos provocan una mezcla de incredulidad e indignación. Desde nuestro aquí y ahora (porque en el mundo son millones las mujeres todavía carentes de cualquier derecho), nos resulta inconcebible que aquellas sufragistas fueran percibidas y tratadas como unas locas radicales. Convirtieron la lucha por el derecho al voto en símbolo de sus reivindicaciones, que iban mucho más allá: una lucha por la equiparación de los derechos y la dignidad de las mujeres a la de los hombres. Trabajadoras con jornadas laborales más prolongadas que las de sus compañeros varones que recibían un salario infinitamente inferior. Madres sin ningún tipo derecho sobre sus hijos. Mujeres sin derecho a la propiedad. Ciudadanas de tercera…

Echamos la vista atrás y sabemos, aquí y ahora, que esa minoría tenía razón.

Nuestra mirada actual convierte en brutos irracionales, y hasta ridículos, a esa mayoría de hombres y mujeres que las vilipendiaba, insultaba y encarcelaba.

Y estoy convencida de que muchas de las situaciones que vivimos hoy en día, en el futuro serán juzgadas y vistas con los mismos ojos de incomprensión y reproche.

 

Sufragistas (1910)

Cuando, aquí y ahora, las madres de niños con diversidad funcional denunciamos que los derechos de nuestros hijos son ignorados y que a menudo no reciben la consideración, no ya de ciudadanos de pleno derecho, sino ni siquiera de seres humanos, también se nos tacha de exageradas, hipersensibles, paranoicas, suspicaces, radicales…

Nosotras somos las locas de aquí y ahora.

Confío en que no tarde en llegar el día en que el trato que reciben las personas con discapacidad en nuestra sociedad, sea visto igual de irracional, inhumano e injusto que como cuando proyectamos nuestra mirada sobre determinadas situaciones del pasado: mujeres a quienes se impedía votar, seres de piel oscura convertidos en propiedad de otros de piel clara, obreros ejecutados por combatir jornadas laborales de 16 horas, personas encarceladas por dirigir sus afectos a los de su mismo sexo…

Estoy convencida de que quienes en el futuro se topen en las hemerotecas con noticias sobre las huelgas contra niños con discapacidad que se han realizado en los últimos tiempos, promovidas por los padres de sus propios compañeros con el fin de expulsarles del centro, se les encogerá el corazón. Del mismo modo que nos sucede a nosotros cuando contemplamos las fotos de todas esas madres que hace unas décadas gritaban encolerizadas a la puerta de un colegio contra una niña negra de seis años, porque se oponían a que compartiera pupitre con sus blancos niños.

Tengo confianza en que algunos de los argumentos que hoy escuchamos respecto a la escolarización del alumnado con diversidad funcional en centros ordinarios, algún día resonarán en los oídos de los ciudadanos del futuro con la misma incredulidad e indignación que el párrafo contra el sufragio femenino que abría este post.

«Determinados niños no sólo impiden la integración, sino que además perjudican al resto impidiendo un ritmo de clase y aprendimiento. Determinados casos debieran ser tratados y enseñados en centros especiales.»

«Creo que las políticas de integración tienen que tener en cuenta casos especiales, como parecer ser éste, en el que la integración de un niño supone la desestabilización del resto del alumnado, con lo cual, no sólo no se está consiguiendo integrar al niño, sino más bien todo lo contrario, sino que además se perjudica gravemente al resto.»

«En el colegio de mi hija hay varios y uno de ellos le tocó en la clase y mi hija desesperada porque no la deja en paz, ni a ella ni a sus compañeros. Paraba la clase dos minutos y asustaba a los niños! ¿Por qué se tienen que fastidiar 24 por 1? Y más cuando iba a estar mejor atendido en un centro especial que para eso están.»

«Son niños con necesidades especiales que necesitan cuidados y atenciones especiales y no están preparados para dárselas. En el colegio de mi hijo hay una niña con síndrome, que le roba la merienda y le pega, y como tiene síndrome no se le puede decir nada, no se pueden tratar como un alumno más, ni se comportan como los demás niños porque son especiales. No es ni mejor ni peor, sólo diferente y es muy triste… pero hay centros donde se les da los cuidados y atenciones que necesitan.»

«Si separamos a estos chicos especiales sufren menos ellos, ya que sus compañeros son iguales que ellos, por tanto no los discriminan ni se burlan de ellos. Por otra parte los niños normales avanzan más, que no hay alguien especialista en estos niños en cada colegio está claro, entonces ¿qué quieren? ¿que los niños con menos capacidad marquen el ritmo de las clases?»

«Todo depende del GRADO de discapacidad que tenga! En mi colegio había una niña con Síndrome de Down que se desnudaba en el patio, y le pegaba a los otros niños, pero bien fuerte, que a una niña la dejó en el suelo sangrando por la nariz. Veía a una persona y le pegaba, reaccionaba así. Porque no entendía, ni ella aprendía, ni le dejaba aprender a los demás! Para algo están los colegios especiales no?»

«Yo la verdad comprendo el caso porque en clase de mi hija pasa lo mismo (hay un niño que grita, se tira gases, rompe las cosas, es agresivo con los compañeros…) Y los niños no son capaces de mantener la concentración en clase. La solución es poner un profesor de apoyo para ese niño. Yo entiendo que es difícil mandar a tu hijo a un colegio especial pero también entiendo que otros niños no tienen que salir perjudicados, lo que pasa es que los colegios cogen las subvenciones pero no las invierten. El tema es muy complicado pero la verdad cada uno se pone en su situación y cada uno tira por lo suyo.»

«Si con una ayudante para él sólo no lo controlan, malo. Los demás niños tienen que aprobar unas asignaturas para defenderse en la vida, mientras a ese niño nadie le pide estudios.»

«Demagogia barata los que queréis que ese niño esté en clase normal, debería estar en un centro especializado ya que interrumpe constantemente, y así no se puede aprender y concentrarse en nada… para los demás no hay derechos? Y para el profe tampoco? Ojo, que no le mando a la cámara de gas, sólo a un colegio distinto adecuado para él y donde aprenderá más, creo yo…»

«Sí señor, que suelten a los locos y a los presos… son seres humanos, aaahhhh y los terroristas también»

«Yo pienso que si tiene necesidades especiales debería ir a un centro para niños como él, estar en un colegio con niños que no tienen sus problemas es retrasarlo a él y retrasar a los compañeros.»

«En otras comunidades a este tipo de alumnos se les aparta del centro y se les designa un profesor-tutor para que les dé clases particulares. No queda otra. El derecho a la educación de una clase está por encima del derecho a la educación de un alumno.»

«Ni discriminación, ni ocho cuartos, si la niña necesita atención especial, que se la den, pero que no interrumpa el normal desarrollo de los otros niños. Parece mentira leer según qué cosas…»

«Siempre hay que intentar integrar a los niños con problemas en los colegios “normales”. Pero si no se puede, no se puede. Lo que no puede ser es que haya un niño que no deje atender ni estudiar a los demás. Y no es discriminación, es mejor para el niño recibir una educación especial, en base a sus discapacidades.»

«Por una alumna tienen paralizado la educación de veinte. Por lo visto el encarrilar a una sola persona les importa más que la educación de veinte. La historia de siempre. Pagar impuestos para esto. Después nos quejamos porque estamos a la cola en el ranking de educación europea.»

«No todos los niños pueden estar en el mismo aula porque algunos necesitan más atención que otros para su propio bienestar y ya te digo yo que ni los padres ni la gente de la zona nos considera nazi.»

 

Se puede comprobar la veracidad y literalidad de todos estos comentarios en los siguientes enlaces:

La Voz de Galicia

Diario Sur

Y existen miles de ejemplos más. No hay más que ir al apartado de comentarios de todas las noticias relacionadas con este tipo de temas y situaciones. Cuánto dice de nuestra sociedad el que se admita manifestar de forma pública este tipo de reflexiones.

¿Podríamos imaginar algo parecido respecto a, por ejemplo, los malos tratos? Estoy segura de que si leyéramos comentarios en medios públicos que los justificaran (como los arriba transcritos justifican la exclusión del alumnado con discapacidad), la mayoría de usuarios de esa red o medio se les echarían encima. Puede, incluso, que sus autores llegaran a ser perseguidos judicialmente.

¿Por qué no vemos igual de inconcebible que se sancione y defienda públicamente la segregación de los alumnos con diversidad funcional?

Los comentarios arriba incluidos defendiendo la actitud de los padres huelguistas, demuestran claramente que la lucha por la integración escolar del alumnado con diversidad funcional está igual de en pañales que la de las sufragistas en 1912.

Science Museum Photo Studio

Science Museum Photo

Las sufragistas del siglo pasado convirtieron la lucha por el derecho al voto en símbolo de sus reivindicaciones. De la misma forma que las madres diversas hemos convertido la lucha por la integración escolar en símbolo de demandas que van mucho más allá: reclamar la humanidad de nuestros hijos, el cumplimiento de sus derechos que a veces no existen ni siquiera sobre el papel, la eliminación de barreras físicas y mentales que impiden la normalización de sus vidas, derecho a una vida independiente y autónoma, inserción laboral…

 

No olvidemos que la esclavitud, el holocausto y la segregación fueron legales. Nunca debería utilizarse al Estado como parámetro para la ética

No olvidemos que la esclavitud, el holocausto y la segregación fueron legales. Nunca debería utilizarse al Estado como parámetro para la ética

Nota: Antes de que alguien se me eche encima en los comentarios (como me suele suceder siempre con este tema), quiero aclarar que incido en la palabra “madres”, porque madres son el 90% de quienes me encuentro en las salas de espera de consultas médicas y terapias, en la lucha por los derechos de nuestros hijos (tanto en las barricadas virtuales, como en manifestaciones a las puertas de las administraciones), en reuniones de profesores, en asociaciones, en actividades extraescolares… Con ello no estoy negando que los padres diversos no se impliquen también pero tenía que elegir, y aunque yo soy partidaria de los genéricos como podría ser el término “padres”, en este caso, me parecía de justicia utilizar la palabra MADRES.

Amor y humor como armas

Una de las actividades extraescolares a las que acude Antón le apasiona sobre todas las cosas. Lleva realizándola super feliz desde los cuatro años. Hasta el curso pasado… Se reorganizaron los grupos y tuvo la mala suerte de coincidir con otras dos niñas que le amargaron parte del curso con maldades y crueldades. Y aunque los profesores lo detectaron a tiempo e intentaron atajarlo, esas niñas son mayores, más listas y siempre se las han apañado para encontrar resquicios y momentos en que poder martirizarle. Porque es muy fácil hacerlo: basta un gesto, una frase, una palabra… La crueldad no requiere de muchos medios.

Le amargaron el curso. Y no culpo a los monitores, en absoluto, porque ellos son también víctimas de este tipo de situaciones y porque los valores no se adquieren en las extraescolares: los niños tienen que venir educados de casa. El problema viene de padres que no atajan estas situaciones cuando se ponen en su conocimiento, les restan importancia y alegan el dichoso “son cosas de niños” (al que, en el caso de las familias diversas, también se suele añadir un “madre-hipersensible”). Atacar en lugar de agradecer, porque se sienten cuestionados. Algo que resulta una soberana tontería porque la educación de un niño no es cosa de dos días y es evidente que va a hacer cosas erróneas y equivocadas en el proceso. Agredir en lugar de corregir, con lo que el problema no sólo no se resuelve, sino que da más munición a la conducta acosadora de ese niño. La generación de mis padres agradecía que el vecino les informara de la gamberrada de turno en que nos habían pillado. Ahora nadie se atrevería…

No debemos restar importancia a este tipo de situaciones. No son cosas de niños, es acoso. Así, con todas las letras: A-C-O-S-O.

A menudo tengo la impresión de que sólo se considera bullying que un niño se ahorque en su habitación o una niña se arroje por un acantilado. Esa es la consecuencia, la culminación de todos los maricón, gorda, tortillera, subnormal, down, no sabes hablar ni hacer nada… Cada una de esas palabras, de esos insultos, de esos ataques, va creando una montaña y si no se destruye la base, no parará de crecer. Así que no, no son “cosas de niños”. Pero lo que sí es “cosa de padres” es evitarlas.

Como en nuestra historia hablar con esas niñas no sirvió para modificar su actitud y dado que Antón tiene muchas menos armas y menos recursos que ellas, intenté atajar la situación a base de miradas asesinas cada vez que me las cruzaba. Con una de ellas parece que dio resultado porque redujo sus ataques. Con la otra, ni por esas…

Antes de comenzar este nuevo curso, Antón no paraba de desear que «ojalá no se apunten este año«. Pero sí, ahí estaban en la presentación. Las dos. Otra vez. Y ya ese primer día de clase la susodicha, la que no se amilana ni ante miradas de madre-leona, le soltó en cuanto pudo: “¿Eres gay?, ¿tienes novio?” (es un insulto recurrente en ellas, además del no-sabes-hablar, tienes-mal-la-cabeza, que-mal-andas, fus-fus-largo-de-aquí…).

– ¿Y tú que le contestaste?

– Nada…

– Pues la próxima vez le tienes que contestar

– Sí, y le voy a decir: “¡Y tú lesbiana!”

– No, Antón, no le puedes contestar eso porque ser lesbiana no es algo malo, no lo puedes usar como un insulto como hace ella. Ser gay o lesbiana es una forma diferente de ser y de querer a otra persona y no es ni bueno ni malo. ¿Lo entiendes?

– Sí

– La próxima vez le contestas: “Sí, yo soy guei y tú gueina

Se quedó desconcertado al principio pero, en cuanto pudo procesarlo, empezó a reír y así acabamos la conversación: ¡Descojonaos! 😊

No sé si esta charla le servirá o no para lograr replicar a esa niña la próxima vez que le incordie, entre otras cosas porque necesita de un tiempo de procesamiento y reacción mayor al que este tipo de situaciones requiere, debido a la forma en que la naturaleza (y ese azar que es la combinación genética) ha diseñado su cerebro. Pero espero que, al menos, le sirva para encarar algunas cosas con humor y ese es uno de los mejores consejos que he recibido nunca. Me lo dio al principio de este camino Pilar, nuestra terapeuta de Atención Temprana. Me dijo, y no lo olvidaré nunca, que tenía que enseñarle a Antón a reírse de muchos de los tropiezos y encontronazos que le saldrán al paso, y hasta de si mismo, porque esa es la única forma sana de afrontar el dolor de tantas situaciones que va a vivir.

Y en esas estamos: combatiendo con amor, con humor… y alguna que otra mirada asesina.

Amor y humor

Educar en el presente para un futuro que no conocemos

Escuchaba en la sección Diálogos (de ese magnífico reducto de libertad que todavía queda en la radio y que es el programa A Vivir) datos de cómo se distribuía en nuestro país el índice de fracaso escolar en función del extracto social del alumnado. Resulta que entre la clase más privilegiada de nuestra sociedad, que representa el 20%, el índice de fracaso escolar es del 2%. Mientras que entre la clase más desfavorecida, que supone el 30% de la sociedad, el fracaso escolar se eleva al 40%.

Clase favorecida (20% de la sociedad) = 2% de fracaso escolar

Clase empobrecida (30% de la sociedad) = 40% de fracaso escolar

Estos datos tan tremendos suponen la evidencia de que el nivel académico de un alumno depende, básicamente, del extracto socioeconómico de la familia en la que nace más que del trabajo en el aula. Y mientras este círculo no se rompa, a través de una escuela que dé a todos las mismas oportunidades, jamás alcanzaremos una sociedad justa, equitativa y segura para todos.

Y dado que esta distribución del fracaso escolar se ha venido reproduciendo así desde siempre, ya no creo que se trate tan sólo de invertir más en Educación, sino de hacerlo mejor. Se trata de que la Escuela Pública sea realmente un lugar que ayude a limar las injusticias sociales y no a incrementarlas, tal y como parece que sea el caso.

Si un niño pasa cinco horas diarias en clase, ¿cómo puede ser que lo que realmente pese en su rendimiento académico sea el extracto social y económico del que procede? ¿Cómo podemos seguir consintiendo esto?

Y si la Escuela Pública no es capaz de responder a las necesidades de este tipo de alumnado (que tiene comprometida su capacidad adquisitiva pero no su funcionalidad), ¿cómo pretendemos que pueda hacerlo con el alumnado con diversidad funcional?

Ahora que se acerca el final de curso, muchos institutos de nuestro país colocarán carteles en sus puertas de entrada donde se enorgullezcan de su 100% de aprobados en selectividad. Para mí, el verdadero éxito consistiría en que todos los niños que han iniciado allí sus estudios lograran completarlos.

Educar en el presente para un futuro que no conocemos

©Paula Verde Francisco (Mi mirada te hace grande)

Estos días en que parece que muchas cosas van a empezar a cambiar (al menos en algunos lugares), quiero ilusionarme pensando que una de ellas va a ser la Educación y que la Escuela, tal y como desgraciadamente la conocen nuestros niños, se convertirá en algo del pasado. La vida dentro del aula no sólo nos prepara para nuestro futuro como adultos, sino que condiciona nuestra felicidad, presente y futura.

Días antes de las elecciones del 24 de mayo, escuché una entrevista con Manuela Carmena donde expresaba su preocupación por la Educación y por la forma en que todavía enseñamos a los niños. Haciendo referencia a Howard Gardner (autor de la “Teoría de las inteligencias múltiples”), reprodujo una frase que me ronda en la cabeza desde entonces: “No tiene sentido hacer una escuela para un futuro que no conocemos”.

Cierto, educamos a nuestros niños pensando en una sociedad que ya no existe.  Educamos en el presente para un futuro que no conocemos. Y aunque yo defienda que deberíamos centrarnos en educar en valores, creo que incluso aquellos padres preocupados fundamentalmente por el futuro laboral de sus hijos, deberían ser conscientes de que lo que estamos haciendo ahora tampoco les va a servir. Porque estamos preparando a los niños pensando en profesiones de ayer, cuando las de su futuro ni siquiera se han inventado.

Por otra parte, transmitimos a nuestros niños que el éxito y el educarse consiste en tener un boletín de notas brillante. Convencemos a nuestros niños de que el mayor éxito en su vida consiste en sacar un 10 en un examen, al tiempo que no son capaces de acercarse a la barra de un bar para pedir una pajita al camarero. Muchos (cada vez más) llegan a la adolescencia sin tener la mínima seguridad y confianza en sí mismos para muchas tareas básicas que llevamos haciendo por ellos desde que nacen, porque nunca nos parece llegado el momento de hacerles asumir esas responsabilidades.

Educar en el presente para un futuro que no conocemos

©Paula Verde Francisco (Mi mirada te hace grande)

Una práctica tan habitual en nuestra generación, como era buscarse la vida por uno mismo para encontrar un piso/habitación de alquiler en la ciudad a la que nos trasladábamos a estudiar, hoy en día es asumida por los padres. Son muchos los profesores universitarios que refieren cómo son cada vez más los padres que acuden a la corrección de los exámenes de sus alumnos. Así que, el siguiente paso consiste en acompañar a esos hijos a las entrevistas de trabajo (algo que, aunque insólito, resulta también cada vez más frecuente) e incluso, tal y como me explicaba una amiga que trabaja en el campo de los recursos humanos, se da el caso de padres que llaman interesándose por saber cómo han ido esas entrevistas. Se han acostumbrado de tal manera a facilitar las cosas a sus hijos, a allanarles el camino para que ellos se centraran tan sólo en ese boletín de notas, que no son conscientes de que los han convertido en seres dependientes y sin iniciativa. Hasta tal punto, que ni se les pasa por la cabeza pensar que acompañar a su hijo a una entrevista de trabajo, es el camino más rápido y seguro para que quede excluido de ese proceso de selección.

Tan convencidos estamos de que los formamos para el futuro, para una vida laboral exitosa (=acomodada), que no nos damos cuenta de que muchas veces lo que estamos es formando seres inseguros e incapaces. Sin querer ser ésta una afirmación que pretenda convertir en generalización, lo que sí es cierto es que esta sobreprotección resulta cada vez menos excepcional.

Nos cansamos de escuchar que contamos con la generación de jóvenes mejor preparada de la historia pero, ¿es eso realmente así? Quizás deberíamos decir que es la generación con mayor formación teórica y mayor acumulación de títulos académicos, pero esto no los convierte en personas preparadas. Y no lo son por cómo está estructurado nuestro sistema educativo, que sigue consistiendo básicamente en una acumulación de datos, y que además convence a las familias de que éste es el camino para alcanzar éxito social y laboral. ¿A cuántos de nosotros nos ha servido de algo nuestro expediente académico? Seguro que muchos conocemos compañeros de facultad brillantes académicamente que han acabado desempeñando trabajos (y eso con suerte) que no estaban a la altura de sus matrículas de honor. Mientras que tantos otros, que llegaban al aprobado por los pelos y no siempre, han tenido una vida laboral exitosa, bien por sus habilidades sociales, por su capacidad de iniciativa, por su red de contactos o incluso por el factor suerte. ¿Por qué entonces seguimos empeñados en seguir reproduciendo este error con nuestros hijos?

Mi padre se crió en un entorno rural donde todas las manos eran pocas para subsistir y apenas fue a la escuela lo justo para aprender a leer y escribir. Con 14 años, y una mano delante y otra detrás, cogió un tren, se marchó a más de mil kilómetros de su casa y tardó casi una década en volver a ver a sus padres. Y como él, tantos cientos de miles de personas de su generación. ¿Estaban ellos peor preparados que las generaciones de hoy en día? ¿Sería capaz cualquiera de nuestros adolescentes de una aventura semejante?

Así que, por un lado tenemos a un alumnado con un extracto socioeconómico tal, que les permite centrarse casi exclusivamente en desarrollar un expediente académico brillante (=acumulación de datos) pero con escasa preparación práctica para la vida diaria, porque no se les ha dado la oportunidad de desarrollarla. Y por otro, un grupo que, por su extracción social desfavorecida, queda casi expulsado del sistema, ve cerradas las puertas a una formación mínima y con ello a la incorporación al mercado laboral.

Educar en el presente para un futuro que no conocemos

©Paula Verde Francisco (Mi mirada te hace grande)

Una prueba de lo poco que importa la Educación en nuestro país es que, por ejemplo, los ciudadanos de la Comunidad de Madrid hayan dejado escapar la oportunidad de estar gestionados por una de las personas que mayor preocupación y sensibilidad ha demostrado por la Educación. Independientemente de las siglas políticas bajo las que se haya presentado, es una realidad que, en su etapa como ministro de Educación, Ángel Gabilondo se dejó la piel para conseguir un pacto de estado en materia educativa y consensuar una reforma que impidiera que la legislación cambiara cada vez que llegaba al poder un nuevo partido. Lamentablemente, la oposición respondió pensando más en sus intereses particulares de partido que en la sociedad y el bien colectivo. Perdimos una oportunidad histórica y lo que vino después, ahí está: una reforma educativa abominable cuyo ministro responsable no sólo no se ha molestado en consensuar, sino que la ha llevado a cabo a pesar de tener en contra a toda la comunidad educativa.

La Escuela debería dejar de ser un lugar de adquisición de datos. Debería convertirse en un espacio que enseñe a los niños a gestionar la información, a tener criterio propio, a aprender a valerse por sí mismos, a educarles en la resolución de conflictos, a hacer frente a las dificultades que de seguro aparecerán en su camino, a respetar la diferencia, a integrar la diversidad, a ser solidario como vía completamente imprescindible para lograr una sociedad decente. Y de eso nos aprovecharíamos todos, independientemente de nuestras capacidades o de nuestro nivel adquisitivo.

Y quizás, si enseñamos a nuestros niños a pensar por sí mismos, no necesitarán de adultos tener que recurrir a que otros elaboren sus opiniones y sus ideas por ellos. Algo que, lamentablemente, sucede en una parte demasiado amplia de nuestra sociedad actual y cuyo resultado es muchas veces nuestra irresponsabilidad en las urnas a la hora de escoger a gestores y gobernantes.

Aspectos a replantear en el actual Sistema Educativo

Quisiera exponer someramente algunos aspectos que, desde mi perspectiva personal y mi experiencia particular, creo que deberían revisarse en el actual sistema educativo, tal y como ya se está haciendo en otros países cuyos avances educativos y sociales han sido siempre una referencia.

INMOVILISMO Y CERRAZÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO ORIGINADO POR:

Imposibilidad de saltarse pasos 

El actual sistema educativo está diseñado de tal manera que, para que un niño pueda pasar a la etapa B, tenga que tener afianzada previamente la fase A. Tampoco puede llegar a C sin haber adquirido B. Y así sucesivamente…

La realidad es que no hace falta saber leer y escribir con fluidez para que pueda comprender ciertas cuestiones referentes a la flora y fauna de Galicia, la geografía de Europa, entender la diferencia entre un sinónimo y un antónimo o saber que son los músculos los que hacen que nuestro brazo se mueva.

Sin embargo, al alumnado que no ha adquirido ciertas competencias básicas (normalmente en lectoescritura o cálculo) no se le hace partícipe de la misma rutina del conjunto de la clase: bien se le ha sacado fuera del aula para hacer un refuerzo, una clase de apoyo o, si está en el aula, realiza una actividad diferente a sus compañeros y con un material también distinto. Está físicamente en el aula pero no está en la clase.

La dictadura de los libros de texto

libro colgando

Los libros de texto cumplieron una importante función en su día pero en la actualidad constituyen un completo anacronismo. En su tiempo nos permitían disponer de información, sin embargo ahora mismo disponemos de toda la información en un pequeño dispositivo que podemos guardar en el bolsillo.

También la función del docente debería haber cambiado: antes disponía de un conocimiento que debía transmitir a sus alumnos pero, a día de hoy, su labor debería centrarse en dirigir a su alumnado a las fuentes de información correctas y enseñarles cómo gestionar, asimilar y discernir entre esa cantidad ingente de datos que tiene a su disposición.

Sin embargo, se sigue ejerciendo la docencia como si el mundo a nuestro alrededor permaneciera invariable. El resultado es un alumnado desmotivado y un fracaso escolar preocupante, ya que los niños de hoy necesitan más que nunca de una formación que les permita adaptarse y sobrevivir en esta nueva era de la información que les ha tocado vivir.

Y yo estoy convencida de que una parte importante del fracaso de la educación se debe a la implementación de los libros de texto. La rigidez de los temarios y las actividades cerradas que imponen, no permite incorporar los intereses, curiosidades y preocupaciones de los alumnos de esa clase ni los acontecimientos que pueden estar sucediendo en el momento y en el mundo en el que viven: la primavera árabe, el conflicto en Ucrania, la guerra civil en Siria, las polémicas prospecciones petrolíferas en Canarias, el brote de Ébola en África, los últimos descubrimientos en genética o el futuro esperanzador que abre el exoesqueleto robótico.

Niños en claseLa presión por seguir el discurso de los libros y completarlos antes de que finalice el curso (es decir, justificar el enorme desembolso económico a que obliga a las familias), impide que ningún acontecimiento/tema/materia extra tenga cabida en la clase. Esta semana nos iniciamos en las ecuaciones de segundo grado, así que imposible explicar el significado de ese “bosón de Higgs” del que habla todo el mundo estos días. ¿Que quién es la escritora que ha recibido este año el Nobel de Literatura? No hay tiempo para eso, ahora toca terminar la lección sobre lírica medieval que se acerca la semana asignada para los exámenes. Referéndum en Escocia que decide sobre su dependencia respecto al Reino Unido, movimientos independentistas en Cataluña: ¿que cuál es la diferencia entre independentismo y federalismo?, ya lo trataremos si nos queda tiempo a final del trimestre que ahora toca sumergirse en las revoluciones liberales del siglo XIX.

Los libros tratan además al conjunto de niños de la clase como un todo homogéneo: dan por hecho que todos los alumnos de esa clase disponen de ciertas capacidades, de los mismos intereses y del mismo ritmo de desarrollo. Falso. Los que no llegan, se quedan por el camino. Y los que exceden ese listón invisible, también.

Metodología: posibilidades infinitas del Trabajo por Proyectos 

Me resulta increíble que esta metodología (tratada ya en este blog en la siguiente entrada: Enfoque Constructivista) no se haya impuesto desde la administración o, al menos, alentado a través de medidas que impulsaran su implantación. Yo personalmente, me conformaría con que al menos un 10% de las escuelas públicas de nuestro país adoptaran este sistema que algunos queremos, para garantizar de esta forma esa libertad de elección respecto a la educación de nuestros hijos que, teóricamente, tenemos los padres. No logro entender que tan preocupada como parece ahora la administración y la sociedad en general por el tema de la educación y por el problema del abandono escolar, no se apliquen herramientas tan simples, y además tan económicas, como un simple cambio de metodología.

También es cierto que este tipo de pedagogía y el sistema educativo ideal que tiene como referencia al modelo finlandés, requiere también de otro tipo de mentalidad y de una sociedad muy distinta a la nuestra que, a su vez, sólo sería posible modificar desde un cambio en la educación que reciben los niños. Un círculo vicioso que no se sabe por dónde atajar.

No se trata tan sólo de una metodología que permitiría la integración real de los niños con diversidad funcional, sino que resultaría útil, motivadora y eficaz para cualquier alumnado. Y tampoco es una cuestión de trabajar con mayor o menor esfuerzo, sino de trabajar con mayor motivación y de forma más amena. No consigo entender el motivo por el cual en nuestra sociedad todo lo que implique un mínimo de diversión sea sospechoso de inútil, incompetente y demás adjetivos negativos que se nos ocurran. Vamos a ver: a todos los niños les encanta aprender, lo que no les gusta es el modo en que les enseñamos.

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

Sería urgente que al menos algunos centros educativos adoptaran y generalizaran esta metodología. En la actualidad, el destierro de los libros de textos y la adopción del Trabajo por Proyectos se produce en algunas aulas por la iniciativa individual de unos pocos maestros valientes. Es menos que nada pero no resulta efectivo porque esa metodología no tiene continuidad en cursos posteriores, puede levantar suspicacias entre padres de otras aulas que quieran lo mismo para sus hijos e incluso dar lugar a rencillas y enfrentamientos entre los propios docentes de ese centro.

A fecha de hoy, los centros de la red pública (y la mayoría de los de la privada) no se diferencian más allá de las características físicas de sus instalaciones, el horario y los servicios que ofrecen (madrugadores, comedor, extraescolares). Recuerdo que en una reunión mantenida hace algún tiempo con la concejala de Educación de nuestro ayuntamiento, nos explicaba que su objetivo era equiparar los servicios que ofrecían las tres escuelas públicas del municipio para que así la elección de los padres pudiera centrarse en el “proyecto educativo” que ofrecía cada centro. Yo la miré atónita preguntándome de qué pino se habría caído…

Presión social por obtener resultados académicos inmediatos

Por si no fuera suficientemente difícil el paso de Educación Infantil a Primaria, nada más aterrizar en ésta los niños se ven sometidos a la enorme presión de conseguir un objetivo: aprender a leer y escribir en unos pocos meses. Una presión que nos alcanza y angustia a todos: maestros, padres y alumnos.

A los pobres niños de 1º se les somete al mismo estrés respecto a la lectoescritura que a los estudiantes de 2º de Bachillerato respecto a la Selectividad. Se acaba aplicando en el sistema educativo y casi desde el minuto cero el darwinismo más cruel: el que no llega en esos primeros meses queda fuera prácticamente ya para siempre. Es la ley de la selección natural aplicada en el sistema educativo de la forma más extrema.

Y yo me pregunto: ¿para qué tanta prisa? Tienen toda la vida para aprender. No hay absolutamente ningún estudio que demuestre que la precocidad en la lectoescritura o el cálculo esté relacionada con el éxito académico, social o laboral. Y esto va dirigido a aquellos que se planteen que estos tres pilares vayan a ser fundamentales en las vidas de sus hijos cuando en realidad deberíamos aspirar a otro tipo de valores pero ese ya sería otro tema. Así que, retomando este, el éxito académico no garantiza en absoluto que nuestros hijos se vayan a ganar la vida sin dificultades. Menos aún en una sociedad tan en constante cambio como la nuestra en el plano económico y productivo.

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

Hay cientos de nombres de grandes personalidades de las ciencias, las letras o la empresa a quienes se colgó la etiqueta de “fracasados” en el sistema educativo y que fueron expulsados de él. Ni Steve Jobs ni Bill Gates ni Mark Zuckerberg finalizaron sus estudios universitarios. Universidad que ni siquiera llegó a pisar Amancio Ortega, fundador y dueño de Inditex, obligado a abandonar sus estudios con apenas 12 años. Robert Darwin ya no sabía qué hacer con su hijo Charles, más interesado en recolectar insectos que en concentrarse en sus estudios de Medicina como venía dictando la tradición familiar. Einstein tuvo constantes problemas en el entorno académico por su reticencia a plegarse al autoritarismo de los profesores. Uno de ellos llegó a afirmar que aquel chico “nunca llegaría a nada”. La madre de Thomas Edison (un niño curioso, inquieto y activo que hoy día habría sido etiquetado y medicado) sacó a su hijo del sistema y lo educó en casa tras enterarse de que su maestro lo consideraba un “caso perdido”. Bernard Shaw definía a las escuelas como “prisiones donde se encierra a los niños para impedir que molesten a sus padres”. Abandonó el sistema con 16 años, lo que no le impidió recibir el Nobel de Literatura, un Oscar y ser fundador de la London School of Economics.

Yo no aspiro a que mis hijos sean Nóbeles, directivos del Ibex 35 o ministros. Pero para quien sí sea así, que sepa que ese boletín de notas sobre el que puedan estar girando sus vidas, no garantiza absolutamente nada.

Lula da Silva, presidente de Brasil durante ocho años, aprendió a leer y escribir a partir de los 10 años. No sólo se convirtió en uno de los hombres más influyentes del planeta sino que llevó a cabo logros increíbles y admirados en todo el mundo como rebajar la tasa de analfabetismo de su país del 18% al 9% (la mitad) o reducir la pobreza extrema del 12% al 5%, por no hablar de la drástica reducción de los niveles de violencia en el que era el país más peligroso del mundo. Sin movernos de Brasil, Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente y una de las candidatas a la presidencia del país en las últimas elecciones, se alfabetizó en la adolescencia.

Manos niñosAsí que, está claro que no pasa nada si un niño no domina la lectura a los 6 años. Entiendo que la presión fundamental proviene de la sociedad y de la esclavitud a la que nos somete esta búsqueda constante de logros, del éxito y que a estas edades consideramos que se refleja en las notas, en el expediente académico. Sé también que padres y docentes formamos parte de esa misma sociedad pero deberíamos ser los primeros en hacer esta reflexión y convencernos de lo importante que es llegar a un destino pero con seguridad y firmeza, sin prisas. Y, sobre todo, que lleguen TODOS.

Wonder (R. J. Palacio)

Título: La lección de August (castellano)

Wonder (catalá)

Wonder (inglés)

Autor: R. J. Palacio 

http://rjpalacio.com/author.html

http://rjpalacio.tumblr.com

 

When given the choice between being right or being kind, choose kind

(Si debes elegir entre tener razón y tener corazón, elige el corazón)

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Me gusta leer. Mucho. Creo que, después del amor que doy y el que recibo de la gente que quiero, es lo que más feliz me hace en este mundo. Cuando cae en mis manos un libro que me toca de verdad, la sensación es indescriptible. Por desgracia, no ocurre tan a menudo como me gustaría. No importa la cantidad y variedad de lecturas, ni el tiempo que se le dedique, ese libro especial sólo se aparece de tanto en tanto. Tampoco es fácil explicar por qué determinado libro te toca, ni siquiera depende de su calidad literaria, es una magia especial y única. ¿Por qué ese y no los veinte anteriores ni los doscientos siguientes?

Tampoco a todos nos tocan los mismos libros, ni de la misma forma, ni con la misma intensidad. Mi casa es un laboratorio de pruebas en este sentido: cada vez que he visto a Misanto enganchado a un libro, he esperado impaciente a que lo terminara para poder vivir lo mismo y, sin embargo, la mayoría de las veces no sólo me ha decepcionado, sino que incluso no he sido capaz de terminarlo siquiera. Lo mismo ha ocurrido con muchos de los libros con los que yo le he perseguido durante meses con insistencia para que los leyera, le han dejado completamente frío.

Es por eso también que, personalmente, considero una aberración esas listas de lecturas obligatorias en colegios e institutos. Es la mejor y más eficaz forma de frustrar futuros lectores. En serio, si no empezamos por dejar a los niños y niñas elegir y decidir sus propias lecturas (acordes a sus gustos, circunstancias, características y personalidad), no vamos a conseguir nunca iniciarles en el placer de la lectura. Nunca jamás. Imaginad listas obligatorias de películas, de series de televisión, o incluso de videojuegos. Seguramente, hasta en un ocio tan atractivo como éste, el matiz de la “obligatoriedad” les haría afrontarlo con mal pie y desgana. NO SE PUEDE OBLIGAR A LEER.

¿Qué otras alternativas existen para fomentar la lectura? Las hay, pero implican bastante tiempo, esfuerzo y paciencia por parte de los adultos, así que nos decidimos por la vía fácil y rápida pero que, repito, no sólo no es efectiva, sino que casi siempre consigue el efecto contrario: la obligatoriedad sólo consigue que los niños odien la lectura.

Pues eso, que he leído muchos libros en mi vida: unos me han gustado más y otros menos, muchos no he sido capaz siquiera de terminarlos y otros no consigo desenganchármelos de las manos. Sin embargo, libros que me toquen y me lleguen, esos que tienes presente durante mucho tiempo después de haberlos cerrado, que les das vueltas en la cabeza y los rumias durante semanas, que no olvidas jamás, pues de esos no ha habido tantos. Y Wonder es uno de ellos.

Creo que pocas veces me he sentido tan dentro de una historia. No hablo de sentirme “identificada” que es una sensación que sí he vivido muchas veces, sino de algo distinto. Esta sensación de la que hablo es diferente: se trata de sentirse dentro del libro, formando parte de esa historia. Y esa fue la causa del desasosiego y el malestar que sentí durante sus primeros capítulos. Pensé que no iba a ser capaz de acabar el libro. Ahora me alegro infinito de que mi prima Sandra insistiera tanto y durante tanto tiempo para que leyera Wonder.

2 personajes wonder

August es un niño con una rara enfermedad genética que le provoca una deformidad en el rostro. Y aunque él se siente (y es) un niño como todos, su apariencia hace su vida muy difícil.

Me resulta complejo escribir y reflexionar sobre este libro, sobre todas las sensaciones que me ha transmitido y los pensamientos que me ha generado, sin hacer un spoiler. Así que, diré para convenceros: no dejéis de leerlo, por favor.

Y solamente me permitiré hablar de un par de reflexiones que me ha generado, intentando no destripar la historia ni estropear su lectura:

Familia

Si algo se desprende de Wonder es el poder de la familia, de la capacidad que el amor por un hijo y por un hermano es capaz de otorgar: por muy difícil y hostil que sea el mundo exterior, si la familia constituye un reducto de amor indestructible, inquebrantable, dará armas a ese niño para que hacer frente al mundo sea algo menos doloroso e incluso realizable.

Porque este libro habla de muchas cosas: del miedo a la diferencia y al diferente, de exclusión, de marginación, de hacer daño de forma gratuita, de la influencia de los fuertes o poderosos sobre la masa… pero uno de los temas que para mí más sobresalen es el de la familia: el poder infinito que tiene el amor de nuestra familia para armarnos frente al mundo, por duro y hostil que éste sea.

Ojalá realmente sea así y que el cariño, el amor y la confianza que les damos a nuestros hijos e hijas cada día en nuestro círculo familiar, les dé la fuerza suficiente para salir al mundo y sobreponerse a él.

Y esa madre… Cada pensamiento que ha tenido, cada palabra que ha dicho, cada situación que ha vivido Isabel Pullman, las he sentido mías. Y cuánto desearía tener tan sólo una mínima parte de la fuerza de este personaje y, sobre todo, de su bondad. Porque eso es lo realmente difícil en circunstancias así: tener la suficiente bondad para no devolver al mundo lo que el cuerpo te pide que respondas: esa paleta infinita de sentimientos negativos relacionados con el odio y el rencor.

Responder sin odio ni rencor es necesario no ya sólo por una cuestión moral, sino fundamentalmente por una cuestión práctica: porque lo cierto es que el odio se acaba volviendo contra uno mismo. Y aunque de lo que dan ganas, en muchas de las situaciones que a diario enfrenta mi hijo, es de salir al mundo con la escopeta cargada, el problema de las armas es que se te pueden acabar disparando, sobre ti mismo o sobre la persona a la que intentas proteger.

Y en eso estamos: en aprender a responder a situaciones negativas y dolorosas sin odio. No sé si algún día lo conseguiré porque, cuando mi hijo cuenta situaciones injustas o crueles que ha padecido (o incluso las vivo con él), hay que respirar muy hondo (y muy hacia dentro para que él no se percate) y pensar muy bien cómo aconsejarle, para que valore las dos opciones que existen en estos casos: apartarse del camino de las personas que nos hacen daño o hacerles frente. Si la que se elige es la segunda opción, también hay que valorar muy bien las sugerencias que le demos sobre cómo hacerlo, sobre todo cuando se cuenta con menos armas y recursos que el oponente.

La tercera opción que existe, que es la de restarle importancia o que lo pase por alto, no podemos tenerla en cuenta de ninguna de las maneras. De ninguna forma pienso enseñarle a resignarse o a asumir como normales conductas despectivas, excluyentes e incluso crueles hacia él, porque eso significaría la destrucción de su autoestima y esa sí que va a ser su única herramienta para oponer al mundo.

3 banner choose kindAsí que, cualquiera se puede imaginar lo difícil que resulta conjugar todas estas variables: conseguir una respuesta firme y contundente, pero desprovista de rencor, es un equilibrio muy difícil de lograr. El personaje de la madre de August encarna esa actitud, ese equilibrio tan complicado de alcanzar cuando la vida de un hijo está tan llena de dolor. Y la personalidad de Auggie y su actitud ante la vida, son un reflejo del espíritu de su madre… de sus padres, porque también el personaje de Nate Pullman es grandioso.

Síndrome de In & Out

Otro de los temas sobre el que me gustaría reflexionar, es lo que yo llamo el Síndrome In & Out. Lo tomé del título de una película que vi hace varios años protagonizada por Kevin Kline.

El argumento era el siguiente: los vecinos de un pequeño pueblo de Indiana se congregan ante el televisor la noche de los Óscar, esperando que uno de los candidatos (que es originario de ese pueblo, Greenleaf) se haga con el premio al mejor actor por su interpretación de un soldado gay. Las escenas que se emiten de la película generan reacciones de empatía con el personaje e incluso se indignan ante la discriminación que su orientación sexual le genera. Sufren con él y se ponen en su piel. Sin embargo, cuando días después en el pueblo se levantan sospechas sobre la homosexualidad de uno de sus vecinos, las reacciones de esa misma colectividad no serán tan comprensivas ni empáticas como las que habían mostrado para con el soldado de la ficción.

La película está narrada en tono de comedia y es muy divertida pero si hay algo por lo que la sigo teniendo presente después de tantos años es, precisamente, porque describe a la perfección esa hipocresía-incoherencia tan común entre nosotros: somos comprensivos, inclusivos, solidarios y empáticos con personajes de la ficción pero, en la vida real, la mayoría se posiciona del otro lado: del excluyente e intolerante.

No deja de resultar paradójico. Es como si supiéramos de sobra cuál es la teoría moral, dónde está el bien, la bondad, lo correcto, lo ético… pero, por alguna extraña e incomprensible razón, no somos capaces de llevarlo a la práctica. Quizás esté relacionado con este otro síndrome que he conocido recientemente: el Síndrome de Solomon: “proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría” (Solomon Asch).

Como espectadores de una película, o lectores de un libro, nos ponemos en la piel del diferente y nos posicionamos contra quien le hiere, acosa, insulta o discrimina. Sin embargo, si esa misma situación se reproduce en nuestra realidad, solemos formar parte, sino del sector que discrimina, insulta o acosa, sí de la masa que, desde una posición neutral o impasible, no hace nada para evitarlo.

Me gustaría pensar que la lectura de Wonder va a producir muchos Jacks y Summers entre nuestros niños y va a arrinconar a los Julians que hay en nuestras escuelas. Pero, mucho me temo que, incluso alguno de los lectores que abomina de las actitudes de ciertos personajes del libro, acabará reproduciendo escenas parecidas en su realidad.

Y aunque, desgraciadamente, la mayoría de lectores de este libro se sitúen del lado del protagonista, la vida real está plagada de demasiados Julians y a casi todos nos suele faltar la suficiente personalidad, criterio propio y coraje necesarios para adoptar el papel de Jack.

– ¿Mamá? ¿voy a tener que estar siempre preocupándome por idiotas así? Quiero decir…  cuando sea mayor… ¿va a ser siempre así?

No contestó enseguida, sino que cogió mi plato y mi vaso, los puso en el fregadero y los pasó por agua.

– Siempre va a haber imbéciles en el mundo, Auggie. Pero creo de verdad, y papá también lo cree, que hay mucha más gente buena que mala en este mundo, y que las personas buenas cuidan unas de otras y se protegen entre sí.

Ojalá las palabras de la madre de August sean ciertas. Y ojalá nuestros hijos y nuestras hijas se encuentren a muchos Jacks y Summers en su camino. Mientras tanto, ojalá nosotros logremos estar a la altura de Isabel, Nate y Via.

 

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Me gustaría hablar de muchos otros personajes y situaciones que surgen en la historia pero no quiero estropearos la lectura del libro así que, cuando lo leáis, nos vemos en la fan page de Cappaces para seguir comentándolo

¿Por qué el sistema educativo se empeña en matar lectores?

Estoy convencida de que uno de los mejores legados que les puedo dejar a mis hijos sería el amor por los libros. La lectura no sólo supone una fuente de placer inmensa o un vehículo de evasión de una realidad que muchas veces no nos gusta y que nos permite acercarnos a universos y personajes más afines a nuestro mundo interior que el real, sino que además es la llave de la libertad.

A la lectura se llega primero por placer y, con el tiempo, se acaba descubriendo ese instrumento de libertad que representa. El ejercicio de la lectura nos permite desarrollar una capacidad de razonamiento que requiere de práctica, pone a nuestro alcance fuentes variadas y a veces contradictorias que nos obligan a elaborar nuestras propias conclusiones y a desarrollar esa facultad tan importante llamada criterio propio y que supone la mejor vía para acercarse a una verdad más justa y objetiva que aquella que se nos da ya masticada y elaborada. Hasta tal punto los libros representan un instrumento de cambio y transformación de una sociedad, que ha sido una constante en la historia de la humanidad la persecución, prohibición y quema de libros como el arma que efectivamente son.

Todos los conocimientos, todo lo que la humanidad es y ha sido, todo lo que se ha inventado, pensado, sentido y creado está en los libros.

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

Todo lo que la lectura significa, se contrapone a lo que la educación reglada representa. A día de hoy, y tal y como se desarrolla, parece tan sólo enfocada a fabricar seres uniformes amoldados al sistema de pensamiento de sus respectivas sociedades. Lo más curioso, es que la teoría de nuestro sistema educativo y los programas de estudio no lo exponen así y esos textos están plagados de un lenguaje y unos conceptos que propugnan todo lo contrario: fomento de la autonomía, la independencia y el sentido crítico, capacidad de razonamiento, educación en valores, desarrollo del criterio propio, aceptación de la diversidad y la diferencia, desarrollo de la tolerancia y el respeto, potenciación de la imaginación y la creatividad personal… Pero esa teoría, tan avanzada y liberadora, no ha ido acompañada en la práctica de un cambio en la metodología y se ha quedado tan sólo en eso: palabras.

Esa misma teoría educativa también reserva un espacio para el fomento de la lectura. La realidad de cómo se aplica, no sólo no consigue crear lectores sino todo lo contrario: alumnos que acaban aborreciendo los libros. En el caso de la Educación Secundaria, lo consiguen incluso con aquellos niños que ya llegaban siendo lectores. Yo tengo un ejemplo en mi casa.

El sistema educativo intenta fomentar la lectura por medio de dos conceptos que se contradicen con lo que los propios libros representan:

Obligatoriedad: se elabora un listado de libros que presupone que ciertas historias van a encajar con las características, gustos y personalidad de todos los niños de esa clase.

Por una parte, esta práctica aberrante presupone a todos los niños iguales, algo que no es real pero que viene a confirmar mi convencimiento de que lo que el sistema educativo persigue no es “formar personas”, sino “crear autómatas” (quienes no encajan, no se adaptan o no consiguen “simular que se adaptan”, son expulsados del sistema). Por otra parte, los libros representan libertad: cuando no se tiene siquiera la mínima que nos permita elegir nuestra propia lectura, llamémosle otra cosa pero no lectura.

Premura y urgencia: se obliga a completar un libro en un determinado espacio de tiempo.

Aún siendo lectora voraz, hay temporadas en que los días, e incluso las semanas, se me pasan sin un libro entre las manos. Porque la lectura requiere de un determinado ánimo (o estado de espíritu si se quiere) que no siempre se tiene. Menos aún cuando se vive en el mundo de la maternidad diversa. Son incontables los días en que soy incapaz de concentrarme en las palabras y me veo retomando el mismo párrafo una y otra vez, sin lograr concentrarme en su significado. Así que no, no se puede obligar a completar una lectura en un determinado espacio de tiempo. Recuerdo haber leído “La Regenta” en 3º de BUP a contrarreloj y encontrarme pensado sobre lo mucho que habría disfrutado su lectura si hubiera podido hacerlo con calma.

Resulta que, treinta años después, nada ha cambiado y veo a mi hija, lectora vocacional y entregada hasta iniciar la ESO, angustiada ante las páginas de un libro que debe apurar a tiempo para el examen del viernes (y cuya lectura debe compaginar además con deberes y exámenes). Así que, el sistema educativo parece seguir empeñado en matar lectores y esto afecta incluso a los que están consolidados.

Sistema educativo mata lectores-2

Me indigna pensar que todo el tiempo que he pasado buscando y revisando libros que se ajustaran a todo lo que yo sabía que iba a enganchar a mi hija (argumentos, localizaciones espaciales y temporales, protagonistas, ilustraciones e incluso tipografía), me lo han reventado de un plumazo. Horas y más horas rebuscando entre las estantería de bibliotecas públicas, librerías (pequeñas, medianas y grandes almacenes), webs y blogs especializados…. para nada. No pierdo la esperanza de que esa semilla vuelva a rebrotar algún día y que pueda volver a verla disfrutando con un libro entre las manos. Cuánto echo de menos ahora aquellos días en que tenía que reñirle para que regresara al mundo siquiera para sentarse con nosotros a la mesa o saludar a las visitas, y ella acababa escabulléndose de nuevo para leer a escondidas. Esa pasión le llevó a pedirme que creara un blog para ella donde poder guardar sus lecturas preferidas, imagino que como un forma de compartirlas con el mundo y de que aquellas sensaciones quedaran guardadas en algún rincón. Desde que empezó el instituto y sus lecturas se convirtieron en obligadas, Leer para dentro también quedó abandonado. Igual que su pasión.

Así que, resumiendo, el sistema educativo pretende formar lectores por medio de la lectura obligatoria y a contrarreloj. Y no, da igual el número de voces que se empeñen en gritar que así no sólo no se crean lectores sino todo lo contrario: personas que aborrecerán la lectura toda su vida, que el sistema educativo también está empeñado en no darse por enterado. Así que entiendo que, en realidad, no quiere formar lectores sino “hacer que forma”. Formar personas libres supone una amenaza para cualquier sistema, por muy amante de la libertad que se declare.

Así que, es a nosotros, las familias, a quienes nos va a corresponder lograr que nuestros niños lean, que lo hagan con agrado y que aprendan cómo usar esa puerta de libertad. ¿Existen otras vías para fomentar la lectura? Si, las hay, pero implican tiempo, esfuerzo y paciencia por parte de los adultos, así que nos decidimos por la vía fácil y rápida que representa la obligatoriedad pero que, repito, no sólo no es efectiva, sino que casi siempre consigue el efecto contrario: hacer que los niños odien la lectura.

Como no quiero alargar ni hacer pesado este post, intentaré reunir en otra entrada las claves que mi experiencia me ha enseñado que sí pueden ser efectivas. No soy docente, ni pedagoga, ni experta en literatura infantil (quiero decir que no tengo ningún título-papel que me acredite en este campo), pero me avala la experiencia de casi 15 años como madre empeñada en que dos niños de distinto género, gustos, aficiones, personalidad, características y hasta funcionalidad, amen los libros.

Y ojalá eso les ayude a convertirse en indomables Will Huntings.

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La curiosidad también puede hacer daño

Después de una tarde de domingo maravillosa con la Familia Fumaçeira que nos llenó de alegría y de vida, esperaba que Antón llevara el depósito de la autoestima y la confianza lo suficientemente lleno, como para afrontar la semana y algunas de esas situaciones que yo sé que vive, aunque no siempre las comparta con nosotros (a veces, por no saber exactamente cómo ponerles palabras y otras incluso por vergüenza), pero que se reflejan en su cara, en su voz y en su actitud.

El primer día de cole ya, baja del bus con esa actitud corporal de hoy-no-ha-sido-un-buen-día…

Camino a casa, callado. Comida, silencioso y taciturno. Aprovechando ese raro día de sol, le convenzo para dar un paseo. Y, nada más poner un pie en la calle, lo suelta:

– Hoy S. me dijo una cosa mala. 

– ¿Ah, sí? ¿qué cosa?

– Me preguntó: ¿a ti te gusta ser así como eres?

(Otra vez esa punzada que se me clava en el estómago y por donde parece que se escape toda la sangre de mi cuerpo)

– ¿Y tú que le has contestado?

– Que me daba igual…

– ¿Y por qué te ha preguntado eso?

– No sé…

(Pero sí que lo sabe. Lo sabe perfectamente si no, lo habría olvidado cinco minutos después)

– ¿Crees que ha sido por el Joubert?

– Sí…

Otra vez. De nuevo resucitamos esa conversación recurrente sobre que todos somos diferentes, sólo que en su caso esa diferencia puede que sea más visible. Sobre cómo todos debemos aceptarnos y querernos como somos. De nuevo, buscando y ensayando palabras que le permitan tener respuestas para hacer frente a este tipo de situaciones:

– A ver, entonces: Antón, ¿a ti te gusta ser así como eres?

– Sí.

– ¿Cómo que sí? ¿Sólo sí? ¡Sí, me encanta! Otra vez: Antón, ¿te gusta ser así como eres?

– Sí, me encanta.

– Sí, me encanta y ¿a ti? ¿te gusta ser así como eres? Porque tú también tienes derecho a hacer esa misma pregunta

– Sí, me encanta y ¿a ti te gusta ser así como eres?

– Bueno, sí, pero me gustaría ser algo menos gritona y enfadarme menos contigo y con Amara cuando vamos tarde

(y, ahora sí, por fin consigo que sonría)

Qué difícil esto de tratar de relativizar este tipo de situaciones. Y hasta aprender a reírnos de ellas, un sabio consejo que me dio hace muchos años Pilar, nuestra maravillosa terapeuta de atención temprana. Y sí, reírse de las situaciones que nos pueden hacer daño es la única forma de exorcizar ese dolor.

Resulta maravilloso que la evolución de Antón le haya permitido entender y hacerse entender. Pero también tiene sus contrapartidas, como sentirse exactamente igual que el resto del mundo, cuando una parte de ese mundo no lo percibe como parte de él, sino como un elemento extraño. Este tipo de situaciones le descoloca muchísimo. Es como si le hicieran tomar conciencia de su diferencia, o de la evidencia de su diferencia  (porque, pensemos lo que pensemos, diferentes somos todos). O, para ser aún más precisos, de cómo la mayoría de ese mundo no lo percibe con la normalidad que él se ve a sí mismo. Es un impacto brutal para él.

Para Antón, no hay nada de extraño o raro en ser como es y funcionar como funciona. Él ha sido siempre así. No se ha conocido de otra manera. Pero, cada vez que alguien le formula este tipo de preguntas (o sus variantes: ¿qué te pasa?, ¿por qué andas así?, ¿por qué hablas así?, ¿por qué no puedes subir solo al columpio si ya eres mayor?…) lo que en realidad le está transmitiendo es: «No eres normal». Algo muy, muy difícil de digerir para cualquiera, más aún si se tiene 10 años.

Y por mucho que en casa, en la familia y en nuestro círculo de amigos, nos esforcemos por construir y reforzar la confianza de Antón, creo que no hay autoestima en el mundo que pueda soportar este tipo de envites que, si no diarios, sí resultan demasiado frecuentes, y que, muchas veces, ni siquiera son verbales, casi siempre son miradas, actitudes, gestos… Lo percibo perfectamente en muchas situaciones: cuando vamos de compras, en pueblos o ciudades que no son el nuestro… en todos esos lugares donde la gente no está familiarizada con Antón: niños que se paran en seco en medio de una acera y se quedan mirándole con una mezcla de extrañeza y miedo, o que lo observan detrás de un maniquí o que incluso le persiguen por la tienda…

©Paula Verde Francisco

©Paula Verde Francisco

Sé que la mayoría de estas situaciones no están impulsadas por la maldad, sino por la simple curiosidad. Pero, creedme que no es agradable para el niño objeto de esa curiosidad. Yo ya estoy muy curtida y no me molesta. Sólo me ha empezado a doler ahora que Antón comienza a ser consciente de ello y le afecta. De nuevo, trato de que se lo tome a broma: “¿Cómo no te van a mirar, Antón? ¡Es que eres taaaan guapo! Si no fuera tu madre y te viera todos los días, yo también te miraría”. Pero no cuela. Colaba hace un tiempo, ahora ya no, y la palabra que más repite es “harto”. ¡¡Estoy harto de que me miren!!

La curiosidad, aunque no esté movida por la maldad, también puede hacer daño. Hace años, mucho antes de la era Antón, colaboré en un tema laboral con una persona que tenía la mitad del rostro desfigurado por una quemadura. Era tremendo ir con ella por la calle y comprobar cómo las miradas de muchas (demasiadas) personas con quienes nos cruzábamos, se clavaban en ella. Sin ser yo el objeto de aquella atención, me resultaba muy violento. Sólo fueron un par de semanas, así que puedo imaginar el horror de tener que convivir con ello a diario, durante toda tu vida.

En otro proyecto trabajé esporádicamente con otra de esas personas que también provocaba codazos y atraía miradas de pena, cuando no de repugnancia. En este caso, el origen estaba en una obesidad mórbida.

El malestar que yo misma sentía me llevó a comentarlo con otros compañeros del trabajo: yo defendía lo incorrecto de esta actitud y cómo yo había tratado toda la vida de desviar la mirada de personas cuyas diferencias eran tan llamativas, precisamente por no hacerles daño. Dos de mis compañeras me contradecían y afirmaban lo contrario: que ellas miraban porque esquivar la mirada equivalía a ignorar a esa persona. Y esa reflexión también me pareció válida. Así que, ya una vez con Antón en mi vida, traté de tenerlo presente para ser tolerante y comprensiva con este tipo de reacción, cuando iba con él por la calle y su silla de ruedas, primero y sus andares de C3PO, después, hacían que las miradas se nos clavasen o se volviesen a nuestro paso. Traté de recordar siempre el razonamiento de mis amigas y pensar en que ignorar también equivalía a despreciar.

Sin embargo, ahora que él (el sujeto de esa atención) es consciente de ello y se siente molesto y dolido con esta actitud, he vuelto a mis orígenes y me reafirmo en mi creencia de que la curiosidad, aún sin maldad, también puede hacer daño.

Y otra de las reflexiones que quiero hacer a raíz de la situación que ha dado origen a esta entrada es que, nunca los compañeros de su clase han dirigido a Antón ese tipo de miradas, ni le han hecho esa clase de preguntas. Nunca. Y no se las han hecho porque no lo han necesitado. Puede que incluso les hubiera parecido una pregunta estúpida, si hubieran llegado a escucharla. Seguramente porque ya no vean nada distinto en él.

S. no va a su clase. Si estuviera en su clase, si hubiera convivido diariamente con él y le conociera de verdad, nunca le habría hecho esa pregunta. Así que vuelvo a incidir en esa reflexión con la que constantemente machaco en las entradas de este blog (y lo hago porque nuestra vida es una constatación de que esto es así): sólo con la convivencia es posible que esas diferencias dejen de percibirse.

Seguramente S. no hizo la pregunta con maldad, sino que la hizo por curiosidad, porque se pregunta cómo se siente uno cuando es diferente. Y el problema radica en que vea a Antón diferente porque seguimos empeñados en trasladar y convencer a nuestros niños de la existencia de una hipotética uniformidad/normalidad que, no me canso de repetir, NO EXISTE.

Cuando era adolescente, una de mis amigas tenía un párpado caído. Al principio de conocerla, sólo era capaz de ver ese ojo, lo ocupaba todo. Tiempo después, si alguien me decía «sí, hombre, tu amiga “la del ojo”» (o alguna expresión similar cuando no se acordaban de su nombre y era lo primero que se les ocurría para referirse a ella), juro que no sabía de quién me estaban hablando y me quedaba pensando un rato. Yo veía a mi amiga, no un defecto en un ojo y mi amiga tenía cientos, miles de características más llamativas que un párpado caído. Ojalá en el futuro esto mismo le ocurra a los amigos de Antón y sean capaces de ver, antes que su discapacidad, al niño alegre, ingenioso, divertido y maravilloso que es.

la curiosidad también puede hacer daño

Por cierto, él también tiene un párpado caído (y ahora sé que se llama ptosis palpebral). Cómo le gusta jugar al destino, ¿verdad?

No me temas

 

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“Héctor” ©Paula Verde Francisco

 

Sabes, mamá… de pequeñito los niños pequeños se apartaban de mí, en el patio, en el parque… no los de mi clase, los otros niños. ¿Y sabes por qué se apartaban de mí? Porque me tenían miedo.

No consigo olvidar estas palabras de Antón y eso que ya ha pasado casi un año desde que me las soltó así, de golpe y como vomitadas, un día en el coche (principal escenario de nuestras confidencias junto con el momento post-cuento arrebujados bajo las mantas). Me cortó la respiración y, cosa extraña, me dejó sin palabras. No me salió ni una… No se me ocurrió nada con qué contestarle. Tampoco hoy, después de tantos meses, sé si encontraría algo apropiado que decirle.

Esas frases me han hecho reflexionar mucho. Lo primero, me ha hecho darme cuenta de que Antón percibe lo que ocurre alrededor de su discapacidad. Vaya si se entera… Y no sólo ahora, sino que también se enteraba antes. Creo que esto último es lo que más me ha impactado.

Desde que nació, hemos vivido decenas, cientos de situaciones en el ámbito social que me han encogido el corazón cada día un poquito más. Cuando Antón era más pequeño, me consolaba pensar que para él, que no había conocido otra forma de ser y funcionar, eran normalidad. Ahora me doy cuenta de que no era así del todo porque la normalidad real, la buena, era la que vivía en el entorno familiar y que, cada vez que salía de ese círculo, el mundo le trataba de forma diferente. Y él percibía que los ojos de esos niños le miraban de forma distinta a los de su hermana o a los de sus primos. Lo peor no es que le miraran con extrañeza, sino que le miraban con temor.

La segunda reflexión que me provocó este comentario, fue el hecho de que Antón fuera perfectamente consciente de que la mirada y la actitud de sus compañeros de clase era distinta a la del resto de niños. Era de normalidad. Y me pregunto que cómo es posible que lo que es tan evidente para un niño de 9 años (y con discapacidad) resulte tan difícil de entender para tantos adultos: que la única vía para la inclusión es la convivencia y esta tiene que empezar desde el punto de partida, desde la escuela.

Una convivencia que no sólo es necesaria para los niños con diversidad funcional (y que además es uno de sus derechos básicos), sino que también resulta esencial para el resto de niños que no viven esta circunstancia. Esos otros niños aprenderán a entender y aceptar la diversidad, que tiene múltiples formas. Con ella se van a encontrar en su camino futuro muchas, infinitas veces. Ese aprendizaje les servirá para no sentir temor ante lo diferente y abordar con seguridad cualquier situación/persona/circunstancia que se salga del marco de lo que consideramos “normalidad” y que viene siendo, en realidad, “mayoría estadística”.

Antón percibe que los niños que no están en contacto con él, le temen o rechazan. Y a mí me resulta increíble que algo tan obvio para un niño de 4º de Primaria con diversidad funcional, no sean capaz de entenderlo los gestores políticos, los técnicos responsables (y ejecutores) de las políticas educativas, algunos docentes, demasiados padres y muchos jueces de nuestro país. Todas esas personas que cada vez dan más pasos en dirección contraria a la integración escolar.

“Héctor” ©Paula Verde Francisco

“Héctor” ©Paula Verde Francisco

 

Quiero darle gracias infinitas a Paula Verde Francisco por su generosidad al prestarme estas maravillosas (y tan personales) imágenes para ilustrar la entrada.

Adaptaciones mentales y actitudinales

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Uno de los factores clave para la integración del alumno con diversidad funcional es la necesidad de moldear las actitudes del resto de niños del grupo respecto a su compañero, eliminar los prejuicios que hayan podido adquirir (por fortuna muy pocos a los 3 años) y los que pudieran ir adquiriendo a partir de ese momento.

Aceptación de la diferencia de Antón desde el respeto

Movilidad: Cuando inició su escolarización, Antón se desplazaba sentado sobre las nalgas, “culeteando” (shuffling en jerga médica). Desde el primer día de clase, nunca se pusieron objeciones a que se desplazara de esta peculiar forma, tanto en el aula como en el patio, gimnasio, biblioteca, pasillos… Utilizaba también una silla de ruedas (empujada por un compañero y no un adulto, siempre que fuera posible) y un triciclo que fue enormemente útil en ese primer curso, hasta que sus competencias motrices empezaron a mejorar y le permitieron adquirir una deambulación autónoma al inicio del curso siguiente. El apoyo del andador fue también básico para darle estabilidad y, sobre todo, seguridad en momentos críticos como el patio, cuando la presencia de multitud de niños moviéndose a su alrededor le desestabilizaba físicamente y le inquietaba.

Comunicación: Inició el primer curso utilizando algunas palabras y apoyándose en el lenguaje de signos como parte esencial de su comunicación. Muchos de sus compañeros de clase terminaron aprendiendo y utilizando algunos de esos signos. Cuando a mediados de ese primer curso progresó en su lenguaje oral, la profesora supo inculcar al resto del aula la paciencia necesaria para escucharle, esperar a que acabara las frases y tratar de entender el mensaje: haciéndole preguntas, interrogándose unos a otros, etc.

Control de esfínteres: La maestra logró transmitir a los niños la idea de que Antón no usaba pañal porque fuera un bebé, sino porque sus características fisiológicas y el peculiar funcionamiento de sus músculos lo hacían necesario. Cuando comenzó la etapa de abandono del pañal a Antón no se le escapaba el pis o la caca porque fuera un bebé o un dejado, sino porque sus músculos funcionaban de forma diferente a los de la mayoría. No se ríen, no se burlan, sino que aceptan estas circunstancias con una naturalidad que enternece. No sólo eso, sino que Daniela supo aprovechar esta circunstancia, la curiosidad e interés que suscitó, para trabajar en el aula el Proyecto del Cuerpo Humano.

Antón como un igual

Antón no era tratado desde la pena, la compasión o el paternalismo. Antón no era la mascota de la clase. Resulta muy difícil no caer en estos errores porque, a menudo, el aceptar al diferente se confunde con una actitud condescendiente y protectora, de arriba hacia abajo. Esto no es malo en sí, pero resulta muy peligroso porque, en cuanto ese ser frágil a quien protegemos y discriminamos positivamente, manifieste una actitud mínimamente negativa, agresiva o egoísta (como es natural en cualquier ser humano), esa actitud condescendiente puede dar un giro radical y dar lugar a sentimientos negativos hacia quien consideramos que no ha sabido correspondernos, ni agradecer nuestra deferencia.

Este sentimiento de pertenecer a un grupo que lo acepta plenamente, le aportó durante aquellos tres cursos unas dosis de autoestima increíbles, a una edad en que los amigos son tan importantes. El hecho de vivir esta experiencia en una etapa tan decisiva en cuanto a la configuración de la personalidad, es algo que va a quedar para siempre. Y le ha convertido en un niño muy distinto al que sería de no haber vivido esta experiencia. No quiero imaginar lo maravilloso de su vida si hubiera tenido continuidad más allá de la etapa de Infantil.

Aceptación de la diversidad: “cada uno hace las cosas a su manera”

Esta era la máxima de los niños de la clase de Daniela. Lo tenían tan interiorizado que incluso reprochaban a sus familias el hecho de no respetar sus tiempos o sus peculiaridades cuando tratábamos de imponerles conductas estandarizadas. Cada uno anda, come, habla, pinta, se sienta, juega y siente “a su manera”.

Todas estas experiencia no sólo ayudan y motivan al niño con necesidades educativas especiales, sino también al conjunto de esa clase. Resulta vital, en esos primeros y cruciales años de vida, enseñarles a aceptar la diferencia. Es necesario que la diversidad esté presente en el aula, no sólo en cuanto a la discapacidad sino también respecto a la diversidad étnica, cultural y social. No se trata tan sólo de evitar guetos, sino también de ayudar a todos los niños a apreciar y aceptar la riqueza de la diferencia, ya que la única forma de aceptar a quien es distinto, es a través de la convivencia.

Antón forma parte de la clase

El primer requisito para formar parte de un grupo es estar junto a él físicamente. Y aunque esto parece una obviedad, es algo que no siempre se respeta en el caso de los alumnos con diversidad funcional. Una imagen muy típica en los colegios es aquella donde vemos a los niños con discapacidad del centro (especialmente si es motriz) acompañados del auxiliar técnico educativo y segregados del resto del alumnado. Si tenemos en cuenta que los niños suelen jugar en el recreo con aquel compañero con el que llegan al patio y que en este momento de esparcimiento no buscan precisamente la compañía de adultos, podemos comprender cómo esta práctica dificulta enormemente la integración social del alumnado con discapacidad en el tiempo del recreo.

En la etapa de Daniela, tuvimos la suerte inmensa de que su maestra tuviera el claro objetivo de evitar que la clase fuera por un lado y Antón y la cuidadora por otro. Antón iba siempre acompañado por sus compañeros y, si como era el caso, necesitaba del ascensor para bajar al patio, siempre lo hacía junto a varios niños de su clase. Pero no como una obligación, sino como algo natural y que incluso se disputaban. Una de las muchas tablas de control que colgaban de las paredes de la “Clase de las Tortugas” establecía los turnos para acompañar a Antón en el ascensor: cuatro compañeros diferentes cada día.

En una ocasión, se liaron y fueron cinco. La profe les dijo que decidieran entre todos quien debía quedarse fuera. Tras unos minutos de deliberación la portavoz del grupo expuso sus conclusiones:

Hemos decidido que sea Antón porque él ya va en el ascensor todos los días.

Creo que esta anécdota ilustra a la perfección la naturalidad con la que Antón y sus circunstancias lograron ser aceptados en la clase de Daniela.

En el cole se celebra una carrera anual hacia finales de curso que supone un aliciente enorme para la mayoría de los alumnos pero que se convierte en un motivo de frustración para otros como Antón que, por mucho que lo intenten y se esfuercen, nunca podrán correr al ritmo de sus compañeros. Daniela supo hacer entender a los niños de su clase que era más importante cruzar la meta al lado de Antón que ganar una medalla.

 

Todos necesitamos de todos

Resultaba también necesario concienciar al grupo de que todos necesitamos de ayuda, no sólo Antón. En aquellos tres años, Daniela trabajó mucho la cooperación y el trabajo cooperativo en el aula. Esto resulta especialmente importante en unas edades en las que el niño tiende al egocentrismo. Coincide también con una etapa donde los adultos fomentamos que el niño “haga las cosas solo” y recriminamos constantemente su necesidad de ayuda. Por supuesto que resulta necesario fomentar su autonomía, pero también es cierto que no debemos hacerlo de tal forma que lo que acabemos fomentando sea el individualismo y, de paso, la discriminación, ya que hay niños que por sus características nunca van a ser capaces de hacer ciertas cosas solos y van a necesitar de la ayuda del resto, pero no porque sean más bebés, vagos o dejados.

 

Los problemas se hablan y se resuelven en grupo

En el aula existen muchas diferencias y surgen problemas. Las diferencias no sólo las marca la discapacidad, sino que también existe diversidad de personalidades y de circunstancias sociales, culturales y económicas que muchas veces dan origen a problemas de conducta en algunos niños. La pretensión de Daniela no fue nunca ocultar esas diferencias sino hablar de ellas, entenderlas y conseguir que esos niños no se sintieran excluidos.

El objetivo principal de las asambleas, especialmente en el último curso, era la resolución de conflictos. Las asambleas en clase de Daniela no se reducían a pasar lista, cambiar la fecha en el calendario y comprobar el tiempo que hacía ese día. Eran algo primordial en aquella clase y la actitud de la maestra consistía en estar callada y escuchar a los niños que, en la última etapa, ya ejercían de moderadores por turnos.

Los problemas se hablaban. Se hablaba de todo, especialmente de las diferencias y no sólo de las de Antón. Había niños en el aula con una problemática mucho más inhabilitante socialmente que la discapacidad de Antón, especialmente quienes mostraban problemas de conducta por diversas y complejas circunstancias. Se hablaba sobre los problemas de todos, se analizaban, se intentaban entender y, lo más importante, se buscaban soluciones para que esos niños se sintieran comprendidos y encontraran estrategias que facilitaran la convivencia. Una labor ardua, difícil y constante que requiere de vocación, compromiso y esfuerzo y no tanto de medios materiales.

 

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